miércoles, 27 de noviembre de 2013

Juicio analítico a la plusvalía de Marx




Juicio analítico a la teoría de la
plusvalía de Carlos Marx

Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica

Si fueren atendidas mis súplicas, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, Rusia (URSS) esparcirá sus errores (marxismo-leninismo) por el Mundo.
(Profecía de la Santísima Virgen María en Fátima, Portugal, 1917)

“El error del comunismo es creer que si todos los hombres compartieran la misma propiedad, serían hermanos. Esto es un grave fallo. Compartir la misma manzana no hace hermanos a los hombres; pero si todos los hombres fueran hermanos, compartirían la misma manzana”
(Fulton J. Sheen)

Preámbulo

En este estudio comenzaremos por presentar algunos rasgos de la vida y personalidad de Carlos Marx, así como lo que pensaba sobre nosotros, los mexicanos.

Nos referiremos también a una de las grandes aportaciones de Aristóteles al pensamiento económico.

Luego analizaremos con objetividad la teoría de la plusvalía de Marx y señalaremos sus aciertos y errores.

Finalmente mencionaremos algunos señalamientos de la Doctrina Social Católica sobre el capitalismo salvaje y cuestiones complementarias como nuestra propuesta económica para México (distinta del neoliberalismo), tan urgido hoy en día de una gran clase media como bien lo recomendaba Aristóteles, el gran filósofo griego.

Introducción

Marx empezó su vida con una contradicción y en el extinto bloque socialista del siglo XX se recogieron sus frutos.

Él, que nunca trabajó, desarrolló una teoría del valor del trabajo; él, que glorificó al trabajo como fuente de valor, nunca puso en práctica sus convicciones.

¿Qué decir de la peculiar perversidad psicológica de un hombre que siempre predica lo contrario de lo que hace?

Puede que Marx lo hiciera así para exculpar su conciencia de no haber trabajado.

En las Universidades de Bonn y de Berlín su padre tuvo que sostenerlo económicamente y pagar sus prodigalidades.

Cuando él tenía veinticuatro años, su madre se quejaba de que no se mantuviera con su trabajo.

Su hermana Sofía no dudó en calificarlo de parásito de la familia, pues se hallaban en el caso de privarse de lo poco que les quedaba para que a él no le faltara nada.

Cuando vivía en Londres, salvo un corto espacio de tiempo en que ganó algo como corresponsal del New York Tribune, dependía completamente, para su sustento, de su amigo Federico Engels, hijo de un rico comerciante de Manchester.

Su esposa tuvo que pedirle que trabajara de platero mientras las prendas de vestir eran llevadas a la casa de empeños, pero él se marchó de su casa y pasó al British Museum para escribir una obra sobre la teoría del valor del trabajo, obra que más tarde se publicó con el título de El Capital.

Su esposa estaba tan enojada por ello, que le decía:

“Carlos, si hubieras empleado algún tiempo en hacer capital en vez de perderlo todo en escribir acerca de él, estaríamos algo mejor de situación”.

Todo el tiempo que Engels le mantuvo vivía éste con su esposa, María Burns. En 1863 ésta murió repentinamente de un ataque al corazón.

Engels le escribió para participarle la trágica noticia, pero Marx le contestó:

“Sabe el diablo que en estos tiempos no hay sino mala suerte; yo no sé ya adónde volverme; mis intentos de sacar dinero de Francia y en Alemania han fracasado y, además, los niños no tienen zapatos y les falta abrigo para salir de casa”. Luego le pedía más dinero.

Engels recibió la carta de Marx antes de haber enterrado a María; respondió a Marx  le decía:

“Todos mis amigos, incluso las amistades burguesas, me han demostrado en esta ocasión más amistad y comprensión que la que yo había creído poder esperar, lo que no deja de emocionarme profundamente.

“Tú has creído que el momento era oportuno para hacerme notar la superioridad de tu fría filosofía; sea como quieras”. No obstante, Engels continuó ayudándole económicamente.

Muy cerca ya de sus últimos años de vida pasó a Londres un hombre joven, de nombre Le Moussu, que había mandado el escuadrón que asesinó al Obispo de París al triunfar “La Comuna”.

El tal Moussu había inventado una máquina de copiar y se unió en sociedad con otro para explotar su invento, que patentó con la edición inglesa de El Capital.

Cuando el socio de Le Moussu murió, Marx, que toda su vida había estado defendiendo que el valor de una cosa sólo depende del trabajo que en ella se ha invertido, decidió hacerse capitalista.

Se metió de impresor, robó la patente a Le Moussu y dio su nombre a la firma como principal capitalista. Marx exigió que la patente le fuera concedida personalmente y sólo a él.

Le Moussu se opuso firmemente y el caso fue llevado a los tribunales. Marx rehusó jurar sobre la Biblia; dijo que la tocaría como Mefistófeles la pudiera tocar.

Marx perdió el pleito.

Vivió lo suficiente para ver que dos de sus hijas se suicidaban y más tarde, en 1883, él fue enterrado en un lugar no sagrado del cementerio de Highgate en Londres.

Acerca de México escribió Marx:

“Con la debida satisfacción hemos presenciado la derrota de México ante los Estados Unidos, esto representa un paso adelante”

Y así pensaba Federico Engels:

"¿O acaso es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?”

En efecto:

Karl Marx y Friedrich Engels, los teóricos del partido comunista, se ocuparon poco —pero muy malévolamente— de ciertos momentos del desarrollo histórico mexicano.

Ellos inocularon en sus compinches el virus del antimexicanismo, evidente en el aplauso que brindaron a las fuerzas de Estados Unidos cuando éstas invadieron a los que ellos llamaron «salvajes mexicanos».

De manera semejante aplaudieron a los ingleses porque invadieron a la India. Con bien explícita admiración hacia los logros de los Estados Unidos, saludaron el triunfo estadounidense como un avance natural de lo que puede considerarse un cierto determinismo histórico (Cf. Periódico El Observador, 14 de octubre del 2007).

La desafortunada historia de España y de México a lo largo del siglo XIX ha dado lugar a multitud de análisis y comentarios.

Uno de los más agrios es el que tuvo por autor a Karl Marx, en carta a su fiel Engels, con ocasión de la guerra entre México y Estados Unidos.

Marx elogia sin reservas el modo de ser de los estadounidenses:

“Encontramos en los yanquis el más elevado sentimiento de independencia y del valor individual.” Serían incluso superiores a los anglosajones.

Por contraste, la raíz hispana de los mexicanos los convierte, a juicio de Marx, en un pueblo de tarados. “Los españoles –juzga el pensador alemán– son ya seres degenerados. Pero es que el mexicano es un español degenerado.

Todos los vicios de los españoles –grandilocuencia, fanfarronería, quijotismo– se encuentran elevados en ellos a la quinta potencia, sin la solidez de los españoles.

La guerra de guerrillas de México es la caricatura de la española.”

“Como contrapartida –concluye con sarcasmo–, hay que reconocer que los españoles no han producido un genio como Santa Anna.” (Cf. Antonio Elorza, “España y México: modernizaciones frustradas”, revista Letras Libres, Noviembre, 2006).

I. La teoría marxista del valor del trabajo

Cuando Carlos Marx (1818-1883) pasó a Inglaterra después de su casamiento con Jenny von Westphalen, desarrolló lo que vino a llamarse teoría marxista del valor del trabajo, piedra fundamental de la economía comunista.

En la conversación ordinaria la palabra “valor” se aplica a las cosas que sirven para satisfacer nuestras necesidades, tales como una barra de gis, un pizarrón, el pan, los reclinatorios, el queso, etc.

El valor de estas cosas se determina a base de muchos factores, por ejemplo, su escasez, su utilidad, alguna relación personal subjetiva, que unimos a ellas. Por ejemplo: haber sido regaladas por un amigo, su valor simbólico, etc.

Marx dejó a un lado todas estas y otras consideraciones y tomó el partido de estimarlas, aunque fuera su valoración de una simplicidad absurda, como si todo el valor dependiera únicamente del tiempo que se había invertido en trabajarlas.

De este modo el trabajo resultaría ser la única fuente de valor de todas las cosas.

Pero esto no es así:

Las perlas no son de valor porque el hombre las pesca sumergiéndose en el mar, sino que el hombre las busca y se sumerge en el mar para cogerlas porque son valiosas.

Si el trabajo fuera la única causa del valor de las cosas, entonces resultaría que el capitalista que proporciona las primeras materias y la fábrica, los métodos de producción y aun de las ideas o inventos para transformar las materias, no serían sino una “explotación” del trabajo.

De aquí se seguirá la doctrina de que el capital y lo mismo la propiedad privada deberían ser destruidos y puestos fuera de ley y entregado todo en manos del Estado, el cual estaría, a su vez, bajo la dirección de la dictadura del proletariado (Cf. Fulton J. Sheen, “La Vida de Carlos Marx”, La vida merece vivirse (Cuarta serie), Planeta, Barcelona, 1967, pp. 324-335).

II. Aristóteles

De acuerdo con el Estagirita:

“el hombre puede adquirir riquezas que vayan más allá de sus necesidades o de las de su familia, de manera que será necesario distinguir entre actividad económica en sentido estricto y lo que podríamos llamar actividad crematística, es decir, la acumulación indefinida de riquezas.

“Esta segunda es una actividad inmoral, según Aristóteles, concepción que prevalecería en Europa hasta los albores de la Edad Moderna.

“De aquí surge una distinción clave de la teoría económica, debida a Aristóteles: la de valor en uso y valor en cambio”.

“Según él, toda propiedad tiene dos funciones particulares, diferentes entre sí:

“Una propia y directa, y otra que no lo es. En el primer caso se producen u obtienen bienes para utilizarlos o consumirlos, mientras que en el segundo el objeto en sí mismo deja de tener este fin para convertirse en un elemento de cambio o de trueque.

“Así aparece el comercio, que es esencialmente el mismo en el caso de trueque de bienes entre dos individuos o de tráfico terrestre o marítimo en gran escala.

“Pero en el primer caso, cuando hay trueque o cambio para fines domésticos, se trata de una institución natural, mientras que en el caso del comercio el afán que lo guía es el simple lucro, la actividad crematística por ella misma, la cual es reprobable. Pero

“¿cuál es la base de todas estas actividades?

“La propiedad. La propiedad para Aristóteles es una institución natural, connatural a la casa familiar, parte de ella…

“Aristóteles rechaza toda posibilidad de comunismo, es más, lo critica duramente, al referirse a Platón”.

(Cf. Salvador Giner, Historia del pensamiento social, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 73-74).

III. Juicio analítico a la
teoría de la plusvalía de Marx

El sistema económico de Carlos Marx es punto capital del comunismo, por lo cual abundaremos en sus líneas fundamentales.

Su principio básico es que el trabajo del obrero es lo único que comunica valor a la materia laborable y que, en consecuencia, toda la ganancia le corresponde al obrero.

David Ricardo (1772-1823), economista liberal británico, sostenía rígidamente que “el valor de un artículo de consumo” dependía “de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción” y afirmaba que el obrero debería recibir solamente aquello que necesitara para sustentarse.

Así que fue Ricardo quien echó los cimientos para la teoría de Ferdinand Lasalle (1825-1864) de la “ley férrea de salarios” y también más indirectamente para la idea marxista del valor excedente.

Valor usual y valor comercial

A) Marx comienza (al igual que Aristóteles en la Antigüedad) por distinguir entre valor usual y valor comercial

Valor usual es el que tiene una cosa por la utilidad que encierra, y que nace de sus propiedades naturales. Podríamos llamarlo valor natural.

Valor comercial es la propiedad que tiene una cosa de ser objeto de comercio, esto es, de ser comprada, vendida o permutada por otra.

Para Marx, el valor comercial es independiente del valor usual o utilidad del objeto, que es sólo una condición previa, muy diversa en los varios objetos.

El valor comercial debe depender de un elemento común a todos los objetos, y que no puede ser otro sino el trabajo del obrero.

El valor comercial se mide exclusivamente por la cantidad de trabajo que el obrero emplee en la elaboración del artefacto.

Esta doble afirmación consta claramente en la doctrina de Marx y es el fundamento mismo de ella:

En el cambio de mercancías su valor comercial aparece del todo independiente de su valor usual.

“Es precisamente la abstracción de su valor en uso lo que caracteriza las relaciones de intercambio de las mercancías.

Un objeto cualquiera en tanto tiene valor en cuánto se contiene en él como cristalizada y materializada una cantidad de trabajo humano.

“Ahora bien, ¿cómo medir la cantidad de este valor?

“Por medio de la cantidad del trabajo en él contenido, trabajo que constituye la substancia que lo produce.

“Esta cantidad de trabajo se mide a su vez por el tiempo en él empleado” (Carlos Marx, El Capital, Cap. I).

B) Luego advierte Marx que estos principios deben aplicarse al trabajo del obrero, al que se ha de considerar como una verdadera mercancía; el obrero lo vende, el capitalista lo compra.

En el trabajo debemos pues distinguir también el valor usual del valor comercial.

Su valor usual o natural es la fuerza de trabajo del obrero que se entrega al capitalista a cambio del salario.

Su valor comercial se mide por el precio de las cosas necesarias para el sustento del obrero, o sea el salario, que paga el capitalista.

Pues bien, el capitalista recibe mucho más de lo que paga; la fuerza de trabajo del obrero, explotada al antojo de aquél, le representa mucho más que la corta remuneración que paga al trabajador.

Supongamos, por ejemplo, que el obrero gane doscientos pesos diarios: puede suceder que estos doscientos pesos los gane el capitalista con cuatro horas de trabajo del obrero; entonces las demás horas de trabajo no le quedan retribuidas a éste.

La plusvalía, concentración de capitales y
lucha de clases

Este excedente que queda a beneficio del patrón, es un exceso del valor comercial sobre el valor usual, es una plusvalía.

Lo cual, expresado en términos de una fórmula, quedaría así:

Plusvalía = valor de uso – valor de cambio

Pues bien, la plusvalía corresponde al obrero que es quien la produce. El capitalista es injusto al reservársela; y el capital, que no es otra cosa que un amontonamiento de plusvalías, es un robo hecho al obrero.

Pero la injusticia no está tanto en el capitalista, que paga al obrero lo justo, el precio convenido. Está en el mismo régimen capitalista, que autoriza tales injusticias.

C) Otra enseñanza de Marx es que la concentración de capitales y la lucha de clases, consecuencia de la actual situación, terminarán con la revolución y la instalación de un nuevo orden. 

La situación de los obreros se hará cada día más penosa; de una parte, se hará más numerosa la muchedumbre de los obreros explotados; de otra, menos numerosa, la de los capitalistas explotadores; vendrá al fin una revolución del proletariado, que triunfará y establecerá una nueva sociedad.

He aquí los distintivos de esa utópica nueva sociedad:

1.    No habrá diferencia de clases; sólo existirá la clase de trabajadores, que gozará de perfecta igualdad

2.    No habrá explotación del obrero, porque nadie podrá arrebatarle el fruto de su trabajo

3.    No habrá propiedad privada

4.    Estarán en manos del Estado todos los medios de producción y distribución de la riqueza

Análisis crítico

En parte Marx tiene razón:

Marx tiene razón en parte de sus afirmaciones. El trabajo del obrero no ha sido siempre suficientemente reconocido, y con frecuencia se ha explotado injustamente.

Es cierto que dicho trabajo produce una plusvalía, y que es de justicia que el obrero participe de ella. Pero muchas de sus afirmaciones son falsas o exageradas.

El trabajo no es la única fuente de valor

Es errada su afirmación de que el valor comercial es independiente del valor usual o natural de la cosa; por el contrario, es la utilidad de un objeto, dadas sus condiciones naturales, lo que constituye fundamentalmente su valor comercial.  

Muchas cosas naturales, en las que no hay trabajo humano, representan valor; por ejemplo: los minerales.

Y en las obras artificiales que se deben al trabajo del hombre, cuenta en mucho la utilidad que representen.

Fuera del trabajo hay tres circunstancias que influyen en el valor de la cosa:

a) La materia: vale más un diamante en bruto que un vidrio pulido con esmero.

b) La necesidad y utilidad del artefacto. Objetos trabajados en la misma forma valen bastante si son necesarios; pierden su valor si no lo son. Una cosa completamente inútil nada vale.

c) La abundancia y la escasez. Una cosa muy abundante pierde su valor. Por eso la competencia, que es siempre útil al consumidor, puede arruinar a los productores.

En efecto, son importantes factores de valor: la habilidad, la demanda y el suministro, el clima, la temperatura, etc.

Es, pues, falso que sólo el trabajo comunique valor al artefacto.

Advirtamos que estas tres otras circunstancias: materia, necesidad y abundancia, tienen relación estrecha con el capital: ya que a éste le corresponde proporcionar la materia, estudiar la necesidad y utilidad del artefacto, y precaver la competencia ruinosa.

La plusvalía no pertenece íntegramente al obrero

El obrero, a no dudarlo, tiene derecho a una parte de la plusvalía, pero no a toda ella.

En efecto, tanto el dinero del productor, como sus dotes intelectuales y morales tienen influencia en ella.

Por otra parte, es justo que en toda empresa se deje un fondo de reserva.

El dinero del productor contribuye a dar valor a la cosa trabajada en las siguientes formas:

a) Suministrando materias primas.

b) Proporcionando maquinaria y toda clase de instrumentos. Es de advertir que ambas cosas representan un capital que es justo que gane intereses, y que la maquinaria desmejora con el uso.

c) Suministrando anticipos, puesto que muchas veces le paga al obrero antes de vender las mercancías.

d) Mediante el crédito; con mucha frecuencia el dinero en caja no basta, y si no fuera por el crédito del propietario, no pudiera funcionar la empresa. 

Contribuyen también las dotes personales del empresario, su inteligencia, experiencia y energía, en la siguiente forma:

a) En la organización general de la empresa, a la cual debe dedicar el dueño todo su tiempo, actividad y desvelo, si quiere que marche bien.

b) En la producción. Debe procurar que tenga dos condiciones: perfecta y económica. Para ello debe conseguir materias primas buenas y baratas, y vigilar con esmero todo el proceso de elaboración.

c) En la distribución. No pocos conocimientos, inteligencia y experiencia requiere la conveniente distribución de los artefactos.

d) En el precio. Contribuye el capital a aumentar el valor del artefacto en el sentido de que si el obrero vende directamente sus productos, se ve obligado a venderlos a menos precio, por falta de un fondo de defensa.

En cambio, el propietario, puede aguardar el momento oportuno para vender su mercancía.

Por último, es justo que una parte de la plusvalía se deje para fondo de reserva.

Todo negocio está expuesto a pérdidas; siendo sus causas más frecuentes la excesiva competencia y la depreciación natural de la mercancía con el correr del tiempo.

Es necesario advertir que el empresario lleva sobre sí mismo la responsabilidad de la empresa, y que si ésta fracasa, es él quien se arruina.

El obrero no, porque lo que se pierde no es suyo y porque puede encontrar trabajo en otras empresas (Cf. J. Rafael Faría, Ética, Curso de Filosofía, México, s.f., pp. 118-122).

Gustav Wetter, S.J., experto austriaco en el pensamiento de Marx,  hace la siguiente crítica:

Así, la teoría de la valoración del trabajo (la tesis de que el intercambio de mercancías se hace de acuerdo con el tiempo de trabajo empleado en su fabricación) no es exacta ya según los conocimientos económicos científicos de hoy día.

Según Marx, lo único que tienen en común todas las variadas clases de mercancías es el hecho de ser producto del trabajo humano. Esto no es exacto, sin embargo.

Se les podría encontrar otras diversas afinidades, así, la propiedad de poder servir como medio de satisfacer necesidades humanas de alguna clase.

Si el valor de una mercancía lo determina el tiempo de trabajo social necesario para su fabricación:

¿Cómo es entonces que el valor de un vino aumenta simplemente por la duración de su permanencia en la bodega?

Resulta interesante que esto lo reconociera Engels ya poco antes de su muerte.

En una carta a Konrad Schmidt, del 12 de marzo de 1895, señala que la teoría de valoración del trabajo es sólo un “concepto” y que “como tal no puede corresponder a la realidad”.

En el capital hay que distinguir dos partes: el capital “constante” y el capital “variable”.

El primero consiste en el desembolso que se ha hecho en los medios de producción (locales, máquinas, combustible, materias primas, etc.); el segundo en el gasto para la mano de obra.

Según Marx, la plusvalía la produce solamente el capital variable.

Ante su dificultad definitiva se ve, sin embargo, la teoría marxista del valor y la plusvalía en la cuestión del porcentaje medio de beneficios.

Desde la publicación, por Engels, del tercer volumen de El Capital se ha visto una contradicción fundamental entre el primer y el tercer volumen de la obra de Marx.

En el primero decía Marx que solamente el capital variable creaba plusvalía. Cuanto mayor fuera, por tanto, la porción del capital variable frente al capital constante en una fábrica, mayor habría de ser la plusvalía y también el beneficio.

Ahora bien, en el tercer volumen dice Marx que capitales idénticos producen más o menos un beneficio igual independientemente de su “composición orgánica” (es decir, de la proporción del capital constante y del variable dentro del capital total).

Significa esto que capitales variables de la misma cuantía pueden producir diferentes beneficios; que, por tanto, la cantidad del beneficio no está condicionada únicamente por el capital variable.

Con la ley de la igualación del porcentaje de beneficios describe, sin embargo, exactamente Marx lo que ocurre en realidad en la economía capitalista.

Si la ley de valoración marxista según la cual solamente el capital variable crea valor y plusvalía fuera exacta, un porcentaje medio de beneficios sólo podría resultar de que en todas las empresas se formara una composición igual, óptima del capital constante y del variable, lo que, sin embargo, no es el caso en realidad.

Así pues, no sólo el capital variable produce valor y plusvalía, sino el constante también.

Si fuera exacto que la plusvalía y el beneficio son producidos únicamente por el capital variable, resultaría entonces que no solamente los obreros estarían expuestos a un proceso de empobrecimiento, sino que este proceso alcanzará igualmente a los capitalistas. 

Con el progreso técnico y, sobre todo, con el automatismo se eleva constantemente la porción del capital constante respecto a la del capital variable.

Si, pues, la porción del capital variable baja constantemente, también habrían de bajar constantemente la plusvalía y el beneficio.

(Cf. Wetter/Leonhard, “La Economía Política del Capitalismo”, en La Ideología Soviética, Herder, Barcelona, 1973, pp. 277-302).

Otro destacado economista, Juan Auping, S.J. señala que:

Aunque el mismo Marx observó que la historia en realidad llevaba un curso que contradecía su profecía (observó que se acortaba el día laboral en el capítulo 8), se aferró a sus pronósticos en el capítulo 23 de la primera parte de El Capital, diciendo que la creciente productividad de la mano de obra reduciría la demanda de la misma y así aumentaría el número de desocupados…

Como dijimos, Marx y Engels sí observaron esa evolución y para salvar su teoría introdujeron una hipótesis auxiliar:

La tendencia de la miseria creciente (Verelendung), según esa hipótesis adicional, es contrarrestada por la explotación colonial. La presión se transfiere del proletariado industrial al colonial.

Pero esta hipótesis es a su vez refutada por la experiencia.

Hay países, por ejemplo, las democracias escandinavas, Checoslovaquia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, en los que el intervencionismo democrático aseguró a los trabajadores un alto nivel de vida, a pesar de que estos países no tuvieron colonia.

La finalidad de Marx fue pronosticar acontecimientos futuros. Los elementos científicos que contiene su obra (los cuales principalmente se basan en partes de la historia social de la Inglaterra antes de 1867) no son un llamado a mejorar la situación, sino que funcionan como ejemplos para aclarar las leyes del desarrollo de las sociedades capitalistas en general.

Los pronósticos de Marx tienen la forma de una “profecía”: no importa lo que hagas, esto ocurrirá”. Pretende pronosticar algo inevitable.

Esto es lo que Karl R. Popper llama determinismo, que, si se aplica a las ciencias históricas y sociales, se llama “historicismo”. Popper ha criticado el historicismo en general en “La miseria del historicismo”.

(Cf. Juan Auping, S.J., México hoy mañana, Análisis económico y sociopolítico y proposición de reformas urgentes, Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), A.C., Torreón, México, 1981, pp. 186-197).

La teoría marxista del valor excedente no está apoyada en las condiciones industriales modernas.

Cualquier examen de la industrialización mundial de hoy demostrará claramente que cualquier producto dado es el fruto del trabajo mental y físico de un vasto y complicado ejército de trabajadores y de administración.

Nota: Marx no se dio cuenta de que el Socialismo conduciría, como lo hizo, a una explotación de los obreros peor que el sistema de empresa privada.

El marxismo-leninismo, al atacar los indudables abusos de “monopolio” en el sistema capitalista, sólo podía ofrecer como solución de los mismos, un monopolio aún mayor en la dictadura de un solo Partido político de Estado, y, por tanto, de unos cuantos bajo el sistema del mismo Estado.

Esto condujo no solo al monopolio de la propiedad, sino también al de la prensa y demás medios de información, y como consecuencia, al control del pensamiento.

(Cf. Cardenal Richard Cushing, Arzobispo de Boston, Preguntas y Respuestas sobre el Comunismo, St. Paul Editions, 1961).

Conclusión

La teoría de Marx de que toda la plusvalía pertenezca al obrero es falsa e injusta por exagerada. Sin embargo, sus reclamos son en buena parte justos, los cuales son reconocidos por la Doctrina Social Católica:

Por ello es necesario que:

a) El obrero gane un salario justo con el cual pueda atender convenientemente a sus necesidades y a las de su familia.

b) Se limiten las horas de trabajo, de manera que el obrero gane lo necesario sin arruinar o debilitar su salud.

c) El obrero tiene derecho a participar de la ganancia.

Concluiremos con el agudo y certero juicio del Cardenal Joseph Höffner (fue presidente de la Conferencia Episcopal Alemana en 1976), quien en su valioso libro intitulado “Sistemas económicos y ética económica”, escribió:

“En oposición extrema al movimiento social cristiano, el Marxismo trataba de reunir a las masas de trabajadores bajo su bandera, aunque al principio esto resultó muy difícil. Todavía en el decenio de 1870 era débil el movimiento socialista, pero a fines de siglo cobró fuerza.

Carlos Marx miró el movimiento de Obreros Cristianos como una espina clavada en su costado. Cuando en 1869 se efectuó la Convención católica Alemana, en Dusseldorf, Marx vivía en Aquisgrán con un primo pudiente (Karl Philips), de ascendencia holandesa y propietario de una fábrica.

“El 25 de septiembre de 1869, Carlos Marx le escribía a Federico Engels: ‘he llegado a la convicción, en mi recorrido por Bélgica, mi estancia en Aquisgrán y mi viaje por el Rhin, de que debemos tomar una acción enérgica contra estos clérigos, especialmente en los distritos católicos. 

Debo pedirle a la Internacional que actúe. Donde quiera que les parece apropiado, esos perros como Ketteler, Obispo de Maguncia, y los curas de la Convención de Dusseldorf, coquetean con la Cuestión Laboral’.

“El análisis de las condiciones sociales llevado a cabo por los dirigentes católicos de Alemania en el siglo pasado (siglo XIX) es más preciso y más valioso para el actual Tercer Mundo, que el análisis “marxista”... el análisis marxista ha probado su falsedad en todos sus postulados decisivos”…

El llamado análisis marxista o fue dicho antes de que Marx entrara en escena, o bien no es capaz de resistir un sano estudio crítico. Más todavía, la categoría fundamental marxista de la plusvalía es insostenible.

(Cf. Cardenal Joseph Höffner, Sistemas económicos y ética económica, Normas de doctrina social católica, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1987, pp. 17-18).

Véase:

Cuestiones complementarias

Tengamos en cuenta lo dicho por el Papa Juan Pablo II en una importante entrevista en 1993:

“El capitalismo salvaje no debe destruir lo bueno del comunismo:

“A sus 73 años, y tras 15 años en el Vaticano, Juan Pablo II aparece como uno de los grandes protagonistas de los ingentes cambios que vivió desde finales de los ochenta el continente europeo, especialmente la caída del comunismo, un proceso en el que el Cristianismo ha sido “un factor determinante”, afirma.

“El Papa analiza de manera matizada este acontecimiento, y recuerda que el comunismo nació como “reacción a un cierto tipo de capitalismo excesivo, salvaje, a la vez que lamenta al respecto que “los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer las cosas buenas del comunismo:

“La lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres y lo social.

“También asegura que ha “comprendido lo que es la explotación” y que, por tanto, se ha “puesto del lado de los pobres, de los oprimidos y de los indefensos”.

(Cf. Yas Gawronski, El Papa en entrevista: El capitalismo salvaje no debe destruir lo bueno del comunismo. El derrumbe socialista, por el mensaje cristiano; hoy se requiere una tercera vía, dice a ‘La Stampa’, en revista Proceso, no. 888, 08 de noviembre, México, 1993, pp. 40-43).

El Papa Paulo VI distingue perfectamente cuatro niveles en el narxismo:

1er. Nivel: lucha de clases

2º Nivel: dictadura del proletariado

3er. Nivel: ideología materialista y atea, ligada al mundo presente

4º Nivel: método para analizar y transformar la sociedad 

Al respecto, el Papa Paulo VI hizo dos advertencias:

1. Este método es un análisis parcial, al que por eso mismo no se le debe conceder una certeza infalible para guiarse por él en el conocimiento y, por consiguiente, en el actuar.

2. Este método es inseparable de la ideología marxista y lleva en la práctica a la dictadura.

(Cf. Manuel Loza Macías, S.J., Mensajes Sociales para el Mundo de Hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1992, p. 121).

El Papa Paulo VI señaló agudamente que es ILUSORIO pretender aceptar solamente un nivel del marxismo:

“Si bien en la doctrina del marxismo, tal como es concretamente vivido, pueden distinguirse estos diversos aspectos, que se plantean como interrogantes a los cristianos para la reflexión y para la acción, es sin duda ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este proceso”.

(S.S. Paulo VI, Carta Apostólica “Octogesima adveniens”, nos. 33 y 34, en Once grandes mensajes, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1993).

En este sentido, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe señaló en 1984:

“Recordemos que el ateísmo y la negación de la persona humana, de su libertad y de sus derechos, están en el centro de la concepción marxista.

“Esta contiene pues errores que amenazan directamente las verdades de la fe sobre el destino eterno de las personas. Aún más, querer integrar en la teología un « análisis » cuyos criterios de interpretación dependen de esta concepción atea, es encerrarse en ruinosas contradicciones.

“El desconocimiento de la naturaleza espiritual de la persona conduce a subordinarla totalmente a la colectividad y, por tanto, a negar los principios de una vida social y política conforme con la dignidad humana” (VII, 9).

(Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”, Roma, 1984)

Como dijimos más arriba:

“El análisis de las condiciones sociales llevado a cabo por los dirigentes católicos de Alemania en el siglo pasado (siglo XIX) es más preciso y más valioso para el actual Tercer Mundo, que el análisis “marxista”... el análisis marxista ha probado su falsedad en todos sus postulados decisivos”…

El llamado análisis marxista o fue dicho antes de que Marx entrara en escena, o bien no es capaz de resistir un sano estudio crítico. Más todavía, la categoría fundamental marxista de la plusvalía es insostenible.

(Cf. Cardenal Joseph Höffner, Sistemas económicos y ética económica, Normas de doctrina social católica, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1987, p. 18).

El gran filósofo ruso Nicolás Berdiaev (1874-1948), quien vivió la Revolución Rusa de 1917 y predijo el fracaso del socialismo, escribió en 1924:

“La moral de Marx no reconoce el valor de la personalidad humana; él también rompe con lo humano y predica la dureza para con el hombre, en nombre de la colectividad, en nombre del Estado futuro, del Estado socialista: La colectividad substituye en Marx al Dios perdido...

“Y Marx jamás fue un demócrata. Su tono es esencialmente antidemocrático”.

“El Renacimiento ha fracasado; la Reforma ha fracasado; las “Luces” han fracasado. Fracasaron igualmente las revoluciones inspiradas en las “Luces”; y disipadas están las esperanzas que ellas contenían. De igual manera fracasará el socialismo en acción.

“El bolchevismo no es una realidad ontológica independiente, no tiene entidad en sí mismo. Es sólo una alucinación del espíritu popular enfermo.

“El bolchevismo corresponde al estado moral del pueblo ruso, expresa exteriormente crisis morales internas, el abandono de la fe, la profunda desmoralización del pueblo.

“El bolchevismo tiene que ser vencido ante todo desde el interior, es decir, espiritualmente, y sólo luego por la política. Hay que encontrar un nuevo principio espiritual de organización del poder y de la cultura.

Si los bolcheviques nos sorprenden por su fuerza, ello es sólo exteriormente. Pero son tremendamente impotentes y sus obras están marcadas de trivialidad y de tedio. Imitan a los hombres de poder.

“Pero detrás de todo esto está el pueblo ruso, y a éste no podrá impedírsele que viva y que siga siendo un gran pueblo, con dones elevados.

“Y hay algo de positivo en que el bolchevismo dure tan largo tiempo, en que no sea derribado desde el exterior y por la fuerza.

Habrá muchas sorpresas. Y la liberación vendrá no de donde los hombres la esperan sino de donde Dios haya de enviarla” (Cf. Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1979).
Véase:

Y el gran maestro Antonio Caso (1883-1946), destacado filósofo mexicano:

“indicaba que la metafísica de Marx era poco original y reunía al materialismo y a la dialéctica de Hegel en una ‘síntesis inconsistente, por no decir absurda’... Como bien lo había destacado el filósofo ruso Nikolai Berdiáiev (1874-1948), observaba Caso, en Marx había un prístino ‘mesianismo de clase’ que empujaba a desconfiar del conjunto de sus ideas”.

(Cf. José Hernández Prado, La filosofía de la cultura de Antonio Caso, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, México, 1994, p. 120).

Los “talones de Aquiles” del Marxismo

Un antiguo comunista que había iniciado su vida de militante poco después de la Revolución bolchevique y que llegaría a ser un alto dirigente de los intelectuales revolucionarios de Europa, estableciendo contactos con los más altos dirigentes soviéticos, así como con las élites de la izquierda europea, escribió después de su conversión al Catolicismo:

“Ahora estoy firmemente convencido de que Stalin y los suyos no traicionaron en absoluto al espíritu marxista-leninista, que siguieron, quizás sin tener plena conciencia de ello, fieles a la inspiración fundamental de sus maestros.

“Hasta es muy posible que, de haber sido menor su fidelidad a los fundamentos del marxismo, el pueblo ruso habría sufrido menos…

“Los crímenes del comunismo se deben, sino al materialismo, a la negación de toda trascendencia que constituye su característica principal”.

(Cf. Ignace Lepp, De Marx a Cristo, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1975, p. 191).

André Frossard, hijo del primer secretario del partido comunista francés fue educado en un ateísmo absoluto. Ya convertido al Catolicismo escribió el libro “Dios existe, yo me lo encontré” (RIALP, Madrid, 1981).

Frossard atinadamente escribe  que:

“Al igual que Engels, Karl Marx es un perfecto ateo y, pese a las ilusiones de cierto número de cristianos contemporáneos, el ateísmo constituye la esencia misma del marxismo. No sirve de nada soñar con un marxismo separado de su irreligión orgánica y que limite su ambición a una reforma de las estructuras de la economía”. (Cf. André Frossard, “Karl Marx”).

En una palabra y como bien señalaba Ireneo González, S.J., en 1961:

“Los comunistas profetizaron un paraíso en la tierra; pero a base de hombres, que no sólo no se hallan en el estado de justicia original (en el cual por una gracia especial de DIOS desaparecerían las tendencias perversas del hombre), sino a base de hombres a quienes se ha quitado todo freno moral y religioso, y se hallan regidos únicamente por sus instintos animales.

“Para que el paraíso comunista fuera posible, sería necesario un cambio substancial de la naturaleza humana, lo cual nunca los comunistas podrán alcanzar con su dictadura del proletariado”.

(Cf. Ireneo González, S.J., El paraíso en la tierra o la sociedad comunista, Folletos “ID”, no. 50-S, Sal Terrae, Santander, España, 1961).

El Papa Juan Pablo II señaló en su encíclica “Centesimus Annus” en 1991:

“Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha dicho en las encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que añadir aquí que el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico.

“Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social.

“Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal.

“El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión.

“De esta errónea concepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada.

“El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar «suyo» y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana” (II, 13).

El Papa Emérito Benedicto XVI, entonces Cardenal Ratzinger, señaló en una interesante entrevista:

“Un amigo mío, ya fallecido, una persona muy crítica, me comentó en cierta ocasión: “… hay algo que… vivo todos los días: el pecado original”.

“En nuestras reflexiones sobre el ser humano aparecerá siempre una línea de fractura, una cierta perturbación en la persona, que no es la que podría ser”.

(Cf. Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Creer y vivir en nuestra época (una conversación con Peter Seewald). Las opiniones de Benedicto XVI sobre los grandes temas de hoy, Debolsillo, Barcelona, 2005, 441 pp.).

El lector encontrará una selección en:

Véase también:
El pecado original interpela a teólogos, psicólogos, sociólogos y científicos. Entrevista con el teólogo Pedro Barrajón, organizador de un congreso en Roma sobre el tema, en:

Señalemos al respecto que la inseguridad pública en México se disparó con la “educación” laica.

Un servidor creció “bicultural”:

Preescolar en un excelente colegio católico. Los demás estudios en escuelas del gobierno. Sociólogo por la UNAM con estudios de maestría en Sociología Política en la Universidad Iberoamericana, gracias a una beca de la Fundación Konrad Adenauer de Alemania.

Por experiencia propia decidí escribir: “Cómo acabar con la inseguridad pública”:

Otro excelente filósofo, I.M. Bochenski, estudioso de la filosofía de Marx, Engels y Lenin, en su libro “El Materialismo Dialéctico”, señala que:

El materialismo es una doctrina mezquina… ningún problema filosófico –ni siquiera el problema fundamental sobre la materia- está planteado con seriedad en el marco de esta doctrina: las soluciones a problemas sólo superficialmente planteados son a menudo de un chocante primitivismo (Cf. I.M. Bochenski, El Materialismo Dialéctico, Rialp, Madrid, 1976, p. 37).

Sobre la existencia de Dios puede leerse mi artículo: “A Dios por la ciencia”, con su respectiva bibligrafía:

Y el eminente científico mexicano, don Pedro Zuloaga (1891-1954), quien fue investigador asociado en el laboratorio de física experimental de Albert Einstein, recordaba que:

Piotr Kapitza, el eminente físico ruso, discípulo de Rutherford y actual jefe de la Oficina de Investigación Científica de la URSS -escribe Pedro Zuloaga en 1946-, valido tal vez de su alta posición -pero más probablemente del cambio doctrinal que, según dicen, se está operando en las esferas oficiales soviéticas- se ha atrevido a señalar con toda claridad, en un discurso, la causa del atraso de la ciencia soviética con respecto a la de los países burgueses. Esta causa es la doctrina marxista.
http://www.einsteinyelmexicanopedrozuloaga.blogspot.mx/

Todo lo anterior se comprenderá mejor si recordamos ahora dos párrafos del Mensaje de la Santísima Virgen María en sus Apariciones la Salette, Francia, en 1846:

“En el año 1864 Lucifer, con un gran número de demonios, serán desatados del infierno…

“Los malos libros abundarán en la tierra y los espíritus de las tinieblas extenderán por todas partes un relajamiento universal en todo lo relativo al servicio de Dios…

“Los gobernantes civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y hacer desaparecer todo principio religioso, para dar lugar al materialismo, al ateísmo, al espiritismo y a toda clase de vicios”.

(Cf. José Luis de Urrutia, S.J. Aparición y Mensaje de La Salette, Librería Espiritual, Quito, Ecuador, s.f.).

Y el Padre Gabriele Amorth, exorcista de Roma, ha dicho que:

«Hitler y Stalin estaban poseídos por Satanás»
Véase:

Modelo económico alternativo de solución

Como modelo alternativo al socialismo y al neoliberalismo nosotros proponemos a la ECONOMÍA SOCIAL DE MERCADO.

“La Economía Social de Mercado (ESM) es un orden social, económico y político integrado, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y centrado en el hombre, en el que, a diferencia del neoliberalismo, la política económica y la política social son simultáneas”.

La ESM ha sido aplicada con éxito en varios países de la Europa Continental y se contrapone a las economías socialistas de planeación y a las formas de economía de tendencia liberal.

Es una auténtica tercera vía porque, a diferencia de la pragmática “tercera vía” de Tony Blair y de Anthony Giddens, la ESM se fundamenta en los valores éticos trascendentes y universales proclamados por la Doctrina Social de la Iglesia.

Además, entre los sistemas de mercado, la ESM ha obtenido mejores calificaciones que el sistema anglosajón.

El respeto a los Principios Éticos de Dignidad de la Persona Humana, Solidaridad, Subsidiariedad y Bien Común, constituyen el fundamento de la ESM, para lograr una auténtica economía al servicio del hombre.

Léase:

Con este modelo, la Democracia Cristiana Alemana REDUJO IMPUESTOS y, con motivo de la reunificación alemana, SUBSIDIÓ SALARIOS. México podría hacerlo. Léase: