miércoles, 20 de noviembre de 2013

Historia de la Pobreza (siglos XVII y XVIII)

Siglos XVII y XVIII

Para leer la historia de la pobreza


Por Bernardo López Ríos *


* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica


El hombre es un pobre que precisa pedir todo de Dios

Saint Jean-Marie Vianney, Cura de Ars


"La felicidad del hombre no requiere abundancia de bienes; 

una medianía le basta"

Imitación de Cristo, Beato Tomás de Kempis

Preámbulo

Los pobres, en cuanto tales, habían sido los grandes olvidados de la historia. Sin embargo, desde su origen, la Iglesia ha acogido a los pobres y a la pobreza como cuestiones permanentes que la interpelan sin cesar. 

Pero ya hace algunos decenios que los historiadores han mostrado su predilección por el mundo de los olvidados. Los ausentes de la historia se han visto invitados a entrar en ella: emigrantes, desarraigados, esclavos, cautivos, víctimas del hambre y de la miseria...

El servicio a los pobres y la búsqueda de la pobreza, indisociablemente unidos entre sí, forman la trama y la cadena de una inmensa tarea llevada a cabo por Paul Christophe, profesor en el Instituto Católico de Lille y en el Seminario de San Sulpicio, quien ha pretendido trazar unas perspectivas, señalar unos conjuntos y subrayar las evoluciones en la actitud de la Iglesia ante la pobreza, en su obra Pare leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), de la cual presentamos la siguiente reseña que abarca los siglos XVII y XVIII.

La primera dificultad de los historiadores ha sido la de definir qué es un pobre, ya que el contenido de esta palabra ha ido variando considerablemente a lo largo de las épocas. Michel Mollat ha dado para la Edad Media una definición que puede ser considerada con validez para todas las épocas:

El pobre es el que, de forma permanente o temporal, se encuentra en una situación de debilidad, de dependencia, de humillación, caracterizada por la privación de medios, variables según las épocas y las sociedades, de poder y de consideración social: dinero, relaciones, influencia, poder, ciencia, calificación técnica, nacimiento honorable, vigor físico, capacidad intelectual, libertad y dignidad personal. 

Viviendo al filo de cada día, no tiene ninguna oportunidad de elevarse sin la ayuda de otro. Esta definición puede incluir a todos los frustrados, a todos los marginados, a todos los abandonados, a todos los preteridos por la sociedad; no es específica de ninguna época, de ninguna región, de ningún ambiente. 

Tampoco excluye a los que, por ideal ascético o místico, quisieron desprenderse del mundo o que, por abnegación, escogieron ser pobres entre los pobres.

1. Servir a los pobres

Siglo XVII

Desde comienzos del siglo XVII, los responsables de las ciudades y los jefes de Estado, tanto católicos como protestantes, se esforzaban en hacer desaparecer la mendicidad mediante la institución de los “hospitales generales” (“hospicios”). Chocaron con resistencias. Los pobres eran demasiado numerosos para que mendigar fuera considerado como un delito. Muchos no poseían más que rentas muy precarias. 

No podían admitir la idea de verse un día marginados de la sociedad y tener que unirse con los elementos asociales y peligrosos. No querían aceptar la supresión de la limosna, que formaba parte de su regla de vida cristiana y rechazaban el “apartheid” que la sociedad quería establecer.

La acción caritativa de San Vicente de Paúl se inscribe precisamente en una perspectiva opuesta a la del “hospital general”: no marginar a los pobres, sino transformar la parroquia en un lugar de caridad.

La asistencia a domicilio


Párroco de Châtillon-les-Dombes, Vicente de Paúl se entera de que toda una familia está enferma y sin socorro alguno en una casa aislada. Iba a celebrar la Misa y su predicación adquiere un tono impresionante. Cuando Vicente acude personalmente a la casa indicada, descubre una verdadera procesión de gente que va y viene de allí.

Vicente de Paúl propone entonces a sus feligreses la organización de una “Cofradía de la caridad”. Las “sirvientas de los pobres”, mujeres casadas, viudas o jóvenes, irían a llevar la comida a casa de los enfermos. La parroquia, lugar de administración y de culto, tenía que convertirse en lugar de caridad.

Esto ocurría en 1617. El año siguiente, Vicente deja Châtillon para ir a París como Capellán de los Gondi. Establece “caridades” en sus tierras. En Mâcon, en 1621, el objetivo de la “caridad” es la inserción de los pobres; ofrece un complemento a los que no pueden atender debidamente a su familia con su salario.

Las cofradías se multiplican diversificándose en el servicio a los mendigos, a los prisioneros, siempre para servir a los pobres, “nuestros señores y nuestros amos”. Vicente encuentra activas colaboradoras entre las damas de la nobleza y de la burguesía, en particular Santa Luisa de Marillac. Ella se encargará de la formación de las aldeanas que quieran hacerse sirvientas de los pobres.

En efecto, unos doce años después de la fundación de la primera “caridad” de Châtillon-les-Dombes, Vicente de Paúl tiene la idea de agrupar en una congregación a las muchachas pobres que proceden del campo y están libres de todo compromiso, para poder dedicarse al servicio de los pobres.

De esta manera provocaba a los mismos pobres a la solidaridad. Vicente comprobaba que ellas eran a menudo más eficaces que las grandes damas para los trabajos domésticos y el cuidado de los enfermos. Las “Hijas de la caridad” no estarían ligadas al claustro, para poder atender a los pobres en sus casas.

Ya antes, San Francisco de Sales había indicado a las religiosas de la Visitación –entre otras obras- la visita a los pobres en su domicilio. Pero las exigencias canónicas impusieron la clausura a aquella Orden que deseaba ser contemplativa...

El proyecto de San Vicente de Paúl se sitúa en línea recta con la idea de Châtillon. Santa Luisa de Marillac compuso en 1633-1634 la primera regla de las “Hijas de la caridad”. Esa regla será modificada y arreglada sin cesar en una estrecha colaboración entre San Vicente y Santa Luisa de Marillac. 

Las estructuras de la comunidad religiosa tenían que establecerse en función de la tarea esencial: el servicio a los pobres. Vicente de Paúl quería que sus hijas fueran libres para ir y venir, a fin de asegurar un servicio permanente a los pobres. 

Por tanto, tenían que seguir siendo seculares y no pronunciar votos solemnes.

La asistencia domiciliaria a los pobres representa la intervención-tipo de las “Hijas de la caridad”, que se encargaron también del hospital de San Juan Evangelista de Angers y de otros establecimientos. 

Se harían luego muy populares asegurando la asistencia a los galeotes internados en la cárcel de la Tournelle y encargándose de los muchos niños abandonados.

A todas ellas San Vicente de Paúl les trazaba el camino de la libertad para los pobres: “Tendrán como monasterio las casas de los enfermos y aquella en que resida la Superiora. Como celda, una habitación alquilada. 

Como capilla, la iglesia parroquial. Como claustro, las calles de la ciudad. Como clausura, la obediencia. Como reja, el santo temor de Dios. Como velo, la santa modestia. Como profesión, la confianza continua en la Divina Providencia, la ofrenda de todo lo que ellas son”.

Tomar partido por los pobres


San Vicente de Paúl no se sitúa en la línea del camino místico del desprendimiento. Para San Francisco de Asís, la pobreza expresaba la manera mejor de situarse respecto a Dios. Constituía ya un anuncio del Evangelio.

El itinerario de San Vicente es distinto. Vive en una sociedad que valora el éxito social, que rechaza cada vez más al pobre entre los seres malvados y peligrosos que conviene encerrar. En este contexto, toma partido por los pobres. 

Su opción se arraiga en el misterio de la Encarnación. Ve en él la voluntad del Hijo de Dios de hacerse su servidor para establecer el amor al prójimo. Comprueba cómo las turbas abandonadas se sienten atraídas por el que se presenta como “evangelista de los pobres”.

Así, pues, imitar a Cristo es proseguir hoy su acción, es tomar la defensa de la vida y de la fe del pobre, es asegurarle el pan material y el alimento de la palabra de Dios; estos dos alimentos son inseparables.    

Una floración de congregaciones caritativas


A ejemplo de San Vicente de Paúl, la mayor parte de los santos personajes del siglo XVII buscan afanosamente no sólo su salvación personal, sino la forma de ayudar a sus hermanos. La mayor parte de las congregaciones creadas en Francia se orientan hacia una acción caritativa, hacia las obras de asistencia, y adoptan estructuras ligeras para poder cumplir mejor con su misión.

Prescindiendo de los hermanos de la Caridad de San Juan de Dios, que se extienden por Francia a partir de 1601, la mayoría de las nuevas fundaciones son femeninas. Su lista sería impresionante.

El párroco de Montoire, Antoine Moreau (1625-1702), busca en la Eucaristía la fuente de su caridad. Formado en la escuela de San Vicente de Paúl, funda hacia el año 1660 las Hermanas del Santísimo Sacramento y de la Caridad. A los tres votos tradicionales añade un cuarto en su regla: “Servir a los pobres”...

Juana Delanoue (1666-1736) se convirtió a la caridad en 1693. Transformó su casa de Saumur en asilo para los necesitados y acogió a varias compañeras que se convirtieron en Hermanas de Santa Ana, siervas de los pobres. Tomó el nombre de Juana de la Cruz. Conocida como “la madre de los pobres”, amplió por todas partes sus fundaciones. S.S. Juan Pablo II la canonizó en 1982.

Una interpelación permanente


Estas congregaciones constituyen una llamada incesante lanzada a la generosidad, que convencía al pueblo creyente de “la eminente dignidad de los pobres”, como decía Bossuet. Al margen de la política oficial de la reclusión, los cristianos y las colectividades alimentan a los pobres con sus limosnas, imposibles de calcular, creando nuevas fundaciones y respondiendo a las necesidades más urgentes.

En Inglaterra, Edward Nicholas distribuyó en 1629 el 5 % de sus ingresos como funcionario real, el 6 % de sus granjas y el 8 % de sus rentas. En los Países Bajos, las beguinas acogen a las ancianas imposibilitadas. Los hospitales se mantienen y se especializan cada vez más en el cuidado de los enfermos. 

El siglo XVII conoce nuevas fundaciones en Anjou y en la diócesis de La Rochelle. La Compañía del Santísimo Sacramento, además de sostener los hospitales generales, participa también en la asistencia a los pobres en sus domicilios. Fue ella la que inspiró en las provincias la creación de casas a favor de las prostitutas: el Buen Pastor, las Reclusas, las Penitentes, evitándoles así el internamiento en el “hospital general”.

El Obispo de Marsella, Jean-Baptiste Gault, se dedica a los más miserables y lleva a cabo la construcción del hospital que había comenzado Felipe Manuel de Gondi para los galeotes enfermos o heridos.

Entre 1590 y 1670, los habitantes de Lille fundan unas 60 instituciones dentro del marco de la bolsa común. Hay 45 de ellas para asistir directamente a los pobres con distribución de pan o de dinero.

Por otra parte, los actos de caridad se revalorizan con la reafirmación en el Concilio de Trento de los principios del valor de las buenas obras para la salvación y de la Comunión de los Santos. Los cristianos que dan a los necesitados pueden contar con las oraciones y los sufragios de los “pobres de Jesucristo”. 

El Padre de Bonnyers adapta esta enseñanza al lenguaje de los comerciantes que le escuchan. “Dad a los pobres; sus manos son letras de cambio que nunca fallan”.

En 1607, Barthélémy Masurel lega todos sus bienes para evitar que los ciudadanos de Lille tengan que pasar por las exigencias de los usureros. Funda un Monte de Piedad para luchar contra la usura, “para que Dios nuestro Creador sea más honrado y glorificado y para que el pueblo pobre de la ciudad se vea socorrido y asistido en sus necesidades, y también por su propia salvación”.

A pesar del afán de ganar que sienten los campesinos de Rumegies, su párroco sabe reconocer su generosidad: “Puedo decir en honor de los ricos de este pueblo, que nunca rechazaban a un pobre, aunque sólo tuvieran un trozo de pan que darle”.

La reacción caritativa de las reinas se desarrolló con la Reforma católica. Ana de Austria, María Teresa, María Leszczinska se distinguieron por sus obras buenas. El nombre de Ana de Austria ha quedado asociado para siempre al de San Vicente de Paúl en las obras de caridad. Participó en muchas fundaciones de hospitales.

Lo mismo que sus compatriotas católicos, los reformados socorren a sus fieles en apuros, atendiendo a los enfermos, a las viudas, a los huérfanos. Las colectas realizadas durante la celebración del culto y los testamentos alimentan la caja de los pobres. 

Con ella se presta asistencia a los pobres, se pagan los gastos de un médico y se asegura el aprendizaje de los adolescentes pobres.

El servicio de la enseñanza


Junto a las obras de asistencia material, la enseñanza representa otra actividad dominante entre las nuevas fundaciones que desean servir a los pobres. Se trata de distribuirles gratuitamente una instrucción elemental que les permita ser evangelizados

A partir de 1660, la jerarquía dirige continuamente su interés a esta cuestión, cuya urgencia había recordado el Concilio de Trento. Ya el Concilio de Letrán (1179) se había preocupado de “no apartar a los pobres, que no podrían contar con los recursos de sus padres, de toda posibilidad de estudio y de progreso” (canon 18).

Lo mismo que el Concilio de Trento, San Vicente de Paúl opinaba que para la religión era indispensable un mínimo de instrucción. Entre las demás tareas, las Hijas de la Caridad tienen la de formar a las niñas pobres para que sepan “rezar y leer”. La instrucción que dar a los pobres es el aspecto espiritual de la asistencia.

Aquí igualmente esta función se sitúa en la prolongación de la Encarnación del Hijo de Dios, que vino “a enseñar... Vosotras continuáis lo que él comenzó”. San Vicente de Paúl y otros reformadores quieren por tanto abrir escuelas de caridad (escuela = clase), en donde naturalmente el libro de texto habría de ser el catecismo.

Los decretos reales y las órdenes episcopales prohíben la apertura de escuelas mixtas. La instrucción de los niños plantearía el problema de la formación de maestros y propiciaría la creación de comunidades religiosas o laicas dedicadas a esta tarea.

La alfabetización de los niños pobres


La Reforma, al hacer obligatoria la lectura de la Escritura, había hecho de la alfabetización una exigencia espiritual y de la educación en general la doble condición de la salvación y del éxito social. La Iglesia Católica, después del Concilio de Trento, hizo a su vez de la escuela un elemento de su pastoral parroquial. 

Los Sínodos provinciales y las visitas pastorales representaron un gran papel en el desarrollo de la enseñanza popular en los siglos XVII y XVIII. La Iglesia llegó incluso a elaborar una verdadera ideología de la escuela que los defensores del “laicismo” recogerán en el siglo XIX...

Se puede hablar en los siglos XVII y XVIII de una ofensiva católica en materia de educación; pero, como bien ha señalado Le Roy Ladurie, “la educación popular de principios del siglo XVIII se presenta más bien como un subproducto de la Contrarreforma que como una manifestación de las luces”.

Curar a los pobres


Nicolás Barré (1621-1686), religioso mínimo, a partir de 1622, funda las “pequeñas escuelas” para la evangelización de los pobres. Sienta en Rouen las bases de su obra con la convicción de que “enseñar o hacer enseñar a los pobres, a los pecadores, a los niños las cosas de la salvación es sin duda algo más excelente que vestir o alimentar sus cuerpos” (Máximas espirituales).

Crea un instituto para formar a los hermanos y hermanas dedicados a esta tarea. En sus estatutos no habla ni de “convento”, ni de “votos”, ni de “clausura”, ni de “congregación”, sino de “casa”, de “compromiso”, de “comunidad”, para permitir a los hermanos y hermanas de su instituto acercarse a los pobres.

El Abate Charles Démia (1637-1689), sostenido por la Compañía del Santísimo Sacramento, organizó en Lyon dieciséis escuelas gratuitas de niños y de niñas para los hijos de los pobres. Se preocupó de la formación de los maestros desde 1671 y de una formación técnica de los alumnos, que los capacitara para encontrar trabajo.

Juan Bautista de la Salle (1651-1719), canónigo de Reims, se encontró con un pedagogo de talento, Adrien Nyel, que había venido a Champagne a fundar escuelas de niños. Orientó entonces su vida hacia la enseñanza de niños pobres. Acogió en su casa a los maestros en apuros económicos, se convirtió en su formador espiritual y en los años 1680-1682 fundó el instituto de los Hermanos de las escuelas cristianas.

La Salle se dedicó a preservar la estabilidad de los maestros en un empleo mal remunerado, a veces despreciado, y en una tarea que “exige un hombre muy entero”, desde la mañana hasta la noche... Así, pues, la Salle mantuvo a sus hermanos en el laicado, pero un laicado religioso...

Les ofreció a los pobres una enseñanza gratuita. La calidad pedagógica haría aumentar el número de reclutados: “Los pobres tuvieron derecho a una instrucción y a una educación tan buenas, y a menudo mejores, que las que disfrutaban muchos ricos; y los ricos escogieron mezclarse libremente con los pobres para aprovecharse de ellas...” (Yves Poutet)...

En 1709 abrieron una escuela en Roma. En vísperas de la Revolución, estaban encargados de una o de varias escuelas en 116 ciudades del reino.

El saber leer representa para la gente humilde una ventaja para la salud del cuerpo. En los siglos XVII y XVIII se difunde la costumbre de publicar opúsculos de salud destinados a los pobres para enseñarles a curarse a sí mismos y a fabricar medicamentos poco costosos...

Fiel a la doble tradición de caridad y de erudición de su Orden, el benedictino maurista dom Nicolas Alexandre publicó en 1714 “La medicina y la cirugía de los pobres”.

El Abate de l’Epée (1712-1789), obligado a atender a la educación de dos jóvenes sordas (y mudas porque no podían oír, pero no porque no pudieran aprender a hablar, si entonces hubieran existido los métodos oralistas de hoy), logró idear un método de comunicación para ellas. Reunió entonces en su casa a alumnos sordos y alcanzó tanto éxito que, al morir, su institución fue asumida por la nación.

Permanencia de la doctrina


En el siglo XVII, la doctrina de los Padres de la Iglesia sigue estando presente en la predicación. El rico sigue asemejándose al administrador, al simple depositario de los bienes que dice poseer. Esta es la enseñanza de Massillon. El Padre Le Jeune multiplica los términos para subrayar que Dios es el propietario absoluto de las riquezas de la tierra y que nosotros no somos sino sus empleados, sus colonos, sus repartidores, sus ecónomos, sus tesoreros.

En su panegírico de San Francisco de Asís, Bossuet se hace eco de las páginas de San Juan Crisóstomo sobre el origen de la riqueza y de la propiedad. Recuerda que los pobres tienen asignada su pensión a costa de los bienes de los ricos. Y San Luis María Grignion de Montfort lo repite en una de sus canciones:

Tiene el pobre derecho a reclamar
cualquier bien no necesario;
el rico no lo puede guardar,
aunque él crea lo contrario,
pues no es más que un mandatario

En su “Catecismo de la misión”, destinado a la enseñanza de los niños y de las familias, San Juan Eudes recuerda la doctrina medieval de la importancia de las obras de misericordia espirituales y corporales; se apoya para ello en el capítulo 25 de San Mateo y afirma que esas obras son obligatorias para todo cristiano. 

En su “Memorial de la vida eclesiástica”, les pide a los sacerdotes que se pongan al servicio de los pobres, que están oprimidos, y que sean sus defensores.

El pobre conserva aún cierta aureola, porque representa a Cristo. Esta idea aparece en todos los que hablan de la pobreza... San Luis María Grignion de Montfort, al volver de un viaje, con un pobre que había recogido, llama a la puerta del convento: “Abrid a Jesucristo”.

El peso del individualismo


Aunque la doctrina de los Padres de la Iglesia sigue informando a la predicación del siglo XVII y renueva incesantemente la acción caritativa de los cristianos, el desarrollo de la mentalidad capitalista va fomentando un tremendo individualismo. 

Subordina las actividades humanas a la posesión del dinero, disocia la vida cristiana de las prácticas financieras y contribuye a ocultar la enseñanza tradicional de la Iglesia...

La fundación de la “vingt-quatrième des pauvres” en el Delfinado atestigua a su manera el olvido de las reglas canónicas, que reservaban la cuarta parte del producto de los diezmos para el mantenimiento de los pobres... 

Ya en 1781, el párroco de San Jorge de Vienne, Enrique Reymond, futuro Obispo constitucional, exigía la vuelta al pago del cuarto del diezmo para mantenimiento de los pobres.

Necesidad de una clase media para buen orden social


El predominio de las tendencias moralistas se acentúa en los sermones y en las obras de espiritualidad. Este moralismo se orienta cada vez más hacia la búsqueda de la felicidad, que triunfará en el siglo XVIII. 

Esta felicidad se situará en un estado intermedio entre la desnudez y la riqueza excesiva. El ideal recomendado no es ya la pobreza, sino la “aurea mediocritas”, recogida por  la sabiduría antigua.

El capuchino Ives de París propone como ideal de vida un estado intermedio entre la riqueza y la desnudez (ya Aristóteles había afirmado que un factor clave para la estabilidad social y económica es la existencia de una numerosa clase media, pues cuando ésta supera en cantidad a los dos extremos –pobres y ricos- se eliminan los peligros de tensiones y de estallidos sociales)... 

Si se puede atender a las necesidades de la vida con un trabajo moderado, se posee entonces la paz con todas las delicias que las grandes fortunas buscan sin lograr nunca alcanzar...

El Padre Ives de París recomienda una condición “mediana”, en el justo medio entre las demasiadas riquezas y la extrema pobreza. Evita el desequilibrio entre la posesión y el deseo, y los tormentos que de ahí se derivan para los ricos y para los miserables...

Yves de París distingue tres clases de pobreza: la pobreza impuesta por las circunstancias; la pobreza de los filósofos, que sólo busca la adquisición de las cualidades morales, y la pobreza evangélica, que tiene como finalidad la unión con Dios en la caridad.

La primera no es de suyo una virtud; puede solamente fomentar la paciencia o desaparecer mediante un cambio de condición; deja siempre la esperanza de poseer más algún día... La segunda no es más que un fruto de la razón y no provoca el abandono de todos los bienes... 

La tercera, por el contrario, la pobreza religiosa, lleva a la renuncia voluntaria a todas las cosas y para siempre, por un compromiso solemne tomado ante Dios. Por tanto, es la más perfecta.

El Padre Ives deduce de aquí que la renuncia absoluta de los discípulos de San Francisco de Asís les da derecho a mendigar lo que necesitan para su existencia...

Yves de París deplora la condición del campesino, obligado a trabajar todo el día para pagar los impuestos, sin que le quede bastante para vivir a pan y agua. Lo ve en una situación peor que la de los caballos a los que se les da una buena ración después del trabajo.

La honesta vida holgada


También la Iglesia propone la “mediocritas”, la honesta vida holgada, como norma de vida cristiana, no sólo a los laicos, sino incluso a los sacerdotes. Lucha contra el proletariado eclesiástico, apoyándose en los cánones del Concilio de Trento. Y al mismo tiempo combate contra la acumulación de beneficios, la ostentación y el lujo.

¿La utopía realizada?

Los jesuitas en Paraguay


En las posesiones españolas del Nuevo Mundo, la defensa de los pobres se revela muchas veces más difícil que en la vieja Europa, ya que el sistema de la encomienda había organizado la explotación de los pueblos de América.

En contra de este sistema, la Compañía de Jesús emprende, a partir de 1610, la realización de un modelo de sociedad cristiana...

Apoyados por el gobierno de Madrid, los jesuitas consiguen reagrupar a las tribus dispersas, después de haber penetrado el funcionamiento de las sociedades de los indígenas guaraníes. 

Los jefes de las tribus no tienen allí más misión que la de salvaguardar la igualdad y las leyes de reciprocidad entre los miembros de la comunidad; los chamanes o jefes religiosos deben apartar los peligros y alejar las fuerzas hostiles. 

Pues bien, la sociedad guaraní se encontraba en crisis debido a un crecimiento demográfico excepcional y a la llegada de los españoles. Los jefes de las tribus y los chamanes, lejos de mantener su función tradicional, se encontraban enfrentados entre sí.

Los jesuitas se hacen reconocer como los jefes legítimos, asumiendo perfectamente las dos funciones. Saben mantener la paz y protegen a los guaraníes de la esclavitud. Garantizan la igualdad organizando las “reducciones” como repúblicas comunitarias cristianas.

Cada reducción constituye una república independiente, y se vive según la fórmula: “A cada uno según sus necesidades”. Se desconoce el salario: cada familia recibe todo lo que necesita. 

Los jóvenes casados obtienen una casa para toda su vida. Los campos de labor, las plantaciones, los instrumentos agrícolas, los talleres, son propiedad común. La jornada de trabajo es de seis a ocho horas al máximo. 

El domingo y el jueves se descansa. Alrededor de la plaza mayor están los edificios públicos de la reducción: la iglesia, la escuela, la casa de los Padres, así como los edificios destinados a los enfermos, alas viudas y a los forasteros.

Un capuchino francés, el Padre Florentin de Bourges, constata por el año 1712: “Se ha encontrado la manera de desterrar la indigencia en esta cristiandad; no hay aquí ni pobres ni mendigos y todos tienen la misma abundancia de las cosas necesarias”. 

En efecto, los jesuitas no quisieron crear una simple asociación a base de renuncia, sino una sociedad completa, organizada para producir y capaz de durar.

En el apogeo del sistema, entre 1660 y 1720, habìa en 38 reducciones más de 150,000 indígenas, que formaban una Confederación con instituciones comunes: defensa, comercio exterior, legislaciones civil y penal. La sanción más dura era la expulsión

Las reducciones cubrían entonces un territorio tan grande como la mitad de Francia: se extendían por el sur de Brasil, el Paraguay actual y las provincias de Corrientes y Entrerríos de Argentina.

Las reducciones representan un interesante ensayo de supresión de la pobreza, una especie de utopía realizada...

La ausencia de poder federal indígena tendría fatales consecuencias. El año 1750, por el Tratado de los Límites, España cedía a Portugal siete reducciones. Esto acarreó la destrucción de las reducciones.

La llamada de la pobreza: Gaston de Renty

     
En conflicto con su madre, que albergaba para él grandes ambiciones terrenas, Gaston de Renty, padre de cinco hijos, versado en literatura, en matemáticas, en ciencias y en Sagrada Escritura, mantiene relación con las religiosas del Carmelo de Beaune.

Desea “ser pobre como los pobres, para no tener vergüenza de estar mejor que ellos”. 

Cuando escribe que quiere “seguir solo a Jesús solo por el camino pobre”, su fórmula hace pensar en el proverbio tantas veces repetido de los ermitaños del siglo XII, que intentaban vivir la pobreza integralmente: Nudus nudum Christum sequi: “seguir desnudo a Cristo desnudo”.

Esta aspiración a la pobreza parece tanto más excepcional por el hecho de que Gaston de Renty tenía numerosas obligaciones sociales y familiares, y ese sentimiento no aparece ni mucho menos en los espirituales más austeros de su época, ni siquiera en los de Port-Royal.

El deseo de seguir a Jesús “en su ignominia y en su humillación” surgió especialmente en él durante la Cuaresma de 1647. Escribe a su director espiritual: “Conocí cómo la exquisitez y las cosas nuevas y elegantes puedan dañar, si uno no está atento a la sencillez y a la dignidad de la humildad cristiana”.

La búsqueda de las causas de la pobreza


A partir de los años 1680 y durante el siglo XVIII se intenta hacer un censo de los pobres. Se buscan las causas de su miseria sin ver en ella automáticamente el resultado de su pereza. Se pone a la pobreza en relación con la economía, las guerras y los movimientos de población. Se instruye el proceso a la sociedad y a la monarquía.

2. La contestación de la Ilustración

Siglo XVIII

La filosofía de la Ilustración aparece como el deseo de construir una civilización basada en la pura razón, de la cual Dios quedaba lejano, y la Iglesia, marginada. Esta nueva filosofía se extiende fácilmente.

Los filósofos hallan de nuevo el dinamismo entusiasta y conquistador que había caracterizado antes al Renacimiento. El estudio de las ciencias de la naturaleza se libera de la esfera religiosa. 

El conocimiento científico afirma su autonomía. La omnipotencia de la razón arrastra consigo una laicización del pensamiento. Los filósofos extenderán a los más diversos terrenos la duda metódica de Descartes y pondrán en cuestión lo que las generaciones anteriores aceptaban sin discutir.

En el siglo XVIII, filosofar equivale muchas veces a ejercer libremente el espíritu de examen. Nada queda libre de sospechas, ni las costumbres, ni las instituciones, ni la religión.

La Revolución Francesa


En 1789 la crisis de la sociedad francesa culminó en el asalto y toma de la Bastilla: empezó “la Revolución Francesa”.

La antigua Francia entró en crisis a fines del siglo XVIII. Los reyes habían perdido autoridad o por su inmoralidad o por su debilidad o por su desastrosa política exterior. La administración estaba en quiebra. El costo de la vida había aumentado excesivamente. Las antiguas clases de la nobleza y el clero se tambalearon, al aparecer la burguesía y los campesinos. 

El rey no pudo contener al pueblo amotinado, que asaltó y tomó la Bastilla, prisión considerada como símbolo de la monarquía absoluta. La Asamblea Nacional Constituyente proclamó “los derechos del hombre y del ciudadano”. Se aprobaron, además, reformas económicas.

La Iglesia francesa fue atacada. Se obligó a los sacerdotes a jurar fidelidad a la Revolución. Y los que se negaron, tuvieron que abandonar su parroquia. El pueblo, empujado por los más exaltados, saqueó y destruyó los edificios religiosos y persiguió a los clérigos.

La Revolución juzgaba inútil la vida de las Órdenes religiosas; por eso ordenó la supresión de todos los conventos. En 1789, este reproche de inutilidad aumenta a medida que crece la ambición sobre los bienes de los monasterios.

Unas religiosas carmelitas, cuando su monasterio fue clausurado, se reunieron en lugares que el pueblo les prestó. Cuando las descubrieron y arrestaron, animaron al pueblo con su ejemplo. Mientras eran conducidas al lugar del sacrificio, cantaban e invocaban al Espíritu Santo.

La Revolución Francesa fue dominada por los exaltados, que provocaron el terror: cualquier sospechoso era ajusticiado.

Recuperación de la pobreza


Las críticas despreciativas que se hacen de la pobreza en general y de la religiosa en particular insinúan la duda sobre su valor en el espíritu de los propios monjes. 

No es agradable, en el siglo de las luces, verse considerado como un insulto al progreso de la humanidad, ser acusado por una sociedad que coloca a las Órdenes religiosas en la clase peligrosa de los vagabundos y parásitos...

Pero no había desaparecido con ello todo espíritu de pobreza. Los antiguos religiosos, convirtiéndose en párrocos, siguen observando sus votos. Otros redescubren la pobreza en el exilio... 

El 13 de diciembre de 1795, los Obispos reunidos en París... dirigen una “Segunda carta encíclica”... Relacionan de nuevo la pobreza voluntaria con el trabajo. Ese voto sublime de los que han renunciado al mundo no es “ni mucho menos meritorio, si dispensa del trabajo”.

De forma paralela, los Obispos reunidos recuerdan a todos los cristianos la obligación de socorrer a los pobres y a los necesitados. 

Enuncian una serie de recomendaciones que se inspiran en la tradición caritativa de la Iglesia, una actividad que también había contestado el siglo de las luces.

El papel del Estado


El sueño de un comunismo agrario correspondiente al estado de naturaleza se encuentra por toda Europa, especialmente en Inglaterra y en España, entre todos los que desean ver desaparecer el espectáculo de la mendicidad.

Pero sobre todo se abre paso un nuevo movimiento de ideas que acepta más positivamente que el estado tiene que sustituir a la Iglesia en la asistencia a los pobres. Es una tarea que incumbe y que ha de traducirse esencialmente en la de proporcionar trabajo a todos.

El Estado tiene que inculcar el gusto por el trabajo a los niños, prepararles profesionalmente y hasta obligar a los recalcitrantes. 

De hecho, aunque se admite la idea de una responsabilidad de la sociedad en la situación de los pobres, existe realmente un gran rigor frente a ellos. A algunos les gustarían penas más severas, la obligación de un pasaporte para todos los viajeros, una policía más enérgica.

La beneficencia sólo se ejercerá con los pobres que tengan un domicilio. Los demás representan siempre un peligro para los propietarios, para los campesinos y los comerciantes. La crítica que hace la “Encyclopédie” de los hospitales se basa en la idea de que lo esencial es proporcionar trabajo a los indigentes.

En Francia, a finales del siglo XVIII, los “depósitos de mendigos” sustituyen a los “hospitales generales” (“hospicios”). Los financia el Estado. Su carácter represivo es mucho más acentuado. Sólo ingresan los mendigos y los vagabundos.

En Inglaterra, una casa común a varias parroquias (poor-house) les reserva un régimen más llevadero. En la península Ibérica, como en Europa central, se extiende la idea de que la solución del pauperismo pasa por la educación y el trabajo, pero los resultados son poco elocuentes. 

Por el contrario, la Austria de José II y la Prusia de Federico II desarrollan una verdadera política social, en la que el Estado asume la parte que le corresponde.

Los pobres son necesarios

El principio de la igualdad natural impulsa a trabajar por la extinción del pauperismo. Pero la razón y el “buen sentido” del siglo XVIII aportan inmediatamente un correctivo. 

La desigualdad de las riquezas no es más que un mal aparente, ya que favorece la cohesión social. De la desigualdad de las condiciones nace el intercambio de servicios...

El siglo XVIII no cree que la pobreza sea incompatible con la igualdad ante la felicidad. 

Se desarrolla el tema de que la felicidad es subjetiva, de que es independiente de la condición social, de que está inscrita en la naturaleza, de los pobres miden sus deseos por ser las verdaderas necesidades y de que los miserables ni siquiera tienen una idea de lo que es la felicidad.

La desigualdad resulta necesaria para el orden social y para la felicidad colectiva. Al siglo de las luces le gustaría suprimir la pobreza, pero al mismo tiempo proclama que los pobres son necesarios.

Bibliografía

* Paul Christophe, Para leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), editorial Verbo Divino, Navarra, España, 1989

Bibliografía complementaria


- Álvarez Herrera, M. Sp.S., J.G., La Iglesia ante el tribunal de la humanidad, Progreso, México, 1970

- Joulin, Marc, Vida de San Juan María Vianney, El Cura de Ars, San Pablo, Madrid, 1991

- López Ríos, Bernardo, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional:

Para leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XI), , Año 17, No. 70, octubre-diciembre, México, 2004, pp. 107-126

Para leer la historia de la pobreza (del siglo XI al siglo XV), Año 18, No. 71, enero-marzo, México, 2005, pp. 131-151

- Loza Macías, S.J., Manuel, Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992

- La creación de riqueza: su grandeza y su miseria, Colección “Diálogo y Autocrítica”, No. 38, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1994

- Sheen, Fulton J., La historia que proclaman las piedras de Notre Dame, en La vida merece vivirse (Quinta serie), Planeta, Barcelona, 1970, pp. 183-194

- Wagner, Carlos, Los pobres en el mundo, Latinoamérica y México, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción Nacional, año 17, núm. 69, julio-septiembre, México 2004, pp. 11-34

- Historia Gráfica de la Iglesia, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1990

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