Juicio analítico a la teoría de la
plusvalía de Carlos Marx
Por Bernardo López Ríos *
* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica
Si
fueren atendidas mis súplicas, Rusia se convertirá y habrá paz, si no, Rusia
(URSS) esparcirá sus errores (marxismo-leninismo) por el Mundo.
(Profecía de la Santísima Virgen María en Fátima, Portugal, 1917)
“El error del comunismo es creer que si todos
los hombres compartieran la misma propiedad, serían hermanos. Esto es un grave
fallo. Compartir la misma manzana no hace hermanos a los hombres; pero si todos
los hombres fueran hermanos, compartirían la misma manzana”
(Fulton J. Sheen)
Preámbulo
En este estudio comenzaremos por presentar
algunos rasgos de la vida y personalidad de Carlos Marx, así como lo que
pensaba sobre nosotros, los mexicanos.
Nos referiremos también a una de las grandes
aportaciones de Aristóteles al pensamiento económico.
Luego analizaremos con objetividad la teoría
de la plusvalía de Marx y señalaremos sus aciertos y errores.
Finalmente mencionaremos algunos
señalamientos de la Doctrina Social Católica sobre el capitalismo salvaje y
cuestiones complementarias como nuestra propuesta económica para México
(distinta del neoliberalismo), tan urgido hoy en día de una gran clase media
como bien lo recomendaba Aristóteles, el gran filósofo griego.
Introducción
Marx empezó su vida con una contradicción y
en el extinto bloque socialista del siglo XX se recogieron sus frutos.
Él, que nunca trabajó, desarrolló una teoría
del valor del trabajo; él, que glorificó al trabajo como fuente de valor, nunca
puso en práctica sus convicciones.
¿Qué decir de la peculiar perversidad
psicológica de un hombre que siempre predica lo contrario de lo que hace?
Puede que Marx lo hiciera así para exculpar
su conciencia de no haber trabajado.
En las Universidades de Bonn y de Berlín su
padre tuvo que sostenerlo económicamente y pagar sus prodigalidades.
Cuando él tenía veinticuatro años, su madre
se quejaba de que no se mantuviera con su trabajo.
Su hermana Sofía no dudó en calificarlo de
parásito de la familia, pues se hallaban en el caso de privarse de lo poco que
les quedaba para que a él no le faltara nada.
Cuando vivía en Londres, salvo un corto
espacio de tiempo en que ganó algo como corresponsal del New York Tribune, dependía completamente, para su sustento, de su
amigo Federico Engels, hijo de un rico comerciante de Manchester.
Su esposa tuvo que pedirle que trabajara de
platero mientras las prendas de vestir eran llevadas a la casa de empeños, pero
él se marchó de su casa y pasó al British
Museum para escribir una obra sobre la teoría del valor del trabajo, obra
que más tarde se publicó con el título de El
Capital.
Su esposa estaba tan enojada por ello, que le
decía:
“Carlos, si hubieras empleado algún tiempo en
hacer capital en vez de perderlo todo en escribir acerca de él, estaríamos algo
mejor de situación”.
Todo el tiempo que Engels le mantuvo vivía
éste con su esposa, María Burns. En 1863 ésta murió repentinamente de un ataque
al corazón.
Engels le escribió para participarle la
trágica noticia, pero Marx le contestó:
“Sabe el diablo que en estos tiempos no hay
sino mala suerte; yo no sé ya adónde volverme; mis intentos de sacar dinero de
Francia y en Alemania han fracasado y, además, los niños no tienen zapatos y
les falta abrigo para salir de casa”. Luego le pedía más dinero.
Engels recibió la carta de Marx antes de
haber enterrado a María; respondió a Marx
le decía:
“Todos mis amigos, incluso las amistades
burguesas, me han demostrado en esta ocasión más amistad y comprensión que la
que yo había creído poder esperar, lo que no deja de emocionarme profundamente.
“Tú has creído que el momento era oportuno
para hacerme notar la superioridad de tu fría filosofía; sea como quieras”. No
obstante, Engels continuó ayudándole económicamente.
Muy cerca ya de sus últimos años de vida pasó
a Londres un hombre joven, de nombre Le Moussu, que había mandado el escuadrón
que asesinó al Obispo de París al triunfar “La Comuna”.
El tal Moussu había inventado una máquina de
copiar y se unió en sociedad con otro para explotar su invento, que patentó con
la edición inglesa de El Capital.
Cuando el socio de Le Moussu murió, Marx, que
toda su vida había estado defendiendo que el valor de una cosa sólo depende del
trabajo que en ella se ha invertido, decidió hacerse capitalista.
Se metió de impresor, robó la patente a Le
Moussu y dio su nombre a la firma como principal capitalista. Marx exigió que
la patente le fuera concedida personalmente y sólo a él.
Le Moussu se opuso firmemente y el caso fue
llevado a los tribunales. Marx rehusó jurar sobre la Biblia; dijo que la
tocaría como Mefistófeles la pudiera tocar.
Marx perdió el pleito.
Vivió lo suficiente para ver que dos de sus
hijas se suicidaban y más tarde, en 1883, él fue enterrado en un lugar no
sagrado del cementerio de Highgate en Londres.
Acerca
de México escribió Marx:
“Con la debida satisfacción hemos presenciado
la derrota de México ante los Estados Unidos, esto representa un paso adelante”
Y así pensaba Federico Engels:
"¿O acaso es una desgracia que la
magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no
sabían qué hacer con ella?”
En efecto:
Karl Marx y Friedrich Engels, los teóricos del partido
comunista, se ocuparon poco —pero muy malévolamente— de ciertos momentos del
desarrollo histórico mexicano.
Ellos inocularon en sus compinches el virus del antimexicanismo, evidente en el aplauso
que brindaron a las fuerzas de Estados Unidos cuando éstas invadieron a los que
ellos llamaron «salvajes mexicanos».
De manera semejante aplaudieron a los ingleses porque
invadieron a la India. Con bien explícita admiración hacia los logros de los
Estados Unidos, saludaron el triunfo estadounidense como un avance natural de
lo que puede considerarse un cierto determinismo histórico
(Cf. Periódico El Observador, 14 de
octubre del 2007).
La
desafortunada historia de España y de México a lo largo del siglo XIX ha dado
lugar a multitud de análisis y comentarios.
Uno de
los más agrios es el que tuvo por autor a Karl Marx, en carta a su fiel Engels,
con ocasión de la guerra entre México y Estados Unidos.
Marx
elogia sin reservas el modo de ser de los estadounidenses:
“Encontramos
en los yanquis el más elevado sentimiento de independencia y del valor
individual.” Serían incluso superiores a los anglosajones.
Por
contraste, la raíz hispana de los mexicanos los convierte, a juicio de Marx, en
un pueblo de tarados. “Los españoles –juzga el pensador alemán– son ya seres
degenerados. Pero es que el mexicano es un español degenerado.
Todos
los vicios de los españoles –grandilocuencia, fanfarronería, quijotismo– se
encuentran elevados en ellos a la quinta potencia, sin la solidez de los
españoles.
La
guerra de guerrillas de México es la caricatura de la española.”
“Como
contrapartida –concluye con sarcasmo–, hay que reconocer que los españoles no
han producido un genio como Santa Anna.” (Cf. Antonio Elorza, “España y México:
modernizaciones frustradas”, revista Letras
Libres, Noviembre, 2006).
I. La
teoría marxista del valor del trabajo
Cuando Carlos Marx (1818-1883) pasó a
Inglaterra después de su casamiento con Jenny von Westphalen, desarrolló lo que
vino a llamarse teoría marxista del valor del trabajo, piedra fundamental de la
economía comunista.
En la conversación ordinaria la palabra
“valor” se aplica a las cosas que sirven para satisfacer nuestras necesidades,
tales como una barra de gis, un pizarrón, el pan, los reclinatorios, el queso,
etc.
El valor de estas cosas se determina a base
de muchos factores, por ejemplo, su escasez, su utilidad, alguna relación
personal subjetiva, que unimos a ellas. Por ejemplo: haber sido regaladas por
un amigo, su valor simbólico, etc.
Marx dejó a un lado todas estas y otras
consideraciones y tomó el partido de estimarlas, aunque fuera su valoración de
una simplicidad absurda, como si todo el valor dependiera únicamente del tiempo
que se había invertido en trabajarlas.
De este modo el trabajo resultaría ser la
única fuente de valor de todas las cosas.
Pero esto no es así:
Las perlas no son de valor porque el hombre
las pesca sumergiéndose en el mar, sino que el hombre las busca y se sumerge en
el mar para cogerlas porque son valiosas.
Si el trabajo fuera la única causa del valor
de las cosas, entonces resultaría que el capitalista que proporciona las
primeras materias y la fábrica, los métodos de producción y aun de las ideas o
inventos para transformar las materias, no serían sino una “explotación” del
trabajo.
De aquí se seguirá la doctrina de que el
capital y lo mismo la propiedad privada deberían ser destruidos y puestos fuera
de ley y entregado todo en manos del Estado, el cual estaría, a su vez, bajo la
dirección de la dictadura del proletariado (Cf. Fulton J. Sheen, “La Vida de Carlos Marx”, La vida merece vivirse (Cuarta serie),
Planeta, Barcelona, 1967, pp. 324-335).
II. Aristóteles
De acuerdo con el Estagirita:
“el
hombre puede adquirir riquezas que vayan más allá de sus necesidades o de las
de su familia, de manera que será necesario distinguir entre actividad
económica en sentido estricto y lo que podríamos llamar actividad crematística,
es decir, la acumulación indefinida de riquezas.
“Esta
segunda es una actividad inmoral, según Aristóteles, concepción que
prevalecería en Europa hasta los albores de la Edad Moderna.
“De aquí surge una distinción clave de la
teoría económica, debida a Aristóteles: la de valor en uso y valor en cambio”.
“Según
él, toda propiedad tiene dos funciones particulares, diferentes entre sí:
“Una
propia y directa, y otra que no lo es. En el primer caso se producen u obtienen
bienes para utilizarlos o consumirlos, mientras que en el segundo el objeto en
sí mismo deja de tener este fin para convertirse en un elemento de cambio o de
trueque.
“Así
aparece el comercio, que es esencialmente el mismo en el caso de trueque de
bienes entre dos individuos o de tráfico terrestre o marítimo en gran escala.
“Pero
en el primer caso, cuando hay trueque o cambio para fines domésticos, se trata
de una institución natural, mientras que en el caso del comercio el afán que lo
guía es el simple lucro, la actividad crematística por ella misma, la cual es
reprobable. Pero
“¿cuál
es la base de todas estas actividades?
“La
propiedad. La propiedad para Aristóteles es una institución natural, connatural
a la casa familiar, parte de ella…
“Aristóteles
rechaza toda posibilidad de comunismo, es más, lo critica duramente, al
referirse a Platón”.
(Cf. Salvador Giner, Historia del pensamiento
social, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 73-74).
III. Juicio
analítico a la
teoría
de la plusvalía de Marx
El sistema económico de Carlos Marx es punto
capital del comunismo, por lo cual abundaremos en sus líneas fundamentales.
Su principio básico es que el trabajo del obrero es lo único que
comunica valor a la materia laborable y que, en consecuencia, toda la ganancia le corresponde al obrero.
David Ricardo (1772-1823), economista liberal
británico, sostenía rígidamente que “el valor de un artículo de consumo”
dependía “de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción” y
afirmaba que el obrero debería recibir solamente aquello que necesitara para
sustentarse.
Así que fue Ricardo quien echó los cimientos
para la teoría de Ferdinand Lasalle (1825-1864) de la “ley férrea de salarios”
y también más indirectamente para la idea marxista del valor excedente.
Valor usual
y valor comercial
A) Marx comienza (al
igual que Aristóteles en la Antigüedad) por distinguir
entre valor usual y valor comercial
Valor
usual
es el que tiene una cosa por la utilidad
que encierra, y que nace de sus propiedades naturales. Podríamos llamarlo valor natural.
Valor
comercial
es la propiedad que tiene una cosa de ser
objeto de comercio, esto es, de ser comprada, vendida o permutada por otra.
Para Marx, el valor comercial es
independiente del valor usual o utilidad del objeto, que es sólo una
condición previa, muy diversa en los varios objetos.
El valor comercial debe depender de un
elemento común a todos los objetos, y que no puede ser otro sino el trabajo del
obrero.
El valor comercial se mide exclusivamente por la cantidad de trabajo que el obrero emplee
en la elaboración del artefacto.
Esta doble afirmación consta claramente en la
doctrina de Marx y es el fundamento mismo de ella:
“En el
cambio de mercancías su valor comercial
aparece del todo independiente de su valor usual.
“Es
precisamente la abstracción de su valor en uso lo que caracteriza las
relaciones de intercambio de las mercancías.
“Un objeto cualquiera en tanto tiene valor
en cuánto se contiene en él como cristalizada y materializada una cantidad de
trabajo humano.
“Ahora
bien, ¿cómo medir la cantidad de este valor?
“Por
medio de la cantidad del trabajo en él contenido, trabajo que constituye la
substancia que lo produce.
“Esta
cantidad de trabajo se mide a su vez por el tiempo en él empleado” (Carlos Marx, El Capital, Cap. I).
B) Luego advierte Marx
que estos principios deben aplicarse al
trabajo del obrero, al que se ha de considerar como una verdadera mercancía; el obrero lo
vende, el capitalista lo compra.
En el trabajo debemos pues distinguir también
el valor usual del valor comercial.
Su
valor usual o
natural es la fuerza de trabajo del obrero que se entrega al capitalista a
cambio del salario.
Su
valor comercial
se mide por el precio de las cosas necesarias para el sustento del obrero, o
sea el salario, que paga el capitalista.
Pues bien, el capitalista recibe mucho más de lo que paga; la fuerza de
trabajo del obrero, explotada al antojo de aquél, le representa mucho más que
la corta remuneración que paga al trabajador.
Supongamos, por ejemplo, que el obrero gane
doscientos pesos diarios: puede suceder que estos doscientos pesos los gane el
capitalista con cuatro horas de trabajo del obrero; entonces las demás horas de
trabajo no le quedan retribuidas a éste.
La
plusvalía, concentración de capitales y
lucha
de clases
Este
excedente que queda a beneficio del patrón, es un exceso del valor comercial
sobre el valor usual, es una plusvalía.
Lo cual, expresado en términos de una fórmula,
quedaría así:
Plusvalía = valor de
uso – valor de cambio
Pues bien, la plusvalía corresponde al obrero que es quien la produce. El
capitalista es injusto al reservársela; y el
capital, que no es otra cosa que un amontonamiento de plusvalías, es un robo
hecho al obrero.
Pero la
injusticia no está tanto en el capitalista, que paga al obrero lo justo, el
precio convenido. Está en el mismo
régimen capitalista, que autoriza tales injusticias.
C) Otra enseñanza de
Marx es que la concentración de
capitales y la lucha de clases, consecuencia de la actual situación,
terminarán con la revolución y la instalación de un nuevo orden.
La
situación de los obreros se hará cada día más penosa; de una parte, se
hará más numerosa la muchedumbre de los obreros explotados; de otra, menos
numerosa, la de los capitalistas explotadores; vendrá al fin una revolución del proletariado, que triunfará y establecerá una
nueva sociedad.
He aquí los distintivos de esa utópica nueva sociedad:
1.
No habrá diferencia
de clases;
sólo existirá la clase de trabajadores, que gozará de perfecta igualdad
2.
No habrá explotación
del obrero,
porque nadie podrá arrebatarle el fruto de su trabajo
3. No habrá propiedad privada
4.
Estarán en manos del
Estado todos los medios de producción y distribución de la riqueza
Análisis
crítico
En parte Marx tiene razón:
Marx tiene
razón en parte de sus afirmaciones. El trabajo del obrero no ha sido siempre
suficientemente reconocido, y con frecuencia se ha explotado injustamente.
Es cierto que dicho trabajo produce una plusvalía, y que es de justicia que
el obrero participe de ella. Pero muchas
de sus afirmaciones son falsas o exageradas.
El
trabajo no es la única fuente de valor
Es errada
su afirmación de que el valor comercial
es independiente del valor usual o natural de la cosa; por el contrario, es la utilidad de un objeto, dadas sus
condiciones naturales, lo que constituye fundamentalmente su valor comercial.
Muchas cosas naturales, en las que no hay
trabajo humano, representan valor; por ejemplo: los minerales.
Y en las obras artificiales que se deben al
trabajo del hombre, cuenta en mucho la utilidad que representen.
Fuera
del trabajo hay tres circunstancias
que influyen en el valor de la cosa:
a) La
materia: vale más un diamante en bruto que un vidrio pulido con esmero.
b) La
necesidad y utilidad del artefacto. Objetos trabajados en la misma forma
valen bastante si son necesarios; pierden su valor si no lo son. Una cosa
completamente inútil nada vale.
c) La
abundancia y la escasez. Una cosa muy abundante pierde su valor. Por eso la
competencia, que es siempre útil al consumidor, puede arruinar a los
productores.
En efecto, son importantes factores de valor:
la habilidad, la demanda y el suministro, el clima, la temperatura, etc.
Es, pues, falso que sólo el trabajo comunique valor al artefacto.
Advirtamos que estas tres otras
circunstancias: materia, necesidad y abundancia, tienen relación estrecha con el capital: ya que a éste le
corresponde proporcionar la materia, estudiar la necesidad y utilidad del
artefacto, y precaver la competencia ruinosa.
La
plusvalía no pertenece íntegramente al obrero
El obrero, a no dudarlo, tiene derecho a una parte de la plusvalía, pero no a toda ella.
En efecto, tanto el dinero del productor,
como sus dotes intelectuales y morales tienen influencia en ella.
Por otra parte, es justo que en toda empresa
se deje un fondo de reserva.
El
dinero del productor
contribuye a dar valor a la cosa trabajada en las siguientes formas:
a) Suministrando materias primas.
b) Proporcionando maquinaria y toda clase de instrumentos. Es de advertir que ambas
cosas representan un capital que es justo que gane intereses, y que la
maquinaria desmejora con el uso.
c) Suministrando anticipos, puesto que muchas veces le paga al obrero antes de
vender las mercancías.
d) Mediante el crédito; con mucha frecuencia el dinero en caja no basta, y si no
fuera por el crédito del propietario, no pudiera funcionar la empresa.
Contribuyen también las dotes personales del empresario, su inteligencia, experiencia
y energía, en la siguiente forma:
a) En
la organización general de la empresa, a la cual debe dedicar el dueño todo
su tiempo, actividad y desvelo, si quiere que marche bien.
b) En
la producción. Debe procurar que tenga dos condiciones: perfecta y económica. Para ello debe
conseguir materias primas buenas y baratas, y vigilar con esmero todo el
proceso de elaboración.
c) En
la distribución. No pocos conocimientos, inteligencia y experiencia
requiere la conveniente distribución de los artefactos.
d) En
el precio. Contribuye el capital a aumentar el valor del artefacto en el
sentido de que si el obrero vende directamente sus productos, se ve obligado a
venderlos a menos precio, por falta de un fondo de defensa.
En cambio, el propietario, puede aguardar el
momento oportuno para vender su mercancía.
Por último, es justo que una parte de la
plusvalía se deje para fondo de reserva.
Todo
negocio está expuesto a pérdidas; siendo sus causas más frecuentes la
excesiva competencia y la depreciación natural de la mercancía con el correr
del tiempo.
Es necesario advertir que el empresario lleva sobre sí mismo la
responsabilidad de la empresa, y que si ésta fracasa, es él quien se arruina.
El obrero no, porque lo que se pierde no es
suyo y porque puede encontrar trabajo en otras empresas (Cf. J. Rafael Faría, Ética,
Curso de Filosofía, México, s.f.,
pp. 118-122).
Gustav Wetter, S.J., experto austriaco en el
pensamiento de Marx, hace la siguiente
crítica:
Así, la teoría
de la valoración del trabajo (la tesis de que el intercambio de mercancías
se hace de acuerdo con el tiempo de trabajo empleado en su fabricación) no es
exacta ya según los conocimientos económicos científicos de hoy día.
Según Marx, lo único que tienen en común
todas las variadas clases de mercancías es el hecho de ser producto del trabajo
humano. Esto no es exacto, sin embargo.
Se les podría encontrar otras diversas
afinidades, así, la propiedad de poder servir como medio de satisfacer
necesidades humanas de alguna clase.
Si el valor de una mercancía lo determina el
tiempo de trabajo social necesario para su fabricación:
¿Cómo es entonces que el valor de un vino
aumenta simplemente por la duración de su permanencia en la bodega?
Resulta interesante que esto lo reconociera
Engels ya poco antes de su muerte.
En una carta a Konrad Schmidt, del 12 de
marzo de 1895, señala que la teoría de valoración del trabajo es sólo un
“concepto” y que “como tal no puede corresponder a la realidad”.
En el capital hay que distinguir dos partes: el capital “constante” y el capital “variable”.
El primero consiste en el desembolso que se
ha hecho en los medios de producción (locales, máquinas, combustible, materias
primas, etc.); el segundo en el gasto para la mano de obra.
Según
Marx, la plusvalía la produce solamente el capital variable.
Ante su dificultad definitiva se ve, sin
embargo, la teoría marxista del valor y la plusvalía en la cuestión del porcentaje medio de beneficios.
Desde la publicación, por Engels, del tercer
volumen de El Capital se ha visto una
contradicción fundamental entre el primer y el tercer volumen de la obra de
Marx.
En el primero decía Marx que solamente el
capital variable creaba plusvalía. Cuanto mayor fuera, por tanto, la porción
del capital variable frente al capital constante en una fábrica, mayor habría
de ser la plusvalía y también el beneficio.
Ahora bien, en el tercer volumen dice Marx
que capitales idénticos producen más o menos un beneficio igual
independientemente de su “composición orgánica” (es decir, de la proporción del
capital constante y del variable dentro del capital total).
Significa esto que capitales variables de la
misma cuantía pueden producir diferentes beneficios; que, por tanto, la
cantidad del beneficio no está condicionada únicamente por el capital variable.
Con la ley de la igualación del porcentaje de
beneficios describe, sin embargo, exactamente Marx lo que ocurre en realidad en
la economía capitalista.
Si la ley de valoración marxista según la
cual solamente el capital variable crea valor y plusvalía fuera exacta, un
porcentaje medio de beneficios sólo podría resultar de que en todas las
empresas se formara una composición igual, óptima del capital constante y del
variable, lo que, sin embargo, no es el caso en realidad.
Así pues, no sólo el capital variable produce
valor y plusvalía, sino el constante también.
Si fuera exacto que la plusvalía y el
beneficio son producidos únicamente por el capital variable, resultaría
entonces que no solamente los obreros estarían expuestos a un proceso de
empobrecimiento, sino que este proceso alcanzará igualmente a los capitalistas.
Con el progreso técnico y, sobre todo, con el
automatismo se eleva constantemente la porción del capital constante respecto a
la del capital variable.
Si, pues, la porción del capital variable
baja constantemente, también habrían de bajar constantemente la plusvalía y el
beneficio.
(Cf. Wetter/Leonhard, “La Economía Política del Capitalismo”, en La Ideología Soviética, Herder, Barcelona, 1973, pp. 277-302).
Otro destacado economista, Juan Auping, S.J.
señala que:
Aunque el mismo Marx observó que la historia
en realidad llevaba un curso que contradecía su profecía (observó que se
acortaba el día laboral en el capítulo 8), se aferró a sus pronósticos en el
capítulo 23 de la primera parte de El
Capital, diciendo que la creciente productividad de la mano de obra
reduciría la demanda de la misma y así aumentaría el número de desocupados…
Como dijimos, Marx y Engels sí observaron esa
evolución y para salvar su teoría introdujeron una hipótesis auxiliar:
La tendencia de la miseria creciente (Verelendung), según esa hipótesis
adicional, es contrarrestada por la explotación colonial. La presión se
transfiere del proletariado industrial al colonial.
Pero esta hipótesis es a su vez refutada por
la experiencia.
Hay
países, por ejemplo, las democracias escandinavas, Checoslovaquia, Canadá,
Australia, Nueva Zelanda, en los que el intervencionismo democrático aseguró a
los trabajadores un alto nivel de vida, a pesar de que estos países no tuvieron
colonia.
La finalidad de Marx fue pronosticar
acontecimientos futuros. Los elementos científicos que contiene su obra (los
cuales principalmente se basan en partes de la historia social de la Inglaterra
antes de 1867) no son un llamado a mejorar la situación, sino que funcionan
como ejemplos para aclarar las leyes del desarrollo de las sociedades
capitalistas en general.
Los pronósticos de Marx tienen la forma de
una “profecía”: no importa lo que hagas,
esto ocurrirá”. Pretende pronosticar algo inevitable.
Esto es lo que Karl R. Popper llama determinismo,
que, si se aplica a las ciencias históricas y sociales, se llama
“historicismo”. Popper ha criticado el historicismo en general en “La miseria del historicismo”.
(Cf. Juan Auping, S.J., México hoy mañana, Análisis
económico y sociopolítico y proposición de reformas urgentes, Centro de
Investigación y Acción Social (CIAS), A.C., Torreón, México, 1981, pp. 186-197).
La teoría marxista del valor excedente no
está apoyada en las condiciones industriales modernas.
Cualquier examen de la industrialización
mundial de hoy demostrará claramente que cualquier producto dado es el fruto
del trabajo mental y físico de un vasto y complicado ejército de trabajadores y
de administración.
Nota: Marx no se dio cuenta
de que el Socialismo conduciría, como lo hizo, a una explotación de los obreros
peor que el sistema de empresa privada.
El marxismo-leninismo, al atacar los
indudables abusos de “monopolio” en el sistema capitalista, sólo podía ofrecer
como solución de los mismos, un monopolio aún mayor en la dictadura de un solo
Partido político de Estado, y, por tanto, de unos cuantos bajo el sistema del
mismo Estado.
Esto condujo no solo al monopolio de la
propiedad, sino también al de la prensa y demás medios de información, y como
consecuencia, al control del pensamiento.
(Cf. Cardenal Richard Cushing, Arzobispo de
Boston, Preguntas y Respuestas sobre el
Comunismo, St. Paul Editions, 1961).
Conclusión
La teoría de Marx de que toda la plusvalía
pertenezca al obrero es falsa e injusta
por exagerada. Sin embargo, sus
reclamos son en buena parte justos, los cuales son reconocidos por la
Doctrina Social Católica:
Por ello es necesario que:
a) El obrero gane un salario justo con el cual pueda atender convenientemente a sus
necesidades y a las de su familia.
b) Se
limiten las horas de trabajo, de manera que el obrero gane lo necesario sin
arruinar o debilitar su salud.
c) El obrero tiene derecho a participar de la ganancia.
Concluiremos con el agudo y certero juicio
del Cardenal Joseph Höffner (fue
presidente de la Conferencia Episcopal Alemana en 1976), quien en su
valioso libro intitulado “Sistemas económicos y ética económica”, escribió:
“En
oposición extrema al movimiento social cristiano, el Marxismo trataba de reunir
a las masas de trabajadores bajo su bandera, aunque al principio esto resultó
muy difícil. Todavía en el decenio de 1870 era débil el movimiento socialista,
pero a fines de siglo cobró fuerza.
“Carlos
Marx miró el movimiento de Obreros Cristianos como una espina clavada en su
costado. Cuando en 1869 se efectuó la Convención católica Alemana, en
Dusseldorf, Marx vivía en Aquisgrán con un primo pudiente (Karl Philips), de
ascendencia holandesa y propietario de una fábrica.
“El 25 de
septiembre de 1869, Carlos Marx le escribía a Federico Engels: ‘he llegado a la
convicción, en mi recorrido por Bélgica, mi estancia en Aquisgrán y mi viaje
por el Rhin, de que debemos tomar una acción enérgica contra estos clérigos,
especialmente en los distritos católicos.
Debo pedirle a la Internacional que actúe. Donde quiera que les parece apropiado, esos perros como Ketteler, Obispo de Maguncia, y los curas de la Convención de Dusseldorf, coquetean con la Cuestión Laboral’.
“El
análisis de las condiciones sociales llevado a cabo por los dirigentes
católicos de Alemania en el siglo pasado (siglo
XIX) es más preciso y más valioso para el
actual Tercer Mundo, que el análisis “marxista”... el análisis marxista ha probado su falsedad en todos sus postulados
decisivos”…
El llamado
análisis marxista o fue dicho antes de que Marx entrara en escena, o bien no es
capaz de resistir un sano estudio crítico. Más todavía, la categoría fundamental marxista de la plusvalía es insostenible”.
(Cf. Cardenal Joseph Höffner, Sistemas económicos y ética económica,
Normas de doctrina social católica,
Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1987, pp.
17-18).
Véase:
Cuestiones
complementarias
Tengamos en cuenta lo dicho por el Papa Juan
Pablo II en una importante entrevista en 1993:
“El
capitalismo salvaje no debe destruir lo bueno del comunismo:
“A sus
73 años, y tras 15 años en el Vaticano, Juan Pablo II aparece como uno de los
grandes protagonistas de los ingentes cambios que vivió desde finales de los
ochenta el continente europeo, especialmente la caída del comunismo, un proceso
en el que el Cristianismo ha sido “un factor determinante”, afirma.
“El
Papa analiza de manera matizada este acontecimiento, y recuerda que el
comunismo nació como “reacción a un cierto tipo de capitalismo excesivo,
salvaje, a la vez que lamenta al respecto que “los protagonistas del
capitalismo a ultranza tienden a desconocer las cosas buenas del comunismo:
“La
lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres y lo social.
“También
asegura que ha “comprendido lo que es la explotación” y que, por tanto, se ha
“puesto del lado de los pobres, de los oprimidos y de los indefensos”.
(Cf. Yas Gawronski, El Papa en entrevista: El
capitalismo salvaje no debe destruir lo bueno del comunismo. El derrumbe
socialista, por el mensaje cristiano; hoy se requiere una tercera vía, dice a
‘La Stampa’, en revista Proceso, no. 888, 08 de noviembre, México, 1993,
pp. 40-43).
El Papa Paulo VI distingue perfectamente
cuatro niveles en el narxismo:
1er. Nivel: lucha de clases
2º Nivel: dictadura del proletariado
3er. Nivel: ideología materialista y atea,
ligada al mundo presente
4º Nivel: método para analizar y transformar
la sociedad
Al respecto, el Papa Paulo VI hizo dos
advertencias:
1. Este método es un
análisis parcial, al que por eso mismo no se le debe conceder una certeza
infalible para guiarse por él en el conocimiento y, por consiguiente, en el
actuar.
2. Este método es
inseparable de la ideología marxista y lleva en la práctica a la dictadura.
(Cf. Manuel Loza Macías, S.J., Mensajes Sociales para el Mundo de Hoy,
Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1992, p.
121).
El Papa Paulo VI señaló agudamente que es
ILUSORIO pretender aceptar solamente un nivel del marxismo:
“Si
bien en la doctrina del marxismo, tal como es concretamente vivido, pueden distinguirse
estos diversos aspectos, que se plantean como interrogantes a los cristianos
para la reflexión y para la acción, es sin duda ilusorio y peligroso olvidar el lazo íntimo que los une
radicalmente, el aceptar los elementos del análisis marxista sin reconocer sus
relaciones con la ideología, el entrar en la práctica de la lucha de clases y
de su interpretación marxista, omitiendo el percibir el tipo de sociedad
totalitaria y violenta a la que conduce este proceso”.
(S.S. Paulo VI, Carta Apostólica “Octogesima adveniens”, nos. 33 y 34, en
Once grandes mensajes, Biblioteca de
Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1993).
En este sentido, la Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe señaló en 1984:
“Recordemos que el ateísmo y la negación de la persona humana, de
su libertad y de sus derechos, están en el centro de la concepción marxista.
“Esta contiene pues errores que amenazan directamente las verdades
de la fe sobre el destino eterno de las personas. Aún más, querer integrar en
la teología un « análisis » cuyos criterios de interpretación
dependen de esta concepción atea, es encerrarse en ruinosas contradicciones.
“El desconocimiento de la naturaleza espiritual de la persona
conduce a subordinarla totalmente a la colectividad y, por tanto, a negar los
principios de una vida social y política conforme con la dignidad humana” (VII,
9).
(Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instrucción sobre
algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”, Roma, 1984)
Como dijimos más arriba:
“El análisis
de las condiciones sociales llevado a cabo por los dirigentes católicos de
Alemania en el siglo pasado (siglo XIX)
es más preciso y más valioso para el actual Tercer Mundo, que el análisis
“marxista”... el análisis marxista ha
probado su falsedad en todos sus postulados decisivos”…
El llamado
análisis marxista o fue dicho antes de que Marx entrara en escena, o bien no es
capaz de resistir un sano estudio crítico. Más todavía, la categoría fundamental marxista de la plusvalía es insostenible”.
(Cf. Cardenal Joseph Höffner, Sistemas económicos y ética económica,
Normas de doctrina social católica,
Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México, 1987, p.
18).
El gran filósofo ruso Nicolás Berdiaev (1874-1948), quien vivió la Revolución Rusa de
1917 y predijo el fracaso del socialismo, escribió en 1924:
“La moral de Marx no reconoce el valor de la personalidad humana;
él también rompe con lo humano y predica la dureza para con el hombre,
en nombre de la colectividad, en nombre del Estado futuro, del Estado
socialista: La colectividad substituye en Marx al Dios perdido...
“Y Marx jamás fue un demócrata. Su tono es esencialmente
antidemocrático”.
“El Renacimiento ha fracasado; la
Reforma ha fracasado; las “Luces” han fracasado. Fracasaron igualmente las
revoluciones inspiradas en las “Luces”; y disipadas están las esperanzas que
ellas contenían. De igual manera fracasará el socialismo en acción.
“El bolchevismo no es una realidad
ontológica independiente, no tiene entidad en sí mismo. Es sólo una alucinación
del espíritu popular enfermo.
“El bolchevismo corresponde al estado
moral del pueblo ruso, expresa exteriormente crisis morales internas, el
abandono de la fe, la profunda desmoralización del pueblo.
“El bolchevismo tiene que ser vencido
ante todo desde el interior, es decir, espiritualmente, y sólo luego por la
política. Hay que encontrar un nuevo principio espiritual de organización del
poder y de la cultura.
“Si
los bolcheviques nos sorprenden por su fuerza, ello es sólo exteriormente. Pero
son tremendamente impotentes y sus obras están marcadas de trivialidad y de
tedio. Imitan a los hombres de poder.
“Pero detrás de todo esto está el
pueblo ruso, y a éste no podrá impedírsele que viva y que siga siendo un gran
pueblo, con dones elevados.
“Y hay algo de positivo en que el
bolchevismo dure tan largo tiempo, en que no sea derribado desde el exterior y
por la fuerza.
“Habrá muchas sorpresas. Y la liberación vendrá no de donde los hombres
la esperan sino de donde Dios haya de enviarla” (Cf. Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media, Carlos
Lohlé, Buenos Aires, 1979).
Véase:
Y el gran
maestro Antonio Caso (1883-1946), destacado filósofo
mexicano:
“indicaba que la metafísica de Marx era
poco original y reunía al materialismo y a la dialéctica de Hegel en una
‘síntesis inconsistente, por no decir absurda’... Como bien lo había destacado
el filósofo ruso Nikolai Berdiáiev (1874-1948), observaba Caso, en Marx
había un prístino ‘mesianismo de clase’ que empujaba a desconfiar del conjunto
de sus ideas”.
(Cf. José
Hernández Prado, La filosofía
de la cultura de Antonio Caso,
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, México, 1994, p. 120).
Los “talones
de Aquiles” del Marxismo
Un antiguo comunista que había iniciado su
vida de militante poco después de la Revolución bolchevique y que llegaría a
ser un alto dirigente de los intelectuales revolucionarios de Europa,
estableciendo contactos con los más altos dirigentes soviéticos, así como con
las élites de la izquierda europea, escribió después de su conversión al
Catolicismo:
“Ahora
estoy firmemente convencido de que Stalin y los suyos no traicionaron en
absoluto al espíritu marxista-leninista, que siguieron, quizás sin tener plena
conciencia de ello, fieles a la inspiración fundamental de sus maestros.
“Hasta
es muy posible que, de haber sido menor su fidelidad a los fundamentos del
marxismo, el pueblo ruso habría sufrido menos…
“Los crímenes del comunismo se deben, sino al
materialismo, a la negación de toda trascendencia que constituye su
característica principal”.
(Cf. Ignace Lepp, De Marx a Cristo, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1975, p. 191).
André Frossard, hijo del primer secretario
del partido comunista francés fue educado en un ateísmo absoluto. Ya convertido
al Catolicismo escribió el libro “Dios
existe, yo me lo encontré” (RIALP, Madrid, 1981).
Frossard atinadamente escribe que:
“Al
igual que Engels, Karl Marx es un perfecto ateo y, pese a las ilusiones de
cierto número de cristianos contemporáneos, el ateísmo constituye la esencia
misma del marxismo. No sirve de nada soñar con un marxismo separado de su
irreligión orgánica y que limite su ambición a una reforma de las estructuras
de la economía”.
(Cf. André Frossard, “Karl Marx”).
En una palabra y como bien señalaba Ireneo
González, S.J., en 1961:
“Los
comunistas profetizaron un paraíso en la tierra; pero a base de hombres, que no
sólo no se hallan en el estado de justicia original (en el cual por una gracia
especial de DIOS desaparecerían las tendencias perversas del hombre), sino a
base de hombres a quienes se ha quitado todo freno moral y religioso, y se
hallan regidos únicamente por sus instintos animales.
“Para
que el paraíso comunista fuera posible, sería
necesario un cambio substancial
de la naturaleza humana, lo cual nunca los comunistas podrán alcanzar con su
dictadura del proletariado”.
(Cf. Ireneo González, S.J., El paraíso en la tierra o la sociedad
comunista, Folletos “ID”, no. 50-S, Sal Terrae, Santander, España, 1961).
El Papa Juan Pablo II señaló en su encíclica “Centesimus
Annus” en 1991:
“Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo
referencia a lo que ya se ha dicho en las encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que
añadir aquí que el error fundamental del
socialismo es de carácter antropológico.
“Efectivamente, considera a todo hombre como un simple
elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del
individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social.
“Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser
alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única
y exclusiva, ante el bien o el mal.
“El hombre queda reducido así a una serie de
relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo
de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión.
“De esta errónea concepción de la persona provienen la
distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la
oposición a la propiedad privada.
“El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda
llamar «suyo» y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia
iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo
cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y
entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana”
(II, 13).
El Papa Emérito Benedicto XVI, entonces
Cardenal Ratzinger, señaló en una interesante entrevista:
“Un amigo mío, ya fallecido, una
persona muy crítica, me comentó en cierta ocasión: “… hay algo que… vivo todos
los días: el pecado original”.
“En nuestras reflexiones sobre el ser
humano aparecerá siempre una línea de fractura, una cierta perturbación en la
persona, que no es la que podría ser”.
(Cf. Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Creer
y vivir en nuestra época (una conversación con Peter Seewald). Las opiniones de Benedicto XVI sobre los
grandes temas de hoy, Debolsillo, Barcelona, 2005, 441 pp.).
El lector encontrará una
selección en:
Véase
también:
El pecado original interpela a teólogos,
psicólogos, sociólogos y científicos. Entrevista
con el teólogo Pedro Barrajón, organizador de un congreso en Roma sobre el tema, en:
Señalemos al respecto que la inseguridad
pública en México se disparó con la “educación” laica.
Un servidor creció “bicultural”:
Preescolar en un excelente colegio católico.
Los demás estudios en escuelas del gobierno. Sociólogo por la UNAM con estudios
de maestría en Sociología Política en la Universidad Iberoamericana, gracias a
una beca de la Fundación Konrad Adenauer de Alemania.
Por experiencia propia decidí escribir: “Cómo
acabar con la inseguridad pública”:
Otro excelente filósofo, I.M. Bochenski,
estudioso de la filosofía de Marx, Engels y Lenin, en su libro “El Materialismo Dialéctico”, señala que:
El
materialismo es una doctrina mezquina… ningún problema filosófico –ni siquiera
el problema fundamental sobre la materia- está planteado con seriedad en el
marco de esta doctrina: las soluciones a problemas sólo superficialmente
planteados son a menudo de un chocante
primitivismo
(Cf. I.M. Bochenski, El Materialismo
Dialéctico, Rialp, Madrid, 1976, p. 37).
Sobre la existencia de Dios puede leerse mi
artículo: “A Dios por la ciencia”, con su respectiva bibligrafía:
Y el eminente científico mexicano, don Pedro Zuloaga (1891-1954), quien fue investigador asociado en el laboratorio de física experimental de Albert Einstein, recordaba que:
Piotr Kapitza, el eminente físico ruso, discípulo de Rutherford y actual jefe de la Oficina de Investigación Científica de la URSS -escribe Pedro Zuloaga en 1946-, valido tal vez de su alta posición -pero más probablemente del cambio doctrinal que, según dicen, se está operando en las esferas oficiales soviéticas- se ha atrevido a señalar con toda claridad, en un discurso, la causa del atraso de la ciencia soviética con respecto a la de los países burgueses. Esta causa es la doctrina marxista.
http://www.einsteinyelmexicanopedrozuloaga.blogspot.mx/
Todo lo anterior se comprenderá mejor si
recordamos ahora dos párrafos del Mensaje de la Santísima Virgen María en sus
Apariciones la Salette, Francia, en 1846:
“En el
año 1864 Lucifer, con un gran número de demonios, serán desatados del infierno…
“Los
malos libros abundarán en la tierra y los espíritus de las tinieblas extenderán
por todas partes un relajamiento universal en todo lo relativo al servicio de
Dios…
“Los
gobernantes civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y hacer desaparecer
todo principio religioso, para dar lugar al materialismo, al ateísmo, al
espiritismo y a toda clase de vicios”.
(Cf. José Luis de Urrutia, S.J. Aparición y Mensaje de La Salette,
Librería Espiritual, Quito, Ecuador, s.f.).
Y el Padre Gabriele Amorth, exorcista de
Roma, ha dicho que:
«Hitler
y Stalin estaban poseídos por Satanás»
Véase:
Modelo
económico alternativo de solución
Como modelo alternativo al socialismo y al
neoliberalismo nosotros proponemos a la ECONOMÍA
SOCIAL DE MERCADO.
“La Economía Social de Mercado (ESM) es un orden social,
económico y político integrado, inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia
(DSI) y centrado en el hombre, en el que, a diferencia del neoliberalismo, la
política económica y la política social son simultáneas”.
La ESM ha sido aplicada con
éxito en varios países de la Europa Continental y se contrapone a las economías
socialistas de planeación y a las formas de economía de tendencia liberal.
Es una auténtica tercera vía
porque, a diferencia de la pragmática “tercera vía” de Tony Blair y de Anthony
Giddens, la ESM se fundamenta en los valores éticos trascendentes y universales
proclamados por la Doctrina Social de la Iglesia.
Además, entre los sistemas
de mercado, la ESM ha obtenido mejores calificaciones que el sistema
anglosajón.
El respeto a los Principios
Éticos de Dignidad de la Persona Humana, Solidaridad, Subsidiariedad y Bien
Común, constituyen el fundamento de la ESM, para lograr una auténtica economía
al servicio del hombre.
Léase:
Con este modelo, la Democracia Cristiana
Alemana REDUJO IMPUESTOS y, con motivo de la reunificación alemana, SUBSIDIÓ
SALARIOS. México podría hacerlo. Léase:
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