La
economía mundial al
servicio del hombre
servicio del hombre
Por Bernardo López Ríos *
*
Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa
Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II
y del Magisterio de la Iglesia Católica
Si yo amo a Dios, no
puedo permanecer tranquilo en mi confort. A la civilización ficticia del
confort levantada por el capitalismo, oponemos el ideal de una civilización del
servicio. L. J. Lebret, O.P.
Introducción
Curiosa coincidencia
el que el año de nacimiento de tres de los grandes economistas con sentido
humano en el siglo XX, haya sido el año de 1897: Ludwig Erhard, Manuel Gómez
Morín y Louis Joseph Lebret.
Experto internacional
en las cuestiones relacionadas con la teoría y la práctica del desarrollo, el
Padre Lebret fue nombrado, en 1962, jefe de la delegación de la Santa Sede a la
conferencia de las Naciones Unidas para la aplicación de la ciencia y la
técnica en beneficio de los países menos desarrollados. Hemos de recordar que
la Iglesia, con el Papa Juan XXIII en la Encíclica Mater et Magistra,
había declarado que el problema del subdesarrollo era el más grave del siglo
XX.
Las raíces familiares
Louis Joseph Lebret
nació en Minihic, Francia. Su padre
era primer oficial carpintero en la marina de guerra, casado con una joven
Bedel, la cual murió pronto; sin embargo, en la familia Lebret de clase media
ya había dos niños: Pierre y Louis. El papá volvió a casarse con una amiga de
la infancia, Anne-Marie Poidevin, quien fue para los jóvenes Lebret una
verdadera madre. Louis le tenía una gran ternura y hablaba de ella con gran
emoción. Su muerte constituyó para él un golpe muy duro.
Louis fue un niño muy
dotado, con una prodigiosa memoria y una extraordinaria vivacidad intelectual
que le permitía comprender las cuestiones escolares antes de que el maestro
hubiera terminado su explicación, y era capaz de aprender de memoria un texto
antes de que sus compañeros hubieran terminado de leerlo.
Aunque su salud era
un tanto frágil, esto no le impidió ser, durante toda su vida, un
extraordinario trabajador, ni participar en los juegos y trabajos a los que
puede dedicarse cualquier muchacho bretón de la costa. Desde esta experiencia
infantil puede comprenderse el gusto que siempre tuvo por las actividades
alternadas: trabajo intelectual-trabajo manual; trabajo de la tierra-trabajo
industrial.
En su medio ambiente
semimarítimo, semicampesino, aprendió a hacer de todo: arrastrar algas marinas
para fertilizar un campo de manzanos, ordeñar una vaca, cultivar la tierra, y
otros trabajos específicamente marinos.
Louis pasó su
infancia y su juventud entre personas de un excepcional valor humano, formados
en la ruda escuela de la vida, que afrontaban constantemente el peligro y, de
alguna manera, vivían en la inseguridad. En su familia hubo, además de
numerosos sacerdotes y religiosas, un Monseñor Lebret, quien al parecer fue un
gran Obispo misionero.
Estudios
Tras la escuela
primaria, Louis ingresó a la Institution Saint-Malo. Fue el clásico “buen
alumno” de los primeros lugares; en 1914 se graduó como bachiller en
matemáticas, materia en la que había sido iniciado por uno de sus primos, el
Abate Francois Lemaire.
El mar
Al estallar la
Primera Guerra Mundial, en 1914, Louis, con diecisiete años de edad, es alumno
de Preparatoria en la Escuela naval, en Saint-Charles
de Saint-Brieuc, pero sólo permaneció allí por unos meses. A los dieciocho
años entra a la Armada y escala rápidamente puestos de responsabilidad,
teniendo que participar en múltiples acciones de guerra (1915-1918) y es
condecorado caballero de la Legión de Honor.
Entre 1921 y 1922 es
enviado a Beyrut, Líbano y es
director del movimiento del puerto y oficial adjunto de la base de Levante. Fue
así como Louis pudo salvar una pequeña nave (“Hardi”), casi perdida ya delante
de Saida (Sidón).
Los Hermanos
Predicadores
Muy joven aún, Louis
había pensado en la vocación sacerdotal y ella se precisó cuando, en la Escuela
de Marina de Rochefort, se vio
forzado a permanecer en el hospital marítimo de la ciudad. En un primer momento
pensó entrar en la Trapa de Briquebecq,
cerca de Cherburgo, pero pronto comprendió que un temperamento como el suyo no
se avenía con una vida puramente contemplativa.
Durante su estancia
en Beyrut, Louis se decidió, a los
veintiséis años de edad, por los dominicos, habiendo hecho un retiro para
elegir su vocación con los padres Jesuitas de Lahlé, en el Líbano.
Hizo su noviciado en Angers y sus estudios de filosofía y de
teología en Holanda; en pequeño pueblo de Rijckholt
se encontró con dos excepcionales maestros que habrían de marcarlo
profundamente: el Padre Augier y el Padre Sertillanges. Otro ejemplar modelo
sería el Padre Alberto Lagrange, fundador de la Escuela Bíblica de Jerusalén,
en donde incluso ahora realizan investigaciones arqueológicas los estudiosos de
todo el mundo, para profundizar en el conocimiento de la Biblia.
Justicia y Caridad
El Padre Lebret
continúa trabajando para la gente del mar, funda un periódico y hasta un
sindicato para su promoción social.
De errores
fundamentales no puede esperarse una situación sana. El liberalismo económico,
el marxismo y la demagogia son los tres errores básicos que, hasta el presente,
han decidido la orientación y las actividades de nuestra marina… Contra ese
estado de cosas nos unimos para propugnar una organización profesional imbuida
de una sana doctrina social y económica. Porque la solución no vendrá sin la
contribución de los profesionales.
Los nuevos estudios
que emprende lo llevan a conocer de cerca las ideologías y los sistemas
económicos del siglo XX, en particular el marxismo y el capitalismo. Descubre
así su vocación de sociólogo humanista y comienza una dura lucha contra la
injusticia, la miseria y la opresión que padecen los hombres y, en particular,
los pueblos del llamado Tercer Mundo.
El Padre Lebret reúne
equipos de estudiosos, crea instrumentos de trabajo, emprende investigaciones y
encuestas, analiza a fondo la realidad
socio-económica para proponer soluciones concretas a problemas concretos.
Viaja, imparte
cursos, escribe libros, siempre orientado a la misma finalidad: crear una
economía a la medida del hombre (alma y cuerpo) y luchar contra todo tipo de
subdesarrollo.
La meta es siempre la
salvación del hombre.
El grupo “Economía y
Humanismo”
Con el fin de que su
obra dé mayores frutos, el Padre Lebret funda una institución que será famosa:
“Economía y Humanismo”. El 24 de septiembre de 1941, los estatutos de esta
asociación eran depositados en la prefectura de Bouches-du-Rhone, en Marsella. Ese mismo día se celebra la fiesta
de Nuestra Señora de la Merced y el Padre Lebret se sentía feliz por esta
coincidencia, porque, para él, “Economía y Humanismo” debía tener, entre sus
objetivos principales, el de consagrarse a liberar a los cautivos del mundo
moderno: los proletarios de Francia, de Europa, de los demás continentes.
La Asociación
“Economía y Humanismo” tiene por fin:
1. Estudiar, mediante
encuestas y otros medios de investigación apropiados, las realidades humanas,
económicas y sociales, en su actual complejidad.
2. Provocar entre sus
miembros, o fuera de ellos, trabajos científicos capaces de elaborar una
doctrina espiritualista, poniendo la economía al servicio del hombre.
3. Suscitar en el
seno de las diversas profesiones o de ciertas regiones económicas, técnicos o
profesionales capaces de determinar las condiciones concretas del Bien Común
de su profesión o de la región estudiada, y susceptibles de participar en los
esfuerzos públicos o privados de reorganización económica y profesional
Los medios de acción
previstos para lograr estos fines eran los siguientes:
La creación en
Francia y en el extranjero, de uno o muchos centros de estudio de las
cuestiones sociales; la organización de los servicios que serán necesarios para
la elaboración y utilización de encuestas económicas y sociales; la creación,
tanto en Francia como en el extranjero, de escuelas de formación para la
acción, destinadas a los futuros dirigentes de organizaciones profesionales
u otras categorías de personas interesadas en los trabajos de la asociación; la
publicación de una revista, de boletines y de otros documentos para hacer
conocer los trabajos y la doctrina de economía humana de la asociación; la
organización de cursos, de conferencias, de exposiciones, de filmes y de todos
los medios de propaganda, de enseñanza y de acción.
El Manifiesto de 1942
En plena guerra
mundial, en una Francia dividida en dos y ocupada por el enemigo, en momentos
de penuria, aparece el “Manifiesto de 1942”, firmado, entre otros, por los
seglares Gustave Thibon y Francois Perroux, y por los religiosos M.F. Moss,
Jacques Loew y L.J. Lebret.
Tras haber rechazado
la economía liberal y la social estatal, el Manifiesto proponía la economía
comunitaria, definida a nivel sociológico y filosófico. La antropología es
deliberada y abiertamente cristiana: la del hombre imagen de Dios.
Nuevos avances
Se preconiza el
respeto a la naturaleza (ecología) y
a la dignidad del hombre; se habla de la prioridad de la seguridad sobre la
abundancia y del equilibrio sobre la especialización; e condena la economía
colonialista.
El Padre Jacques Loew (joven
abogado procedente de una familia acomodada que, convertido al Catolicismo,
entró a la Orden de los Dominicos) hace su famosa encuesta sobre los
estibadores de Marsella, haciéndose él mismo uno de ellos y convirtiéndose en uno
de los primeros sacerdotes obreros (entre 1940 y 1950, el Cardenal Suhard,
de París, había concedido permiso a algunos sacerdotes para trabajar en las
fábricas como obreros, sin distinguirse de ellos exteriormente).
La encuesta que
realizó el Padre Loew entre los portuarios, fue calificada por Francois Perroux
como una de las mejores del siglo. El Padre Loew se convirtió en uno de los
precursores del movimiento misionero de posguerra y en el fundador de la Misión
obrera de San Pedro y San Pablo.
Al Padre Lebret le
interesó mucho la colaboración fructífera entre teólogos, economistas y
sociólogos, ya que desde la fundación de “Economía y Humanismo”, había visto la
necesidad de recurrir a filósofos y teólogos para cierto tipo de reflexión
profunda que exigía soledad y técnica, imposibles de lograr en hombres tan sumergidos en la acción como
los llamados “equipistas”.
De 1945 a 1950 (el
periodo de oro de “Economía y Humanismo”), los trabajos prosiguen en todos los
sentidos: estudio del marxismo y diálogo con los comunistas; movimiento
comunitario, reforma de la empresa, movimiento misionero, investigación
histórica, etc. A todos los niveles: investigación fundamental, educación y
difusión, acción internacional.
El encuentro con el
subdesarrollo latinoamericano
1947 es un año
decisivo en la historia de “Economía y Humanismo”. En este año el Padre Lebret
imparte un curso en la Escuela libre de Ciencias Políticas de São Paulo,
Brasil, visita otros países de Sudamérica y regresa por los Estados Unidos.
“Un compañero
fraternal” va a ser, desde entonces, el Padre Lebret para los países subdesarrollados.
A su regreso de Brasil, el Padre Lebret es otro hombre. Acaba de descubrir el
subdesarrollo a través de sus manifestaciones más degradantes para el hombre:
el hambre, los tugurios, el analfabetismo, la mortalidad infantil, el
desempleo, etc. En adelante, los países pobres serán su angustia.
Quien
reflexiona únicamente sobre el montón de estadísticas puede, ante la dispersión
de diversos elementos de niveles de vida, mantener el corazón frío y elaborar
sin angustia las teorías del crecimiento de la inversión y del desarrollo.
Pero
¿cuántos de quienes han viajado a través del mundo subdesarrollado y
subequipado han podido resistir una conmoción que ningún revelamiento
estadístico es capaz de igualar?
El espectáculo
multiplicado de tantas miserias y de tanta hambre, contrastando violentamente
con la belleza extraordinaria de sitios y paisajes; la multiplicidad de
recursos mal empleados y el lujo insolente e inconsciente de tantos
privilegiados, golpeaba su corazón.
Lo más grave, no es
la miseria de los pobres, sino la inconsciencia de los ricos.
Aunque en Europa
acababa de terminar la espantosa guerra, los problemas europeos le parecían
mínimos e irrisorios al lado de los que él acababa de descubrir.
Invitado por
universidades, por gobiernos, por instituciones de la Iglesia, por grupos de
planificación, etc., el Padre Lebret continúa visitando América Latina y surgen
obras diversas así como nuevas esperanzas en Colombia, en Chile, en Venezuela
(país en donde forma parte de una misión con la Oficina de Coordinación y
Planificación, junto al Presidente de la República).
El “problema del
siglo”
Al comienzo de los
años cincuenta, el Padre Lebret es un convencido de que “el problema del siglo”
es lograr el desarrollo: un cambio total en las estructuras socioeconómicas que
ataque las causas de los males sociales, un cambio que produzca no únicamente
un mayor crecimiento económico, sino la “elevación humana” de los pueblos.
Para responder a este
reto, el Padre Lebret funda en 1958 el IRFED, un instituto tanto de formación
como de investigación. Para esta tarea se requiere de técnicos (no de
tecnócratas), de hombres animados por un gran respeto y por un gran amor a la
gente, es decir, de un auténtico espíritu de servicio.
Así, el IRFED cada
año recibe un centenar de estudiantes, de diversas edades y cultura, que acuden
a él para adquirir la formación que les permita trabajar eficazmente en el
desarrollo, y otros, que llegan ya con una experiencia de trabajo en un país
subdesarrollado.
Además de estos
cursos, el IRFED acoge estudiantes particularmente de América Latina, de África
Negra, de África del Norte, del Medio Oriente y del Extremo Oriente. El IRFED
también participa en trabajos sobre el terreno cuando algún gobierno o algún
otro organismo le solicitan que se encargue de la preparación de un plan de
desarrollo.
En 1959, el Padre
Lebret realiza un estudio acerca de las condiciones de vida y de las
necesidades de la población del Vietnam; en Dahomey, lleva a cabo un inventario
previo a la planificación; entre 1959 y 1961, participa en el estudio general
sobre las perspectivas de desarrollo en el Senegal, país del que el Padre
Lebret llega a ser consejero permanente del gobierno; tres años más adelante
realizará importantes trabajos en Ruanda.
La aspiración de la humanidad es el desarrollo y no únicamente el
crecimiento económico: se trata de todo
el hombre y de todos los hombres.
La definición de
aplicación universal del Padre Lebret, es que el desarrollo, como operación,
significa:
La serie de pasos por
los que transita una población determinada y todas las fracciones que la
componen, para ir, de una fase menos humana a una fase más humana, al ritmo más
rápido, con el menor costo posible, teniendo en cuenta la solidaridad entre las
subpoblaciones y las poblaciones.
Esta definición se
aplica a todos los planos de la vida social, desde el plano local hasta el
plano internacional. Se trata de un enfoque integral, ya que incluye todos los
aspectos del desarrollo: económico, biológico, cultural, político,
administrativo, espiritual. Siempre es el hombre el que ocupa el centro de la
perspectiva.
Lo opuesto a la
miseria no es la abundancia, sino el valor.
No se trata, ante todo, de producir riquezas, sino de valorar al hombre, a la
humanidad, al universo…
La
producción primera que hay que lograr es la de los bienes esenciales, luego la
de los convenientes… Es mil veces preferible una vida dura a una vida lánguida y
voluptuosa.
El Padre Lebret afirmaba lo anterior, porque estaba convencido de que el
auténtico progreso humano debe ser integrado y ponderado:
Si se busca sólo el progreso material, el progreso
espiritual se paraliza.
En definitiva, el desarrollo integral del hombre y el de los pueblos debe
desembocar en una civilización
solidaria, en una civilización
del amor.
Experto del Concilio Vaticano II
El Padre Lebret llegó a gozar de toda la confianza, tanto del Papa Juan
XXIII como del Papa Paulo VI. Como mencionamos al principio, en 1962 el Padre
Lebret fue nombrado jefe de la delegación de la Santa Sede a la conferencia de
las Naciones Unidas para la aplicación de la ciencia y la técnica en beneficio
de los países menos desarrollados.
Antes de ser nombrado experto del Concilio, el Padre Lebret había
trabajado para el Secretariado del Episcopado Francés, para la Conferencia del
Episcopado Latinoamericano (CELAM), para los Obispos de África y para los de
Vietnam.
La ascensión de Paulo VI al Pontificado significó para el Padre Lebret
un sitio más relevante. El nuevo Papa sentía por él una afectuosa admiración.
Recibido en audiencia privada con frecuencia, el Padre Lebret expuso sus puntos
de vista sobre las esperanzas nacidas por el anuncio del esquema sobre “la
Iglesia en el mundo”.
El Padre Riedmatten,
observador de la Santa Sede en la ONU y quien trabajó al lado del Padre Lebret
durante el Concilio, recuerda que en febrero de 1965 el Padre Lebret desplegó
toda su capacidad para la redacción del capítulo sobre la comunidad
internacional:
“Después de mucho
trabajar el problema de la guerra, el Padre Lebret dio una admirable síntesis
de toda su doctrina. Los miembros de la comisión estuvieron unánimes: era esto
lo que había que inscribir en la “Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el Mundo Actual”. Yo fui
encargado de dar a su exposición la forma conciliar”.
El Padre Lebret
también había puesto todo su empeño en la redacción del capítulo sobre la vida
económica y social.
La
Pontificia Comisión “Justicia y Paz”
Debilitado y próximo
a morir, el Padre Lebret estaba en la última sesión del Concilio. El Papa Paulo
VI lo recibió en audiencia y le recomendó no ir más allá de sus fuerzas.
El esquema XIII, al
que tanto interés había puesto el Padre Lebret, se había concretado en la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes:
El
Concilio, considerando las inmensas calamidades que oprimen todavía a la
mayoría de la humanidad, para fomentar en todas partes la obra de la justicia y
el amor de Cristo a los pobres, juzga muy oportuno que se cree un organismo
universal de la Iglesia que tenga como función estimular a la comunidad
católica para promover el desarrollo de los países pobres y la justicia social
internacional (Gaudium et Spes n 90).
El Padre Lebret
pensaba que el “Secretariado para la Justicia en el Mundo” debía tener, ante
todo, una función doctrinal. Si, siguiendo las enseñanzas del Papa Paulo VI, “el desarrollo es el nuevo nombre de la
paz”, el papel del Secretariado consistiría, sobre todo, en pensar una
doctrina coherente del desarrollo integral y armonizado, así como en una acción
capaz de concretarla en hechos.
Aunque el Padre
Lebret murió antes de que el proyecto lograra concretarse, el Padre Cosmao, su
discípulo y sucesor en el IRFED, llegaría a formar parte, poco tiempo después,
de la Comisión “Justicia y Paz”.
La
Encíclica Populorum Progressio
En junio de 1966, un
mes antes de morir, el Padre Lebret estaba otra vez en Roma, esta vez como
miembro de la comisión pontificia para el estudio de los problemas de la
familia, de la población y de la natalidad. Este fue su último trabajo: un
trabajo para la Iglesia, para el Papa, el trabajo de un “auténtico hombre de
Iglesia”.
Menos de un año
después de la muerte del Padre Lebret, el Papa Paulo VI daría a conocer la
“Encíclica Populorum Progressio,
sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos”. El Padre Lebret
es expresamente citado en ella y su influencia en la redacción de este gran
documento se descubre en cada párrafo.
Se comprende así que
el Papa Paulo VI haya dicho que tenía veneración
y devoción por el Padre Lebret y que la Encíclica era un homenaje a su memoria.
Un
hombre de Dios
¿Quién fue
exactamente el Padre Lebret? ¿Un economista? ¿Un sociólogo? ¿Un filósofo? ¿Un
teólogo? ¿Un contemplativo? ¿Un
hombre de estudios? ¿Un hombre de acción? ¿Un profeta?
Es difícil responder.
Sin embargo, fue todo esto a la vez, pero sobre todo, fue un hombre de Dios.
Un año y medio antes
de morir, tuvo, por última vez, la alegría de celebrar la Santa Misa en Boloña,
precisamente en la Basílica de Santo Domingo. Ese día anotó en su diario:
Durante
la acción de gracias ante el altar de Santo Domingo, me sentí hondamente
conmovido y me puse a llorar. Es todo el mundo el que refluye en mí y comprendo
mejor nuestra tarea como Orden de Predicadores: tomar a toda la humanidad para
hacerla avanzar hacia Dios, por Cristo.
Detrás
del altar, el cráneo de Santo Domingo me impresiona mucho. De lo que tenía
entre estos huesos salió la comprensión de un plan que salvó a la Iglesia, en
unión con un corazón que no veo, pero que estaba en conexión con este cerebro
de un hombre iluminado de fe y quemado por el amor.
Un
momento importante de mi vida, y nuestra acción se asemeja a la de ese hombre
audaz que dispersa una quincena de discípulos por las universidades de
entonces, a fin de aprender antes de enseñar.
Actualmente
el mundo tiene necesidad de una visión de razón y de fe: nuestra tarea… La
Iglesia busca nuevos modos para su mensaje y su presencia… Jamás tuvo ella
tantas posibilidades en sus manos.
Como se ve, el Padre
Lebret amaba apasionadamente a su Orden, a la Orden de Predicadores fundada por
Santo Domingo, maestro de caridad y de misericordia. Orden a la que perteneció
Santo Tomás de Aquino, quien le dio la armadura intelectual que en las arenas movedizas del pensamiento moderno,
como diría el Papa Paulo VI, permitió al vigoroso marinero que fue el Padre
Lebret, capear la tormenta y poner la
proa hacia arriba.
Usando la expresión
de San Ignacio de Loyola, podemos afirmar también que el Padre Lebret fue un
hombre contemplativo en la acción y,
sin que el propio Padre Lebret lo pretendiera, nos ha dejado una excelente
descripción de lo que fue su vida:
Luchar
por la justicia entraña mucho: obliga a rectificarse, a rechazar cualquier
compromiso dudoso, a multiplicar las marchas, a emprender procesos, a remover
la opinión, a secundar e inspirar a los legisladores, a turbar la tranquilidad
de los funcionarios, a multiplicar reuniones, a estudiar la economía, los
códigos y la historia, a fundar periódicos, a escribir libros, a agrupar a los
trabajadores, a fundar movimientos, a penetrar en los partidos políticos, a
recorrer el mundo, a intervenir ante el Estado y en las conferencias
internacionales, a encontrarse presente en cualquier sitio donde una persona
esté amenazada, una minoría sea aplastada, una nación pequeña oprimida, a fin
de imponer el respeto a sus derechos y ayudarlos a liberarse y progresar.
Fue esta visión
dinámica del mundo y de sus problemas, de la acción del hombre para hacerlo más
fraternal, la que suscitó alrededor del Padre Lebret tantas vocaciones y
entusiasmo.
¿Qué
nos diría hoy?
La respuesta es fácil
cuando tenemos el privilegio de contar con otro gran personaje del siglo XX,
trabajador en las agotadoras jornadas picando piedra en las canteras, quien
viajó hasta nuestro país para visitarnos y decirnos:
…
tampoco los modelos culturales ya afianzados en los países más industrializados
aseguran totalmente una civilización digna del hombre. Con frecuencia se
exaltan los valores inmediatos y contingentes como claves fundamentales de la
convivencia social y se renuncia a cimentarse en las verdades de fondo, en los
principios que dan sentido a la existencia…
En
continuidad con mi venerado predecesor Paulo VI, he hablado en repetidas
ocasiones de la civilización del amor.
Una meta sumamente atractiva y, a la vez, exigente que se debe mirar a la luz
del misterio del Verbo encarnado (Juan Pablo II. Encuentro con el Mundo de la Cultura, nn 548 y 562, Segunda Visita Pastoral a México,
1990).
Finalmente, en un
fragmento del diario del Padre Lebret, leemos desde la profundidad del corazón:
A
la vuelta del convento una pobre se presenta para pasar la noche al abrigo de
la lluvia. Uno se pregunta si no sería mejor ayudar estas miserias una a una,
en lugar de querer reformar el mundo…
Bibliografía
* Louis Joseph Lebret, O.P. Desarrollo=Revolución
Solidaria, Desclée de Brouwer, Colección “Nuestro Tiempo”, Bilbao, 1968
- Dimensiones de la Caridad, Herder,
Barcelona, 1967
- Dinámica concreta del desarrollo,
Herder, Barcelona, 1969
- Principios para la Acción, Ediciones
Paulinas, Bogotá, 1982
* Francois Malley,
O.P. El Padre Lebret, La economía al servicio del hombre,
Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, México, 1969
* Historia Gráfica de la Iglesia, Obra Nacional de la Buena Prensa, México, 1990
No hay comentarios:
Publicar un comentario