Por Bernardo López Ríos *
* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las
enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa
Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica
El espacio sideral
Si
en alguna ocasión tenemos la oportunidad de contemplar el firmamento en una
noche despejada, podríamos observar alrededor de 6 mil estrellas, y con un
telescopio y cámaras fotográficas es posible contar miles de millones de
estrellas.
La
Galaxia en la que se encuentra nuestro planeta es la Vía Láctea, y en ella se
calcula que existen más de 400 millones de estrellas. Y a medida que continúan
las observaciones se descubren nuevas galaxias, de las que se conocen alrededor
de 500 millones actualmente.
Nuestro
planeta Tierra tiene una magnitud enorme, sin embargo, se necesitarían otros
mil trescientos planetas como la Tierra para igualar la magnitud del planeta
Júpiter, y más de un millón para igualar al Sol.
El
Sol es la estrella más familiar para todos nosotros, pero nuestra imaginación
tal vez se quede corta si tratamos de formarnos una imagen adecuada de la
estrella Betelgeuze, cuya magnitud equivale a 27 millones de soles, y la estrella
Antares a 113 millones de soles. Las dimensiones de Orión suponen una masa 400
millones de veces mayor que el Sol.
Si
ahora comparamos la deslumbrante luz del Sol con la de otras estrellas, por
ejemplo con Alción, necesitaríamos la luz de 600 soles para igualarla en
luminosidad. Y para quedarnos con la boca abierta podríamos imaginar a la
estrella Cephis que es 60 mil veces más luminosa que el Sol.
La
luz tiene una velocidad de 300 mil kilómetros por segundo, o sea, que daría
ocho vueltas a la Tierra en un segundo.
Pues
bien, a pesar de esa vertiginosa velocidad, la luz de la Luna tarda en llegar a
nosotros un minuto y medio; la luz del Sol tarda ocho minutos y medio; la luz
de Sirio, brillante estrella de nuestro firmamento, se tarda nueve años en llegar
a nosotros.
La
luz de la estrella Polar tarda 46 años, y es de notar que estamos hablando de
las estrellas más cercanas a nosotros.
La
luz de la estrella Betelgeuze tarda en llegar a nosotros como 100 años; la luz
de la galaxia más cercana, la gran nebulosa espiral de Andrómeda, que se
compone de miles de millones de estrellas a 70 mil años luz, y hay otros mundos
de estrellas, cuya luz tarda en llegar a nosotros más de un millón de años.
Eso, refiriéndonos a los que conocemos.
Habrá
estrellas cuya luz, emitida antes que existiera la primera pareja humana, aún
no ha llegado a nosotros. Habrá estrellas que quizás ya no existan, y sin
embargo, nos está llegando su luz, que emitieron cuando aún existían hace
millones de años.
Desde
el gran astrónomo Galileo sabemos que las estrellas no están inmóviles, como se
pensó en la Antigüedad. El Sol se mueve en el espacio a 30 kilómetros por
segundo; Aldebarán a 54 kilómetros por segundo, y hay galaxias cuya velocidad
se ha calculado en 25 mil kilómetros por segundo.
Sin
embargo, tanto el movimiento de los planetas como el de las estrellas del
Universo no es caótico, sino que está sujeto a un orden.
Nuestro
planeta gira alrededor del Sol a 30 kilómetros por segundo y cada día recorre
nada menos que 2 millones y medio de kilómetros, y nosotros también con él.
Es
tan preciso y regular el movimiento de los cuerpos celestes que pueden
conocerse con exactitud matemática sus posiciones en el espacio.
El
cometa Halley era conocido desde dos años antes de Cristo, pero fue el
astrónomo inglés Edmund Halley quien lo estudió en 1682, y predijo que
reaparecería en 1758, y cada 76 años.
El
cometa Donati (1858), que fue el más brillante del siglo XIX, reaparecerá en el
año 3870, y sabemos que Londres no presenciará un eclipse total de Sol sino
hasta el año 2150.
Este
maravilloso Universo que habitamos nos invita a conocerlo más y más, y a palpar
que ha sido hecho con inteligencia.
Isaac Newton
Uno
de los más grandes científicos y estudiosos del Universo, Isaac Newton
(1642-1727), al final de su magna obra intitulada “Los Principios Fundamentales
Matemáticos de la Filosofía de la Naturaleza”, escribió:
El orden admirable del Sol,
de los planetas y de los cometas no pudo proceder sino del plan y según la
orientación de un Ser Omnisciente y Omnipotente. Y si todas las estrellas fijas
son otros tantos centros de sistemas solares semejantes al nuestro, entonces
todo el Universo, que evidentemente está ordenado según un plan único, es el
reino de un solo y mismo Soberano. De ahí se sigue que Dios es en efecto un
Dios divino, sabio y omnipotente, un Ser que está sobre todo, y que es
infinitamente sabio.
Newton era además un hombre
consecuente en su vida práctica con sus descubrimientos, pues siempre que oía o
leía el nombre de Dios, se descubría la cabeza con gran respeto.
Las abejas y las matemáticas
Pero
la perfección con la que Dios creó el Universo no solamente la encontramos en
los planetas y demás cuerpos celestes, sino también en los seres vivos.
Las
abejas, al cerrar las celdillas hexagonales, donde depositan la miel, resuelven
un problema de matemáticas, que sólo se puede resolver después de diez o doce
años de estudio.
El
sabio Rameaur se lo propuso a los matemáticos de su tiempo, y solo König,
celebridad matemática de entonces, pudo resolverlo, pero con una pequeña
diferencia. Parecía que las abejas cometían una pequeña equivocación.
Pasado
algún tiempo naufragó un barco, y el capitán se defendió diciendo que los
cálculos que él había hecho estaban bien; la equivocación dependía de las
tablas de logaritmos que había usado, las cuales estaban equivocadas.
Oyó
esto Maclaurin, quien no se avenía a que las abejas se equivocaran en el
problema; corrigió los logaritmos, resolvió nuevamente el problema propuesto
por Rameaur y vio que… ¡¡¡LAS ABEJAS TENÍAN RAZÓN!!!
El
equivocado había sido König.
Otro
gran investigador de la naturaleza y fundador de la botánica moderna, Carlos
Linneo (1707-1778), en su “Sistema de la Naturaleza” escribió:
Salía yo de un sueño cuando Dios pasó de lado contra mí, le vi y
me llené de asombro…
He rastreado las huellas de
su acción en las creaturas, y, en todas, aún en las más ínfimas y cercanas a la
nada… ¡qué poder, qué sabiduría, que insondables perfecciones he encontrado!
Las flores de Francis
Un
célebre filósofo escocés apellidado Beotti tuvo un día la idea de enseñar
palpablemente a su hijo la necesidad de aceptar un Ser Supremo que rige el Universo.
En
el jardín de su casa trazó, con surcos, el nombre de su hijo. Los surcos eran
de grandes dimensiones y en ellos sembró semillas de diversas flores que cubrió
con tierra.
Pasaron
los días y la fina lluvia escocesa hizo germinar las flores y un día el
muchacho de diez años llegó jadeante a decirle a su padre:
- Papá, papá, mi nombre ha brotado en el
jardín. Mi nombre está escrito con flores. Ven y lo verás. Está muy claro,
perfectamente claro, dice: FRANCIS; sí papá, mi nombre ha brotado escrito con
flores.
Su padre sonrió sin dar
importancia al asunto. El niño insistió:
- Ven a verlo papá, ven y verás lo claro
que está.
-
Eso
no tiene nada de extraño, hijo, es la casualidad, es el azar.
-
No
papá, no puede ser la casualidad. Mi nombre está muy claro, dice: FRANCIS, con
letras muy grandes y muy hermosas.
El padre volvió a
responderle:
-
Fue
el viento, hijo, que hizo volar las semillas y las fue sembrando y resultó tu
nombre como podía haber resultado el mío o el de tu Mamá.
- No papá,
replicaba el niño. Las flores nunca nacen
ordenadas y menos en forma de letras, y nunca formando un nombre. ¡Oh, no papá,
algún ser inteligente ha andado en este asunto! Tal vez tú has escrito mi
nombre y has sembrado las flores.
El
papá por fin le dijo a Francis:
- Sí, hijo, he sido yo. Y lo he hecho para
enseñarte que de la casualidad no puede surgir un orden complicado, sino que se
requiere una inteligencia ordenadora.
Fíjate
en ti, hijo, ve tus manos, tus dedos, tus pies, tus ojos, tus oídos, tus
brazos. Todo tan bien hecho, tan complicado, tan útil. La casualidad no ha
podido juntarlos.
Graba
siempre en tu corazón esta convicción: los caminos certeros de los astros, la
fecundidad de la tierra, la belleza de la naturaleza, el resplandor de los
luceros, las riquezas del Universo tan variadas, desde el copo de nieve hasta
la potencia de las olas… todo eso está en perfecta armonía y orden.
Y
ese orden no es fruto del azar, ni de la casualidad, es fruto de la
inteligencia. Un Ser infinitamente inteligente dio orden a cuanto vemos y a ese
Ser lo llamamos DIOS.
A
Dios no lo podemos ver porque es un Espíritu, pero vemos su huella y la huella
de Dios es la Creación visible y ordenada.
Johannes Kepler
Uno
de los fundadores de la moderna Astronomía, Johannes Kepler (1571-1630), al
descubrir la tercera ley del movimiento planetario, escribió:
Es grande nuestro Dios; y
grande es su poder e infinita su sabiduría. Alabadle, vosotros, oh cielos y
tierra, y el Sol y la luna y las estrellas en vuestro lenguaje…
Que le alaba mi alma, a El,
al Señor, al Creador, todo cuanto pueda. Suya sea la gloria, el respeto, la alabanza
en todos los siglos de los siglos. Amén.
Epílogo
Para
concluir, invitamos ahora a lector a la lectura detenida del contenido del
siguiente link:
Bibliografía
- Jaime Balmes, Filosofía Elemental, Lógica,
Ética, Metafísica: Estética, Ideología Pura, Gramática General o Filosofía del
Lenguaje, Psicología, Teología Natural (Teodicea), Historia
de la Filosofía, Colección “Sepan Cuantos…”, Núm. 241, Editorial Porrúa,
México, 1998
- Antonio Brambila, Que Dios es la mar de raro, Editorial Geyser, México, 1973
- Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, Editorial Herder, Barcelona, 1978
- Rafael Gómez Pérez, S.J. Humanízate, Buena Prensa, México, 1982
- Juventud
en tu fe, Buena Prensa, México, 1979
- J. Javaux, ¿Dios demostrable?, Editorial Herder, Barcelona, 1971
- Saturnino Junquera, S.J. Las estrellas gritan: “HAY DIOS”, Folletos “ID”, Núm. 2-E,
Editorial Sal Terrae, Santander, España, 1961
- Primacía
del hombre… ¿por qué?, Folletos “ID”, Núm. 101-E, Editorial Sal Terrae,
Santander, España, 1962
- Salomón Rahaim M. S.J., Compendio de Filosofía, México, 1978
- Oswaldo Robles, Propedéutica Filosófica, Editorial Porrúa, México, 1967
- Tihamér Tóth, El joven observador, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1946
- Jaime Vélez Correa, S.J. Al encuentro de Dios, Filosofía
de la religión, Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), Conferencia del
Episcopado Mexicano, Colección de textos básicos para seminarios
latinoamericanos, Vol. 1, México, 1990
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