lunes, 22 de julio de 2013

Apuntes de Historia de México (1492-1859)





Apuntes de Historia de México
(1492-1859)

Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica


Un mundo insospechado

El gran historiador Joseph H.L. Schlarman afirma que es un imperdonable anacronismo, imaginarse a los conquistadores castellanos como invasores de México. Ni como unidad política, ni social, ni religiosa, ni étnica, existía México.

Era un mosaico inmenso de pueblos de muy diverso nivel cultural que iba desde los salvajes perdidos en las selvas tropicales y los nómadas de las áridas estepas del Norte hasta los pueblos civilizados de las tierras templadas de Mesoamérica.

En cuanto a las lenguas, los iletrados aventureros que se lanzaron a la gran aventura dominadora, no sospecharon que su primera impresión de asombro no era nada en comparación de la que hubieran tenido de saber que el maravilloso país que iban descubriendo era una verdadera Babel, pues se hablaban entonces más de 200 lenguas diversas, divididas en multitud de dialectos.

Sólo la investigación contemporánea ha llegado a clasificar 162 de esas lenguas en seis grandes familias lingüísticas: Hokalazteca, Yutoazteca, Macromaya, Otomangue, Tarasca y Suave. Y existieron 39 más, por lo menos, que no han podido clasificarse.

Si para los conquistadores la abrupta y complicada orografía de México fue, quizá, el obstáculo más arduo que encontraron, para los evangelizadores que pronto los siguieron, este laberinto lingüístico fue más duro. 

En cambio, fue la división política, llevada entre muchas tribus del centro hasta el odio, lo que ayudó más bien a la conquista.

No hay pueblo en América que no guarde en sus tradiciones el recuerdo de largas peregrinaciones en busca de tierras prometidas o favorables donde establecerse: 

los mayas, los aztecas, los olmecas, los toltecas, etc., cruzaron largas distancias en busca de condiciones favorables para vivir.

Cultura tras cultura se sucedió invariablemente, como las mareas de los océanos, y una tribu salvaje llegaba y destruía a la anterior ya civilizada, civilizándose a su vez, para caer víctima de la siguiente invasión.

El imperio mexica, que toma forma con Moctezuma I y dura hasta la conquista española, es en cierto modo la síntesis del proceso evolutivo del territorio mexicano. 

Incluye elementos muy diversos heredados de sus varios y lejanos antecesores, y como todo organismo vivo, los combina con los provenientes de los pueblos contemporáneos que tiene subyugados.

Los indígenas se dedicaban a la guerra y los esclavos que no eran sacrificados se les destinaba a labrar la tierra o hacer de tameme o bestia de carga.

Fue hasta la llegad de los españoles que en América se conocieron los cereales planificables, la utilización de los grandes cuadrúpedos, del arado y de la rueda.

Los habitantes del Norte eran llamados chichimecas, en el sentido de salvajes. 

Su nomadismo constante e intermitente, su pobreza, su ferocidad, su falta o escasez de edificios de piedra, y su organización social y política rudimentaria o nula, justificaban la despectiva denominación. 

La civilización y la cultura de los del Sur, no pasaban en realidad de la alta barbarie.

A lo que parece, tres culturas alcanzaron a dominar, aunque imperfectamente, la escritura: la nahua, la maya, y la mixteco-zapoteca, pues sólo de ellas se conocen códices prehispánicos o monumentos con inscripciones.

La vida civil prehispánica

La característica fundamental de las tribus salvajes e independientes del Norte era la falta de organización social y política. Nota muy común era también la ferocidad y la pobreza. 

Todos, aun los reputados por nómadas, se reunían en rancherías y labraban algunos sembrados. Las chozas estaban dispersas en extensas regiones. Congregar las cabañas en pueblos trazados a la europea, fue un problema para los civilizadores.

Con frecuencia hacían incursiones bélicas y depredatorias en territorio ajeno. No había colaboración ni distribución en el trabajo, ni jefes que administraran la justicia y el fomento del bien común.

Las familias rehuían la cohabitación y se aislaban. Tan sólo para guerrear contra el enemigo común y para las fiestas de las tribus se congregaban. 

En la guerra mandaba el más valiente; en las fiestas, el hechicero. Los trabajos familiares pesaban sobre las mujeres; el hombre, peleaba y cazaba. 

Siempre hambrientos y desnudos, se robaban unos a otros cuanto podían.

Desidiosos para la agricultura, para las artes y para todo lo que significaba intereses particulares, preferían la libertad y el desahogo del instinto: la embriaguez, la lujuria  y el robo. 

Había, sin embargo, tribus entre las llamadas salvajes, de más alta calidad moral en ciertos sentidos que las relativamente civilizadas del Sur.

El extremo opuesto de los chichimecas eran los nahuas del Valle de México y los mayas de Yucatán. 

Éstos, a diferencia de los nómadas del Norte, construían pueblos grandes y bien concertados. Fabricaban casas de cal y canto, usaban el adobe y los techos de paja.

El aseo era muy tenido en cuenta entre los indígenas del Sur, que se bañaban frecuentemente.

La administración imperial variaba en los pueblos sojuzgados. Los que se habían dado la paz, conservaban su autonomía, pero pagaban tributos

Los que habían sido conquistados a viva fuerza, o bien conservaban su autonomía pagando tributos, o quedaban plenamente incorporados a Tenochtitlán con señores nombrados de entre los parientes del Rey mexica.

Parecida era la organización política de los mayas, aunque entre ellos sí subsistía claramente el totemismo, o sea, el fenómeno complejo de carácter social, jurídico y religioso, en virtud del cual los clanes eran considerados como descendientes de un animal, vegetal o astro, y sujetos a una legislación consuetudinaria o tabú.

La poligamia era habitual entre los nahuas, generalmente por razones económicas. 

Cinco, diez o más mujeres tenían algunos, y los principales hasta cien, de manera que los pobres apenas hallaban con quien casarse. La edad ordinaria del matrimonio eran los veinte años. 

Los padres de los novios trataban entre sí el matrimonio por medio de unas ancianas. Los mayas no acostumbraban la poligamia.

El arte prehispánico

Pesadez y tristeza eran los sentimientos que despertaba la música indígena. 

Los sones eran monótonos y estridentes, lo cual unido a la reiterada repetición de los estribillos de los cantos, debía tener efectos obsesivos y embotamiento de la sensibilidad para las sangrientas relaciones con sus dioses.

La escultura de los indígenas fue sobre todo una floración religiosa. Llama la atención la complejidad de las figuras, sobrecargadas de indumentaria, adornos, insignias y distintivos, entre los que se pierden los rasgos de rostros y cuerpos. 

En vez de belleza, se buscaba inspirar horror con la exaltación de la fealdad.

La vida religiosa prehispánica

Los indígenas del Norte, por regla general, no tenían ídolos ni adoración ninguna. Reconocían vagamente a un Ser Supremo “el que todo lo hace”, y lo consideraban como Dios principal sin que tuviera con ellos mucha relación. 

Algunas tribus tenían sus magos y creían en la vida futura. Aseguraban que había un lugar en los aires para recompensa de los buenos y castigo de los malos. Pero la mayor parte de los indígenas era de pocos alcances, y sólo pensaba en comer.

En cambio, para las tribus del Sur, la vida no era otra cosa sino la compleja actividad de su religión. 

La religión era su filosofía, su antropología y moral: explicaba el origen del mundo y del linaje humano; daba la razón de los fenómenos naturales; y normaba las relaciones de los hombres para con sus dioses y para consigo mismos.

Los dioses eran tan numerosos como los fenómenos naturales. Descollaban los dioses que regían los destinos de cada pueblo, y los que presidían el nacimiento de los hombres. No despertaban interés los reputados creadores del mundo y de los primeros hombres.

A pesar de admitir tantos dioses, tenían idea imperfecta de un Ser Supremo, absoluto e independiente, a quien confesaban deberle adoración, respeto y temor. No lo representaban en figura alguna, porque lo creían invisible, ni lo llamaban con otro nombre sino con el común de Dios, que en su lengua es Téotl. Pero la noticia y el culto de este Sumo Ser se obscureció entre ellos por la muchedumbre de númenes que inventó la superstición.

Profundizando sobre este punto en su estudio “Un acercamiento a Dios en el mundo náhuatl”, Laura Beatriz Suárez de la Torre afirma que:

La pluralidad de dioses no disminuyó la importancia de este principio generador, puesto que los distintos dioses eran considerados como diferentes advocaciones de Ometéotl.

Los nahuas pensaban que los difuntos se iban a la parte del Septentrión, y de allí las mujeres se dirigían a su casa, y los hombres a la suya en el Oriente. Los cadáveres eran ordinariamente incinerados, después de haber sido cuidadosamente lavados una o varias veces. 

Se les vestía con sus ornamentos e insignias respectivas, y cuando habían sido señores ilustres, se sacrificaba a sus mujeres y esclavos en la ceremonia de la incineración para que lo acompañaran.

Los sacrificios humanos

Se ejecutaban tendiendo a la víctima de espaldas sobre una gran piedra, y agujerando el pecho con un cuchillo de pedernal hasta llegarle al corazón, al que desgajaban después todavía palpitante. 

Cinco sacerdotes sostenían la víctima por los brazos, pies y cabeza. A veces solía preceder una lucha del condenado a muerte con varios guerreros mejor armados que él. Peleaba atado de un pie o de la cintura. Irremisiblemente perdía papelea, e iba a morir al matadero junto con las demás víctimas. 

En otras ocasiones, antes de arrancarles el corazón a los perdidosos, se les arrojaba sobre un montón de brasas y se les dejaba quemarse un buen intervalo de tiempo.

Moctezuma

Moctezuma estaba dominado por sus supersticiones. Cuando sus espías le refirieron que hombres barbados llegados de la región del sol naciente habían desembarcado en el río Grijalva, se persuadió de que Quetzalcóatl había regresado para tomar venganza. 

Trató entonces de aplacar la ira de los dioses con sacrificios humanos de más y más víctimas sobre sus altares empapados de sangre. El oponer resistencia era, para él, cosa del todo inútil.

La conquista

Cortés suprimió inmediatamente la bárbara costumbre de los sacrificios humanos y el canibalismo ritual que los seguía. 

Lo hizo empero por motivos de fe católica, y los misioneros enseñaron a los indígenas que todo ser humano tiene un alma inmortal; que Cristo derramó su sangre en la Cruz, para salvar esas almas; que los hombres no deben matar a sus semejantes como víctimas para sus dioses, y que no deben comer la carne de éstas, como lo habían hecho hasta entonces. Les enseñaron bondad y caridad.

La principal motivación de las acciones guerreras de Cortés la manifestó en sus proclamas del año 1524:

Exhorto y ruego a todos los españoles que en mi compañía fueren a esta guerra que al presente vamos, y a todas las otras guerras y conquistas que en nombre de su Majestad por mi mando hubieren de ir, que su principal motivo e intención sea apartar y desarraigar de las idolatrías a todos los naturales de estas partes y reducirlos, o a lo menos desear su salvación, y que sean reducidos al conocimiento de Dios y de su santa fe católica. 

Porque si con otra intención se hiciere la dicha guerra, sería injusta, y todo lo que en ella hubiese, obnoxio y obligado a restitución…

En su ruda mentalidad, la conquista era una especie de continuación de la guerra con los moros en España. 

Ante los templos de los indígenas que llamaron mezquitas, y ante los sacrificios humanos y sangre de inocentes, poco trabajo le costó a Cortés y a los demás conquistadores persuadirse de que aquello era una guerra santa, aunque reconocían y confesaban que ellos mismos no lo eran.

Los excesos que se cometieron en las conquistas no los puede justificar nadie. Los reprendieron los Sumos Pontífices de la época, y las leyes españolas de siempre. 

Por lo que hace a los eclesiásticos de entonces, todos ellos nacidos en España, con verdad se puede decir, que protestaron enérgicamente.

El historiador Ludwig von Pastor hace notar que “aunque los conquistadores españoles no pueden quedar libres del reproche de haber sido ásperos y crueles con los indígenas, sería sin embargo una injusticia el echar la culpa al Gobierno de España de los excesos cometidos, y el hablar de los abusos de aquella primera época, como de cosa típica de la administración española de las colonias.

“Por el contrario, ninguna nación europea ha demostrado tener tanta solicitud y cuidado del bienestar de las poblaciones indígenas como España. 

Al paso que, bajo el dominio de los ingleses, los indios de la América Septentrional fueron dejados en su salvajismo y aun se intentó arrojarlos lejos, o exterminarlos, en las posesiones de España en América se tenía por principio, desde tiempos de Isabel la Católica, que los indígenas habían de ser tratados como vasallos libres, con goce de los mismos derechos que los europeos”.

A pesar de varias incalificables acciones que perpetró en vida, es Cortés un hombre verdaderamente excepcional e ilustre, comparable a los primeros estrategas de la humanidad. 

Murió cristianamente en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547. Carlos V lo gratificó con el gobierno de 22 villas y 23,000 vasallos, y con el título de Capitán General y Marqués del Valle de Oaxaca.

La inmensa labor de curar las heridas causadas por la conquista armada, y de suavizar el choque de la cultura cristiana española con la cultura azteca, que se fundaba en el despotismo, en el sacrificio de víctimas humanas, en la poligamia y otros excesos, quedó toda a cargo de las tres Órdenes Religiosas mendicantes de la Iglesia: los franciscanos, los agustinos y los dominicos.

La organización de la Iglesia

En la época de consolidación fueron erigidos los Obispados de: Antequera, hoy Oaxaca (1535); Michoacán (1536); Chiapas (1539) y Guadalajara (1549). 

En 1546 el Papa Paulo III desmembró las iglesias de Nueva España de la Metropolitana de Sevilla, y erigió el Arzobispado de México como cabeza de las demás diócesis. 

De esta manera, 26 años después de la toma de Tenochtitlan, quedó establecida la jerarquía católica de la Nueva España.

Es de notar que las diócesis se crearon con su organización cabal, pues en todas ellas se erigían los edificios catedrales y los curiales, y se les asignaba su dotación. 

Centros de vida cristiana, de instrucción y de beneficencia social, tenían las diócesis un significado cultural e histórico. En el pueblo actuaban las diócesis directamente mediante las parroquias, que tenían casi siempre su hospital y muchas veces su escuela. 

Además las casas de los religiosos o conventos fueron puntos donde los indígenas encontraron elementos de enseñanza, artesanías artísticas y de servicio, artes y técnicas agrícolas. 

La obra así cumplida tuvo trascendencia social, económica, artística y moral en la conformación del nuevo pueblo.

Las escuelas

Los primeros en ser atendidos en su instrucción fueron los indígenas. Y así, la primera escuela del Continente fue la que abrió en 1524 Fray Pedro de Gante en su convento de San Francisco de México, a la que concurrían hasta mil alumnos y que no era solamente escuela de primeras letras, sino industrial y de bellas artes.

Casi todos los conventos de los religiosos misioneros –franciscanos, agustinos, dominicos y jesuitas- tenían anexas escuelas para los hijos de los indígenas. 

En la ciudad de México fue célebre la que con el nombre de “Colegio de San Gregorio” fundaron los jesuitas en 1586 y que sobrevivió a su expulsión en 1767.

La Virgen de Guadalupe

Gran trascendencia para la evangelización de los indígenas, tuvo diez años después de la conquista la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona muy especial de los indígenas cristianos. 

Según una constante y antigua tradición, varias veces se apareció Nuestra Señora a un indígena convertido llamado Juan Diego, en las cercanías de la ciudad de México, sobre la colina del Tepeyac.

La aparición de Santa María de Guadalupe figura entre los hechos históricos de su tiempo como firmemente documentado. 

La prueba documental de las apariciones guadalupanas se concentra en las informaciones oficiales de 1666, que recogen la tradición oral. Existen también documentos indígenas y españoles que se remontan hasta el hecho mismo.

El escrito llamado Nican Mopohua contiene el relato original y tradicional de las apariciones. 

Fue redactado en náhuatl en 1540, por el indígena noble don Antonio Valeriano, exalumno del Colegio Santa Cruz de Tlatelolco, cuyo maestro fue fray Bernardino de Sahún. Al morir Valeriano en 1605, el manuscrito pasó a don Fernando de Alva Ixtlixóchitl, quien lo cedió a su hijo don Juan de Alva y éste lo entregó al sabio don Carlos de Sigüenza y Góngora.

Una vez fallecido este gran científico, el documento fue guardado en el colegio jesuita de San Pedro y San Pablo. Expulsados los jesuitas (1767) fue llevado a la Real y Pontificia Universidad de México. 

Durante la invasión estadounidense en contra de México en 1847, fue sustraído de dicho archivo y trasladado a la Biblioteca del Departamento de Estado norteamericano en Washington, D.C., Estados Unidos.

Interpretación Indígena de la imagen de
Nuestra Señora de Guadalupe
 
Esta es una síntesis de algunos de los datos que nos ayudan a entender el significado que los indígenas le dieron a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.

Los pueblos mesoamericanos trasmitían la memoria de su historia de generación en generación por medio de poemas y cantos, que al ser trascritos mediante figuras y símbolos en papel amate o en pieles formaban los llamados códices. 

Los expertos coinciden en que la Virgen de Guadalupe quiso mostrarse a los antiguos pueblos indígenas con un atuendo lleno de símbolos (a manera de códice) que los habitantes de estas tierras pudieron entender fácilmente. 
 
Para que desde nuestra visión moderna podamos comprender la profundidad del mensaje contenido en la imagen Guadalupana es necesario conocer el significado básico de los símbolos presentes en la Santa Imagen según estas culturas indígenas.

Algunos elementos de descripción de la Imagen de la Virgen de Guadalupe

La estatura de la Virgen en el ayate es de 143 centímetros y representa a una joven cuya edad aproximada es de 18 a 20 años. 

Su rostro es moreno, ovalado y en actitud de profunda oración. Su semblante es dulce, fresco, amable, refleja amor y ternura, además de una gran fortaleza.

Sus manos están juntas en señal del recogimiento de la Virgen en profunda oración. La derecha es más blanca y estilizada, la izquierda es morena y más llena, podrían simbolizar la unión de dos razas distintas.

Lleva el cabello suelto, lo que entre los aztecas era señal de una mujer glorificada con un hijo en el vientre.

Está embarazada. Su gravidez se constata por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor prominencia vertical que trasversal, corresponde a un embarazo casi en su última etapa.
                                                    Descripción: http://www.basilicadeguadalupe.org.mx/images/flor-cuatro_petalos.jpg
La flor de cuatro pétalos o Nahui Ollin: es el símbolo principal en la imagen de la Virgen, es el máximo símbolo náhuatl y representa la presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo. 

En la imagen presenta a la Virgen de Guadalupe como la Madre de Dios y marca el lugar donde se encuentra Nuestro Señor Jesús en su vientre.

El Cinto marca el embarazo de la Virgen. Se localiza arriba del vientre. Cae en dos extremos trapezoidales, que en el mundo náhuatl representaban el fin de un ciclo y el nacimiento de una nueva era. 

En la imagen simboliza que con Jesucristo se inicia una nueva era tanto para el viejo como para el nuevo mundo.

La Virgen está rodeada de rayos dorados que le forman un halo luminoso o aura. 

El mensaje trasmitido es: ella es la Madre de la Luz, del Sol, del Niño Sol, del Dios verdadero, ella lo hace descender hacia el “centro de la luna” (México en náhuatl) para que allí nazca, alumbre y dé vida.

La Virgen de Guadalupe está de pie en medio de la luna, y no es casual que las raíces de la palabra México en náhuatl son “Metz-xic-co” que significan “en el centro de la luna”. 

También es símbolo de fecundidad, nacimiento, vida. Marca los ciclos de la fertilidad femenina y terrestre.

Un ángel está a los pies de la Guadalupana con ademán de quien acaba de volar. Las alas son como de águila, asimétricas y muy coloridas, los tonos son parecidos a los del pájaro mexicano tzinitzcan que Juan Diego oyó cantar anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Sus manos sostienen el extremo izquierdo de la túnica de la Virgen y el derecho del manto.

Datos significativos de la fecha de las apariciones de la Virgen de Guadalupe

Los indígenas eran hombres religiosos por excelencia, vivían atentos a la palabra de Dios, quien que les enviaba mensajes en el cielo y en la tierra. 

El 12 de diciembre de 1531, día de la estampación de la Virgen de Guadalupe en el ayate de Juan Diego, se reunieron en el cielo cuatro grandes símbolos para los indígenas

a) El renacimiento del sol: En ese día los indígenas pudieron observar un fenómeno que sólo se puede apreciar un día al año: el nacimiento del nuevo sol en el solsticio de invierno. El sol moribundo que vuelve a cobrar vigor significaba el retorno de la vida, el resurgimiento de la luz, un nuevo sol.

b) El regreso de Venus: El planeta Venus solamente cada ocho años retorna junto con el sol. Los indígenas lo interpretaban como el regreso de Quetzalcóatl, el Dios–hombre, representado por Venus. Su aparición marcaba el retorno de la luz, de la religión y de la cultura.

c) Conjunción Sol-Venus: Ésta da origen al símbolo de la plenitud, el Nahui Ollin. Tanto Venus-Quetzalcóatl como Sol-Tonatiuh eran símbolos de Dios. Al conjuntarse ambos en el cielo ese día, podía observarse una plenitud de simbolismos divinos.  

d) La aparición del cometa Halley: El día 12 de diciembre de 1531 el cometa Halley iba llegando a la cima del cielo (cenit).

Los idiomas indígenas

Los misioneros se toparon con la seria dificultad de las lenguas indígenas, y en los principios ni una palabra de lo que decían era comprendida por los indígenas. 

Por lo cual cada una de las Órdenes religiosas prestó su inmediata atención al estudio de las lenguas indígenas que se hablaban en su respectivo territorio misional. Por entonces se contaron cerca de 120 lenguas.

La necesidad imperiosa de conocer las lenguas indígenas, obligó a los religiosos a escribir las respectivas gramáticas: se han  calculado en más de 100 las publicadas hasta el año de 1580.

Los misioneros no trataron de españolizar a los indígenas, puesto que sólo pretendían su cristianización y su civilización; usaban la lengua del pueblo, como distinta de la de los conquistadores, y por este medio llegaron a ser muy amados de los indígenas, en cuyos idiomas compusieron libros y diccionarios relacionados con su trabajo misional.

Por ejemplo, entre 1524 y 1572 escribieron 66 libros en náhuatl o lenguas afines; 13 en tarasco, 5 en mixteco, 5 en zapoteca, 6 en otomí, y así otros.

Los jesuitas, llegados a México en 1572, trabajaron en las arduas misiones septentrionales. Baste recordar a los Padres Gonzalo de Tapia, S.J., y Hernando de Santarén, S.J., mártires (en sentido lato) y políglotas de nueve y once difíciles lenguas.

La imprenta

Al Obispo Juan de Zumárraga debemos la instalación de la imprenta en Nueva España, que tanto contribuyó al progreso social que requería la Colonia con urgencia. La solicitó en 1533.

La medicina y los hospitales

Los conocimientos médicos de los indígenas tenían una gran efectividad curativa. El Dr. Nicolás Monardes recibió en España información de las prácticas indígenas y las incluyó en su libro publicado en 1545. 

En la Nueva España, el Dr. Alonso López de Hinojosa, dio a la imprenta en 1585, su libro Suma y recopilación de cirugía

Obra importantísima porque concentraba los pocos conocimientos indígenas que lograron evadir la destrucción, es la obra, tan consultada actualmente, llamada Herbario, escrita por los alumnos y maestros de Santa Cruz de Tlatelolco, Badiano y de la Torre.

Los primeros hospitales que cuidaron la salud de los novohispanos, fueron instalados, como las escuelas, en los conventos de las tres primeras Órdenes que servían, además, de hospederías y asilos.

La Real y Pontificia Universidad de México

Fue la primera que se fundó en la América Continental. A sus primeras cátedras de Teología, Sagrada Escritura, Artes (Filosofía), Cánones, Derecho, Retórica y Gramática, se añadieron posteriormente las de Medicina (1579), Lenguas Indígenas (1580) y Lenguas Orientales (1762).

Hasta 1551 la Corona expidió la cédula de erección de la Universidad. El 3 de junio de 1553 fue abierta la matrícula a los estudiantes, y el 5 dieron comienzo las clases. La construcción del edificio terminó en 1631.

Ante el Virrey don Luis de Velasco, la Audiencia y un distinguido concurso de la ciudad de México, fue inaugurada solemnemente la universidad el día 25 de enero de 1553. 

La universidad fue el centro más distinguido de la vida intelectual de México.

El 7 de octubre de 1597 el Papa Clemente VIII añadió a la categoría real la pontificia. Es de notar que en 1792 se estableció la Real y Pontificia Universidad de Guadalajara.

La Catedral Metropolitana

La Catedral de México, empezada en 1563, y terminada completamente hasta 1813, constituyó sin género de duda el edificio más grandioso de América.

La liberación de 160,000 indígenas

José Vasconcelos, el “Maestro de América”, nos ilustra con su certero juicio histórico: Afortunados fueron los comienzos de la administración colonial. 

Después de Mendoza, otro gran gobernante llegó a México en la persona de don Luis de Velasco, de alto linaje castellano. 

En noviembre de 1551 tomó posesión de su cargo. Y su primer decreto fue para la liberación de los indios que, especialmente en las minas, eran tratados con extremada dureza. 

Con más energía que Mendoza se propuso Velasco llevar adelante las nuevas leyes. Se calcula que ciento sesenta mil indios quedaron libres a consecuencia de las primeras medidas adoptadas por el segundo virrey de Nueva España. 

Y a los que le censuraban, dedicó la célebre respuesta: “Más importa la libertad de los indios que todas las minas del mundo”.

Las islas Filipinas

El imperio español conquistó las islas Filipinas a partir de 1565. Su evangelización se llevó a cabo a partir de la Nueva España, pues no había modo más fácil de ir de España a Filipinas que a través de la Nueva España. 

Los agustinos llegaron en 1565, los franciscanos hasta 1577 y los jesuitas en 1581. No pocos de estos religiosos fueron mexicanos. 

En el siglo siguiente, en Nueva España se constituyó un capital llamado Fondo Piadoso de Filipinas, cuyas ganancias ayudaban a los gastos de evangelización de aquellas tierras. Este fondo lo confiscó el presidente Gómez Farías en 1833.

Hasta Alaska…

Los rusos se establecieron en territorios que España reputaba como suyos, situándose al Norte de las Californias. 

Enterada la Corte, ordenó al Virrey Bucareli que se exploraran esas regiones y se expulsara a los rusos por la fuerza, si era necesario.

Con tal objetivo y desde el año 1774 hasta el de 1792 se organizaron seis expediciones, que fueron tomando posesión de todas las costas hasta llegar a Alaska y levantando los planos correspondientes.

Los expedicionarios no encontraron dificultades en los rusos, sino en los ingleses, con los cuales tuvo España que celebrar un Tratado (1794) en el que reconocía que aun la costa de Nutra (Sur de Canadá) era de libre acceso a todas las potencias.

El Monte de Piedad

El conde de Regla, Pedro Romero de Terreros, fundó en 1770 el Monte de Piedad, para ayuda de los pobres, institución que subsiste hasta nuestros días.

Hambres y pestes

El retraso o escasez de las lluvias, frecuentemente; las plagas de gusanos, como en 1691; y las heladas, como en 1785, produjeron años de hambre. 

Esta, por su relativa periodicidad, la anota Humboldt como una de las principales causas del retrasado desarrollo general de nuestra población.

Las pestes, principalmente de viruelas y tifo, asolaron también con frecuencia la Nueva España.

Las de viruelas, introducidas según Bernal Díaz del castillo. Por un negro de la expedición de Narváez, ocurrieron sobre todo en 1520, en 1762, 1763 y en 1797; 

pero en este año se propagó la vacuna en el Obispado de Michoacán (por Fray Antonio de San Miguel) y en las inmediaciones de México, y se logró reducir la mortalidad del 14% entre los no vacunados al 2.5% de los que fueron inoculados; 

en la ciudad de Valladolid, de 6,800 individuos inoculados no murieron sino 170 (Humboldt).

El tifo, llamado matlazáhuatl por los indígenas, produjo enormes estragos en las 32 epidemias con que diezmó la población de la Nueva España. 

En la de 1735-1737, se dice que sus víctimas ascendieron proclamar Patrona del Reino a Nuestra Señora de Guadalupe y obtuvieron el feliz resultado de la cesación de la peste.

La masonería

Esta especie de hermandad nació en la época moderna, en el Londres protestante, en 1717. Pretendía mejorar la moral individual de sus miembros y practicar la filantropía. 

Tenía como norma el secreto y no hablar de sus asuntos ante extraños.

El Papa Clemente XII condenó estas sociedades por su carácter oculto y su tendencia al indiferentismo religioso que menoscababa la unidad de la Iglesia Católica, en 1738. 

En 1751, Benedicto XIV repitió la condena.

Los reyes de España Carlos III (1759-88) y Carlos IV dieron amplia entrada en la Península a la masonería y al liberalismo. 

Los ministros del primero, Aranda, Floridablanca y Campomanes, fueron masones y lograron el triple objetivo que en materia de religión se propusieron:

  1. La expulsión de los jesuitas
  2. La paralización del poder de la Inquisición, mientras no se podía suprimirla
  3. La sujeción de la Iglesia al Estado, extremando el Patronato y las regalías de la Corona
La masonería se divulgó en los países protestantes principalmente, pero en algún grado llegó a España y de allí a México. La introdujo en 1782 el francés Pedro Burdales, castigado con el destierro por la Inquisición.

Con el segundo conde de Revillagigedo arribaron varios franceses de diversas profesiones que se reunían periódicamente desde 1791. Juan Laussel, uno de ellos, cocinero de Revillagigedo, fue sentenciado por la Inquisición.

La masonería cobró un poderío extraordinario a mediados del siglo XIX.

En 1821 el depuesto virrey O’donojú ayudó al grupo existente entonces. Fueron enemigos de Iturbide, a quien ayudaron a derrocar.

Los masones se dividieron en dos grupos: los radicales que postulaban la república federal y fueron apoyados y orientados por el primer embajador yanqui, Joel R. Poinsett. 

Se llamaron los “yorkinos” porque se afiliaron a la logia de Nueva York. A los “escoceses”, la otra división, los orientaba don Nicolás Bravo.

En 1828 el Senado disolvió las logias porque atentaban contra la paz y la seguridad nacional. 

El Papa León XII prohibió que los católicos pertenecieran a la masonería con su Bula Quo Graviora del 13 de mayo de 1826. Pese al decreto del Senado, los masones siguieron trabajando.

De los escoceses saldría el Partido Conservador, de los yorquinos el Partido Liberal que a mediados de siglo se hace muy anticlerical, y aun anticatólico.

Los reyes borbones

En el siglo XVIII, los reyes de la Casa de Borbón, siguiendo el pensamiento centralizador francés, introdujeron profundos cambios en el régimen de la Nueva España. 

Procedieron con poder absoluto, sin respetar los trabajos que los príncipes de la dinastía austriaca se habían impuesto mediante las leyes. 

Todo vino a depender de la voluntad del Rey, y cuando en la península dominaron los validos o los ministros, todo provino de ellos.

De esta manera se infiltraron hasta la Nueva España las ideas y prácticas que, cubiertas con el brillo del bienestar material, corroyeron las entrañas de la Colonia y prepararon sus trastornos.

La familia francesa de los borbones subió al trono español tras la muerte de Carlos II de Habsburgo, que no tuvo descendencia. 

El borbón Luis XIV de Francia quería imponer en España a su nieto Felipe (bisnieto de Felipe V de España). El emperador Leopoldo I, jefe de la casa austriaca de los Habsburgo, deseaba el trono a favor de su hijo Carlos.

Para Francia, Inglaterra y Holanda, era inaceptable la reunión de los territorios austriaco y español. La unión de Francia y España bajo la dinastía borbona no convenía de ninguna manera a Inglaterra, Austria y Holanda. El problema no podía ser más peligroso.

En 1700, Carlos II decidió que su sucesor fuera Felipe. En 1701, Inglaterra, Holanda y Austria, se unieron para pelear contra Francia en una guerra que tuvo como escenario la Europa entera. 

La contienda concluyó con los tratados de Utrecht, firmados hasta 1714. Quedó Felipe V en España y se hizo un nuevo reparto de Europa.

Los borbones fueron tan tiranos y absolutistas, o más que los Habsburgo, y no se detuvieron en saquear cuanto pudieron las riquezas de la Colonia, principalmente Carlos III y Fernando VII.

La política se hizo cada vez más centralizada. Los borbones atacaron el estatus de la Iglesia y sus propiedades. 

Dictaron severas medidas contra las costumbres de la Iglesia, más o menos parecidas a las que dará don Benito Juárez en el siglo XIX, pero ante éstas, la Iglesia reaccionará airadamente porque don Benito se había autonombrado presidente a sí mismo –no había sido elegido por voluntad popular- y porque vulneraba los derechos de la Iglesia con esas medidas.

En 1717 el rey Felipe V prohibió la fundación de nuevos conventos en América. En 1734 estipuló que no ingresaran más novicios en ninguna Orden religiosa hasta 1744. 

En 1754 Fernando VI determinó que el Clero no interviniera en la redacción de testamentos. En 1767 Carlos III expulsó del reino, y posesiones, a la Compañía de Jesús.

El ejército

Hasta 1761 Nueva España careció de ejército. Época feliz similar a la de la Costa Rica actual. En determinados casos actuaban las milicias compuestas por ciudadanos comunes y corrientes (3,000 soldados, más paisanos que militares).

En la Nueva España, la Inquisición advirtió al Rey la entrada del liberalismo en 1769, indicando que sus principales introductores eran los cuerpos de tropa extranjeros que habían venido (1765 y 1768) a formar el Ejército novohispánico. 

Tropa –añadía- viciada en sus costumbres, muy infecta de sentimientos impíos y de semilla herética.

Uno de los mayores males acarreados de la vieja España a la Nueva, fue desde 1765 la institución del ejército en la forma francesa con que quedó instalado en México.

El convencimiento del gabinete de Madrid de que solo con un grande ejército se podían llevar a cabo las tiránicas e impopulares medidas para entonces resueltas, fue una de las causas de esta funesta innovación.

Los vecinos comenzaron a salir del hogar del ciudadano, a dejar de ser pueblo para ser soldados y a sentirse como pertenecientes a una clase distinta, privilegiada, superior, a cuyo arbitrio estaba la tranquilidad social, la instrucción política y la marcha administrativa.

La organización y el armamento dieron muy pronto al ejército la conciencia de su fuerza, y con ella la seguridad de su poder. 

Desde ese momento los destinos de la Colonia quedaron a merced del ejército, y los esfuerzos del pueblo por sacudir el yugo de la fuerza armada serían en lo sucesivo estériles.

La presencia del ejército se dejó sentir como la de un elemento perturbador. 

Abusaban de las armas y de la fuerza para cometer frecuentes y escandalosas faltas, y quedando generalmente impunes, cobrando con eso mayor ánimo y sintiéndose cada día más lejos del alcance de las leyes.

Malos como eran en tiempo de guerra esos soldados, resultaban peores en tiempos de paz, porque servían como de gancho para atraer paisanos y parientes suyos, con lo que se infectó México de extranjeros verdaderamente perniciosos. 

Con el ejército vino de nuevo la turbamulta de gente maleante, y esta vez no ya tan sólo en costumbres sino en ideas.

Durante la guerra de Independencia fue necesario a las actividades virreinales hacer subir la tropa a 85,000 hombres.

La expulsión de los jesuitas (1767)

La expulsión de los jesuitas fue el resultado de una campaña general de los elementos hostiles a la Iglesia (galicanos, enciclopedistas, masones…), quienes consideraban a la Compañía de Jesús como el principal baluarte que se debía derribar en la lucha contra el Pontificado. 

El inesperado decreto de Carlos III suprimió de un plumazo su actividad educativa y misional de casi dos siglos (fue el sistema educativo gratuito más extenso de la Colonia: escuelas, colegios y universidades). 

La obra educativa y civilizadora de los numerosísimos pueblos del Noroeste fue interrumpida.

Los jesuitas daban de comer a los indígenas y formaron a múltiples generaciones de mestizos y criollos (base de la nacionalidad mexicana).

Todavía no terminaba el amanecer, y la ciudad de México se encontraba ya “en la mayor consternación”. 

Las calles estaban ocupadas por los soldados, las iglesias permanecían cerradas, las campanas en silencio. La estimación que los novohispanos profesaban a los jesuitas era profunda, por su trabajo en los colegios, su predicación, su apostolado en el confesionario, el cuidado con que atendían el culto en sus iglesias, las obras de beneficencia a favor de los pobres, los encarcelados, los enfermos.

Los apresados capitalinos permanecieron recluidos en sus casas el 25 y el 26.salieron del actual Distrito Federal el 27 de junio. 

El ejército, con las espadas desenvainadas, ocupaba el trayecto que recorrían los jesuitas. Pese a ello, la multitud apenas dejaba espacio para que pasaran los carros que los conducían. 

Conforme pasaban los jesuitas, el pueblo “los bendecía como a Padres de los pobres, como maestros de la Doctrina Cristiana, como predicadores del Evangelio, como ministros incansables del Sacramento de la Penitencia, como verdaderos siervos y amigos de Dios”.

En la Villa de Guadalupe las personas “se arrojaban a los coches con gritos y con lágrimas”, hasta que la comitiva se perdió de vista. La conmoción experimentada en las diversas ciudades del interior fue análoga, según refieren diversos testimonios.

En Guadalajara, Zacatecas y Valladolid, los jesuitas fueron apresados “con extraordinaria severidad”. 

En San Luis de la Paz, pueblo fundado por la Compañía, los naturales, al conocer la orden real, “cercaron con furiosos alaridos todo el Colegio, y saltando las tapias de la huerta, se entraron hasta el patio…” para liberar a los padres. De Pátzcuaro tuvieron que salir los jesuitas “a media noche…” 

En Guanajuato “se amotinó el pueblo con tal furor” que obligó al ejército a retirarse

Los jesuitas mismos calmaron los ánimos y después se fueron. En San Luis Potosí, la gente impidió la salida de los desterrados durante el largo lapso de un mes, hasta que llegó el ejército y trasladó a los Padres a Veracruz.

La represión que llevó a cabo José de Gálvez, fue tan cruel y despiadada, pues su corazón estaba lleno de odio hacia los indígenas.

Por defender a los jesuitas, por poner un solo ejemplo, los sublevados en San Luis de la Paz recibieron sentencias terribles: entre otros Ana María Guatemala, viuda, Julián Martínez Serrano y Vicente Ferrer Ronjel, fueron ahorcados por decisión de Gálvez. 

Cortadas sus cabezas después, fueron expuestas hasta que se pudrieron. Sus casas fueron derribadas y sembrado el terreno de sal.

Morelos y los jesuitas

Don José María Morelos y Pavón dijo en cierta ocasión a don Carlos María Bustamante, uno de los miembros del Consejo de Chilpancingo:

Yo amo de corazón a los jesuitas, y aunque no estudié con ellos, entiendo que es de necesidad el reponerlos.

Y dicho y hecho, el Congreso de Chilpancingo decretó el 13 de diciembre de 1813 entre las bases para la futura Independencia:

“Se declara el restablecimiento de la Compañía de Jesús para proporcionar a la juventud americana la enseñanza cristiana de que carece en su mayor parte, y proveer de misioneros celosos a las Californias y demás Provincias de la frontera”.

Proclama Guadalupana de Morelos

“Don José María Morelos, Capitán General de los Exércitos Americanos y Vocal de la Suprema Junta Nacional Guvernativa del reyno…

“Por los singulares, especiales e innumerables favores que debemos a María SSma, en su milagrosa imagen de Guadalupe patrona, defensora y distinguida emperatriz de este reyno, estamos obligados a tributarle todo culto y veneración, manifestando nuestro reconocimiento, nuestra devoción y confianza, y viendo su protección en la actual guerra tan visible que nadie puede disputarla a nuestra nación, debe ser visiblemente honrada y reconocida por todo americano.

“Por tanto, mando que en todos los pueblos de este reyno, especialmente los del sud de esta América septentrional, se continúe la devoción de celebrar una Misa el día doce de cada mes en honra y gloria de la SSma. Virgen de Guadalupe, y en todos los pueblos donde no hubiere cofradía o devoto que exhiva la limosna, se sacará ésta de las caxas nacionales; y en las divisiones de nuestro Exército será obligación de los capellanes sin percepción de limosna, y en donde hubiera muchos capellanes, le tocará al que entrare de semana.

“En el mismo día doce de cada mes deberán los vecinos de los pueblos exponer la SSma. Imagen de Guadalupe en las puertas o balcones de sus casas sobre un lienzo decente, y cuando no tengan imagen colgarán el lienzo mientras la solicitan de donde las hay, añadiendo arder las luces que según sus facultades y ardiente devoción les proporcione. 

"Y por quanto no todos pueden manifestar de este modo, deverá todo generalmente de diez años arriba traer en el sombrero la cucarda de los colores nacionales, esto es, de azul y blanco, una divisa de listón, lienzo o papel, en que declara ser devoto de la SSma. Imagen de Guadalupe, soldado y defensor de su culto, y al mismo tiempo defensor de la Religión y su patria contra las naciones extranjeras que pretenden oprimir a la nuestra.

“Y para que esta disposición obligatoria tenga su debido cumplimiento, mando a todos los jefes militares y políticos, ruego y encargo a todos los prelados Eclesiásticos cuiden y velen con todas sus fuerzas, a fin de que  los súbditos logren tan santos fines, reservando declarar por indevoto y traidor a la nación al individuo que reconvenido por tercera vez, no usare la cucarda nacional o no diere culto a la SSma. Virgen, pudiendo. 

"Y para que llegue a noticia de todos y nadie alegue ignorancia, mando se  publique por bando en las provincias de Teipan, Oaxaca y siguientes del reyno”.

Dado en cuartel general de Ometepec a los once días de marzo de mil ochocientos trece.- José María Morelos. – Por mandato de su excelencia, José Lucas Marín.- Pro Secro.

El pensamiento insurgente

En la sociedad que deseaban los insurgentes buscarían el progreso de la nación, la justicia para todos, el empleo para los mexicanos y la justicia agraria. 

Su pensamiento político postulaba la independencia, la religión católica como la única tolerable, la soberanía popular, la igualdad ciudadana, el respeto a todos los derechos humanos y la división de los poderes en el gobierno.

El Acta de Independencia del 6 de noviembre de 1813 establecía que celebraría “Concordatos con el Sumo Pontífice” y que no reconocía “otra religión que la católica”, ni permitía ni toleraba el uso público ni secreto de otra alguna.

La Constitución de Apatzingán estableció también que la religión católica era la única que se debía profesar.

Los nobles sentimientos de la nación, de don José María Morelos, el 14 de septiembre de 1813, dicen: 

que México es independiente, que la religión católica es la única tolerada, 

que la soberanía dimana del pueblo, 

que los poderes se dividen en legislativo, ejecutivo y judicial, 

que se aumente el jornal del pobre, 

que la esclavitud se proscriba para siempre, 

que todos los ciudadanos son iguales, 

que se respete la propiedad, 

que se celebre el 12 de diciembre y se solemnice el 16 de septiembre en honor del gran héroe, el señor don Miguel Hidalgo.

Un  grave error en el  inicio de la guerra de Independencia

En este trascendental aspecto es nuevamente José Vasconcelos quien nos ilustra: 

“Se ha hablado mucho de que el ejemplo de la revolución norteamericana electrizó a los pueblos de América deseosos de emanciparse. 

"No cabe duda que los diversos agentes de la propaganda inglesa aprovecharon este ejemplo para desintegrar el mundo hispánico, pero a poco que se examine el movimiento americano, se le encuentran diferencias fundamentales con lo nuestro.

“En Estados Unidos nunca se dio al movimiento independiente el sentido de una guerra de castas. Para que Morelos, por ejemplo, fuese comparable a Washington, habría que suponer que Washington se hubiese puesto a reclutar negros y mulatos para matar ingleses. 

"Al contrario, Washington se desentendió de negros y mulatos y reclutó ingleses de América, norteamericanos que no cometieron la locura de ponerse a matar a sus propios hermanos, tíos, parientes, sólo porque habían nacido en Inglaterra.

“Todo lo contrario, cada personaje de la revolución norteamericana tenía a orgullo su ascendencia inglesa y buscaba un mejoramiento, un perfeccionamiento de lo inglés. 

"Tal debió ser el sentido de nuestra propia emancipación, convertir a la Nueva España en una España mejor que la de la península, pero con su sangre, con nuestra sangre. 

"Todo el desastre mexicano posterior se explica por la ciega, la criminal decisión que surge del seno de las chusmas de Hidalgo y se expresa en el grito suicida: mueran los gachupines

“Lo que nosotros debimos hacer es declarar que todos los españoles residentes en México debían ser tratados como mexicanos”

La consumación de la Independencia

Nueva España siguió cargando el pesado yugo que le imponía Fernando VII y la oligarquía, puesto que no pudo lograr su independencia. Ésta iba a venir por otro lado.

En 1820 el coronel Rafael Riego obligó a Fernando VII a restablecer la Constitución proclamada en Cádiz en 1812, para que reinara sujeto a ella y no de manera absoluta como lo hacía.

Esta revolución de Riego traía consigo medidas contra los privilegios del Clero, que no fueron bien vistas por los españoles y criollos católicos de Nueva España.

Encabezaba la oposición el canónigo oratoriano Matías de Monteagudo. Agustín de Iturbide asistió a las juntas que se celebraron en la Profesa para decidir el camino a seguir.

En el antiguo templo de los jesuitas, en “La Profesa”, ocupado a la sazón por los Padres del Oratorio, se llevaron a efecto unas reuniones muy nombradas en nuestra historia con el nombre de “Juntas de la Profesa”. 

El alma de dichas juntas era nada menos que el Padre Prepósito, Rector de la Universidad, hombre de vastísima erudición y de mucho prestigio entre los europeos. Su nombre todos lo conocían: Matías de Monteagudo.

En las juntas de La Profesa se deseaba la emancipación de México, pero hacía falta un hombre de audacia que llevara a tan feliz término ese acontecimiento, y el hombre se presentó: 

era Iturbide, quien, al decir de Navarro y Rodrigo, era “simpático a los europeos porque había combatido a su lado contra los insurrectos, no sospechoso a los hijos del país porque era mexicano valiente, y ejercía sobre los demás la fascinación de su valor”.

Recordemos que en 1810, al aproximarse Hidalgo a Valladolid, se retira con su padre a la capital y no acepta la faja de Teniente General que le ofrece el Cura de Dolores, a quien no se le escapan sus grandes cualidades de soldado. Iturbide rechaza el ofrecimiento al advertir con clarividencia que los métodos de Hidalgo para hacer la Independencia, basados en la destrucción y en el odio a los españoles, lo llevarían al fracaso.

Se puede decir que por haber prescindido de esta base importantísima de la unión, habían fracasado Hidalgo y los demás insurgentes.

El, personalmente, ama la Independencia; lo que no ama, por lo que no puede pasar, es por el atroz sistema que siguen los insurgentes y por su completo desorden. 

Por eso combate contra ellos, para después pensar en realizar la independencia sin derramamiento de sangre.

El alto clero, los españoles y criollos mineros y latifundistas, con Iturbide a la cabeza, proclamaron el Plan de Iguala o de las Tres Garantías

Religión católica, unión de los grupos sociales e independencia con monarquía constitucional de un rey proveniente de alguna casa reinante en Europa.

Iturbide ganó para su causa a los exjefes insurgentes, sus antiguos enemigos, por ejemplo Guerrero, Victoria, Bravo. 

Negoció con el virrey que llegaba, Juan de O’Donojú, y firmó el tratado de Córdoba que aceptaba el Plan de Iguala, el 24 de agosto de 1821.

Esta será la táctica del Libertador: no luchar, no imponerse por las armas, sino por la nobleza y la razón.

Iturbide planteó la Independencia y en una campaña de siete meses, casi en su totalidad incruenta, la realizó.

De ahí que la casi totalidad de sus triunfos deben atribuirse no a la fuerza de las armas, sino a la razón, al convencimiento, al tacto genial, con el que supo ganarse las voluntades de sus adversarios.

El ejército trigarante ocupó la ciudad de México el 27 de septiembre siguiente. Ya es hora de celebrar esta fecha.

La gran extensión del Imperio

A los buenos mexicanos contemporáneos de Iturbide los llenó de alegría y satisfacción el ver cómo se ensanchaban los límites territoriales del Imperio cuando se les informó de las nuevas y espontáneas adhesiones de provincias lejanas y de regiones que no dependían del Virreinato, como Guatemala y Centroamérica.

¿Cuál fue el motivo más fuerte que las movió a la unión con el Imperio que acababa de nacer?

No fue la protección que se busca del más poderoso, sino que deseaban vivir independientes bajo la égida de las Tres garantías del Plan de Iguala. 

Así lo declararon en sus actas de adhesión al Imperio.

De esa manera la bandera de las Tres Garantías comenzó a ondear desde Panamá por el sur, y por el norte sobre el vasto territorio que abarcaba una línea imaginaria desde la Alta California hasta el río Mississipi

Iturbide, la Bandera y el Himno Nacional

Si de la realización del Plan de Iguala iba a nacer una nueva Nación, libre y soberana, era necesario que esa nueva Patria estuviera encarnada en una bandera que la representara ante el mundo. 

Había que sustituir la antigua Bandera española por la nueva Bandera, que empezaría a ser Mexicana.

El Libertador pensó en eso, e ideó una bandera en cuyos colores vivieran plasmadas para siempre las tres bases o garantías que iban a ser la esencia de la nueva nacionalidad, expresadas clarísimamente en el Plan de Iguala.

En primer lugar la base espiritual: la Religión Católica (verde).  

En segundo lugar, la Unión (blanco) de todos los que habitaban el extenso territorio de la Nueva España: 

los descendientes de los antiguos pobladores indígenas, los nacidos de la unión de indígenas y españoles, o mestizos, los criollos de padres españoles, los españoles nacidos en España y por último una minoría de raza negra. 

En tercer lugar, la Independencia (rojo), el ideal final de toda la empresa.

Por tanto, también es tiempo de recuperar la entonación del Himno Nacional Mexicano incluyendo las estrofas merecidamente dedicadas a nuestro Libertador:

Si a la lid contra hueste enemiga
nos convoca la tropa guerrera,
de Iturbide la sacra bandera ¡mexicanos!
Valientes seguid:

Y a los fieros bridones le sirvan
las vencidas enseñas de alfombra;
los laureles del triunfo den sombra
a la frente del bravo adalid.

El Papa León XII
 
El 10 de febrero de 1825 había aparecido en la Gaceta de Madrid el Breve Pontificio Etsi iam diu (aun cuando ya hace tiempo), del Papa reinante León XII, dirigido al Episcopado Americano. 

En él manifestaba el Pontífice su acerbo dolor por la deplorable situación a que se habían visto reducidos tanto el Estado como la Iglesia en las naciones Hispanoamericanas debido a la rebelión de sus regímenes. 

Exhortaba por ello a los prelados a procurar por todos los medios posibles la estabilidad de la religión.

El Heroico Batallón de San Patricio

VIDEO (4 minutos):
https://www.youtube.com/watch?v=ITYqE06hZCE

A mediados de agosto de 1847, las milicias estadounidenses acechaban las goteras de la capital mexicana. 

Desde el 17 de ese mes, el Batallón de San Patricio, formado mayoritariamente por irlandeses, se encontraba acuartelado en la Ciudadela. Dos días después recibió la orden de defender el convento de Churubusco.

El día 20 se libró en ese sitio un enfrentamiento contra los invasores, en el que esa legión extranjera, que luchaba por la bandera mexicana, definió su destino.

La actuación de ese grupo militar en esa guerra es controversial: en México se les considera héroes, pues arriesgaron su vida defendiendo una patria que no era la suya, mostrando valentía y arrojo. 

Desde el punto de vista estadounidense han sido tomados como traidores por la deserción y la falta de lealtad a sus tropas.

La historia comenzó así: 

En diciembre de 1845, Texas se convirtió en una estrella más del pabellón de las barras blancas y rojas. Los conflictos por definir las líneas divisorias detonaron el enfrentamiento que desde antes se vislumbraba inevitable.

Para presionar a los mexicanos, en enero de 1846 el presidente estadounidense James R. Polk ordenó al general Zachary Taylor avanzar con sus tropas hasta las orillas del Río Grande, lejos del límite de las riberas del río Nueces, pactado anteriormente entre ambas naciones. 

El 26 de abril las tropas mexicanas atravesaron las márgenes del afluente, donde trabaron batalla con los invasores. El Congreso en Washington aprobó la declaración formal de las hostilidades el 12 del mes siguiente.

Iniciada la campaña, incluso antes, un gran número de deserciones asoló a las tropas de aquel país. En 1847, el general adjunto en Washington anunció recompensas para quien ayudara a la captura de más de mil evadidos. 

La calidad de inmigrantes y católicos de algunos reclutados incitó malos tratos por parte de los nacidos estadounidenses, provocando que los primeros engrosaran las filas mexicanas.

Pero también existían otras motivaciones para abandonar a las huestes ocupantes. El propio Antonio López de Santa Anna firmó comunicados que se repartieron entre los agresores. 

En ellos se decía que en México no existían distingos de raza, además de extender el ofrecimiento de terrenos cultivables para los soldados una vez terminada la guerra.

Es sabido que el ejército de México reclutaba activamente estadounidenses católicos y ofrecían importantes concesiones de tierras a quienes abandonaran el ejército de Estados Unidos en favor del de México.

Hacia abril de 1846, antes de la declaración formal de guerra, entre los desertores se encontraba un irlandés llamado John Riley (anteriormente teniente del Ejército de Estados Unidos), quien organizó una compañía con 48 de sus compatriotas. 

En agosto siguiente, en plena conflagración, ya contaba con 200 hombres. Había algunos mexicanos nacidos en Europa, inmigrantes europeos, como alemanes y polacos, además de un numeroso contingente de sus coterráneos. En su mayoría practicaban la religión católica.

Riley cambió la denominación del escuadrón, que era conocido como la Legión de Extranjeros, a la de Batallón de San Patricio, en homenaje al patrono de Irlanda, y adoptó una bandera de seda verde esmeralda que tenía la imagen del santo bordada en plata por un lado, con un trébol y un arpa en el otro.

Se cuenta que incluía la leyenda “Viva la República de México”.

Uno de los episodios donde se comienza a patentizar su fiereza fue la batalla entre el 21 y el 26 de septiembre de 1846 en Monterrey.

El Batallón San Patricio, que operaba junto a los escuadrones de artillería, propinó un duro golpe a los invasores, pues la mayoría de los 400 muertos que tuvieron había caído bajo la metralla irlandesa .

Otro fue la famosa batalla de la Angostura, el 22 de febrero de 1847. El grupo recibió la asignación de una batería con tres cañones de 16 libras, los más grandes de que disponía el Ejército Mexicano.

Ocuparon la parte alta del terreno en un flanco desde donde se podía tirar con mayor facilidad sobre el enemigo. En el fragor de la batalla capturaron dos cañones de seis libras del ejército enemigo.

Su entrega en batalla produjo que el 5 de abril se oficializara, por propuesta del diputado Eligio Ancona, el ingreso oficial de irlandeses en la defensa mexicana.

Mirando hacia Chapultepec: 

El 20 de agosto se presagiaba una terrible tormenta. Acorralado en Churubusco por las fuerzas enemigas, que venían de una acción exitosa en Padierna, el Ejército Mexicano, comandado por los generales Manuel Rincón y Pedro María Anaya, mostró una valentía inusitada en la defensa del baluarte al sur de la ciudad.

Tras algunas horas de combate, las fuerzas mexicanas se quedaron sin municiones y una bomba provocó una explosión en la reserva de pólvora que los dejó sin posibilidades de seguir defendiéndose; 

a pesar de lo cual y una vez que se izó una bandera blanca en señal de rendición, el capitán Patrick Dalton la abatió para seguir resistiendo, pero ya era inútil, el convento quedó en silencio.

Por otra parte, la falta de apoyo por parte de Santa Anna, quien se había retirado hacia Guadalupe Hidalgo, redundó en la derrota, que condujo al confinamiento como prisioneros de guerra de los miembros del Batallón.

Cuando el general Twiggs entró al patio del convento, exigiendo a los soldados mexicanos que entregaran las armas, la pólvora y el parque, el General Anaya se le enfrentó, diciendo: "Si hubiera parque, no estaría usted aquí."

Los miembros del Batallón de San Patricio capturados por el ejército estadounidense sufrieron muy duras represalias; habían sido responsables de algunos de los más duros combates (y que causaron más bajas) a los que los estadounidenses se enfrentaron. 

Los que formaban parte del ejército estadounidense antes de la declaración de guerra oficial (el capitán Riley entre ellos) fueron azotados y marcados con hierro candente en la cara, con la letra "D" de desertores, y sentenciados a trabajos forzados. 

Los que entraron en el ejército mexicano tras la declaración de guerra, fueron ahorcados en masa como traidores, viendo de frente el sitio de la Batalla de Chapultepec el 13 de septiembre de 1847. 

Por orden del General Winfield Scott, fueron ejecutados precisamente en el momento en que la bandera de Estados Unidos reemplazó a la de México en lo alto de la ciudadela. Cuando la bandera alcanzó lo más alto del asta, se abrió la trampa del cadalso.

Llegó a 85 el número de cautivos de las compañías del San Patricio, quienes fueron encadenados en las prisiones establecidas con ese fin en San Ángel y Mixcoac. 

Se decidió someter a 75 de ellos a consejo de guerra: la mayoría fueron condenados a la horca, porque se consideró que no merecían el honor de morir fusilados. A unos pocos, entre ellos John Riley, les impusieron 50 azotes.

También los marcaron con la letra D, con un hierro candente, en la mejilla, cicatriz que evidenciaría su traición.

Los primeros 16 condenados fueron ahorcados en San Ángel el 10 de septiembre de 1847. 

La ejecución de los restantes 30 sucedió el día 13. Sucumbieron en la horca en un camino desde donde se podía observar a la distancia el Castillo de Chapultepec.

El coronel enemigo William Selby Harney, irónicamente de ascendencia irlandesa estuvo a cargo de hacer cumplir la sentencia. Decidió coordinar las ejecuciones con el asalto de su ejército al cerro de Chapultepec. 

Construyó un cadalso en una ligera elevación del terreno desde donde se veía claramente la fortaleza y colocó a los prisioneros sobre unas carretas, con la soga al cuello y con la cara hacia donde se libraba la batalla.

Esperó hasta que todos pudieran percatarse de que en el castillo era arriada la bandera mexicana en señal de derrota, y en su lugar se izaba la de las barras y las estrellas. Con su espada dio una orden y las carretas dejaron en vilo a los sentenciados.

Los restos del batallón fueron comisionados para sofocar algunos levantamientos aislados después de firmada la paz con los EE.UU.

Los que sobrevivieron a la guerra desaparecieron de la historia. Unos pocos pudieron reclamar las tierras prometidas por el gobierno mexicano. 


John Riley murió a finales de agosto de 1850, y fue enterrado en Veracruz el 31 de agosto de ese año, con el nombre de Juan Reley, el mismo con el que se hallaba inscrito en los archivos del Ejército Mexicano. Ese mismo año el Ejército mexicano tomó la decisión de desbandar el Batallón.

Para conmemorar la ayuda de los Irlandeses en el Ejército, la calle frente al convento de San Diego Churubusco se llamó Mártires Irlandeses


El Batallón de San Patricio es conmemorado en dos diferentes días en México; el primero el 12 de Septiembre, el aniversario de las primeras ejecuciones, y el otro el 17 de marzo, día de San Patricio. Hay un monumento dedicado a ellos, con la inscripción:

En memoria del Capitán John Riley de Clifden, Fundador y Líder del Batallón de San Patricio, y de los hombres bajo su mando que dieron sus vidas por México durante la Guerra EE.UU - México de 1846-1848.


La traición del general Arista

El traidor, al principiar la guerra con los Estados Unidos, fue el general Mariano Arista, que dejó el paso libre al general Taylor por el Río Bravo, según lo había “profetizado” –en frase del gran historiador Mariano Cuevas- el español Atocha, agente de Farías cerca del Gabinete de Washington.

La traición del general Juan Álvarez

Después de la batalla de Churubusco hubo una tregua y ambos contendientes nombraron sus comisionados para concertar la paz. 

Los mexicanos estaban resueltos a consentir en la cesión de Texas, origen de la guerra, pero como los estadounidenses pretendiesen además Nuevo México, California, y hasta parte de Sonora, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas, no pudieron consentir ya tanto y se rompieron las negociaciones.

Debido a esto Santa Anna preparó una serie de fortificaciones alrededor de México, en tanto que ordenó al general Juan Álvarez que, con la caballería, atacara al enemigo por la retaguardia. 

Scott atacó primero Casa Mata y el Molino del Rey de donde fue rechazado con grandes pérdidas, y el ejército mexicano hubiera ganado la partida si hubiera atacado la caballería de Álvarez pero permaneció inactivo, y no sólo eso, sino que impidió que el Cura D. Juan Germán prosiguiera con sus hombres a prestar auxilio a la capital.


El Brindis del Desierto de los Leones


Y no solo los liberales se empeñaban en no combatir, sino que –traición más abominable- se afanaban por incorporar a México a los Estados Unidos. 

Prueba palmaria de este aserto es el famoso “brindis del Desierto de los Leones” en el día de campo organizado por el H. (?) Ayuntamiento de México, en el que el alcalde Suárez Iriarte, Lerdo de Tejada y otros, alzaron la copa celebrando los triunfos de las armas estadounidenses y pidiendo la soñada anexión.

En efecto, el historiador Luis Reed Torres relata lo ocurrido el 30 de enero de 1848:

Francisco Suárez Iriarte, liberal jacobino que había sido ministro de Valentín Gómez Farías, fungía como alcalde de la ciudad de México a fines de 1847 

–en plena ocupación estadounidense-, y el Ayuntamiento por él presidido –e integrado por personajes liberales de la talla de Agustín Jáuregui, Manuel García Rejón, Miguel Lerdo de Tejada y otros- 

tuvo a bien ofrecer al general Winfield Scott y a su Estado Mayor un banquete que se sirvió en el tranquilo Desierto de los Leones, en las afueras de la capital, y que quedó de marco a Suárez Iriarte y compañía para ensalzar el triunfo de los Estados Unidos sobre México.

Regias viandas y delicados vinos corrieron al parejo de los brindis, que iban desde entonar encendidas loas al pueblo estadounidense hasta demandar que Scott se convirtiera en dictador de México al frente de 15 mil soldados.

Honorables estadounidenses ante al despojo del
territorio mexicano

Abraham Lincoln (1809-1865). En 1847 fue electo diputado federal y se pronunció en contra de la guerra contra México que significó la anexión de Nuevo México, Arizona y California. Luego apoyó el Wilmot Proviso, que prohibía la esclavitud en los territorios ganados de México.

Henry David Thoreau (1817-1862) fue naturalista, agrimensor, maestro de escuela y fabricante de lápices; hoy se le considera uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense, profeta de la ecología y de la ética ambiental y padre de la desobediencia civil.

En efecto, en 1846 Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue condenado a prisión durante unos días. De este hecho nació su tratado La desobediencia civil.

Véase mi estudio sobre "Henry David Thoreau (1817-1862): Padre de la desobediencia civil", en:

William Jay (1789-1858), viril defensor de los derechos violados de la nación mexicana y acre censor de los gobiernos de su Patria por haber fraguado la maquinación que derivó finalmente en la mutilación del territorio mexicano

Abiel A Livermore (1811-1892), irreductible en su posición pacifista y en su condena absoluta por la forma en que México fue brutalmente despojado.

Nicholas P. Trist (1800-1874), comisionado en jefe estadounidense encargado de negociar con México el Tratado por el cual perderíamos enormes cantidades de territorio, pero que en lo más íntimo de su alma y de su corazón se condolía sinceramente de las desventuras de México.

Trist, que veía con horror a los liberales “puros”, se percataba claramente de que la oposición de éstos a la paz y su propósito de continuar la guerra obedecía al nada disimulado objetivo de lograr una rápida y completa absorción yanqui. 

Por eso comunicó al Departamento de Estado que en México “no había un partido de la guerra a todo trance... sino un partido netamente anexionista que estaba decidido a obtener la incorporación a los Estados Unidos a cualquier precio...”

Se elevó a tal grado la profunda tristeza y desagradable excitación que embargaron a Trist, que cuando llegó la hora de firmar el Tratado de Guadalupe-Hidalgo (2 de febrero de 1848) 

con los comisionados mexicanos Bernardo Couto, Miguel Atristáin y Luis Gonzaga Cuevas, hombres patriotas los tres que tuvieron que apurar hasta las heces la copa de hiel, se vio precisado a realizar un esfuerzo extra de equilibrio espiritual y hasta físico para concluir el acto que ponía a su país en posesión de los dilatados territorios del norte mexicano.

"Si aquellos mexicanos hubieran podido ver dentro de mi corazón en ese momento, se hubieran dado cuenta de la vergüenza que yo sentía como norteamericano era mucho más fuerte que la de ellos como mexicanos. 

"Aunque yo no lo podía decir ahí, era algo de lo que cualquier norteamericano debía avergonzarse. 

"Yo estaba avergonzado de ello... cordial e intensamente avergonzado de ello. Ese había sido mi sentir en todas nuestras conferencias y en especial en los momentos en que me veía obligado a insistir en cosas que suscitaban en ellos particular aversión.

"Si mi conducta en tales momentos hubiera sido gobernada por mi conciencia como hombre y mi sentido de justicia como norteamericano en lo individual, hubiera cedido en todos los casos. 

"Nada impedía que así lo hiciera sino la convicción de que un Tratado así no tendría posibilidad de ser aceptado por nuestro gobierno. 

"Mi objetivo de principio a fin no era lograr todo lo que pudiera; por el contrario, era hacer el tratado lo menos oneroso posible para México hasta donde fuera compatible con su aceptación en Washington.

"En esto fui guiado por dos consideraciones: una, la inequidad de la guerra, pues era un abuso de poder por nuestra parte; la otra fue que mientras más oneroso fuera el Tratado para México, mayor sería la oposición al mismo en el Congreso mexicano por el partido que se había jactado de su habilidad para frustrar cualquier instrumento de paz".

(Cf. Sobarzo, Alejandro.  Deber y ConcienciaNicholas Trist, el negociador norteamericano en la Guerra del 47, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 291)

En esa guerra, México perdió Texas, California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y parte de Oklahoma para un total de casi dos millones quinientos mil kilómetros cuadrados de territorio, es decir el 55% de lo que originalmente poseíamos.

Véase mi estudio intitulado: "Para la Integración de la Comunidad en México y en los Estados Unidos en el siglo XXI", en:

Benito Juárez era Guadalupano

Benito Juárez bautizó a una de sus hijas con el nombre de Guadalupe, quien lamentablemente falleció. 

Después, cuando salió de Oaxaca y más aún, cuando llegó a la presidencia de la República, Juárez  se volvió definitivamente anticlerical, pero no antiguadalupano; al contrario: 

en su decreto (1859) para establecer los días de fiesta que se celebrarían en el país, don Benito determinó que seguiría siendo día de fiesta nacional el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe.

Léase:
http://www.bernardolopezrios.blogspot.mx/2013/07/normal-0-21-false-false-false-es-mx-x.html

¿En dónde estudiaron nuestros personajes históricos?

Los héroes nacionales de México recibieron su educación en las escuelas católicas, como Hidalgo, Morelos, Matamoros, Sixto Verduzco, José María Cos, José Manuel Herrera, José María Luis Mora, Ramos Arizpe, todos ellos eran además eclesiásticos. 

Fueron ayudados e instruidos en los planteles católicos Gómez Farías, Juárez, Ocampo, Madero, etc.

Y gran gloria de la educación recibida por la Iglesia ha sido que a pesar de que algunos de sus alumnos se hayan llegado a descarriar y aun a convertirse en perseguidores de ella, han vuelto casi todos a descansar en sus maternales manos, como: 

Ignacio Vallarta, Jacinto Pallares, José María Iglesias, Juan A. Mateos, líder de los liberales, Guillermo Prieto, Francisco Bulnes, Amado Nervo, Porfirio Díaz, entre los más notables.

Bibliografía


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Cox, Patricia. Batallón de San Patricio. San Jerónimo Editores, México 1999


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