Bernard Nathanson
(1926-2011)
y
Norma McCorvey
(1947-2017)
Del horror del aborto a la defensa de la vida humana
Por Bernardo López Ríos *
* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica
Bernard Nathanson
Introducción
Esta es una de las biografías más dramáticas de nuestro
tiempo. La mano de Dios es el título que el doctor Bernard
Nathanson escogió para su autobiografía.
Estudió medicina en la Universidad McGill (Canadá), en la
que tuvo como profesor al psiquiatra Karl Stern que, convertido al Catolicismo,
escribirá La columna de fuego, que influiría en su camino al
Cristianismo. En 1969 fue cofundador de la Asociación Nacional para la
Revocación de las Leyes contra el Aborto (NARAL). Fue director del Centro de
Salud Reproductiva y Sexual, entonces la mayor clínica abortista del mundo
(practicó personalmente 5 mil abortos y dirigió 75 mil abortos; llevó a cabo el
aborto de su propio hijo). Llegó a ser llamado el “Rey del aborto”. Al final de
los años setenta cambió radicalmente su posición sobre el aborto llegando a ser
un relevante defensor de la vida humana desde el momento de la concepción.
Escribió Aborting America y produjo los videos El grito silencioso
y Eclipse de la razón. Al abandonar el satánico mundo del aborto se
convirtió en un ardiente defensor de la vida humana del Concebido y de ahí,
sujetándose a la mano de Dios, saltó a la Vida en la Iglesia Católica. Hoy en día, a sus 70 años de edad, el doctor
Nathanson continúa practicando la ginecología en una de las zonas más pobres de
Nueva York.
Realicé mi último aborto a finales de 1978 o principios de 1979... Los años transcurridos desde que realizaba abortos de modo rutinario han supuesto para mí una singular odisea –médica, ética y, finalmente, espiritual-... Conozco bien el Holocausto, después de haberlo estudiado intensivamente y de haber perdido parientes en él... Pero conozco lo referente al aborto como quizá ningún otro. Conozco cada faceta del aborto. Fui uno de los que lo hizo nacer. Ayudé a que creciera la criatura en su infancia alimentándola de grandes dosis de sangre y dinero. La orienté en su adolescencia mientras iba descontrolándose irresponsablemente... El aborto se ha convertido en un monstruo, un gargantúa tan inimaginable que solo pensar en volver a encerrarlo en su jaula –después de haber engordado con los cuerpos de treinta millones de seres humanos- supera toda expectativa razonable. Y sin embargo, esa es nuestra misión: una tarea hercúlea.
En la Convención Nacional de Derecho a la Vida en 1980, Nathanson afirmó:
Así que ahora me uno a ustedes (gente a favor de la vida humana) irrevocablemente en esta causa. Que hemos sufrido una sucesión de derrotas es innegable. Pero no debemos capitular ni fracasar. Cada uno de nosotros, hasta el más pequeño e insignificante, es esencial para la continuación de la lucha por esta causa. Recuerden que una persona valiente hace mayoría. La lucha para erradicar el mal del aborto en esta tierra debe proseguir. Como dijo Abraham Lincoln: “ninguna política que no se fundamente en la opinión pública decente puede ser mantenida permanentemente”.
¿Cuál es nuestra tarea? ¡hacer de este país un ligar para que viva gente decente! ¿Cuál es nuestro fin? ¡Convocar a un alto inmediato a esta destrucción sin sentido de nuestro mayor recurso natural, nuestros niños! Al concluir, permítanme dejarles esta advertencia, nuevamente dicha con las palabras de Edmund Burke, pero aún tan relevantes y tan importantes como lo fueron hace 200 años: “lo único que se requiere para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada”.
La casa de mi padre
Fue hijo de padres judíos mal avenidos. Había
demasiada malicia, conflictos, revanchismo y odio en la casa donde yo crecí. El
rencor dominaba nuestra casa. De joven fue enviado a la prestigiosa
“Grammar School” de Columbia, donde la mayoría de los alumnos era judía. Su padre
le tenía odio a la religión, algo que influyó profundamente en el joven
estudiante. En realidad el centro de su vida era su padre, su madre sólo era un
fantasma. Tuvo una hermana que se suicidó.
En ese mundo de
dentelladas psicológicas y lealtades conflictivas, crecí con una educación de
primer orden. Iba a la mejor escuela privada de Nueva York desde que tenía 8
años. Pero mi mundo interior era tumultuoso, tortuoso: sin fe, sin amor
maternal (no dudo que mi madre nos adoraba a mí y a mi hermana, pero era un
personaje tieso e inexpresivo incapaz de vivir cómoda con la palabra “amor” en
la habitación), y con un acopio considerable de fobias, fantasías y terrores.
Mi hermana Marion era una niña
inocente de natural dulce, tres años menor que yo pero, como yo, capturada e
indoctrinada por mi padre con la misma bazofia rancia destinada a mi madre.
Marion tenía algo de marimacho y le gustaba el deporte tanto como a mí, pero el
torrente constante de injurias contra mi madre la condujo a declararse la
aliada incondicional de mi padre, cerrándose así a toda posibilidad de amor
materno.
Y así crecimos: Marion volviéndose
cada vez más magnetizada por mi padre, hasta su modo de andar se le asemejaba;
y yo, cada vez más amargado, resentido y adorador del hombre...
... en ausencia de toda enseñanza
sobre el orden moral interpersonal –salvo lo más burdo-, en la presencia de
un desprecio de la ética en las relaciones con mujeres, precisamente con las
mujeres, en la expectativa de que iba a seguir ciegamente los pasos sangrientos
de este hombre deformado y retorcido, iba tomando cuerpo dentro de mí un
monstruo. El monstruo no reconocía nada salvo la utilidad, no respetaba
nada excepto la fuerza de voluntad; ansiaba amor, y luego lo pervertía...
Consideremos asimismo lo que mi padre
pensaba del aborto. Era un hombre patriarcal a ultranza para quien las mujeres
normalmente tenían que ser relegadas al fondo del autobús. Faltaban cuarenta
años para el feminismo, y la regla (o más importante aún, la ley) era que no se
podía abortar salvo que hubiera riesgo para la vida de la madre. Hablaba de
forma denigratoria del aborto y los abortistas. Le quedaba suficiente respeto
judío por la autoridad legal (e hipocrática) como para incumplir la ley. Cuando
a finales de los sesenta me puse al frente del desafío a las leyes que
restringían el aborto, él manifestó desdén y vergüenza hacia mí. Pero hacia el
final de su vida me confesó que me había admirado secretamente por mi propia
rebeldía y deseó haber formado parte de aquella masiva revolución sexual...
Desde luego, aunque no éramos
practicantes, celebrábamos al máximo las fiestas judías... Hasta la mitad de mi
adolescencia –varios años después de mi “bar mitzvah” de los 13 años, después
del cual no volví a pisar una sinagoga...
A estas alturas ya debe quedar
inequívocamente claro para el lector que el centro de mi universo era mi
padre. Mi madre ya se había convertido para mí en un fantasma. Ya he
hablado del hacha psicológica en la que crecí: nada de normativa moral
consistente, nada de reglas éticas aplicables a una vida buena...
Mi padre fue, hasta el final, un
hombre profundamente confundido, frágil y llevado por las circunstancias, sin
puntos de referencia en su vida... No creía en Dios, pero sí en un “poder
superior”. Toda su vida proclamó que no quería tener nada que ver con rituales
primitivos como funerales, sino que quería ser cremado de la manera más eficaz
y menos ceremonial posible.
La columna de fuego
Comenzó sus
estudios superiores en 1943 e ingresó en la Escuela de Medicina de la
Universidad Mc Gill en Montreal, Canadá. Allí conoció al doctor Karl Stern
judío también, pero convertido al Catolicismo y que iba a tener una influencia
muy grande en él.
Hubo un profesor que me causó mayor
impresión que cualquier otro, mucho mayor de la que comprendí por entonces. El
profesor era un hombre llamado Karl Stern, un psiquiatra profundamente
erudito que era, en la galaxia profesional de Mc Gill, una estrella entre las
estrellas... Stern era la figura dominante del departamento: un gran profesor,
un maestro fascinante y hasta elocuente en un idioma que no era el suyo; y un
brillante polemista que soltaba ideas originales y audaces del modo más
fidedigno...
Había nacido con la llegada del siglo
XX en una pequeña ciudad bávara cerca de la frontera con Bohemia, en una
familia judía que parecía pertenecer a la franja conservadora: ni estrictamente
ortodoxa ni reformista liberal... Tenía un algo indefiniblemente sereno y
equilibrado. Yo entonces no sabía que en 1943 –tras años de contemplación,
lectura y análisis- se había convertido al Catolicismo. No publicó su libro
hasta 1951, “La columna de fuego”, quizá el documento más elocuente y
persuasivo sobre la experiencia y dinámica de la conversión religiosa que se ha
escrito en la modernidad. Ese año había un concurso en el Club del Libro
Católico y también en el Club del Libro Tomás Moro. En él, hizo lo que quizá
solo unos pocos (Maimónides, Mendelssohn, Spinoza) habían hecho: reconciliar la
verdad religiosa con la ciencia empírica aristotélica...
Stern y yo, en mi último año en
McGill, forjamos una fuerte, incluso irresistible, relación maestro-alumno. Yo
abrazaba toda palabra que salía de su boca, no precisamente por el contenido
científico que tenía a primera vista, sino por la serenidad y la certeza con
las que hablaba. No se trataba del orgullo académico de otros profesores, sino
del cálido bienestar de una sabiduría perenne con la que se expresaba... esto
era en 1949. Yo no tenía ningún conocimiento de su conversión, y nunca hablamos
de religión.
Fue para mí un shock encontrarme en
1974 con un manoseado ejemplar en rústica de su libro, justo cuando yo estaba
más perdido tras mi hegemonía en la clínica abortista y cuando las dudas
empezaban a resquebrajar mis propios pilares. Fue entonces cuando descubrí que,
pese a haber hablado con él en tantas ocasiones y de tantas cosas, Stern poseía
un secreto que yo había estado buscando toda mi vida: el secreto de la paz de
Cristo.
Karl Stern y yo nos volvimos a
encontrar dos veces, con veinticinco años entre los dos encuentros; el segundo
de ellos puso en marcha mi búsqueda de la verdad espiritual. Solo la mano de
Dios podía haber diseñado una experiencia tan gratificante como esta.
Mi encuentro con el aborto
A los 19 años se enamoró de Ruth. La chica quedó
embarazada. Su padre le aconsejó que buscara un abortista. Y ese fue su primer
encuentro con el aborto. Después se separaron. Nathanson comenta que esto
sirvió de excursión iniciadora al satánico mundo del aborto.
Ruth era una joven cautivadora,
inocente y muy inteligente, a quien conocí en un baile de McGill en el otoño de
1945, en mi primer año en Montreal. Tenía 17 años y yo, 19. Nos enamoramos...
Pasábamos cada vez más tiempo juntos y entonces quedó embarazada... Ese fue el
primero de mis 75,000 encuentros con el aborto. Yo no estaba dispuesto a
casarme... Finalmente llegó el taxi a la escalera. Estaba temblando, hecha
polvo. La saqué del taxi. En el piso del coche había un charco de sangre
ensanchándose. Pagué al conductor maquinalmente, y la puse suavemente en la
escalera de la biblioteca, donde comenzó a llorar copiosamente; las lágrimas
caían como en cascada de lo que parecía ser un inagotable depósito interior, y
sus sollozos cortados tenían la cadencia y la tristeza infinita de alguna
arcana oración en un idioma extraño...
Tengo ahora cincuenta años más, pero
el suceso se conserva tan fresco y presto en mi mente como si fuera la boda de
esta mañana o el funeral de ayer. Aunque inmediatamente después y por algún
tiempo estuvimos estrechamente unidos como instigadores de un crimen
innombrable, acabamos por separarnos. Estoy seguro... de que en algún rincón
oscuro de su mente acechan las preguntas: ¿por qué no se casó conmigo?, ¿por
qué no pude haber tenido el niño?, ¿por qué tuve que poner en peligro mi vida y
la de mis futuros hijos por su conveniencia y su expediente académico?, ¿me
castigará Dios por lo que he hecho haciéndome estéril?
El segundo paso
fue el aborto que, siendo ya médico, practicó en otra joven a la que había
embarazado y no tuvo reparos en practicar, él mismo, el aborto de su propio
hijo, para después confesar que ha abortado los hijos no nacidos de amigos,
colegas, conocidos e incluso profesores.
A mitad de los años
sesenta dejé encinta a una mujer que me quería mucho. Me rogó seguir adelante
con el embarazo, y tener a nuestro hijo. Yo acababa de finalizar la residencia
en obstetricia y ginecología, y empezaba a tener una próspera consulta en esa
especialidad. Ya había tenido dos matrimonios malogrados, ambos destruidos,
sobre todo, por mi narcisismo egoísta y mi incapacidad de amar... le dije que
no me casaría con ella y que de momento tampoco me llegaba para mantener un
hijo (un egregio ejemplo de la coacción ejercida por los hombres en la tragedia
del aborto), y no sólo exigí que acabara con el embarazo como condición de
continuar nuestras relaciones, sino que también le informé fríamente de que, ya
que yo era uno de los más expertos practicantes de esas artes, yo mismo
realizaría el aborto. Y lo hice. ¿A qué se parece acabar con la vida de tu
propio hijo?
Las mentiras
Nathanson estaba
obsesionado con el aborto y cuenta cómo en 1969 ya estaba él y otros médicos
estableciendo la agenda para una reunión de las principales figuras nacionales
pro-aborto, a celebrar en Chicago de donde nacería la Asociación Nacional por
el rechazo de las leyes sobre el aborto y la reproducción, que ahora se
llama liga de la Acción Nacional por los
derechos del aborto y a la reproducción.
La manipulación de los medios de comunicación era
crucial. Comenzaron por atacar a la Iglesia Católica a la cual achacaron cada
muerte producida por abortos caseros.
En una de sus
conferencias (ed. Buena Prensa, 1988), Nathanson recordaba:
Es importante que ustedes se den
cuenta que fui uno de los fundadores de la organización más importante que
“vendía” el aborto al pueblo estadounidense. Había otros dos miembros más: el
señor Lawrence Lader (un
rabioso fanático anticatólico) y una señorita perteneciente a un movimiento
feminista...
Las tácticas que voy a explicar son
ciertas y además son las mismas que se han empleado en otros países. Nos
sirvieron de base dos grandes mentiras: la falsificación de estadísticas y
encuestas que decíamos haber hecho y la elección de una víctima para
achacarle el mal de que en los Estados Unidos no se aprobara el aborto. Esa
víctima fue la Iglesia Católica, o mejor dicho, su jerarquía de obispos y
cardenales...
Entonces escogimos como víctima a la
Iglesia Católica y tratamos de relacionarla con otros movimientos reaccionarios...
Por supuesto que no era cierto, pero con este engaño pusimos a todos los
jóvenes y a las iglesias protestantes, que siempre habían mirado con recelo a
la Iglesia Católica, contra ella. Conseguimos inculcar en la gente la idea de
que la Iglesia Católica era la culpable de que no se aprobara la ley del
aborto.
Como era importante
no crear antagonismos entre los propios estadounidenses de distintas creencias,
aislamos a la jerarquía, obispos y cardenales como a “los malos”. Esta táctica
fue tan eficaz, que todavía hoy se emplea en otros países...
Puedo asegurarles que el problema
del aborto no es un problema de tipo confesional. Yo no pertenezco a
ninguna religión y en cambio les estoy hablando contra el aborto.
También quiero decirles que hoy en los
Estados Unidos la dirección y liderazgo del movimiento antiabortista ha pasado
de la Iglesia Católica a las iglesias protestantes. También hay otras Iglesias
que se oponen, como las ortodoxas, orientales, la Iglesia de Cristo, los
Bautistas estadounidenses, Iglesias luteranas
metodistas de África, todo el Islam, el Judaísmo ortodoxo, los mormones,
las Asambleas de Dios y los presbiterianos.
Otra táctica que empleamos contra la
Iglesia Católica fue acusar a sus sacerdotes, cuando tomaban parte en debates
públicos contra el aborto, de meterse en política y de que ello era
anticonstitucional. El público se lo creyó fácilmente, aunque la falacia del
argumento está clara.
El simposio
En 1970 Nathanson organizó un gran simposio sobre
técnicas abortistas en el Centro Médico de la Universidad de Nueva York, estado
que se convirtió en la capital del aborto en la mitad Este de Estados Unidos.
Se multiplicaron las clínicas abortistas. Nathanson se
entregó de lleno a una incansable actividad abortista. Fue un verdadero
exterminio en masa. Muchos médicos se le unieron en estos auténticos
asesinatos. Él mismo los califica como una cuadrilla compacta de delincuentes
profesionales. No hay que olvidar que no sólo fueron víctimas los bebés
abortados sino también muchas mujeres embarazadas que murieron a causa de los
malos manejos médicos.
... la calidad del
equipo médico era –en una palabra- deplorable: consistía en una extraordinaria
variedad de borrachos, drogadictos, sádicos, agresores sexuales, puros
incompetentes simplemente, y médicos fracasados. Al menos uno era fugitivo de
la justicia, con el FBI pisándole los talones.
Director de la clínica más grande del mundo
En su importante
conferencia (ed. Buena Prensa, 1988), Nathanson abundaba:
Es el Centro de Salud Sexual (CRANCH),
situado al este de Nueva York. Tenía 10 quirófanos y 35 médicos a mis órdenes.
Practicábamos 120 abortos diarios, incluidos domingos y sólo el día de Navidad
no trabajábamos. Cuando me hice cargo de la clínica todo estaba sucio y en las
peores condiciones sanitarias.
Los médicos no se lavaban las manos de
un aborto a otro, y algunos los practicaban las enfermeras o simples
auxiliares. Conseguí modificar todo aquello y transformarla en una clínica
modelo en su género, y como Jefe de Departamento, tengo que confesar que 60,000
abortos se practicaron bajo mis órdenes y unos 5,000 fueron hechos
personalmente por mí.
Recuerdo que en una fiesta que
organizaron algunas esposas de los médicos me contaron que sus maridos sufrían
pesadillas por las noches y, gritando, hablaban de sangre y cuerpos de niños
rotos. Otros bebían demasiado y algunos tomaban drogas. Algunos de ellos
tuvieron que ser visitados por el psiquiatra. Muchas enfermeras se volvieron
alcohólicas y otras abandonaron la clínica llorando. Fue para mí una
experiencia sin precedentes.
Un cambio radical
Pero llegó el
momento de un cambio radical, gracias al ultrasonido que abría por primera vez
una ventana en el vientre. Por primera vez se podía ver de verdad el feto
humano, medirlo, examinarlo, mirarlo. Nathanson se dio cuenta de que el feto
tenía una vida especial, pero que en realidad había vida en él y declaró
categóricamente, en un artículo escrito en 1974 que la vida humana existe en el
vientre desde el comienzo mismo del embarazo, y que negar esta realidad es el
tipo más burdo de evasión moral.
Me dijeron en el “New England Journal
of Medicine” que la contestación a ese artículo era la mayor que habían
recibido nunca, incluso hasta hoy. Estaban inundados de correspondencia, y,
desde luego, no se tomaron molestias con las cartas: me las enviaron todas...
No eran cartas de admiradores... Estaba abrumado por la vituperación, las
amenazas y las llamadas telefónicas. Me llegaron amenazas contra mi vida y mi
familia.
Con Richard Ostling, Nathanson escribió el libro “La
América que aborta”, una sorprendente denuncia del movimiento abortista.
Nathanson ha acusado a las fuerzas abortistas de “una supresión sistemática de
su libro”. El asegura que cualquier mención de su libro ha sido “totalmente
bloqueada” en la ciudad de Nueva York. El New York Times se ha negado en
cinco ocasiones a publicar cualquier crítica.
Nathanson siguió practicando el aborto, pero ya no con la
frialdad de antes, algunos años todavía. El año de 1979 realizó el último.
Había llegado a la
conclusión de que no había nunca razón alguna para abortar; la persona en el
vientre es un ser humano vivo, y no podíamos seguir haciendo la guerra a los
seres humanos más indefensos.
Al mismo tiempo Nathanson se dio cuenta de lo que
significaban los nueve meses de la vida intrauterina, llegando a la conclusión
de que pueden ser los más importantes de nuestra vida. Es entonces cuando se
forman los órganos, se forma nuestro cerebro y experimentamos las primeras
impresiones sensoriales. Son un periodo de aprendizaje, un momento en el que
nos organizamos a nosotros mismos. Y repite: el aborto es un crimen.
El feto es un ser humano, una persona en todo el sentido de la palabra, con
derecho a la existencia, a la vida.
Nathanson se convenció de que el embrión, incluso antes
de implantarse en el vientre materno, es un agente humano autónomo, aunque
dependiente, además, citando a otro médico famoso, el doctor M. Winnick, afirma
que la etapa de mayor crecimiento es la de los primeros diecisiete a diecinueve
días después de la fecundación.
Su cambio radical lo llevó a entrar en contacto con los
movimientos a favor de la vida humana en 1981.
En la mencionada conferencia (ed. Buena Prensa, 1988),
Nathanson explicaba:
En 1972 fui
nombrado Director del Servicio de Obstetricia del Hospital de San Lucas en
Nueva York y empecé a crear el servicio de Fetología. Estudiando el feto en el
interior del útero materno, pude comprobar que es un ser humano con todas sus
características y que deben otorgársele todos los privilegios y ventajas de que
disfruta cualquier ciudadano en la sociedad occidental.
Quizás alguno piense que antes de mis
estudios debía saber, como médico, y además como ginecólogo, que el ser
concebido era un ser humano. Efectivamente sí lo sabía, pero no lo había
comprobado yo mismo científicamente. Los nuevos sistemas de exploración nos
ayudan a conocer con mayor exactitud su carácter humano y a no considerarlo
como un simple trozo de carne. Hoy, con técnicas modernas, se pueden tratar en
el interior del útero muchas enfermedades, incluso operaciones quirúrgicas
hasta de cincuenta clases. Son estos argumentos científicos los que han
cambiado mi modo de pensar. Fíjense: si el ser concebido es un paciente al que
se le puede tratar, entonces es una persona, y si es una persona, tiene derecho
a la vida y a que nosotros procuremos conservarla.
Quisiera hacer un breve comentario a la
proposición de Ley sobre Aborto hecha por ejemplo en Canadá y en otros países,
para legalizarlo en casos de violación, subnormalidad y por estado de salud de
la madre.
La violación es sin duda una situación
muy dolorosa. Afortunadamente pocas violaciones van seguidas de embarazo. Pero
aun en ese caso, la violación, que es un acto de violencia terrible, no puede
ir seguida de otro no menos terrible como es la destrucción de un ser vivo. Por
lo tanto, tratar de borrar una horrible violencia con otra también horrible no
parece lógico; es sencillamente absurdo, y en realidad lo que hace es aumentar
el trauma de la mujer al destruir una vida inocente, porque esa vida tiene un
valor en sí misma, aunque haya sido creada en circunstancias espantosas,
circunstancias que no podrán justificar su destrucción.
Puedo asegurarles que muchos de los
que estamos aquí fuimos concebidos en circunstancias que no fueron las ideales,
tal vez sin amor, sin calor humano, pero eso no nos cambia en absoluto ni nos
estigmatiza. Por lo tanto, recurrir al aborto en caso de violación, es algo
ilógico e inhumano.
Voy a ocuparme de la salud de la
madre. Yo siempre he dicho que defendería el aborto si la salud física de la
mujer estuviera en peligro inmediato de muerte si continuaba su embarazo. Pero
hoy, con los avances de la medicina, ese caso prácticamente no existe. Por
tanto, el argumento es engañoso, porque sencillamente no es cierto.
Finalmente voy a considerar cuando el feto es
defectuoso. Es este un tema muy delicado porque significa que aspiramos a que
la sociedad esté formada por personas físicamente perfectas y, sin temor a
equivocarme, puedo asegurar que en esta sala no hay una sola persona que sea
físicamente perfecta. Es peligrosísimo aceptar este principio porque
desembocaría en un holocausto.
Puedo asegurarles que incluso a los niños
mongólicos se les quiere. Y voy a contarles una anécdota. Cuando estuve con mi
esposa en Nueva Zelandia almorzamos un día con Sir William Lilley, que es el
fetólogo más importante del mundo, y nos contó que habían tenido cuatro hijos
que ya eran mayores, y al quedar sólo el matrimonio adoptaron un niño
mongólico, y me dijo que este hijo adoptivo les había proporcionado más
satisfacciones que cualquiera de los otros cuatro hijos.
Puedo asegurarles que si esta clase de Ley es
aprobada, se abusará de ella y será utilizada para justificar el aborto en todos
los casos.
El grito silencioso
Cuando, a
principios de los setenta, los ultrasonidos me mostraron a un embrión en el
vientre materno, sencillamente perdí la fe en el aborto a petición. No luché
por aferrarme a mis viejas convicciones. A su modo, este cambio fue una
conversión limpia y quirúrgica.
En 1984 le pidió a un abortista que le permitiera seguir
por medio del ultrasonido todo el proceso de un aborto. Ambos médicos quedaron
horrorizados, estremecidos por todo lo que sucedía en dicha operación. Con la
grabación se realizó una película con el título “El grito silencioso” que causó
una gran impresión en todo el mundo, pues mostraba cómo se despedaza en el
útero un feto de doce semanas.
... en el aborto se
actúa a ciegas. El doctor no ve lo que hace... Quería saber qué ocurría, y así
en 1984 le dije a un amigo que hacía quince o quizá veinte abortos al día: el,
próximo sábado, cuando hagas todos esos abortos, pon un aparato de ultrasonidos
sobre la madre y grábalo para mí.
Lo hizo, y cuando
miró las cintas conmigo en un estudio de grabación, quedó tan afectado que
nunca más hizo un aborto. Yo, aunque llevaba cinco años sin realizar
abortos, quedé estremecido hasta el fondo del alma por lo que vi.
A favor de la vida humana
El movimiento a
favor de la vida humana afirma que sus convicciones hunden sus raíces en los
valores tradicionales judeocristianos, en la Biblia y en el concepto imperante
de la inmortalidad del alma.
A lo largo de
mis viajes he encontrado incontables hombres y mujeres que han dejado carreras
prometedoras en sus profesiones, empresas, educación, trabajo social y
teología, para trabajar (a
favor de la vida humana) a tiempo completo... Son partidarios de una causa
que está tan próxima al corazón de sus creencias religiosas, tan en el centro
de su moral y ética, que el tema les consume, pero de un modo
consistentemente NO VIOLENTO.
Pasaron unos diez años –desde 1978 a 1988- para llegar
él, ateo, a sentir el peso del pecado. Mientras tanto, leía algunos libros que
le dieran luz, entre ellas, Las Confesiones de San Agustín.
Recordando que muchos de sus antepasados habían recurrido al suicidio, llegó a
pensar si no era para él la mejor salida. No lo creí. Mientras tanto se
entregó al alcohol, a los tranquilizantes, a libros de asistencia, consejos,
psicoanálisis.
San Agustín era el
que hablaba de modo más completo de mi tormento existencial, pero no tenía una
Santa Mónica que me enseñara el camino, estaba acosado por una negra
desesperación que no remitía... La más intensa de las torturas humanas es ser
juzgado sin ninguna ley, y el mío había sido siempre un universo sin ley... Ya
sabía que la enfermedad principal consistía en cortar los lazos entre el pecado
y la culpa, entre la acción éticamente corrupta y su costo. No había habido un
costo concreto por mis acciones corrompidas, sólo exégesis del comportamiento,
y aquello no podía dar resultado. Necesitaba ser llamado al orden y educado.
Nathanson entró a
formar parte del movimiento a favor de la vida
humana, pero sin participar de su fe, de sus oraciones. Todavía había en
su corazón un gran lastre de ateísmo. Pero en 1989 en varias manifestaciones a
favor de la vida humana frente a clínicas abortistas, a Nathanson le llamó la
atención la actitud de aquella gente que oraba, que cantaba con alegría, que
mostraba una gran intensidad espiritual, profunda, consistente, ecuménica y no
violenta, a pesar de las mil hostilidades que tenían que sufrir. Además, como
supo después, oraban también por él.
La mano de Dios
Y, por primera vez
en toda mi vida adulta, empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un
Dios que me había conducido inexplicablemente por todos los intrincados
círculos del infierno, solo para enseñarme el camino de la redención y la
misericordia a través de Su gracia.
Mi pensamiento quebraba todas las
certezas decimonónicas que había albergado hasta entonces; convertía
instantáneamente todo mi pasado en una ciénaga de maldad y pecado; me
enjuiciaba y me condenaba por gravísimo crímenes contra todos los que me habían
querido y contra quienes ni siquiera había conocido; y simultáneamente
–milagrosamente- me brindaba un trémulo rayo de esperanza, al incrementarse mi
creencia de que Alguien había muerto por mis pecados y males hace dos mil
años...
La imagen de Dios que tenía de niño
era –tal como lo veo seis décadas después- la figura amenazadora y majestuosa
del barbudo Moisés de Miguel Ángel... (Qué revelación supuso para mí, cuando,
sirviendo en la Fuerza Aérea estadounidense, por pura frustración y
aburrimiento empecé a asistir a un curso vespertino de estudio de la Biblia y
descubrí que el Dios del Nuevo Testamento era una figura amorosa,
misericordiosa e incomparablemente cariñosa en quien podía buscar, y acabar
encontrando, el perdón que había perseguido tan desesperadamente durante tanto
tiempo...
Santo Tomás enseña que Dios ha dispuesto
que podamos aprehender el Ser bajo cada uno de sus aspectos trascendentales: el
Bien, la Verdad, lo Bello y lo Uno. La aprehensión de cada aspecto nos ayuda a
descubrir a los otros de forma que podamos, por ejemplo, aprehender la verdad
por su bien o el bien por su belleza.
Aquí entró la
influencia de su querido y admirado doctor Karl Stern, antes mencionado; sus
experiencias resonaban con mucha fuerza dentro de él, con una fe tan inocente
como la de Santa Teresa de Jesús. Nathanson, miembro activo del movimiento a
favor de la vida humana y decidido antiabortista, entró en relación con el
Padre John McCloskey, quien, con toda comprensión lo alentó en las luchas que,
guiado por la mano paternal de Dios lo llevó hasta el encuentro definitivo con
Él y con la Iglesia Católica.
Su conversión fue objeto de burlas, de mofas, de
persecuciones: pero había encontrado la alegría de la fe. Se ha dedicado a dar
conferencias a favor de la vida humana a nivel internacional y pudo contarle
personalmente toda su dramática vida nada menos que a S:S. Juan Pablo II. El
doctor Bernard Nathanson, quien fuera conocido como “Rey del aborto”, fue
bautizado el 9 de diciembre de 1996, en la solemnidad de la Inmaculada
Concepción, en la cripta de la Catedral de San Patricio en Nueva York, por el
Cardenal John O’Connor, recibiendo también los sacramentos de la Confirmación y
la Primera Comunión.
... tuve la oportunidad de comprender
mi misión como médico, mi misión como doctor, a través de la lectura de la
encíclica del Papa Juan Pablo II que decía que la misión de generar vida no
debía estar expuesta a la voluntad arbitraria del hombre. Uno debe reconocer
los límites inviolables del hombre en relación a su cuerpo, límites que ningún
hombre puede sobrepasar. Tales límites no se pueden suprimir, debido al respeto
que se debe a la integridad del organismo humano y a sus funciones, de acuerdo
con la comprensión correcta del principio de la totalidad que ilustró el Papa Pío
XII. (Cf. Periódico
Familia unida)
Norma McCorvey
Norma McCorvey es el verdadero nombre de Jane Roe, mujer
cuyo caso dio origen a la sentencia del Tribunal Supremo Roe vs. Wade,
que legalizó el aborto en Estados Unidos. A los 25 años de la sentencia, “Roe”
repudió la causa a la que dedicó gran parte de su vida y sueña con que cambie
la legislación del aborto.
Paradójicamente, la paladina del aborto en Estados Unidos
nunca abortó. Cuando el 22 de enero de 1973 la Corte Suprema decidió con siete
votos a favor y dos en contra permitirle esta intervención, Norma McCorvey ya
había dado a luz la niña que nunca quiso tener y que cedió en adopción. Se
había quedado embarazada en 1969. Sola y sin dinero, quería abortar ilegalmente
en Dallas, pero no lo logró, impresionada por las condiciones en que operaban
las clínicas para abortos.
Embarazada de ocho semanas, se dirigió a dos abogadas que
la convencieron de presentarse a los tribunales para reivindicar el derecho al
aborto. Escondiéndose en el seudónimo de Jane Roe, comenzó en 1970 una batalla
legal contra la ley texana. Un año después la cuestión llegaba a la Corte
Suprema y en 1973 los jueces constitucionales establecían polémicamente el
carácter inadmisible de las leyes que se pronunciaban contra el aborto en
Estados Unidos.
Durante años, después de la sentencia, Jane Roe había
ocultado este pasado. Había vivido bajo seudónimo, escondiendo su identidad
incluso a la mujer con la que tenía una relación. En 1989, Norma decidió salir
al descubierto, declarando su auténtica identidad y su condición de lesbiana
para ponerse de manera más eficaz al servicio de los movimientos favorables al
aborto.
A los 49 años de edad, Norma o Miss Norma, como ahora es
conocida y desde que nació, fruto de un matrimonio fracasado entre una camarera
y un soldado, ha tenido que sufrir todo tipo de experiencias. La protagonista
involuntaria de las grandes batallas morales y sociales de la sociedad
estadounidense del último cuarto del siglo XX ha sido una niña maltratada, una
adolescente violada, una esposa niña y una madre soltera. Se ha prostituido, se
ha emborrachado hasta perder el sentido y ha vendido droga. Durante décadas ha
sido lesbiana declarada.
Desde la fatídica decisión del la Corte Suprema del 22 de
enero de 1973, Norma McCorvey se encerraba en su habitación todos los años en
esa misma fecha:
No me importaba si había alguien más
conmigo en casa. Estuve dando tumbos, me emborrachaba y tomaba muchísimas
medicinas para mantenerme en pie. Comencé 16 años de depresión enganchada
a una botella de vodka.
Hace algunos años llegó el cambio. La vida de Norma, convertida
en un “slalom” entre ideologías abortistas, terminó reconociendo el valor de
quienes durante años fueron sus enemigos: los defensores de la vida.
Durante 25 años he sido utilizada por
los abortistas. Me he equivocado en todo, confiesa ahora.
En un artículo publicado con motivo del aniversario,
McCorvey recuerda cómo se vio envuelta en este proceso (Cfr. The Daily
Telegraph, 20/1/97). Para las abogadas feministas Sarah Weddington y Linda
Coffe, recién graduadas de la Facultad de Leyes de la Universidad de Texas, yo
era el caso perfecto: una joven de 21 años sin dinero, sin marido y embarazada
por tercera vez. Las abogadas sabían que la joven quería abortar y también
sabían cómo burlar la ley (Weddington había abortado en México hacía tres
años).
¿Por qué si Weddington quería ayudarme
a abortar no me informó de que podía hacerlo a pocas horas de viaje y me ayudó
a conseguir dinero? Creo que me utilizaron. Necesitaban una mujer lo
suficientemente pobre e inculta para que no abortara durante el proceso.
Para redondear la coartada, acordaron mentir en el juicio
y decir que su embarazo se debía a una violación. El proceso se alargó, dio a
luz a su hija y la entregó en adopción, al igual que las dos niñas anteriores.
Me sentí muy utilizada por los pro
abortistas... Nunca llegué a abortar, llevé a la niña a término. Pesó 8 libras
y medía 21 pulgadas y la entregué en adopción. La enfermera me trajo a mi bebé,
pero cuando se dio cuenta de que la había dado en adopción se la llevó; yo me
desmayé y me quedé tirada sobre el suelo por dos horas.
Al cabo de los años, McCorvey observa la paradoja de que
la mujer más directamente relacionada con la muerte de 35 millones de niños en
Estados Unidos nunca haya abortado y que la sentencia que dio luz verde al
aborto esté montada sobre un perjurio.
El cambio de mentalidad de McCorvey ha sido lento.
Después de un largo periodo en el anonimato empezó a darse a conocer como la
mujer que respondía al pseudónimo de Jane Roe y se transformó en una celebridad
en los círculos abortistas. Tiempo después se ganó la enemistad de algunos
líderes proaborto, cuando reconoció haber mentido en el juicio. No
obstante, continuó siendo pro-choice algunos años más.
En 1987, McCorvey admitió que no había sido violada y que
el padre de su bebé era una persona a la que ella conocía. El relato de los
pandilleros que la violaron era mentira.
En 1991 empezó a trabajar en una clínica abortista, en
Dallas, donde pudo ver de cerca los restos de bebés abortados en el segundo
trimestre.
Tenían cara y cuerpo, y acababan en un congelador, según declaró a Newsweek.
Como los demás empleados, yo pensaba
que estaba haciendo lo correcto. Pero, ¿cómo evitar que se te encogiera el
alma? Nunca sonreíamos y algunas nos dimos al alcohol y a las drogas.
El impacto le hizo cambiar de clínica, pero seguía
justificando el aborto dentro del primer trimestre de embarazo. Pese a trabajar
en una clínica abortista desde 1991, las fuertes sumas de dinero que terminaban
en los bolsillos de los doctores y el desprecio de la medicina que los abogados
abortistas mostraban le decepcionaron profundamente. El encuentro con su hija
embarazada también fue importante para su conversión, ya que ella quería que
naciera su nieto.
Ahora tengo dos nietos, George y
Floyd, y son el amor de mi vida, señala feliz.
El cambio definitivo ocurrió en 1995, cuando trabó
amistad de forma casual con algunos miembros de la organización Pro-Life
Operation Rescue.
Emily, una niña “rescatada” de un aborto inminente le
hizo comprender que esos 35 millones de bebés muertos también eran personas.
Ahora, Norma McCorvey hace campaña a favor de la reforma de la ley. Quiere
poner en marcha una clínica móvil para ofrecer a las mujeres servicios
prenatales gratuitos y darles asesoramiento familiar. Y está escribiendo un
libro, Won by Love, donde explica cómo pasó a engrosar las filas
de los defensores de la vida.
Se convierte al Catolicismo
En julio de 1998 se anunció que la mujer por cuyo caso el
Tribunal Supremo estadounidense legalizó el aborto en 1973 (sentencia Roe vs.
Wade) ha vuelto al Catolicismo, en que fue educada y recibiría la confirmación
en Roma. En 1995, movida por el ejemplo del grupo a favor de la vida humana Operation
Rescue, Norma McCorvey se hizo opositora del aborto y cristiana
protestante. Más tarde conoció al sacerdote católico Frank Pavone, de
Sacerdotes por la Vida, que me condujo hacia la Iglesia Católica.
McCorvey atribuye su conversión a la
oración pacífica y continua de tantos católicos ante las clínicas abortistas.
En efecto, se ha convertido al Catolicismo la mujer
símbolo de la legalización del aborto. Norma McCorvey, más conocida por el
seudónimo de Jane Roe, fue la protagonista de una larga batalla que acabó con
la legalización del aborto por parte de la Corte Suprema de Estados Unidos. El
anuncio fue hecho público por la propia Norma, durante un servicio ecuménico en
la Iglesia de la Trinidad en Waco, Texas.
En los últimos meses he crecido en la
fe. Quiero agradecer a Dios, que es mi Padre, al Señor Jesucristo y a la
Santísima Virgen María por haberme ayudado. Y quiero completar mi camino
regresando al seno de mi Madre Iglesia, la Iglesia Católica, proclamó la ex Jane Roe.
La decisión de Norma no ha tomado por sorpresa a los
militantes a favor de la vida humana, pues en los últimos tres años habían
tenido en esta mujer a una compañera de camino.
Norma McCorvey nació católica. Cuando era pequeña fue
bautizada, pero muy pronto perdió la fe. Se ha vuelto a acercar a la Iglesia
Católica –explicó a los fieles reunidos en Waco- tras haber visto la
presencia constante, devota y pacífica de los pro-vida católicos ante las
“fábricas de abortos”.
Entrevistada por Le Temps de l’Église (París,
noviembre de 1995), Norma Mc Corvey declaró categóricamente:
La única libertad que se puede
reclamar es la de la vida. El discurso abortista no es más que una gigantesca
mentira. Se
dice a las mujeres: “abortar es fácil”. Pero, una vez que abortan, su problema se
va agrandando y no deja de crecer. Sólo después se dan cuenta de lo que les ha
sucedido. Comprenden que su hijo podría estar a su lado, y sufren. Hoy ya nadie
duda hablar del trauma post-aborto.
El 21 de mayo de 2007 Norma McCorvey aseguró en una entrevista
al semanario Alba que si las mujeres conocieran la verdad sobre el aborto,
jamás considerarían someterse a él.
El 15 de junio de 1998, Norma anunció públicamente su
intención de ser bautizada en la Iglesia Católica.
Sí, ahora estoy claramente a favor de
la vida humana y católica por cierto y si una mujer me dice que va a abortar le
diría que hablara con su corazón y su sacerdote; después, que busque a
una mujer que ya haya abortado y que le pregunte qué tal le fue.
La conversión de McCorvey fue la razón de que la
organización que ella había fundado, Roe no More se convirtiera en Crossing
Over Ministry, para simbolizar el cruce a una nueva vida.
Trato con muchas mujeres que han
abortado y que ahora conocen al Señor y se han convertido. Todas me dicen lo
mismo desde hace varios años:
Norma, si hubiéramos sabido lo que
sabemos ahora, nunca habríamos abortado.
Bibliografía
Bernard Nathanson, La mano de Dios, Autobiografía
y conversión del llamado “Rey del aborto”, colección “Mundo y Cristianismo”,
Ediciones Palabra, Madrid, 2004
- Un testimonio de conversión a la vida, en Familia
unida, junio-octubre, Mexicali, Baja California, México, 2000, pp. 4-5
- Conferencia publicada por Buena Prensa en la Agenda
Juvenil 1988, México
Alberto Pérez M. El Rey del aborto, revista Horizontes
de espiritualidad y valores, Revista Horizontes, Verano, México, 2007, pp.
22-25
John Powell, El aborto: holocausto silencioso,
JUS, México, 1998
El caso que cambió una nación (Norma McCorvey), Revista Cumbre,
Unión Nacional de Padres de Familia, año 10, no. 111, junio, México, 2000, pp.
29-30
Carlo Carreto, Un camino sin fin (El Absoluto de
Dios y los niños recién concebidos), ediciones Paulinas, México, Caracas, 1987
www.aceprensa.com
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www.aciprensa.com
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www.zenit.org
16/junio/1998
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