martes, 30 de julio de 2013

Historia de la Pobreza (siglos XI al XV)


Del siglo XI al siglo XV

Para leer la historia de la pobreza


Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica

El hombre es un pobre que precisa pedir todo de Dios

Saint Jean-Marie Vianney, Cura de Ars


La felicidad del hombre no requiere abundancia de bienes; una medianía le basta

Imitación de Cristo, Beato Tomás de Kempis

Preámbulo

Los pobres, en cuanto tales, habían sido los grandes olvidados de la historia. Sin embargo, desde su origen, la Iglesia ha acogido a los pobres y a la pobreza como cuestiones permanentes que la interpelan sin cesar. Pero ya hace algunos decenios que los historiadores han mostrado su predilección por el mundo de los olvidados. Los ausentes de la historia se han visto invitados a entrar en ella: emigrantes, desarraigados, esclavos, cautivos, víctimas del hambre y de la miseria...

El servicio a los pobres y la búsqueda de la pobreza, indisociablemente unidos entre sí, forman la trama y la cadena de una inmensa tarea llevada a cabo por Paul Christophe, profesor en el Instituto Católico de Lille y en el Seminario de San Sulpicio, quien ha pretendido trazar unas perspectivas, señalar unos conjuntos y subrayar las evoluciones en la actitud de la Iglesia ante la pobreza, en su obra Pare leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), de la cual presentamos la siguiente reseña que abarca del siglo XI al siglo...:

La primera dificultad de los historiadores ha sido la de definir qué es un pobre, ya que el contenido de esta palabra ha ido variando considerablemente a lo largo de las épocas. Michel Mollat ha dado para la Edad Media una definición que puede ser considerada con validez para todas las épocas:

El pobre es el que, de forma permanente o temporal, se encuentra en una situación de debilidad, de dependencia, de humillación, caracterizada por la privación de medios, variables según las épocas y las sociedades, de poder y de consideración social: dinero, relaciones, influencia, poder, ciencia, calificación técnica, nacimiento honorable, vigor físico, capacidad intelectual, libertad y dignidad personal. 

Viviendo al filo de cada día, no tiene ninguna oportunidad de elevarse sin la ayuda de otro. Esta definición puede incluir a todos los frustrados, a todos los marginados, a todos los abandonados, a todos los preteridos por la sociedad; no es específica de ninguna época, de ninguna región, de ningún ambiente. 

Tampoco excluye a los que, por ideal ascético o místico, quisieron desprenderse del mundo o que, por abnegación, escogieron ser pobres entre los pobres.

Introducción


Los movimientos de pobreza que se desarrollan del siglo XII al XIV “contenían simultáneamente: la exigencia del desprendimiento, la contradicción entre el reconocimiento de la aflicción de la pobreza material y su sublimación espiritual, la paradoja de una opción por un estilo de vida humillado. 

En una palabra, era un desafío lanzado a la riqueza y al poder bajo sus aspectos sucesivos: posesión de la tierra, de la fuerza de las armas, de títulos, de influencia, de dinero y hasta del mismo saber” (M. Mollat).


Hacerse verdadero pobre: obra difícil entre las que más, que necesita mucho aliento y un esfuerzo continuamente renovado. De reforma en reforma, los amantes de la pobreza consiguen, con los Hermanos Menores, ver en la condición del pobre el camino real del anuncio de la salvación. Queriendo vivir la pobreza, no sólo individual sino colectivamente, los mendicantes contribuyen a rehabilitar la imagen del pobre y suscitar un nuevo impulso de generosidad a favor de los necesitados.

Al final de la Edad Media, las dificultades económicas, el hambre y las guerras multiplican el número de pobres. Inspiran miedo a los demás. Se refuerzan el orden público, las preocupaciones sanitarias, el ideal humanista y el espíritu mercantilista... La Iglesia se ve enfrentada con nuevas y terribles cuestiones.

1. Obras de misericordia y derechos de los pobres

Siglos XI - XIII

Desde mediados del siglo XI se observa una evolución considerable que afecta al lugar de los pobres en la sociedad. A las catástrofes naturales se añaden la expansión demográfica, el desarrollo de la economía monetaria y la urbanización: hay muchos hombres que no logran insertarse en la sociedad rural.

La primera cruzada representa una salida para todos los grupos de excluidos o de rebeldes, que viven al margen de las ciudades y del mundo rural. La llamada de Urbano II sobreviene en pleno período de miseria y de hambre. La penuria no permite a los monasterios socorrer a los pobres. Algunas abadías no tienen más remedio que comprar víveres en el exterior.

A mediados del siglo XII, desde Alemania hasta España, cada generación conoce nuevas calamidades. Las lluvias, las inundaciones, la destrucción de las cosechas originan una tremenda penuria de alimentos. La gente muere de hambre a la puerta de los monasterios. La miseria alcanza incluso a los señores, que sólo pueden escapar de la miseria gracias a sus relaciones.

La falta de tierras afecta a los campesinos sin recursos posibles. No siempre la roturación de nuevas tierras tiene buenos resultados. Algunos aldeanos no tienen más que sus brazos para trabajar y llegan a formar una multitud de “jornaleros”. Las deudas les obligan muchas veces a huir a nuevas tierras. A finales del siglo XII son muchos los trotamundos. Se refugian en los bosques o acuden a la ciudad a tentar suerte. Los atrae el desarrollo urbano y la esperanza de sacudir su pobreza.

El rico feliz y el pobre vergonzante


No es extraño ver aparecer a los pobres vergonzantes en el siglo XII, y masivamente en el XIII, en una época en que se multiplican los que pierden su condición social. El pobre se avergüenza de no ser bastante rico para sostener su rango.

La expresión se refiere a los que han decaído de las capas superiores de la sociedad.

El “Decreto” de Graciano los recomienda especialmente a la caridad de los Obispos. Su generosidad tiene que atender de forma privilegiada a los correligionarios, a los parientes, a los ancianos, a los débiles y a los que han bajado en la escala social... 

En los siglos XII y XIII se fundan instituciones y cofradías para aliviar los sufrimientos de los pobres vergonzantes... A medida que se avanza en el siglo XIII, el pobre vergonzante llega a veces a designar al que no se atreve a pedir limosna. 

En una época en que se multiplican los marginados hasta el punto de constituir una clase amenazadora, el “pobre vergonzante” puede designar al “pobre bueno”, inofensivo, en oposición a los pobres vengativos, a los falsos mendigos contra los que se tomarán en el siglo XIV medidas represivas.

Los septenarios de la misericordia


Ante el aumento de la miseria, los pastores y los predicadores se apoyan en los datos de la Sagrada Escritura – especialmente en el C. 25 de San Mateo y en la sepultura de los muertos del libro de Tobías- y recogen toda una tradición patrística de las obras de misericordia fijándolas en dos septenarios:

“Visito, doy de beber, alimento, redimo, visto, curo, entierro.

Aconseja, reprende, enseña, consuela, perdona, soporta, reza”.

Estos dos versículos mnemotécnicos permiten grabar en el espíritu de los fieles las siete obras de misericordia corporal y las siete de misericordia espiritual... No es de extrañar, entonces, que los laicos multipliquen en los siglos XII y XIII las instituciones de caridad y las cofradías, dedicadas a poner en práctica los septenarios de la misericordia.

Las obras de misericordia


Los monasterios no son ya suficientes para atender a una miseria pluriforme. La pobreza engendrada por el crecimiento de las ciudades permanece de ordinario al margen de la hospitalidad monástica. Tal es el caso de los arruinados, de los mendigos, de las prostitutas que intentan abrirse paso en la vida dentro del anonimato de los barrios bajos.

Los clérigos y los laicos se organizan para responder a las nuevas necesidades de los pobres, que se han hecho omnipresentes, como lo atestiguan las representaciones del arte románico. Lázaro solo, sin amigos, figura a menudo grabado en piedra, como el pobre que ha llegado al grado supremo de la indigencia.

Las casas hospitalarias


Laicos y canónigos fundan hospitales que corresponden a asilos para pobres, peregrinos y enfermos. Las aldeas de Biterrois –la región de los valles inferiores del Orb y del Hérault- poseen un hospital, una “caridad” y también a veces una leprosería. 

A partir de 1150 nacen iniciativas individuales de ricos campesinos ligados al ambiente urbano. El hospital funciona como un hospicio para los pobres y la “caridad” distribuye alimentos. Muchos feligreses participan en la administración de estas instituciones que alimentan con sus donativos y sus legados.

Los hospitales se multiplican en las ciudades, para ofrecer a los pobres, ancianos, prostitutas, niños expósitos, así como a los peregrinos y los enfermos, alimento y cobijo. También surgió la obra de los sudarios para los pobres difuntos.

En Roma, el hospital de Santa María in Saxia, fundado a comienzos del siglo XIII, acoge a los niños abandonados y a los huérfanos, ocasionalmente a las mujeres encintas y a las prostitutas, y habitualmente a todas las categorías de pobres: los enfermos que todas las semanas recoge una carreta, los sanos que se albergan durante algunos días y los pobres vergonzantes que no se atreven a mendigar.

La Orden del Espíritu Santo, a la que pertenece este hospital, se extendió hasta Polonia y Escandinavia.

La hospitalidad en los caminos


El renacimiento del comercio, el atractivo de las ferias y la devoción de los santuarios famosos pusieron en camino a una muchedumbre de “pies polvorientos”. Para ayudar a todos estos caminantes, se organizó en los siglos XII y XIII una red de hospitalidad varia.

En el origen de la construcción de un puente se encuentra a menudo una cofradía, los “fratres pontis”, o sea, los hermanos del puente, de un puente particular. Esta cofradía reúne a los laicos que dirigen la construcción del puente y administran la casa del puente, el hospital y la capilla. 

Estaban organizados como instituciones independientes y no formaron nunca una orden, aunque después de la Edad Media prevaleció la costumbre de agrupar a estas cofradías con el nombre de “fratres pontífices”.

La redención de cautivos


En una Europa meridional enfrentada con el islam, la misericordia se manifiesta también en la obra de redención de cautivos. Hay dos órdenes que aceptan esta misión: la Orden de la Trinidad, fundada por San Juan de Mata en 1198, y la de la Merced, fundada por San Pedro Nolasco después de 1218...

La Orden Trinitaria se arraiga en el movimiento de pobreza de los siglos XI y XII, que impulsa a la vida eremítica a muchos laicos y clérigos a los que no satisface la vida instalada de los monasterios tradicionales y quieren parecerse a los pobres involuntarios. Se funda después de la toma de Jerusalén por Saladino y el regreso de Ricardo Corazón de León a Occidente; entonces se quedaron en Tierra Santa muchos cautivos en manos de los sarracenos. 

La Orden Trinitaria estableció así nuevas relaciones entre la Cristiandad y el mundo islámico. Enteramente dedicada a la obra de la redención, la Orden no depende de los poderosos, sino que trabaja bajo la dependencia de los Sumos Pontífices.

La regla organiza una vida de pobreza y de reparto de bienes en beneficio de los prisioneros; no es ya una orden militar como las que surgieron cuando la Primera Cruzada, sino religiosos consagrados a la Santísima Trinidad, fuente de amor, para la redención de cautivos en peligro de perder la fe cristiana... 

Cuando murió Juan de Mata en 1213, la Orden Trinitaria estaba ampliamente extendida en Europa.

Pedro Nolasco y otros laicos, con el apoyo de Jaime I, Rey de Aragón, fundan en España la obra de la Merced, que consagra lo esencial de sus recursos a la liberación de los cautivos, expuestos al riesgo de renegar de su fe cristiana. Los mercedarios se comprometen por un voto especial a tomar el lugar de un esclavo que se encuentra enfrentado con ese peligro. 

Si sus recursos no son suficientes para realizar una redención, el mercedario debe estar dispuesto a quedarse como rehén... De un gran valor y muy apreciados, los mercedarios se implantaron por toda España y por los puertos de Francia, de Italia y de África del norte.

San Ramón Nonato

Se le llama Nonato (no-nacido) porque nació después de morir su madre. En efecto, el calificativo -que ha pasado ya a ser nombre- le viene a Ramón por el hecho de haber sido extraído vivo del vientre materno, por medio de una cesárea, gracias a una incisión, inspirada y urgente, que la daga del vizconde de Cardona practicó en el vientre de la madre muerta, para que el niño pudiera nacer.

Ramón Nonato nació en el año 1200 en Portell, cerca de Barcelona. Descendía de padres nobles y virtuosos, emparentados con las ilustres familias de Fox y de Cardona. A los 24 años ingresó en la Orden de las Mercedes, dedicándose a la liberación y redención de los esclavos en una España todavía ocupada por los moros. Luego de un viaje a Roma, volvió a España y de allí fue a Argelia.

Se hizo esclavo para mantener viva la fe con la palabra pero también con su propio ejemplo. El gesto en sí estuvo orientado para la liberación de un cristiano cuya fe vacilaba (él tomó su lugar como esclavo). 

Tuvo que soportar torturas muy crueles por su nueva condición. Pero su actitud tenía un alcance aún mayor: llegar con su prédica hasta los mismos musulmanes calando hasta lo más hondo.

Sus perseguidores, para que no hablara, le perforaron los labios con hierro caliente y se los cerraron con un candado. Pero su profunda fe no le hizo caer, y como pudo siguió exhortando a los cristianos, caídos en la esclavitud, a perseverar en la fe y a practicar aún entre los infieles el amor fraterno. 

En 1239 fue liberado y el Papa Gregorio IX quiso nombrarlo Cardenal y llamarlo a Roma como consejero, pero durante el viaje se enfermó y murió el 31 de agosto de 1240 en Cardona. San Ramón Nonato es el abogado de las mujeres que van a dar a luz.

El derecho de los pobres a la educación

En el Concilio Lateranense III (1179), el Papa Alejandro III establece el principio de la gratuidad de la enseñanza para que los estudiantes pobres puedan aprovecharse de él y reconoce el derecho a enseñar de todos los maestros capacitados para ello:

La Iglesia de Dios tiene la obligación de atender como una madre solícita a los necesitados, tanto en lo que corresponde al sustento corporal como en lo que contribuye al progreso del alma. 

Por eso, para evitar que los pobres sin fortuna familiar se vean en la imposibilidad de estudiar y de progresar, se designará en cada iglesia catedral, al maestro encargado de enseñar gratuitamente a los clérigos de esa iglesia y a los estudiantes pobres, un beneficio conveniente para remediar las necesidades del profesor y abrir a los estudiantes el camino del saber. 

En las otras iglesias o monasterios, donde existía una fundación para ello, se la restablecerá... (Concilio Lateranense III, canon 18).

El Papa Gregorio VII

Hildebrando fue un monje de gran fe e iniciativa que llegaría a ser el papa Gregorio VII. Nació entre 1019 y 1030. Se educó en un monasterio de Roma y pasó al servicio del Papa. Entró en la Abadía de Cluny, pero el Papa lo llamó a Roma. Aquí Hildebrando se hizo de muchos amigos que deseaban la renovación de la Iglesia. 

Fue muy estimado por los Papas. Mientras se desarrollaban los funerales de su antecesor, Hildebrando fue elegido Papa. Siendo ya Papa, defendió la vida monástica con su mentalidad abierta, abrazó a todos bajo un gran ideal. 

Pensaba que la autoridad suprema era el Papa y no el emperador y que todos los cristianos estaban llamados a luchar por la paz, la justicia y el amor de Dios. Se preocupó, por eso, de todo el Occidente cristiano y se sintió responsable de todos.

Renovación de la pobreza voluntaria

A finales del siglo XI y comienzos del XII, la atención monástica a los pobres se ve desbordada por la afluencia de mendigos y no puede tampoco llegar a los nuevos pobres: los excluidos, desterrados, marginados refugiados en los bosques o agregados a la población de las ciudades.

Los ermitaños y la pobreza compartida

Alrededor del año 1100, muchos ermitaños se unen en los bosques a los desterrados y a los marginados, llevados por el deseo de servir a Cristo pobre... Viviendo en una choza de ramas o en una cueva, el ermitaño ha escogido vivir, como un pobre, de un trozo de tierra cultivado, del trabajo en el bosque o de la alfarería. Estos solitarios son en su origen clérigos o monjes, pero también laicos. Se asiste a un deslizamiento en el vocabulario, que traduce muy bien el éxito de los ermitaños que se han hecho pobres por el amor de Dios. La apelación “pobres de Cristo” (o “espirituales”), reservada largo tiempo a los monjes, se aplica ahora a los pobres involuntarios.

Los Obispos y los dignatarios eclesiásticos tienen en gran consideración a estos seguidores del pauperismo integral, que son los ermitaños, los reclusos y las reclusas... Muchos de estos grupos de ermitaños llevan una vida dura y se entregan a veces a la predicación. Pero su existencia es efímera. Otros se arraigan profundamente para dar origen a nuevas órdenes.

El Cister y la pobreza laboriosa

Roberto de Molesmes deja el monasterio que había fundado y escoge la vida eremítica. En el año 1098 se retira con unos veinte compañeros a un lugar solitario, en CITEAUX, cerca de Dijon.

Roberto y sus compañeros observan una ascesis muy severa. En un lugar pantanoso (“cistels” = juncos) funda el nuevo monasterio (“novum monasterium”), cuya novedad esencial quiere ser el retorno a la observancia literal de la regla de San Benito. 

En 1112, la llegada de Bernardo, joven señor de Fontaines-LES-Dijon, con unos treinta compañeros, asegura a CITEAUX un rápido impulso. Se multiplican las fundaciones y su irradiación, sobre todo desde Clairvaux, resulta prodigiosa...

El monje tiene que suprimir en su alimentación la grasa y los manjares delicados. Los cistercienses dormirán vestidos, acostados en un saco de paja, en un dormitorio común.

Siguiendo el ejemplo de CITEAUX, los monasterios tendrán que establecerse en un lugar desierto, apartado de los hombres, en ruptura total con el mundo. La Orden del Cister quiere volver a la pobreza laboriosa y se niega a vivir del trabajo de los otros. 

Por tanto, no acepta ni las tierras dadas en beneficio, de las que sólo tendría que percibir las rentas, ni los diezmos ni los sirvientes. Los mismos monjes explotarán sus tierras. Se establecen en lugares sin cultivar para desbrozarlos. Renuncian a poseer molinos y hornos comunes, o rentas que los asemejen a los señores laicos.

San Bernardo

Bernardo nació en Dijon, en los límites de Francia y Alemania, el año 1090. En el castillo de sus padres pasó los primeros años. Su madre, cuando aún esperaba el nacimiento de su hijo, tuvo un sueño: su hijo estaba llamado a una gran misión en la Iglesia. Por eso, cuando su hijo comenzó a crecer, ella trató de inducirlo a una vida de oración y hacia la carrera eclesiástica. 

Pero Bernardo no le hacía mucho caso: le agradaba la vida del castillo y las cabalgatas y cacerías por los alrededores. Asistió a la escuela. En 1103 murió su madre. A los veinte años, Bernardo se preguntó sobre su porvenir, entre dudas e indecisiones. 

Finalmente, en la noche de Navidad tuvo una visión del Niño Jesús. De inmediato decidió hacerse monje, pero no se fue solo, sino que convenció a cuatro de sus hermanos y a veintiséis parientes y conocidos. En 1112 llegaron al monasterio del Císter.

En 1115 Bernardo partió en dirección a Claraval para fundar un nuevo monasterio. Aquí construyeron una iglesia románica, muy sencilla, y la dedicaron a la Santísima Virgen María, de quien Bernardo era muy devoto. Terminada la construcción del monasterio, Bernardo fue consagrado como Abad.

Como Abad de Claraval, Bernardo fue uno de los abades que en 1119 firmaron la regla de la orden cisterciense aprobada por el Papa. En este documento recalcaron su voluntad de observar la regla de San Benito en su espíritu original. 

Se introdujo de nuevo el trabajo manual, se insistió en el alejamiento del mundo y se dedicó una mayor atención a los pobres y a los humildes. Bernardo fundó personalmente unos sesenta y seis monasterios y con su prestigio facilitó la difusión de la Orden por toda Europa..

San Bernardo deseaba que el arte fuera sencillo, sin demasiados ornamentos. Así nació el “románico cisterciense”: se preocupó de que los monasterios e iglesias fueran sencillos y pobres; procuró, además, que las decoraciones e imágenes no fueran demasiado numerosas, sino pocas y llenas de sentido, para que ayudaran a la meditación de los monjes y de los fieles; dio una notable preferencia a las imágenes de la Santísima Virgen María. 

Era, además, un hombre de gran cultura. Fue el mayor representante del movimiento conocido como “humanismo monástico”.

La Cartuja y la pobreza escondida

Alrededor del año 1100, especialmente por los deseos de renovación en la Iglesia, se difundió en diferentes clases de la población cristiana el deseo de vivir en una forma sencilla, de acuerdo con el Evangelio. Muchas personas se retiraron a la soledad. Fue un movimiento que se organizó lentamente y que dio origen a  nuevas fundaciones religiosas. También San Bruno participó en ese movimiento de búsqueda de la soledad.

“La Gran Cartuja” fue fundada en el año 1084 por San Bruno, sacerdote de Colonia (Alemania). El dirigía la escuela de la Catedral de Reims (Francia), donde tuvo como alumno al futuro Papa Urbano II. 

Bruno se fue con unos amigos al valle de Chartreux, una región de Francia (de donde viene el nombre da “la Cartuja” y de monjes “cartujos”). En el sur de Italia, San Bruno fundó el Monasterio de Santa María de la Ermita.

La decisión de Bruno era la consumación de la lenta maduración de un proyecto contemplativo. No se trataba tanto de huir del mundo como de encontrar a Dios. 

Con esta finalidad, Bruno buscaba una forma de vida religiosa más despojada que la de las grandes Abadías benedictinas. Deseaba centrar su vida en la oración personal y en el ideal de pobreza.

La pobreza de los cartujos no intenta ser testimonial ni estar presente en el mundo. Al contrario, procede de un desprendimiento completo de todo lo terreno para glorificar a Dios con una vida totalmente consagrada a la contemplación. El espíritu de pobreza cartujano corresponde más a la simplicidad, al ocultamiento. 

Lo atestiguan muchas de sus prácticas: la de no poner sobre la tumba de los religiosos difuntos más que una simple cruz de madera sin nombre, la de no publicar ninguna obra más que bajo el anonimato, la negativa de los priores a aceptar la dignidad de abad o la púrpura cardenalicia, la indiferencia de la orden por la canonización de sus miembros, la orden impuesta a los muertos de no hacer milagros cuando la atracción de una tumba corra el peligro de turbar la paz del monasterio.

San Bruno no dejó ninguna “regla” escrita. Sin embargo, el Abad de la Cartuja, inspirado en la vida de San Bruno, hizo un reglamento, basado en la vida solitaria y en la absoluta pobreza.

La fundación de los premostratenses

Norberto de Xanten (1085-1134), Capellán del emperador Enrique V, se hizo predicador itinerante después de haber distribuido todos sus bienes. Lo acompañaron algunos discípulos y penitentes. 

En 1120, la presión de las autoridades diocesanas le obligaron a una vida estable. Fundó en Prémontré, no lejos de Laon, una comunidad de ermitaños que renuncian a toda propiedad individual y ponen en común todos sus recursos.

Norberto hizo que le dieran la regla de San Agustín, pues quería vivir la vida apostólica que había practicado ya en sus predicaciones, y había visto que este Santo, siguiendo a los Apóstoles, a había organizado y destacado... El gran número de hermanos obligó a buscar un sitio definitivo para establecerse. 

Era un sitio muy salvaje, totalmente sin cultivar, lleno de maleza, de pantanos y de barrancos. No había ningún motivo para instalarse allí, excepto una capilla, una huerta junto a ella y un estanque alimentado hasta el día de hoy por el agua de la lluvia y las filtraciones del pantano...

“¿Quién es –se preguntaba la gente asombrada- ese hombre cuya fe parece desafiar a la razón? ¿Qué porvenir hay para una fundación en este desierto? No se ha establecido sobre la roca y la tierra firme. Esto es sólo un pantano”.

En efecto, el terreno era tan pantanoso que, a pesar de los montones de piedras que echaron, se tardó mucho en afianzarlo. Pero la empresa no fracasaría, puesto que lo que planta el Padre celestial no puede perder nunca las raíces. Los albañiles eran unos alemanes y otros franceses. 

Los dos equipos emulaban en el trabajo, trabajando cada uno a un lado de la iglesia. El edificio se levantó muy pronto. Se acabó en nueve meses, y Bartolomé hizo la dedicación (F. Petit, en “La réforme des PRETRES au Moyen Age. Cerf, Paris 1968, 65-68).  

Grandmont y la pobreza colectiva

Esteban de Muret había escogido el eremitismo. Hasta su muerte en 1124, la vida en común con los compañeros que se habían visto atraídos por su ideal no había cesado de improvisarse. 

Convertidos en una Orden, los ermitaños de Grandmont fueron organizados por Esteban de Liciac (1139-1163), cuarto Prior, según la inspiración de Esteban de Muret.

La regla de Grandmont quiere realizar la orden de la pobreza. Rechaza las rentas del campo y los derechos parroquiales, es decir, las fuentes de la riqueza de otras órdenes. Prohíbe poseer tierras fuera del recinto monástico. 

Recomienda a los monjes los trabajos más humildes, como el acarrear estiércol o cortar leña y no admite la posesión de rebaños que exijan mucho espacio... La regla expone de esta forma a los monjes a la penuria, ya que tienen pocas tierras y pocos aperos de labranza. Cuando llegan las épocas difíciles, dos hermanos van a pedir limosna para los monjes. 

Así, pues, Grandmont quiere para los monjes una pobreza comparable a la de los pobres involuntarios, expuestos a la escasez de recursos y que viven de un trabajo humilde o de la limosna.

Roberto de Arbrissel

El deseo de dirigirse prioritariamente a los excluidos de la sociedad mueve también a Roberto de Arbrissel (hacia los años 1060-1117) a abandonar su comunidad de canónigos regulares para ir a predicar la penitencia... Vestido de harapos, recorre Anjou, Turena, Poitou y arrastra tras de sí a multitudes de penitentes, de mendigos, de enfermos, de prostitutas arrepentidas. 

Todos los ambientes están presentes entre los hombres y mujeres que abandonan sus casas para compartir con él la vida de nómadas por Cristo. Los penitentes viven de las ofrendas de la población y residen en los bosques.

Su número se convierte en un problema para las regiones que atraviesan... Roberto de Abrissel tiene que ceder a la presión de las autoridades eclesiásticas y transformar a sus marginados nómadas en ermitaños sedentarios que vivan del cultivo de la tierra. 

Confía a tres compañeros el cuidado de los hombres, y él mismo da a las mujeres una organización original. Crea en Fontevrault un convento para las damas, una casa de penitencia para las prostitutas arrepentidas y un hospital parta los enfermos. 

Coloca también allí algunos hombres para su protección y para que trabajen la tierra, poniéndolos bajo la jurisdicción de la Abadesa. 

La Universidad, un fruto medieval

Durante los primeros años del siglo XIII ocurrió un hecho extraordinario: el nacimiento de las primeras universidades (París, Bolonia, Oxford, etc.).

En el siglo XII, maestros famosos habían contribuido a la ampliación de la cultura, estableciendo contacto con la cultura árabe. Además, los “canónigos regulares” habían fundado escuelas en las ciudades, que estaban muy relacionadas con las catedrales. Antes del año 1150, para estudiar había que ir a los monasterios; pero desde esa fecha se podían frecuentar las escuelas de la ciudad. 

Las más famosas fueron París, Bolonia y Oxford. A estos centros de estudio llegaban maestros y estudiantes de todo el mundo cristiano en tal cantidad, que tenían que alojarse en casas de las familias del lugar. Se fundaron hospicios y colegios para los estudiantes más pobres.

Roberto de Sorbon funda en París, en 1257, con la ayuda de San Luis, un hogar para estudiantes, un colegio para los necesitados, que encuentran allí cama y mesa. Alimentado con ricas donaciones, el colegio de Sorbon está en el origen de la Universidad de la Sorbona. Su “librería mayor” (biblioteca) contaba ya en 1290 con 1,017 volúmenes.

París se había convertido en el centro estudiantil más famoso de Occidente. El rey libró a los estudiantes de la jurisdicción civil y eclesiástica. Roma, por su parte, concedió un reglamento particular a todos los maestros y estudiantes de París. 

En esta forma, la escuela se convertía en una institución autónoma, y los maestros y estudiantes formaban un cuerpo social oficialmente reconocido y con una legislación propia. Los maestros tenían que pertenecer al Clero.

En aquella escuela se enseñaban “todos” los conocimientos de entonces, y por eso se le llamaba “universidad”. París fue la primera universidad en la historia. En el año 1200 tenía cuatro facultades: Filosofía, Derecho, Teología y Medicina. 

La Universidad de París estaba dividida en cuanto al origen de sus estudiantes, que provenían de todas las naciones cristianas. La presencia de tan diversos maestros y estudiantes y el intercambio entre las distintas universidades enriqueció enormemente la vida cultural del siglo XIII.

2. Pobreza mendicante y rehabilitación del pobre

Siglos XIII - XV

Una nueva pobreza

En 1206, Domingo de Guzmán se presentó ante el Papa Inocencio III para pedirle permiso de predicarle a los herejes. Nació entonces un nuevo tipo de orden religiosa, no alejada del mundo, sino en íntima relación con las personas. 

Los dominicos serán estudiosos y predicadores: la Orden de Predicadores.

Santo Domingo y sus compañeros están en el origen de la Orden de Predicadores que tienen una misión universal; predicadores llamados también mendicantes, porque tendrán que vivir pobremente, sin poseer nada y recurriendo a la limosna. 

El capítulo general, que se celebra en Bolonia el mes de mayo de 1220, decide adoptar resueltamente el régimen de mendicidad para la Orden de Predicadores. No sólo el predicador recurre a la mendicidad durante sus misiones, sino que el mismo convento de hace mendigo...

... Santo Domingo, que quería para sus hermanos una sólida formación doctrinal, tomó la decisión de dispersarlos, enviándolos a las ciudades en donde las antiguas escuelas se organizaban como universidades: París y Bolonia... 

Al escoger la pobreza en su forma más humilde, mendigando en el corazón de las ciudades, donde los pobres llevaban la vida más dura, los predicadores mendicantes exaltaron la condición de los más desfavorecidos, de los “nuevos pobres” del siglo XIII. 

Esto predisponía a los dominicos en predicadores muy eficaces entre las multitudes urbanas... su opción se sitúa en todo lo contrario de las órdenes monásticas, que buscaban el “desierto”.

Los dominicos se pronuncian por los lugares habitados. A partir de 1230 se encuentran en el corazón de las ciudades que deben escuchar de nuevo el Evangelio. 

En efecto, la ciudad respira un nuevo paganismo, que le viene de su enriquecimiento. Es el teatro de contestaciones heterodoxas. Es el centro de los estudios y de los cuestionamientos. Es el crisol de la mentalidad del siglo XIII.

A la nueva sociedad urbana responde un nuevo apostolado. Puede aparecer como un fruto tardío de la reforma gregoriana del siglo XII. 

Efectivamente, concilia la vida apostólica, pobre y común, con la tarea pastoral. Los dominicos se encuentran en contacto con todo un pueblo de marginados, de campesinos endeudados, víctimas de la usura, del incremento demográfico, del desarrollo de la economía monetaria, señores arruinados, prostitutas, etc.

La pobreza de los dominicos revela el valor eminente de todos los abandonados. Al buscar una pobreza radical, al hacer de la ciudad, refugio y fábrica de los pobres, su lugar escogido, al participar de las reformas de la vida urbana, al hacerse consejeros de los príncipes, los dominicos contribuyen a rehabilitar la condición del pobre.

Francisco de Asís es el santo que dio mayor vida al ideal de sencillez y pobreza cristiana. Obtuvo del Papa la aprobación de un reglamento para él y sus compañeros.

Francisco vive en el contexto de las ciudades italianas en donde el contraste se hace cada vez más agudo entre unos patricios que nadan en la abundancia y un pueblo en vías de proletarización. Oye la llamada de la pobreza a través de las palabras evangélicas (Mt 19, 21; Lc 9, ). 

Estas le bastan como regla... con sus hermanos, Francisco quiere guardar una sumisión total a las autoridades de la Iglesia. Accede a los deseos de Inocencio III de integrarlos en la clericatura: el diaconado para él mismo, la tonsura para los hermanos... Inocencio III le autoriza a proseguir la búsqueda de la pobreza, que lo lleva muy lejos. 

Francisco y sus compañeros se llamarán “hermanos menores”... que sean los más pequeños...

San Francisco de Asís no desea inclinarse sobre los pobres, sino ser él mismo pobre. El y sus hermanos adoptan un hábito vil. Como los pobres, obtienen sus medios de vida del trabajo manual y cotidiano y recurren a la limosna en caso de necesidad. En cambio de su trabajo no aceptan más que unos donativos que comparten. 

Rechazan el dinero y lo excluyen de toda función en su vida... No tienen más que sus hábitos y los instrumentos de su trabajo. Levantan unas cabañas o unos chamizos en los barrios pobres y se niegan a proteger sus posesiones...

En la primera comunidad reunida en torno a San Francisco, hay hombres llegados de todos los horizontes sociales, sin exclusiva. Hay burgueses como Francisco, caballeros como Ángel Tancredo, patricios como Bernardo de Quintavalle, pobres como Juan el Simple. La unidad de la comunidad se basa en la exigencia del desprendimiento absoluto...

Las predicaciones de los hermanos atraían no solamente a hombres, clérigos y laicos, sino también a mujeres. La palabra de San Francisco convenció a una joven, Clara Offreduccio, para que abrazara la vida de pobreza. Pertenecía a una familia de aristocracia de Asís y huyó del castillo paterno en compañía de su prima; San Francisco les cortó los cabellos, les dio un sayal y les buscó un refugio en un monasterio de benedictinos. 

Luego se les juntó Inés, hermana de Clara, a pesar de las resistencias de la familia. Recibieron la iglesia y el convento de San Damián, y Francisco redactó para la orden de “damas pobres” una regla parecida a la de los menores, en la que ensalza a la “santa pobreza”.

Santa Clara tuvo que luchar constantemente contra todas las presiones, para mantener su propósito de no aceptar propiedades. Su combate se revelaba aún más difícil que el de San Francisco, debido al contexto de la época, que imponía a las mujeres una organización monástica más estructurada que la de los hombres.

Al morir San Francisco su Orden contaba con 10,000 miembros.

Los deberes con los pobres

Santo Tomás de Aquino (1225-1274) comentó los Mandamientos de la Ley de Dios y reprobó por ello el hurto, la usura, el fraude y otras maneras de enriquecerse pecaminosamente. Principalmente en el Tratado de la Justicia.

... disperso por varios lugares de la Suma Teológica (sobre todo la 2-2), el pensamiento de Santo Tomás de Aquino sobre los problemas de la pobreza vivida se expresa también con claridad en las respuestas que da a las consultas de confesores y de príncipes en varios sermones y obras de Circunstancia (De emptione et venditione. Contra impugnantes).

Así, cierta parte del pensamiento económico de los escolásticos concierne, al menos en forma negativa, a la defensa de los más pobres, por ejemplo a propósito de la usura, del acaparamiento, de la especulación sobre los precios, de los abusos fiscales y jurídicos, del salario justo. De forma positiva, los escolásticos recogieron y precisaron muchas veces las posiciones de sus predecesores... la limosna no puede provenir más que de los bienes y renta legítimos; queda excluido el producto del robo, lo que proceda del hurto, de una sustracción de herencia o dote, de una violencia, de una injusticia, de una especulación ilícita y lógicamente de la usura. Lo que da el usurero es la “sustancia” del pobre. La justicia ha de preceder a la limosna. (M. Mollat, “Les pauvres au Moyen Age”, Hachette, Paris 1978, 162-164). 

Ejemplos contagiosos

Raimundo Lulio (+ 1315), teólogo, pedagogo, sabio, místico y misionero español, desea que la Iglesia reforme la sociedad creando procuradores de los pobres.

Revitalizadas por el dinamismo de los mendicantes, las órdenes recientes –consagradas a la redención de los cautivos, como los trinitarios y los mercedarios, o al servicio de Tierra Santa, como los hospitalarios y los templarios- establecen capellanías para pobres y aseguran el relevo de la beneficencia en lugar de las antiguas órdenes, cuyos recursos disminuyen. 

Algunos Obispos instituyen capellanías permanentes para organizar la distribución regular de víveres. Las encontramos en Francia (Bourges, Rouen, Angers), en España (Barcelona y Valencia), en Italia (Bolonia), etc.

Los Papas de Avignon no se olvidan de que son también “Padres de los pobres”. Juan XXII, fijado en Avignon, funda un servicio de reparto de limosnas llamado Pignotte... La Pignotte proporciona a los pobres alimentos y vino, vestidos y medicinas. 

En tiempos de Juan XXII, distribuía por semana 67,5000 panes. En 1344, el aumento del número de necesitados obligó a ensanchar los edificios de la Pignotte. Bajo Clemente VI, distribuía cada día a los pobres un total de 32,000 panes.

En los siglos XIII y XIV, todas las cortes tenían una limosnería real. Para el Rey de Francia Luis IX, San Francisco de Asís era un modelo. San Luis veló por el funcionamiento normal de la limosnería o capellanía real, que controlaba los hospicios, los hospitales y las enfermerías de la fundación real. Hay muchas anécdotas que ilustran la generosidad del Rey. 

Cuando se lo criticaban, respondía: “Si a veces gasto mucho dinero, prefiero gastarlo en obras hechas por amor de Dios que en frivolidades y cosas mundanas”.

Los parientes del Rey de Francia imitan su misericordia. Encontramos un servicio de limosnería en la corte de su hermano Alfonso de Poitiers, en la de su cuñado Enrique III de Inglaterra, en la de su sobrino Eduardo I y en la de su primo Fernando III de Castilla.

El relevo de los laicos

A través del desarrollo de las limosnerías reales, los laicos parecen asegurar una especie de relevo en las obras tradicionales de asistencia eclesiásticas, transformadas a menudo en beneficios. Este relevo se da claramente en el caso de los hospitales y de las leproserías... Los mendicantes aconsejan vivamente la limosna a los mercaderes, cuyo oficio es a veces objeto de reprobación. Al desafío del dinero, cuya difusión no aprovecha sin embargo a todos, responden con un sistema regular de limosnas y con una red de casas hospitalarias. En Florencia, los terciarios franciscanos y la compañía de oro de San Miguel aseguran la distribución regular de víveres y de ropa.

Las cofradías de oficios se organizan como sociedades de ayuda mutua para socorrer a sus miembros necesitados. Extienden además su acción caritativa a los pobres y a los enfermos, sobre todo en las ciudades... En las aldeas, las cofradías de campesinos reconstruyen las granjas incendiadas e indemnizan a los labradores que ven destruidas sus cosechas.

Los burgueses fundan hospitales o les dejan legados en su testamento, según les aconseja el clero o los mendicantes. Todos, los ricos y los menos ricos, se las ingenian para dejar algo a los pobres. A comienzos del siglo XIV, París contaba con unos sesenta establecimientos hospitalarios. En el imperio, en Hungría, en Polonia, en los reinos de España y en Italia, se desarrolla la hospitalidad urbana. Algunas pequeñas fundaciones, establecidas en la casa de un patricio, pueden ofrecer seis camas; en otras hay hasta 250.

A partir de los Concilios de París (1212) y de Rouen (1214), celebrados ambos bajo la presidencia del legado del Papa Roberto de Courson, y también del cuarto Concilio de Letrán (1215), se redactan no pocos estatutos hospitalarios. Para la acogida de los pobres se inspiran sobre todo en los que se establecieron en el siglo XII por obra de los hospitalarios de San Juan de Jerusalén, en las costumbres de los hermanos del Espíritu Santo y en la regla de Aubrac.

Nuevos retos

En 1347, después de una serie de años lluviosos, se declaró el hambre en Italia, en Lyon, en Aquitania. En el reino de Navarra, los campesinos no disponen ya de semillas para el año 1348. 

Arruinados, se van por otros pueblos a mendigar un poco de pan. Las tierras abandonadas se quedan incultas y en barbecho, ya que los campesinos que se quedan en las aldeas ni siquiera tienen con qué sembrar sus campos.

La peste negra de 1348 hace morir a la tercera parte de la población europea, especialmente a los habitantes de los barrios pobres, debido sobre todo a su deficiente nutrición. Es verdad que, una vez pasado el azote, la falta de trabajadores provoca un aumento de los salarios. En Florencia, de 1350 a 1360, los salarios conocen un “decenio milagroso”. 

Pero a finales del siglo XIV, con la guerra de los Cien años, las pestes, el hambre y los impuestos duros, provocan un agravamiento de la pobreza rural, una cerrazón en las categorías sociales, el paro, la escasez y los consiguientes motines.

La cólera de los pobres origina insurrecciones en Florencia, Gante, Rouen, Londres, Hamburgo y Gdansk. Se manifiesta en el movimiento de “remensas” catalanes: los campesinos se niegan a aceptar las concesiones que se les concedieron en otros tiempos...

Los pobres aumentan cada vez más en número, “braceros” y “jornaleros”, víctimas de la distribución de tierras, de los malos salarios y de los impuestos. Se multiplican los términos para designar a los mendigos: truhanes, caimanes, pillos, bribones, pícaros... 

Para designar a las gentes que no poseen nada y se hacen sospechosos, el vocabulario se carga de desprecio en Polonia, como en los demás países de Europa: “hultaj” designa a las personas sin fortuna, “golota” se dice de los que no tienen casa o de los nobles arruinados.

A mitad del siglo XV, el mendigo, delincuente en potencia, es comparado a menudo con el malhechor. Se tolera al pobre conocido, se detesta al vagabundo “sin fuego ni lugar” y “sin honor”... El número creciente de pobres es un motivo de inquietud... En 1474, el consejo de la ciudad de Poitiers decide expulsar a “los que piden limosna sin necesidad”.

La desconfianza frente a los más desvalidos les prohíbe el acceso al saber. A finales de la Edad Media, se constituye una casta de enseñantes que intenta hacerse con los estudiantes de poco dinero que son una carga para la universidad.

La asistencia a los pobres

Los predicadores populares, como Bernardino de Siena, Vicente Ferrer, Francisco de Paula, invitan insistentemente a sus oyentes a que escuchen sus gritos...

Al acercarse a su muerte, algunos ricos mercaderes dejan sus bienes a los necesitados... 

Muchos no se contentan con dejar legados en testamento para las instituciones caritativas, sino que responden también a las llamadas urgentes; así, en Florencia, en 1348 atienden a ellas de forma puntual o de forma duradera mediante la fundación de hospitales. 

En 1339 hay unos treinta hospitales en Florencia, con una capacidad total de unas mil camas, en parte para los pobres no enfermos.

Lyon cuenta con unas veinte instituciones, que representan doscientas camas. Habitualmente, los burgueses fundan pequeños centros hospitalarios de doce a quince camas. El canónigo de Poitiers, Pierre Dile, en 1364, instala una limosnería de quince camas. Un burgués de Niort crea otra destinada a recibir a doce pobres. 

La limosnería de Cholet tiene cuatro camas en 1406. Jean de la Cambe, llamado el Gantés, funda en Lyon un hospicio en su propia residencia, en 1466; está destinado a recibir a trece pobres enfermos, hombres o mujeres, que tengan más de 60 años de edad.

Las distribuciones periódicas realizadas por estas limosnerías revelan el gran número de necesitados  que hay. En Niort se había anunciado una distribución de grano durante una semana. Tuvo lugar el 3 de mayo de 1488. Había proporcionado pan a 7,940 pobres.

Los franciscanos fundan Montes de Piedad en Italia, el primero de ellos en Perusa en 1463. Estos establecimientos,  sin finalidad lucrativa, conceden préstamos con garantías. 

Tropiezan con la oposición de los banqueros, que ven allí una forma de competencia, pero también de los teólogos y de los canonistas, que no admiten el préstamo a interés, ni siquiera en el caso de que sirva únicamente para cubrir los gastos de administración. 

La Constitución “Inter multiplices” (4 mayo 1515) del Concilio V de Letrán pondrá punto final a esta controversia.

León X aprueba los Montes de Piedad y los limpia de toda acusación de usura. Desea sin embargo que sean enteramente gratuitos en el interés a los pobres. El apoyo del Papa permite a esta institución desarrollarse a través de Europa. 

Se crean Montes de Piedad en Roma, en Brujas, en Lille, en Madrid, en París. Contribuyen a liberar a los indigentes de los préstamos usureros.

Esta época conoce además una forma de dedicación especialmente meritoria: la asistencia a los apestados y la sepultura de los pobres. Los “caritativos de San Eloy” se organizaron en Béthune en 1188. 

La peste negra dio origen a numerosas cofradías a partir de 1348. En Avignon, Clemente VI, que se había quedado en la ciudad, manifestó su solicitud pagando médicos para que atendiesen a los enfermos y reclutando carreteros y sepultureros para enterrar a los muertos.

También afluyen los donativos, bajo la forma de limosnas o de legados, para responder a las necesidades de las órdenes religiosas consagradas a la redención de cautivos, los trinitarios y los mercedarios. 

A su lado, las órdenes religiosas de caballeros combatientes, nacidas en el contexto de la lucha contra el islam en la península ibérica o en Tierra Santa, trabajan también en la liberación de prisioneros...

A pesar de todos estos esfuerzos, las instituciones caritativas se ven incapaces de enfrentarse contra el progreso de la miseria. Las ciudades crean “oficinas de pobres” o “limosnas generales”. 

En 1505, París municipaliza los hospitales. Por razones a menudo financieras y a veces disciplinares, los hospitales y las obras de asistencia pasan a estar bajo el control de las ciudades en Castilla, en Inglaterra, en Italia, en el Imperio. Desde 1491, cada cantón suizo tiene que encargarse de los pobres.

Su gran número provoca temor y hostilidad... Las ciudades sólo aceptan dar de comer a sus propios pobres. Siguiendo el ejemplo de Siena y de Milán, las ciudades se orientan hacia la reclusión de los pobres.

Bibliografía

* Paul Christophe, Para leer la historia de la pobreza, editorial Verbo Divino, Navarra, España, 1989

Bibliografía complementaria

- Carreto, Carlo, Yo, Francisco (de Asís), San Pablo, Madrid, 1981

- Castiello y Fernández del Valle, Jaime, La Universidad, estudio histórico-filosófico, JUS, México, 1985

- Flores, Mario Ángel, El pensamiento social de los Padres de la Iglesia, Colección Doctrina Social Cristiana, No. 8, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1988

- López Ríos, Bernardo, Para leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XI), en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, Año 17, No. 70, octubre-diciembre, México, 2004, pp. 107 y ss.

- Loza Macías, S.J., Manuel, Iglesia primitiva: ¿comunista?, Temas de actualidad, Confederación USEM (Unión Social de Empresarios Mexicanos), junio, México, 1982.

- Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992

- La creación de riqueza: su grandeza y su miseria, Colección “Diálogo y Autocrítica”, No. 38, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1994

- Luciani, Albino (S.S. Juan Pablo I), “Si gobiernas, sé prudente” (Cartas a San Bernardo, Abad de Claraval), en Ilustrísimos señores, Cartas del Patriarca de Venecia, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 1978

- Raymond, M., La familia que alcanzó a Cristo (San Bernardo y su familia), Herder, Barcelona, 1999

- Sheen, Fulton J., “La filosofía del arte medieval”, en Errores y Verdad, Azteca, México, 1983

- “Las tres grandes confesiones de la historia” (San Agustín, Eloísa, Juan Jacobo Rousseau), en La vida merece vivirse, (Quinta serie), Planeta, Barcelona, 1970, pp. 299-313

- Wagner, Carlos, Los pobres en el mundo, Latinoamérica y México, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, año 17, núm. 69, julio-septiembre, México 2004, pp. 11-34

- Historia Gráfica de la Iglesia, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1990

- Las páginas más bellas de San Bernardo, Monte Carmelo, Burgos, 2000

- Un Cartujo habla, editorial Verbo Divino, Navarra, España, 1958









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