viernes, 19 de julio de 2013

La Comunidad en México y en los Estados Unidos en el siglo XXI





La Integración de la Comunidad en México y en los
Estados Unidos en el siglo XXI



Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica


PREÁMBULO

Para la globalización no hay personas ni comunidades con historia, cultura, necesidades y proyectos, sino entes económicos dentro de un mercado global. 

La mundialización, en cambio, es protagonizada por personas, comunidades y naciones que se relacionan entre ellas con libertad y dignidad, las cuales, al lado de la estructura tecnológica y económica mundial, construyen leyes e instituciones responsables y solidarias, que brindan un marco de acción conocido, construido y aceptado por todos, con pleno respeto a la cultura, tradición, valores y creencias de cada pueblo...

La mundialización supone la convivencia pacífica, ordenada y justa de las naciones y los estados. Obliga a todos los actores del mundo a conducirse de acuerdo con el derecho internacional para asegurar la paz y la seguridad.


Introducción

La resistencia noviolenta no busca vencer o humillar al adversario, sino ganar su amistad y su comprensión.

La resistencia noviolenta no busca solo evitar utilizar la violencia física o exterior. Ella implica también a nuestro ser interior. La resistencia consiste en rechazar el odio y vivir los principios fundamentados en el amor. Martin Luther King

En su libro Quiénes somos: Retos a la identidad nacional estadounidense, el profesor de la Universidad de Harvard, Samuel Huntington, escribe: 

"La dimensión y naturaleza de esta inmigración difiere fundamentalmente de una inmigración previa, y es poco probable que los logros de asimilación del pasado se dupliquen con el flujo actual de inmigrantes (…)

Esta realidad establece una pregunta fundamental: ¿Estados Unidos continuará como un país con un sólo idioma nacional y una cultura anglo protestante central? 

Al ignorar esta pregunta, los estadounidenses se conforman ante su posible transformación en dos pueblos con dos culturas (angloamericana e hispana) y a dos idiomas (inglés y español)".
 
Famoso porque robó gran atención en 1993 con su libro El choque de civilizaciones y el restablecimiento del orden mundial, en el que predijo que la globalización llevaría hacia un conflicto entre los "valores occidentales" y el mundo islámico, 

el discurso del que fuera asesor en Seguridad Nacional del presidente James Carter, se centra en los hispanos y, principalmente, los mexicanos que llegaron a los Estados Unidos, como un grupo extraño a los valores, 

la cultura y la lengua anglosajona son una amenaza, incluso, para la seguridad nacional de ese país.
 
La apuesta de Huntington es detener la invasión de mexicanos. Por no ser anglosajones y tener una cultura diferente, no tienen derecho al sueño americano.
 
Este planteamiento de Huntington es completamente xenófobo. Sus argumentos huelen a fascismo por algunas esquinas. 

Es más, estoy de acuerdo con Jorge Mújica, un periodista mexicano que vive en Chicago, quien plantea que los de Huntington son los "argumentos cientificos" necesarios para alimentar la ola anti-inmigrante que Estados Unidos está viviendo actualmente”.
 
Estados Unidos fue fundado solamente en parte por los protestantes anglosajones. 

También hubo luteranos alemanes, ortodoxos griegos y rusos, católicos irlandeses e italianos, sin contar a los vuduistas africanos. 

Dice Mújica: “Hablar de que ‘nosotros’ vamos a fregar esta sociedad ‘protestante anglosajona’ es echarnos demasiada culpa.
 
Afirma el amigo Mújica que “adaptarnos, así como adaptarnos, NO. Unas tres cuartas partes de los latinos somos bilingües, en mayor o menor grado. 

Algunos hablan, los otros entienden, pero todos saben como pedir más salarios en inglés. Pero, otra vez, el problema no es ese. 

El problema es que hablamos otro idioma además del inglés, lo cual le pone los pelos de punta a los gringos”.
 
Y recuerda un chiste muy de los inmigrantes: 

Persona que habla dos idiomas, bilingüe; que habla tres, trilingüe; que habla muchos, multilingüe, que habla uno... gringo.
 
Agrega: “Lo que es real, es que los mexicanos significamos un cambio en las reglas de juego tradicionales. 

Por ejemplo, nos concentramos en las ciudades, al revés de los gringos, que les encanta vivir en el campo. 

Para el año 2015 (siempre según el Censo), podríamos tener mayoría en las diez ciudades principales del país (Los Angeles, Nueva York, Chicago, Atlanta, Houston, Dallas, etcétera). 

Eso cambiará la política, puesto que serán elegidos más congresistas, senadores estatales y regidores latinos”.
 
Sí, dice Mújica, los mexicanos allá están en la reconquista, pero no como un acto planeado, sino como un acto pélvico. 

Algo que tiene que ver con el nacimiento de niños más que con ocupación territorial y ahora no solamente están retomando los territorios que alguna vez fueron mexicanos, sino que ya andan por Illinois, Nueva Inglaterra y Alaska.
 
Cuando yo cumpla 95 años, aventura con sorna, habrá 100 millones de latinos en Estados Unidos, 200 millones de blancos, y unos 60 millones de todos los demás. 

“Tengo que vivir hasta los 125, según el Censo, para ver la "conquista".
 
El argumento purificador de Huntington, sin embargo, es importante ahora que a la vuelta de la esquina están las elecciones presidenciales y el voto latino será importante, 

y el de los mexicanos fundamental porque están insertos de una manera clara e importante en la vida de los Estados Unidos.
 
Así que para los políticos y para los grupos de mexicanos allá es el momento de las definiciones, como también debe serla acá para hacer valer su importancia en la vida de México, también.[1]

Fulton J. Sheen, escritor de fama mundial, reflexionaba lo siguiente:

“... el así llamado filósofo Bertrand Russell, quien dijo que un serio peligro amenaza a América (Estados Unidos), porque dentro de ciento cincuenta años a partir de ahora toda América (Estados Unidos) será católica. 

"No estoy seguro que dentro de ciento cincuenta años la América (Estados Unidos) sea católica, pero si ha de ser católica, tendrá que hacer mejores cosas que las que está haciendo ahora. 

"Tendrá que empezar a pensar, y tendrá que empezar a orar.

"Suponed por un momento que la profecía de Bertrand Russell se volviera realidad. 

"Suponed que todos en América (Estados Unidos) fueran católicos. Suponed que mañana por la mañana todo ciudadano cayera de rodillas y dirigiera sus rezos a Dios... 

"Suponed que los estudiantes que fueran a las universidades aprendieran, no vagas teorías acerca del sexo, sino la belleza de la castidad que trae el premio de la visión de Dios... 

"¿Pensáis que esto sería una amenaza para la vida de América (Estados Unidos)?

"Si esto es una amenaza, entonces la paz es una amenaza, entonces la justicia es una amenaza, entonces la caridad es una amenaza, entonces Cristo es una maldición.

"Tal vez sentimientos tan anticristianos y todo sentimiento inhumano vaya desapareciendo en nuestro medio, y que a medida que las semanas se suceden, y se convierten en años, quizá una sola lección se vaya adentrando más y más en la conciencia de nuestra vida nacional. 

"Y esta lección es el mensaje de este capítulo: que los católicos nunca amarán a América (Estados Unidos) porque ella sea grande, sino que América (Estados Unidos) será grande porque los católicos la amen.[2]


HISTORIA DEL TERRITORIO MEXICANO

Las islas Filipinas

El imperio español conquistó las islas Filipinas a partir de 1565. Su evangelización se llevó a cabo a partir de la Nueva España, pues no había modo más fácil de ir de España a Filipinas que a través de la Nueva España. 

Los agustinos llegaron en 1565, los franciscanos hasta 1577 y los jesuitas en 1581. No pocos de estos religiosos fueron mexicanos. 

En el siglo siguiente, en Nueva España se constituyó un capital llamado Fondo Piadoso de Filipinas, cuyas ganancias ayudaban a los gastos de evangelización de aquellas tierras. 

Este fondo lo confiscó el presidente Gómez Farías en 1833.


Hasta Alaska…

Los rusos se establecieron en territorios que España reputaba como suyos, situándose al Norte de las Californias. Enterada la Corte, ordenó al Virrey Bucareli que se exploraran esas regiones y se expulsara a los rusos por la fuerza, si era necesario.

Con tal objetivo y desde el año 1774 hasta el de 1792 se organizaron seis expediciones, que fueron tomando posesión de todas las costas hasta llegar a Alaska y levantando los planos correspondientes.

Los expedicionarios no encontraron dificultades en los rusos, sino en los ingleses, con los cuales tuvo España que celebrar un Tratado (1794) en el que reconocía que aun la costa de Nutka (Sur de Canadá) era de libre acceso a todas las potencias.[3]


Un  grave error en el inicio de la guerra de Independencia

En este trascendental aspecto es nuevamente José Vasconcelos quien nos ilustra: 

“Se ha hablado mucho de que el ejemplo de la revolución norteamericana electrizó a los pueblos de América deseosos de emanciparse. 

"No cabe duda que los diversos agentes de la propaganda inglesa aprovecharon este ejemplo para desintegrar el mundo hispánico, pero a poco que se examine el movimiento americano, se le encuentran diferencias fundamentales con lo nuestro.

“En Estados Unidos nunca se dio al movimiento independiente el sentido de una guerra de castas. 

"Para que Morelos, por ejemplo, fuese comparable a Washington, habría que suponer que Washington se hubiese puesto a reclutar negros y mulatos para matar ingleses. 

"Al contrario, Washington se desentendió de negros y mulatos y reclutó ingleses de América, norteamericanos que no cometieron la locura de ponerse a matar a sus propios hermanos, tíos, parientes, sólo porque habían nacido en Inglaterra.

“Todo lo contrario, cada personaje de la revolución norteamericana tenía a orgullo su ascendencia inglesa y buscaba un mejoramiento, un perfeccionamiento de lo inglés. 

"Tal debió ser el sentido de nuestra propia emancipación, convertir a la Nueva España en una España mejor que la de la península, pero con su sangre, con nuestra sangre. 

"Todo el desastre mexicano posterior se explica por la ciega, la criminal decisión que surge del seno de las chusmas de Hidalgo y se expresa en el grito suicida: mueran los gachupines…

“Lo que nosotros debimos hacer es declarar que todos los españoles residentes en México debían ser tratados como mexicanos”.[4]


La consumación de la Independencia

Nueva España siguió cargando el pesado yugo que le imponía Fernando VII y la oligarquía, puesto que no pudo lograr su independencia. Ésta iba a venir por otro lado.

En 1820 el coronel Rafael Riego obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución proclamada en Cádiz en 1812, para que reinara sujeto a ella y no de manera absoluta como lo hacía.

Esta revolución de Riego traía consigo medidas contra los privilegios del Clero, que no fueron bien vistas por los españoles y criollos católicos de Nueva España.

Encabezaba la oposición el canónigo oratoriano Matías de Monteagudo. Agustín de Iturbide asistió a las juntas que se celebraron en la Profesa para decidir el camino a seguir.

En el antiguo templo de los jesuitas, en “La Profesa”, ocupado a la sazón por los Padres del Oratorio, se llevaron a efecto unas reuniones muy nombradas en nuestra historia con el nombre de “Juntas de la Profesa”. 

"El alma de dichas juntas era nada menos que el Padre Prepósito, Rector de la Universidad, hombre de vastísima erudición y de mucho prestigio entre los europeos. Su nombre todos lo conocían: Matías de Monteagudo.

"En las juntas de La Profesa se deseaba la emancipación de México, pero hacía falta un hombre de audacia que llevara a tan feliz término ese acontecimiento, y el hombre se presentó: 

"era Iturbide, quien, al decir de Navarro y Rodrigo, era “simpático a los europeos porque había combatido a su lado contra los insurrectos, no sospechoso a los hijos del país porque era mexicano valiente, y ejercía sobre los demás la fascinación de su valor”.

"Recordemos que en 1810, al aproximarse Hidalgo a Valladolid, se retira con su padre a la capital y no acepta la faja de Teniente General que le ofrece el Cura de Dolores, a quien no se le escapan sus grandes cualidades de soldado. 

"Iturbide rechaza el ofrecimiento al advertir con clarividencia que los métodos de Hidalgo para hacer la Independencia, basados en la destrucción y en el odio a los españoles, lo llevarían al fracaso.

"Se puede decir que por haber prescindido de esta base importantísima de la unión, habían fracasado Hidalgo y los demás insurgentes.

"El, personalmente, ama la Independencia; lo que no ama, por lo que no puede pasar, es por el atroz sistema que siguen los insurgentes y por su completo desorden. 

"Por eso combate contra ellos, para después pensar en realizar la independencia sin derramamiento de sangre".

El alto clero, los españoles y criollos mineros y latifundistas, con Iturbide a la cabeza, proclamaron el Plan de Iguala o de las Tres Garantías: 

Religión católica, unión de los grupos sociales e independencia con monarquía constitucional de un rey proveniente de alguna casa reinante en Europa.

Iturbide ganó para su causa a los exjefes insurgentes, sus antiguos enemigos, por ejemplo Guerrero, Victoria, Bravo. 

Negoció con el virrey que llegaba, Juan de O’Donojú, y firmó el tratado de Córdoba que aceptaba el Plan de Iguala, el 24 de agosto de 1821.

"Esta será la táctica del Libertador: no luchar, no imponerse por las armas, sino por la nobleza y la razón.

"Iturbide planteó la Independencia y en una campaña de siete meses, casi en su totalidad incruenta, la realizó.

"De ahí que la casi totalidad de sus triunfos deben atribuirse no a la fuerza de las armas, sino a la razón, al convencimiento, al tacto genial, con el que supo ganarse las voluntades de sus adversarios".

El ejército trigarante ocupó la ciudad de México el 27 de septiembre siguiente. Ya es hora de celebrar esta fecha.


La gran extensión del Imperio

"A los buenos mexicanos contemporáneos de Iturbide los llenó de alegría y satisfacción el ver cómo se ensanchaban los límites territoriales del Imperio cuando se les informó de las nuevas y espontáneas adhesiones de provincias lejanas y de regiones que no dependían del Virreinato, como Guatemala y Centroamérica.

"¿Cuál fue el motivo más fuerte que las movió a la unión con el Imperio que acababa de nacer?

"No fue la protección que se busca del más poderoso, sino que deseaban vivir independientes bajo la égida de las Tres garantías del Plan de Iguala. Así lo declararon en sus actas de adhesión al Imperio.

"De esa manera la bandera de las Tres Garantías comenzó a ondear desde Panamá por el sur, y por el norte sobre el vasto territorio que abarcaba una línea imaginaria desde la Alta California hasta el río Mississipi".


Iturbide, la Bandera y el Himno Nacional

Si de la realización del Plan de Iguala iba a nacer una nueva Nación, libre y soberana, era necesario que esa nueva Patria estuviera encarnada en una bandera que la representara ante el mundo. 

Había que sustituir la antigua Bandera española por la nueva Bandera, que empezaría a ser Mexicana.

El Libertador pensó en eso, e ideó una bandera en cuyos colores vivieran plasmadas para siempre las tres bases o garantías que iban a ser la esencia de la nueva nacionalidad, expresadas clarísimamente en el Plan de Iguala.

En primer lugar la base espiritual: la Religión Católica (verde).  En segundo lugar, la Unión (blanco) de todos los que habitaban el extenso territorio de la Nueva España: 

los descendientes de los antiguos pobladores indígenas, los nacidos de la unión de indígenas y españoles, o mestizos, los criollos de padres españoles, los españoles nacidos en España y por último una minoría de raza negra. En tercer lugar, la Independencia (rojo), el ideal final de toda la empresa.[5]

Por tanto, también es tiempo de recuperar la entonación del Himno Nacional Mexicano incluyendo las estrofas merecidamente dedicadas a nuestro Libertador:

Si a la lid contra hueste enemiga
nos convoca la tropa guerrera,
de Iturbide la sacra bandera ¡mexicanos!
Valientes seguid:

Y a los fieros bridones le sirvan
las vencidas enseñas de alfombra;
los laureles del triunfo den sombra
a la frente del bravo adalid.


Yanquis y traidores

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la aurora de nuestra Independencia fueron más o menos amistosas, pero, 

con la llegada a México de Mr. Joel R. Poinssett (1779-1851),[6] agente del imperialismo yanqui entre nosotros, comenzaron a enfriarse gradualmente.

Las logias yorkinas fundadas por aquel maquiavélico diplomático, delegado también de la Gran Logia de Nueva Orleans, empezaron su obra destructora en contra de la Patria y de la Iglesia. 

La República Federal, establecida por ellas, después de haber derribado el trono católico de Iturbide, fue el germen de todos los males y disturbios.

Masones y liberales como Gómez Farías, Zavala, Alpuche y el Dr. Mora, pretendieron que la independencia mexicana, para que fuese realmente efectiva, no sólo había de ser política, sino también económica, intelectual, moral, religiosa y hasta artística; 

y para conseguir el apoyo de los Estados Unidos no vacilaron en traicionar a la Patria y a la Religión firmando los vergonzosos pactos de Nueva Orleans por los cuales se comprometieron a promover la desmembración del territorio nacional y a perseguir a la Iglesia por medio de inicuas e injustas leyes.[7]

Prácticamente, el territorio de Texas lo "vendieron a Estados Unidos Gómez Farías, Mejía y Zavala, a cambio de la protección de los esclavistas estadounidenses, para reintegrarlos en el poder del que los privó Santa Anna. 

"Al cubano Mejía se le nombró jefe del ejército federal, reclutado en Louisiana y encargado de revolucionar en México y tomar Tampico; 

"a Zavala director de los colonos de Texas que habían de insurreccionarse y separarse de México, ya que era uno de los principales colonos; y a Gómez Farías – como supuesto Vicepresidente de México – jefe intelectual del movimiento. 

"Ni sólo aquellos traidores pactaron con los masones de Nueva Orleáns la independencia de Texas, sino que se comprometieron a seguir persiguiendo a la Iglesia, mediante una serie de reformas a las leyes".[8]

En realidad, Gómez Farías, liberal y masón, fue un gran "traidor y mil veces traidor porque dejaba morir de hambre al heroico ejército de Santa Anna que – al decir de Pereyra – no podía sostenerse, pues le faltaba el alimento hasta para los heridos"; 

"y en cambio, se solazaba a cada triunfo del invasor. Cuando los marinos estadounidenses desembarcaban en la isla de Sacrificios gritó hecho un loco: “quemen cohetes, repiquen, viva la libertad, esto está concluido” (Cuevas, p. 261). 

"Y como si esto fuera poco, numerosos oficiales del ejército mexicano, que eran de filiación masónica, confraternizaban con sus “hermanos” del ejército enemigo, como lo asegura un autor insospechable, el masón Mateos (Historia de la masonería, pp. 106 y 111).[9]  

En este sentido, Efraín González Luna escribía sobre el siglo XIX en México: 

"Las logias sembraban y cultivaban intensivamente; las ideologías tóxicas eran fertilizantes activísimos: la ambición y el rencor reclutaban copiosamente voluntarios de la fácil aventura del poder político, que lo era también de la riqueza, de fanatismo sectario, del ensayo social a costa ajena y de la impunidad".[10]


La guerra con los Estados Unidos

Los Estados Unidos de Norteamérica no se contentaron con Texas y desearon tener algo más a nuestra costa. 

Por eso, no habiendo pasado un año de la incorporación de aquel estado, ya la poderosa nación rompía sus relaciones con México con cualquier pretexto –como el del león de la fábula- en orden a declarar la guerra y tras la guerra consumar el despojo.

Esya guerra fue una guerra inicua e injusta a todas luces, pues el único móvil del yanqui fue agregar más territorios esclavistas a su ya extenso territorio.

Pero esa injusticia la pagó cara, porque, agregándose, como se agregaron más territorios esclavistas, no pudo menos que venir más tarde, la tremenda lucha entre los Estados del Norte y los esclavistas del Sur, que no fue sino un castigo, como lo afirma Ulises Grant.[11]

Al respecto reafirmaba Abraham Lincoln:

"Es deber de las naciones, igual que de los hombres, reconocer su dependencia del predominante poder de Dios; 

"confesar sus pecados y transgresiones con humilde dolor, pero con la confianza segura de que el sincero arrepentimiento los llevará la misericordia y el perdón, y reconocer también la verdad sublime anunciada en las Sagradas Escrituras y demostrada por toda la Historia, de que sólo esas naciones son las bendecidas.

"Y como además sabemos que por su divina ley las naciones, igual que los individuos, están sometidos con penas y castigos en este mundo, 

"¿no podemos temer justamente que la espantosa calamidad de la guerra civil que hoy arruina el país no sea más que un castigo infligido por nuestros presuntuosos pecados y para conseguir el necesario fin de nuestra reforma nacional como pueblo unido?

"Hemos sido los receptores de los dones más escogidos del cielo. Hemos gozado muchos años de paz y prosperidad. 

"Hemos crecido en número, riqueza y poder como no ha crecido ninguna otra nación, pero nos hemos olvidado de Dios.

"Nos hemos olvidado de la mano graciosa que nos ha conservado en paz, nos ha multiplicado, enriquecido y fortalecido, y nos hemos fatuamente imaginado, con la doblez de nuestros corazones, que todos esos dones eran fruto de alguna virtud superior y de la sabiduría propias.

"Embriagados por el constante éxito, nos hemos considerado demasiado suficientes para sentir la necesidad de alcanzar y conservar la gracia, demasiado orgullosos para rezar a Dios, que nos ha creado. 

"Nos incumbe, pues, humillarnos delante del Poder ofendido, confesar nuestros pecados nacionales y rezar pidiendo clemencia y perdón".[12]


La traición del general Arista

El traidor, al principiar la guerra con los Estados Unidos, fue el general Mariano Arista, que dejó el paso libre al general Taylor por el Río Bravo, según lo había “profetizado” –en frase del gran historiador Mariano Cuevas- el español Atocha, agente de Farías cerca del Gabinete de Washington.[13]

El Heroico Batallón de San Patricio

VIDEO (4 minutos):

A mediados de agosto de 1847, las milicias estadounidenses acechaban las goteras de la capital mexicana. 

Desde el 17 de ese mes, el Batallón de San Patricio, formado mayoritariamente por irlandeses, se encontraba acuartelado en la Ciudadela. 

Dos días después recibió la orden de defender el convento de Churubusco.

El día 20 se libró en ese sitio un enfrentamiento contra los invasores, en el que esa legión extranjera, que luchaba por la bandera mexicana, definió su destino.

La actuación de ese grupo militar en esa guerra es controversial: en México se les considera héroes, pues arriesgaron su vida defendiendo una patria que no era la suya, mostrando valentía y arrojo. 

Desde el punto de vista estadounidense han sido tomados como traidores por la deserción y la falta de lealtad a sus tropas.

La historia comenzó así: En diciembre de 1845, Texas se convirtió en una estrella más del pabellón de las barras blancas y rojas. 

Los conflictos por definir las líneas divisorias detonaron el enfrentamiento que desde antes se vislumbraba inevitable.

Para presionar a los mexicanos, en enero de 1846 el presidente estadounidense James R. Polk ordenó al general Zachary Taylor avanzar con sus tropas hasta las orillas del Río Grande, lejos del límite de las riberas del río Nueces, pactado anteriormente entre ambas naciones. 

El 26 de abril las tropas mexicanas atravesaron las márgenes del afluente, donde trabaron batalla con los invasores. El Congreso en Washington aprobó la declaración formal de las hostilidades el 12 del mes siguiente.

Iniciada la campaña, incluso antes, un gran número de deserciones asoló a las tropas de aquel país. 

En 1847, el general adjunto en Washington anunció recompensas para quien ayudara a la captura de más de mil evadidos. 

La calidad de inmigrantes y católicos de algunos reclutados incitó malos tratos por parte de los nacidos estadounidenses, provocando que los primeros engrosaran las filas mexicanas.

Pero también existían otras motivaciones para abandonar a las huestes ocupantes. 

El propio Antonio López de Santa Anna firmó comunicados que se repartieron entre los agresores. 

En ellos se decía que en México no existían distingos de raza, además de extender el ofrecimiento de terrenos cultivables para los soldados una vez terminada la guerra.

Es sabido que el ejército de México reclutaba activamente estadounidenses católicos y ofrecían importantes concesiones de tierras a quienes abandonaran el ejército de Estados Unidos en favor del de México.

Hacia abril de 1846, antes de la declaración formal de guerra, entre los desertores se encontraba un irlandés llamado John Riley (anteriormente teniente del Ejército de Estados Unidos), quien organizó una compañía con 48 de sus compatriotas. 

En agosto siguiente, en plena conflagración, ya contaba con 200 hombres.

Había algunos mexicanos nacidos en Europa, inmigrantes europeos, como alemanes y polacos, además de un numeroso contingente de sus coterráneos. 

En su mayoría practicaban la religión católica.

Riley cambió la denominación del escuadrón, que era conocido como la Legión de Extranjeros, a la de Batallón de San Patricio, en homenaje al patrono de Irlanda, y adoptó una bandera de seda verde esmeralda que tenía la imagen del santo bordada en plata por un lado, con un trébol y un arpa en el otro.

Se cuenta que incluía la leyenda “Viva la República de México”.

Uno de los episodios donde se comienza a patentizar su fiereza fue la batalla entre el 21 y el 26 de septiembre de 1846 en Monterrey.

El Batallón San Patricio, que operaba junto a los escuadrones de artillería, propinó un duro golpe a los invasores, pues la mayoría de los 400 muertos que tuvieron había caído bajo la metralla irlandesa .

Otro fue la famosa batalla de la Angostura, el 22 de febrero de 1847. 

El grupo recibió la asignación de una batería con tres cañones de 16 libras, los más grandes de que disponía el Ejército Mexicano.

Ocuparon la parte alta del terreno en un flanco desde donde se podía tirar con mayor facilidad sobre el enemigo. 

En el fragor de la batalla capturaron dos cañones de seis libras del ejército enemigo.

Su entrega en batalla produjo que el 5 de abril se oficializara, por propuesta del diputado Eligio Ancona, el ingreso oficial de irlandeses en la defensa mexicana.

Mirando hacia Chapultepec: El 20 de agosto se presagiaba una terrible tormenta. 

Acorralado en Churubusco por las fuerzas enemigas, que venían de una acción exitosa en Padierna, el Ejército Mexicano, comandado por los generales Manuel Rincón y Pedro María Anaya, mostró una valentía inusitada en la defensa del baluarte al sur de la ciudad.

Tras algunas horas de combate, las fuerzas mexicanas se quedaron sin municiones y una bomba provocó una explosión en la reserva de pólvora que los dejó sin posibilidades de seguir defendiéndose; 

a pesar de lo cual y una vez que se izó una bandera blanca en señal de rendición, el capitán Patrick Dalton la abatió para seguir resistiendo, pero ya era inútil, el convento quedó en silencio.

Por otra parte, la falta de apoyo por parte de Santa Anna, quien se había retirado hacia Guadalupe Hidalgo, redundó en la derrota, que condujo al confinamiento como prisioneros de guerra de los miembros del Batallón.

Cuando el general Twiggs entró al patio del convento, exigiendo a los soldados mexicanos que entregaran las armas, la pólvora y el parque, el General Anaya se le enfrentó, diciendo: 

"Si hubiera parque, no estaría usted aquí."

Los miembros del Batallón de San Patricio capturados por el ejército estadounidense sufrieron muy duras represalias; habían sido responsables de algunos de los más duros combates (y que causaron más bajas) a los que los estadounidenses se enfrentaron. 

Los que formaban parte del ejército estadounidense antes de la declaración de guerra oficial (el capitán Riley entre ellos) fueron azotados y marcados con hierro candente en la cara, con la letra "D" de desertores, y sentenciados a trabajos forzados.

Los que entraron en el ejército mexicano tras la declaración de guerra, fueron ahorcados en masa como traidores, viendo de frente el sitio de la Batalla de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847. 

Por orden del General Winfield Scott, fueron ejecutados precisamente en el momento en que la bandera de Estados Unidos reemplazó a la de México en lo alto de la ciudadela. 

Cuando la bandera alcanzó lo más alto del asta, se abrió la trampa del cadalso.

Llegó a 85 el número de cautivos de las compañías del San Patricio, quienes fueron encadenados en las prisiones establecidas con ese fin en San Ángel y Mixcoac. 

Se decidió someter a 75 de ellos a consejo de guerra: la mayoría fueron condenados a la horca, porque se consideró que no merecían el honor de morir fusilados. 

A unos pocos, entre ellos John Riley, les impusieron 50 azotes.

También los marcaron con la letra D, con un hierro candente, en la mejilla, cicatriz que evidenciaría su traición.

Los primeros 16 condenados fueron ahorcados en San Ángel el 10 de septiembre de 1847. 

La ejecución de los restantes 30 sucedió el día 13. Sucumbieron en la horca en un camino desde donde se podía observar a la distancia el Castillo de Chapultepec.

El coronel enemigo William Selby Harney, irónicamente de ascendencia irlandesa estuvo a cargo de hacer cumplir la sentencia. Decidió coordinar las ejecuciones con el asalto de su ejército al cerro de Chapultepec. 

Construyó un cadalso en una ligera elevación del terreno desde donde se veía claramente la fortaleza y colocó a los prisioneros sobre unas carretas, con la soga al cuello y con la cara hacia donde se libraba la batalla.

Esperó hasta que todos pudieran percatarse de que en el castillo era arriada la bandera mexicana en señal de derrota, y en su lugar se izaba la de las barras y las estrellas. Con su espada dio una orden y las carretas dejaron en vilo a los sentenciados.

Los restos del batallón fueron comisionados para sofocar algunos levantamientos aislados después de firmada la paz con los Estados Unidos.

Los que sobrevivieron a la guerra desaparecieron de la historia. Unos pocos pudieron reclamar las tierras prometidas por el gobierno mexicano. 


John Riley murió a finales de agosto de 1850, y fue enterrado en Veracruz el 31 de agosto de ese año, con el nombre de Juan Reley, el mismo con el que se hallaba inscrito en los archivos del Ejército Mexicano. 

Ese mismo año el Ejército mexicano tomó la decisión de desbandar el Batallón.[14]

Para conmemorar la ayuda de los Irlandeses en el Ejército, la calle frente al convento de San Diego Churubusco se llamó Mártires Irlandeses

El Batallón de San Patricio es conmemorado en dos diferentes días en México; el primero el 12 de Septiembre, el aniversario de las primeras ejecuciones, y el otro el 17 de marzo, día de San Patricio. 

Hay un monumento dedicado a ellos, con la inscripción:

En memoria del Capitán John Riley de Clifden, Fundador y Líder del Batallón de San Patricio, y de los hombres bajo su mando que dieron sus vidas por México durante la Guerra EE.UU.-Mexico de 1846-1848.[15]



La traición del general Juan Álvarez

Después de la batalla de Churubusco hubo una tregua y ambos contendientes nombraron sus comisionados para concertar la paz. 

Los mexicanos estaban resueltos a consentir en la cesión de Texas, origen de la guerra, pero como los estadounidenses pretendiesen además Nuevo México, California, y hasta parte de Sonora, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, no pudieron consentir ya tanto y se rompieron las negociaciones.

Debido a esto Santa Anna preparó una serie de fortificaciones alrededor de México, en tanto que ordenó al general Juan Álvarez que, con la caballería, atacara al enemigo por la retaguardia. 

Scott atacó primero Casa Mata y el Molino del Rey de donde fue rechazado con grandes pérdidas, y el ejército mexicano hubiera ganado la partida si hubiera atacado la caballería de Álvarez pero permaneció inactivo, y no sólo eso, sino que impidió que el Cura D. Juan Germán prosiguiera con sus hombres a prestar auxilio a la capital.[16]


El Brindis del Desierto de los Leones

Y no solo los liberales se empeñaban en no combatir, sino que –traición más abominable- se afanaban por incorporar a México a los Estados Unidos. 

Prueba palmaria de este aserto es el famoso “brindis del Desierto de los Leones” en el día de campo organizado por el H. (?) Ayuntamiento de México, en el que el alcalde Suárez Iriarte, Lerdo de Tejada y otros, alzaron la copa celebrando los triunfos de las armas estadounidenses y pidiendo la soñada anexión.

En efecto, el historiador Luis Reed Torres relata lo ocurrido el 30 de enero de 1848:

Francisco Suárez Iriarte, liberal jacobino que había sido ministro de Valentín Gómez Farías, fungía como alcalde de la ciudad de México a fines de 1847 

–en plena ocupación estadunidense-, y el Ayuntamiento por él presidido –e integrado por personajes liberales de la talla de Agustín Jáuregui, Manuel García Rejón, Miguel Lerdo de Tejada y otros- 

tuvo a bien ofrecer al general Winfield Scott y a su Estado Mayor un banquete que se sirvió en el tranquilo Desierto de los Leones, en las afueras de la capital, y que quedó de marco a Suárez Iriarte y compañía para ensalzar el triunfo de los Estados Unidos sobre México.

Regias viandas y delicados vinos corrieron al parejo de los brindis, que iban desde entonar encendidas loas al pueblo estadunidense hasta demandar que Scott se convirtiera en dictador de México al frente de 15 mil soldados.


Honorables estadounidenses ante al despojo del
territorio mexicano

Abraham Lincoln (1809-1865). En 1847 fue electo diputado federal y se pronunció en contra de la guerra contra México que significó la anexión de Nuevo México, Arizona y California. 

Luego apoyó el Wilmot Proviso, que prohibía la esclavitud en los territorios ganados de México.

Henry David Thoreau (1817-1862) fue naturalista, agrimensor, maestro de escuela y fabricante de lápices; 

hoy se le considera uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense, profeta de la ecología y de la ética ambiental y padre de la desobediencia civil.

En efecto, en 1846 Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue condenado a prisión durante unos días. 

De este hecho nació su tratado La desobediencia civil.

Veáse mi estudio sobre "Henry David Thoreau (1817-1862): Padre de la desobediencia civil", en:
http://www.bernardolopezrios.blogspot.mx/2013/07/henry-david-thoreau-1817-1862-padre-de.html

William Jay (1789-1858), viril defensor de los derechos violados de la nación mexicana y acre censor de los gobiernos de su Patria por haber fraguado la maquinación que derivó finalmente en la mutilación del territorio mexicano

Abiel A Livermore (1811-1892), irreductible en su posición pacifista y en su condena absoluta por la forma en que México fue brutalmente despojado.

Nicholas P. Trist (1800-1874), comisionado en jefe estadounidense encargado de negociar con México el Tratado por el cual perderíamos enormes cantidades de territorio, pero que en lo más íntimo de su alma y de su corazón se condolía sinceramente de las desventuras de México.

Trist, que veía con horror a los liberales “puros”, se percataba claramente de que la oposición de éstos a la paz y su propósito de continuar la guerra obedecía al nada disimulado objetivo de lograr una rápida y completa absorción yanqui. 

Por eso comunicó al Departamento de Estado que en México “no había un partido de la guerra a todo trance... sino un partido netamente anexionista que estaba decidido a obtener la incorporación a los Estados Unidos a cualquier precio...”

Se elevó a tal grado la profunda tristeza y desagradable excitación que embargaron a Trist, que cuando llegó la hora de firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (2 de febrero de 1848) 

con los comisionados mexicanos Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis Gonzaga Cuevas, hombres patriotas los tres que tuvieron que apurar hasta las heces la copa de hiel, se vio precisado a realizar un esfuerzo extra de equilibrio espiritual y hasta físico para concluir el acto que ponía a su país en posesión de los dilatados territorios del norte mexicano.

"Si aquellos mexicanos hubieran podido ver dentro de mi corazón en ese momento, se hubieran dado cuenta de la vergüenza que yo sentía como norteamericano era mucho más fuerte que la de ellos como mexicanos. 

"Aunque yo no lo podía decir ahí, era algo de lo que cualquier norteamericano debía avergonzarse. Yo estaba avergonzado de ello... cordial e intensamente avergonzado de ello. 

"Ese había sido mi sentir en todas nuestras conferencias y en especial en los momentos en que me veía obligado a insistir en cosas que suscitaban en ellos particular aversión.

"Si mi conducta en tales momentos hubiera sido gobernada por mi conciencia como hombre y mi sentido de justicia como norteamericano en lo individual, hubiera cedido en todos los casos. 

"Nada impedía que así lo hiciera sino la convicción de que un Tratado así no tendría posibilidad de ser aceptado por nuestro gobierno. 

"Mi objetivo de principio a fin no era lograr todo lo que pudiera; por el contrario, era hacer el tratado lo menos oneroso posible para México hasta donde fuera compatible con su aceptación en Washington.

"En esto fui guiado por dos consideraciones: una, la inequidad de la guerra, pues era un abuso de poder por nuestra parte; la otra fue que mientras más oneroso fuera el Tratado para México, mayor sería la oposición al mismo en el Congreso mexicano por el partido que se había jactado de su habilidad para frustrar cualquier instrumento de paz.[17]

En esa guerra, México perdió Texas, California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y parte de Oklahoma para un total de casi dos millones quinientos mil kilómetros cuadrados de territorio, es decir el 55% de lo que originalmente poseíamos.

El Tratado McLane-Ocampo

El gobierno de Zuloaga había sido reconocido por todas las potencias, inclusive por el de Estados Unidos que tenía esperanzas en obtener lo que ya les había prometido Comonfort: 

la cesión de una parte muy considerable del territorio nacional y el paso a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec. 

Como John Forsyth, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos recibió una rotunda negativa de Zuloaga para aceptar estas vergonzosas proposiciones, se apartó del gobierno de Zuloaga y se dirigió al de Juárez. 

Forsyth llegó al extremo de tener en su propia casa a los jefes de la revolución juarista para que conspiraran a mansalva.

Francisco Bulnes (notable polemista liberal y autor de los famosos libros: “El verdadero Juárez y la verdad sobre la Intervención y el Imperio” y “Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma”; 

la publicación de estas obras entre 1904 y 1905 causó un gran revuelo a nivel nacional) señala que:

si las proposiciones de los Estados Unidos hechas por Forsyth hubieran sido aceptadas por el gobierno conservador, “la marina de guerra americana hubiera arrojado a Juárez de Veracruz, el efecto de los 25 millones hubiera sido dar el triunfo a la reacción y el Presidente Buchanan hubiera dado todo su apoyo material y moral a Miramón. 

"Los reaccionarios sacrificaron sus intereses de partido a su aversión por vender territorio a los Estados Unidos”.[18]

En contraste, Juárez estaba dispuesto a vender a su propio país con el fin de conseguir el reconocimiento de su gobierno por los Estados Unidos, junto con la ayuda económica de todo género que esto implicaba. 

En efecto, el memorándum preliminar para la discusión del tratado señala claramente que el Gobierno Constitucional consentirá en traspasar la soberanía sobre dicho territorio (Baja California) a los Estados Unidos… 

los mismos Estados Unidos gozarán de un derecho de vía perpetuo a través del Istmo de Tehuantepec, entre otras concesiones. 

El 14 de diciembre de 1859 el gobierno juarista firmó el Tratado McLane-Ocampo, por el cual Juárez se comprometió a conceder a los Estados Unidos: 

el derecho perpetuo de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, con la posibilidad de ser vigilado por tropas estadounidenses en defecto de las mexicanas; 

el derecho de paso a las tropas estadounidenses a través de territorio mexicano para proteger las vidas y hacienda de sus ciudadanos y aun por cualesquiera otras causas; 

indemnización por los gastos erogados por los Estados Unidos a consecuencia de su intervención militar, aun con entrega de territorio. 

Por su parte, México tendría derecho a solicitar la intervención armada de los Estados Unidos cuando peligrara el gobierno de los liberales.[19]

El Tratado McLane-Ocampo no logró obtener la ratificación del Senado de los Estados Unidos, porque los senadores del Norte consideraban la adquisición de nuevos territorios de México como una pretendida expansión de tierras esclavistas. 

La Carolina del Sur se apartó de la Unión el 20 de diciembre de 1860, y pronto la siguieron otros Estados del Sur, y con eso estaba ya a punto de estallar nuestra Guerra Civil; 

sin embargo, Juárez había logrado el reconocimiento de su gobierno de parte del Presidente Buchanan, y eso era lo que importaba.[20]

El Senado yanqui rechazó finalmente el tratado, en parte por la incansable actividad de don Gregorio Barandiarán, agente conservador que multiplicó hábilmente sus relaciones personales con gente influyente en Washington... 

Agregaba Barandiarán que tras decir a Mason (Senador y Presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores) que... Juárez estaba enteramente imposibilitado para ejecutar semejante pacto, puesto que la misma Constitución de 1857 que aquél decía defender, se lo prohibía.[21]


Origen de la idea de apoderarse del territorio nacional

En 1847 Juárez se inició como aprendiz en la logia masónica Independencia número 2.  Desde el principio de su vida pública, Juárez se había unido al grupo político de sus maestros en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca: los liberales. 

La mayoría de ellos eran masones de las logias yorkinas establecidas en México por Joel Roberts Poinsett (1779-1851). 

Poinsett era un agente del imperialismo yanqui en México que apoyó con entusiasmo la Doctrina Monroe y organizó en México a las logias masónicas yorkinas. 

Ya desde 1812 estaba en la Nueva España como agente secreto de la poderosa nación vecina para procurar insurreccionar al país, de manera que el movimiento insurgente favoreciera los planes de extensión territorial que ya por entonces abrigaba su gobierno 

(Francisco Azcárate reveló que Monroe, por conducto de Poinsett, pretendía que México cediera a Estados Unidos parte de su territorio).

Poinsett propuso a Agustín de Iturbide la anexión a los Estados Unidos de la parte norte de México y el establecimiento de una República Federal (contraria al Plan de Iguala y semejante a la estadounidense), pero el Emperador Iturbide rechazó dignamente estas traidoras proposiciones. 

Desde entonces Poinsett comenzó a calumniar a Iturbide y a intrigar con todos los políticos descontentos, persuadiéndolos de que lo que México necesitaba era la República Federal; 

Poinsett y otros liberales como Ramos Arizpe, Michelena, etc., serían los responsables de la caída del Imperio de Iturbide. 

“La tendencia mexicanista de Iturbide - afirma Vasconcelos - era sincera. 

Del otro lado, en el liberalismo, se movía la influencia extranjera”. En 1825 el presidente Adams envió a Poinsett a México como ministro plenipotenciario, comisionado para gestionar la compra de Texas en cinco millones de dólares, pero no lo logró; 

años más tarde los agentes de la anexión de Texas a Estados Unidos encontraron en Poinsett un amigo proclive a esta maniobra.


El sitio de Veracruz

A principios de 1860 Miramón sitió a Veracruz para impedir que Juárez siguiera legislando desde ahí bajo la égida estadounidense.

Cuando Juárez supo que los buques de Miramón iban a bloquear Veracruz, lanzó una circular declarando piratas a los buques el 25 de febrero de 1860. 

Asimismo se puso en comunicación con Mister Twyman, cónsul estadounidense en Veracruz, y por su medio con el Capitán Turner, encargado de la flota estadounidense, la cual se hallaba entonces en la bahía de Veracruz. 

Como resultado de ello, tres buques de guerra estadounidenses, el Saratoga, el Wave y el Indianola, llevando izada la bandera de los Estados Unidos, atacaron en aguas de México y pusieron fuera de combate a los buques mexicanos de guerra (6 de marzo de 1860) y éstos, con su cargamento de armas para Miramón, fueron enviados a Nueva Orleáns, acusados de piratería. 

Allí las autoridades estadounidenses rechazaron la acusación de piratería y censuraron a Turner por su acción; pero ya Juárez se había salido con la suya, y Miramón, a consecuencia de esa intromisión injustificada de los buques estadounidenses, tuvo que levantar el sitio de la plaza.

Juárez, sin embargo, había invocado el poder del extranjero y sangre de mexicanos había sido derramada por tropas extranjeras, de donde se ha deducido y concedido generalmente que Juárez traicionó a su patria y violó su independencia a manos de un enemigo benévolo para con él... 

La intervención extranjera en los asuntos de México, era un hecho y Juárez la había provocado.

Cuando Miramón comenzó el sitio de Veracruz, prácticamente todo el país estaba en manos de los conservadores, menos Morelia y Veracruz; pero con la intervención de Turner, injustificable en Derecho Internacional, el aspecto de las cosas cambió radicalmente. 

Perdidos sus buques, Miramón vio imposible la captura de Veracruz, mientras que los juaristas, apoyados moral y económicamente por los Estados Unidos y reforzados con hombres y armas estadounidenses, salieron de sus escondites y renovaron sus ataques por todo el interior.[22]

Véase mi estudio sobre "El mito de Benito Juárez en México", en:

http://www.bernardolopezrios.blogspot.mx/2013/07/800x600-normal-0-21-false-false-false.html

Seis Principios de la Noviolencia
(Luther King)

1. La Noviolencia activa es una forma de vida destinada a personas valientes. Es una activa resistencia noviolenta contra el mal. Es activa espiritual, mental y emocionalmente. 

Busca siempre persuadir al oponente de la verdad de la causa. Es solamente pasiva en su no agresión ante el enemigo.  Constituye una verdadera resistencia.

2. La resistencia noviolenta no busca vencer o humillar al adversario, sino ganar su amistad y su comprensión. El resultado final de la noviolencia es la redención, la reconciliación. El propósito de la noviolencia es la creación de una comunidad de amor.

3. La noviolencia busca derrotar a la injusticia y no a la persona. La noviolencia reconoce que aquellos que hacen el mal también son víctimas. El resistente noviolento busca derrotar al mal y no a la persona.

4. La Noviolencia activa sostiene que el sufrimiento puede educar y transformar a personas y comunidades. La noviolencia acepta el sufrimiento sin rencor. La noviolencia acepta la violencia, si es necesaria, pero nunca la inicia. 

La noviolencia acepta voluntariamente las consecuencias de sus actos. El sufrimiento sin causa es redentor y tiene grandes posibilidades de educar y transformar. El sufrimiento tiene el poder de convertir al enemigo cuando la razón falla.

5. La noviolencia escoge el amor en lugar del odio.  La resistencia noviolenta no busca solo evitar utilizar la violencia física o exterior. 

Ella implica también a nuestro ser interior. La resistencia consiste en rechazar el odio y vivir los principios fundamentados en el amor. 

La noviolencia resiste la violencia del espíritu y la del cuerpo. El amor noviolento es espontáneo, no es interesado ni egoísta, y es creativo. 

El amor noviolento da todo voluntariamente sabiendo que a cambio puede recibir hostilidad. El amor noviolento es activo y no pasivo. 

El amor noviolento tiene una habilidad infinita para perdonar y así restaurar la comunidad. El amor noviolento nunca llega a hundirse hasta el nivel del que odia. 

Amando al enemigo es como demostramos el amor hacia nosotros mismos. El amor restaura a la comunidad y hace resistir las injusticias. La no violencia reconoce que todas las etapas y sucesos de la vida están interrelacionados.

6. Y en fin,  el principio de Noviolencia se fundamenta sobre la convicción de que el Universo está del lado de la justicia. 

El resistente noviolento tiene una profunda fe en que la justicia tarde o temprano triunfará. La noviolencia cree que Dios es un Dios de justicia.
http://www.veritasrwandaforum.org/dialeg/Principis_esp.pdf

Notas

[1] Cf. Renato Consuegra. Huntington y los mexicanos, sección “A vuelapluma”, Periódico La Crisis, 24 de marzo, México, 2004

[2] Sheen, Fulton J. Verdadero y falso patriotismo, en Modos y Verdades, editorial Azteca, México, 1983, pp. 105-106
[3] Cf. Bravo Ugarte, José. Historia de México, México I, Independencia, caracterización política e integración social, Tomo Tercero, JUS, México 1962
- Compendio de Historia de México, JUS, México, 1984, p.127

[4] Cf. Vasconcelos, José. Breve Historia de México, Colección Linterna Mágica, No. 30, editorial Trillas, México 1998

[5] Cf. Macías, S.J., José. Iturbide, el Oficial Realista, el Libertador, el Emperador, el Padre de la Patria, editorial tradición, México 1986

[6] Cf. Manuel Antonio Díaz Cid, Génesis y Doctrina de la Francmasonería, Ediciones de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, 1990, pp. 56-57
[7] Cf. Márquez Montiel, Joaquín. La Iglesia y el Estado en México, JUS, México, 1978, pp. 80-81
[8] Márquez Montiel, Joaquín. Apuntes de Historia Genética Mexicana, JUS, México 1950, p. 79
[9] Ibid., pp. 89-90
[10] González Luna, Efraín. Los católicos y la política en México, Condición política de los católicos mexicanos, JUS,  México 1988, p. 38
[11] Cf. Cuevas, Mariano. Historia de la Nación Mexicana, Porrúa, México, 1940, p. 248
[12] Cf. Sheen, Fulton J. Abraham Lincoln, en La vida merece vivirse (Quinta serie), Planeta, Barcelona, 1970, p. 242
[13] Cf. Márquez Montiel, Joaquín. Apuntes de Historia Genética Mexicana, JUS, México, 1950, p. 91

[14] Cf. Betancourt Cid, Carlos (Subdirector de Investigación Histórica del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México). Batallón de San Patricio: sus traidores.., nuestros héroes, Periódico Nuevo Excélsior, México, 17 de agosto del 2008

[15] Cf. Cox, Patricia. Batallón de San Patricio. San Jerónimo Editores México, 1999

[16] Cf. Márquez Montiel, Joaquín. Historia de México, Segundo Año, JUS, México, 1969, p. 128

[17] Cf. Sobarzo, Alejandro.  Deber y Conciencia, Nicholas Trist, el negociador norteamericano en la Guerra del 47, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 291
[18] Schlarman, Joseph H.L. México, Tierra de Volcanes, de Hernán Cortés a Miguel de la Madrid Hurtado, Porrúa, México 1993, p. 358
[19] Cf.  Márquez Montiel, Joaquín. Historia de México, segundo año, JUS, México 1969, p. 161
[20] Schlarman, op. cit., pp. 360-361
[21] Reed Torres, Luis. Al servicio del enemigo de México, La verdad sobre Benito Juárez y el Partido Liberal, México 2006, pp. 177-178
[22] Márquez Montiel, Apuntes de Historia Genética Mexicana,  pp. 362-363

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