Siglos XVII y XVIII
Para
leer la historia de la pobreza
Por Bernardo López Ríos *
* Católico,
Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de
Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del
Magisterio de la Iglesia Católica
El hombre es un pobre que precisa
pedir todo de Dios
Saint Jean-Marie Vianney, Cura de Ars
"La felicidad del hombre no requiere abundancia de bienes;
una medianía le basta"
Imitación
de Cristo, Beato Tomás de Kempis
Preámbulo
Los pobres, en cuanto tales, habían sido los grandes
olvidados de la historia. Sin embargo, desde su origen, la Iglesia ha acogido a
los pobres y a la pobreza como cuestiones permanentes que la interpelan sin
cesar.
Pero ya hace algunos decenios que los historiadores han mostrado su predilección por el mundo de los olvidados. Los ausentes de la historia se han visto invitados a entrar en ella: emigrantes, desarraigados, esclavos, cautivos, víctimas del hambre y de la miseria...
Pero ya hace algunos decenios que los historiadores han mostrado su predilección por el mundo de los olvidados. Los ausentes de la historia se han visto invitados a entrar en ella: emigrantes, desarraigados, esclavos, cautivos, víctimas del hambre y de la miseria...
El servicio a los pobres y la búsqueda de la pobreza,
indisociablemente unidos entre sí, forman la trama y la cadena de una inmensa
tarea llevada a cabo por Paul Christophe, profesor en el Instituto
Católico de Lille y en el Seminario de San Sulpicio, quien ha pretendido trazar
unas perspectivas, señalar unos conjuntos y subrayar las evoluciones en la
actitud de la Iglesia ante la pobreza, en su obra Pare leer la historia de
la pobreza (del siglo I al siglo XX), de la cual presentamos la siguiente
reseña que abarca los siglos XVII y XVIII.
La primera dificultad de los historiadores ha sido la de
definir qué es un pobre, ya que el contenido de esta palabra ha ido variando
considerablemente a lo largo de las épocas. Michel Mollat ha dado para la Edad
Media una definición que puede ser considerada con validez para todas las
épocas:
El pobre es el que, de forma permanente o
temporal, se encuentra en una situación de debilidad, de dependencia, de
humillación, caracterizada por la privación de medios, variables según las
épocas y las sociedades, de poder y de consideración social: dinero,
relaciones, influencia, poder, ciencia, calificación técnica, nacimiento
honorable, vigor físico, capacidad intelectual, libertad y dignidad personal.
Viviendo al filo de cada día, no tiene ninguna oportunidad de elevarse sin la ayuda de otro. Esta definición puede incluir a todos los frustrados, a todos los marginados, a todos los abandonados, a todos los preteridos por la sociedad; no es específica de ninguna época, de ninguna región, de ningún ambiente.
Tampoco excluye a los que, por ideal ascético o místico, quisieron desprenderse del mundo o que, por abnegación, escogieron ser pobres entre los pobres.
Viviendo al filo de cada día, no tiene ninguna oportunidad de elevarse sin la ayuda de otro. Esta definición puede incluir a todos los frustrados, a todos los marginados, a todos los abandonados, a todos los preteridos por la sociedad; no es específica de ninguna época, de ninguna región, de ningún ambiente.
Tampoco excluye a los que, por ideal ascético o místico, quisieron desprenderse del mundo o que, por abnegación, escogieron ser pobres entre los pobres.
1. Servir a los
pobres
Siglo XVII
Desde comienzos del siglo XVII, los
responsables de las ciudades y los jefes de Estado, tanto católicos como
protestantes, se esforzaban en hacer desaparecer la mendicidad mediante la
institución de los “hospitales generales” (“hospicios”). Chocaron con
resistencias. Los pobres eran demasiado numerosos para que mendigar fuera
considerado como un delito. Muchos no poseían más que rentas muy precarias.
No
podían admitir la idea de verse un día marginados de la sociedad y tener que
unirse con los elementos asociales y peligrosos. No querían aceptar la
supresión de la limosna, que formaba parte de su regla de vida cristiana y
rechazaban el “apartheid” que la sociedad quería establecer.
La acción caritativa de San Vicente de Paúl
se inscribe precisamente en una perspectiva opuesta a la del “hospital
general”: no marginar a los pobres, sino transformar la parroquia en un lugar
de caridad.
La asistencia a domicilio
Párroco de Châtillon-les-Dombes, Vicente de
Paúl se entera de que toda una familia está enferma y sin socorro alguno en una
casa aislada. Iba a celebrar la Misa y su predicación adquiere un tono
impresionante. Cuando Vicente acude personalmente a la casa indicada, descubre
una verdadera procesión de gente que va y viene de allí.
Vicente de Paúl propone entonces a sus
feligreses la organización de una “Cofradía de la caridad”. Las “sirvientas de
los pobres”, mujeres casadas, viudas o jóvenes, irían a llevar la comida a casa
de los enfermos. La parroquia, lugar de administración y de culto, tenía que
convertirse en lugar de caridad.
Esto ocurría en 1617. El año
siguiente, Vicente deja Châtillon para ir a París como Capellán de los Gondi.
Establece “caridades” en sus tierras. En Mâcon, en 1621, el objetivo de la
“caridad” es la inserción de los pobres; ofrece un complemento a los que no
pueden atender debidamente a su familia con su salario.
Las cofradías se multiplican
diversificándose en el servicio a los mendigos, a los prisioneros, siempre para
servir a los pobres, “nuestros señores y nuestros amos”. Vicente encuentra
activas colaboradoras entre las damas de la nobleza y de la burguesía, en
particular Santa Luisa de Marillac. Ella se encargará de la formación de las
aldeanas que quieran hacerse sirvientas de los pobres.
En efecto, unos doce años después de
la fundación de la primera “caridad” de Châtillon-les-Dombes, Vicente de Paúl
tiene la idea de agrupar en una congregación a las muchachas pobres que
proceden del campo y están libres de todo compromiso, para poder dedicarse al
servicio de los pobres.
De esta manera provocaba a los mismos
pobres a la solidaridad. Vicente comprobaba que ellas eran a menudo más
eficaces que las grandes damas para los trabajos domésticos y el cuidado de los
enfermos. Las “Hijas de la caridad” no estarían ligadas al claustro, para poder
atender a los pobres en sus casas.
Ya antes, San Francisco de Sales había
indicado a las religiosas de la Visitación –entre otras obras- la visita a los
pobres en su domicilio. Pero las exigencias canónicas impusieron la clausura a
aquella Orden que deseaba ser contemplativa...
El proyecto de San Vicente de Paúl se
sitúa en línea recta con la idea de Châtillon. Santa Luisa de Marillac compuso
en 1633-1634 la primera regla de las “Hijas de la caridad”. Esa regla será
modificada y arreglada sin cesar en una estrecha colaboración entre San Vicente
y Santa Luisa de Marillac.
Las estructuras de la comunidad religiosa tenían que establecerse en función de la tarea esencial: el servicio a los pobres. Vicente de Paúl quería que sus hijas fueran libres para ir y venir, a fin de asegurar un servicio permanente a los pobres.
Por tanto, tenían que seguir siendo seculares y no pronunciar votos solemnes.
Las estructuras de la comunidad religiosa tenían que establecerse en función de la tarea esencial: el servicio a los pobres. Vicente de Paúl quería que sus hijas fueran libres para ir y venir, a fin de asegurar un servicio permanente a los pobres.
Por tanto, tenían que seguir siendo seculares y no pronunciar votos solemnes.
La asistencia domiciliaria a los
pobres representa la intervención-tipo de las “Hijas de la caridad”, que se
encargaron también del hospital de San Juan Evangelista de Angers y de otros
establecimientos.
Se harían luego muy populares asegurando la asistencia a los galeotes internados en la cárcel de la Tournelle y encargándose de los muchos niños abandonados.
Se harían luego muy populares asegurando la asistencia a los galeotes internados en la cárcel de la Tournelle y encargándose de los muchos niños abandonados.
A todas ellas San Vicente de Paúl les
trazaba el camino de la libertad para los pobres: “Tendrán como monasterio las
casas de los enfermos y aquella en que resida la Superiora. Como celda, una
habitación alquilada.
Como capilla, la iglesia parroquial. Como claustro, las calles de la ciudad. Como clausura, la obediencia. Como reja, el santo temor de Dios. Como velo, la santa modestia. Como profesión, la confianza continua en la Divina Providencia, la ofrenda de todo lo que ellas son”.
Como capilla, la iglesia parroquial. Como claustro, las calles de la ciudad. Como clausura, la obediencia. Como reja, el santo temor de Dios. Como velo, la santa modestia. Como profesión, la confianza continua en la Divina Providencia, la ofrenda de todo lo que ellas son”.
Tomar partido por los pobres
San Vicente de Paúl no se sitúa en la
línea del camino místico del desprendimiento. Para San Francisco de Asís, la
pobreza expresaba la manera mejor de situarse respecto a Dios. Constituía ya un
anuncio del Evangelio.
El itinerario de San Vicente es distinto.
Vive en una sociedad que valora el éxito social, que rechaza cada vez más al
pobre entre los seres malvados y peligrosos que conviene encerrar. En este
contexto, toma partido por los pobres.
Su opción se arraiga en el misterio de la Encarnación. Ve en él la voluntad del Hijo de Dios de hacerse su servidor para establecer el amor al prójimo. Comprueba cómo las turbas abandonadas se sienten atraídas por el que se presenta como “evangelista de los pobres”.
Su opción se arraiga en el misterio de la Encarnación. Ve en él la voluntad del Hijo de Dios de hacerse su servidor para establecer el amor al prójimo. Comprueba cómo las turbas abandonadas se sienten atraídas por el que se presenta como “evangelista de los pobres”.
Así, pues, imitar a Cristo es
proseguir hoy su acción, es tomar la defensa de la vida y de la fe del pobre,
es asegurarle el pan material y el alimento de la palabra de Dios; estos dos
alimentos son inseparables.
Una floración de congregaciones caritativas
A ejemplo de San
Vicente de Paúl, la mayor parte de los santos personajes del siglo XVII buscan
afanosamente no sólo su salvación personal, sino la forma de ayudar a sus
hermanos. La mayor parte de las congregaciones creadas en Francia se orientan
hacia una acción caritativa, hacia las obras de asistencia, y adoptan
estructuras ligeras para poder cumplir mejor con su misión.
Prescindiendo de los hermanos de la
Caridad de San Juan de Dios, que se extienden por Francia a partir de 1601, la
mayoría de las nuevas fundaciones son femeninas. Su lista sería impresionante.
El párroco de Montoire, Antoine Moreau
(1625-1702), busca en la Eucaristía la fuente de su caridad. Formado en la
escuela de San Vicente de Paúl, funda hacia el año 1660 las Hermanas del
Santísimo Sacramento y de la Caridad. A los tres votos tradicionales añade un
cuarto en su regla: “Servir a los pobres”...
Juana Delanoue (1666-1736) se
convirtió a la caridad en 1693. Transformó su casa de Saumur en asilo para los
necesitados y acogió a varias compañeras que se convirtieron en Hermanas de
Santa Ana, siervas de los pobres. Tomó el nombre de Juana de la Cruz. Conocida
como “la madre de los pobres”, amplió por todas partes sus fundaciones. S.S.
Juan Pablo II la canonizó en 1982.
Una interpelación permanente
Estas congregaciones constituyen una
llamada incesante lanzada a la generosidad, que convencía al pueblo creyente de
“la eminente dignidad de los pobres”, como decía Bossuet. Al margen de la
política oficial de la reclusión, los cristianos y las colectividades alimentan
a los pobres con sus limosnas, imposibles de calcular, creando nuevas
fundaciones y respondiendo a las necesidades más urgentes.
En Inglaterra, Edward Nicholas
distribuyó en 1629 el 5 % de sus ingresos como funcionario real, el 6 % de sus
granjas y el 8 % de sus rentas. En los Países Bajos, las beguinas acogen a las
ancianas imposibilitadas. Los hospitales se mantienen y se especializan cada
vez más en el cuidado de los enfermos.
El siglo XVII conoce nuevas fundaciones en Anjou y en la diócesis de La Rochelle. La Compañía del Santísimo Sacramento, además de sostener los hospitales generales, participa también en la asistencia a los pobres en sus domicilios. Fue ella la que inspiró en las provincias la creación de casas a favor de las prostitutas: el Buen Pastor, las Reclusas, las Penitentes, evitándoles así el internamiento en el “hospital general”.
El siglo XVII conoce nuevas fundaciones en Anjou y en la diócesis de La Rochelle. La Compañía del Santísimo Sacramento, además de sostener los hospitales generales, participa también en la asistencia a los pobres en sus domicilios. Fue ella la que inspiró en las provincias la creación de casas a favor de las prostitutas: el Buen Pastor, las Reclusas, las Penitentes, evitándoles así el internamiento en el “hospital general”.
El Obispo de Marsella, Jean-Baptiste
Gault, se dedica a los más miserables y lleva a cabo la construcción del
hospital que había comenzado Felipe Manuel de Gondi para los galeotes
enfermos o heridos.
Entre 1590 y 1670, los habitantes de
Lille fundan unas 60 instituciones dentro del marco de la bolsa común. Hay 45
de ellas para asistir directamente a los pobres con distribución de pan o de
dinero.
Por otra parte, los actos de caridad
se revalorizan con la reafirmación en el Concilio de Trento de los principios
del valor de las buenas obras para la salvación y de la Comunión de los Santos.
Los cristianos que dan a los necesitados pueden contar con las oraciones y los
sufragios de los “pobres de Jesucristo”.
El Padre de Bonnyers adapta esta enseñanza al lenguaje de los comerciantes que le escuchan. “Dad a los pobres; sus manos son letras de cambio que nunca fallan”.
El Padre de Bonnyers adapta esta enseñanza al lenguaje de los comerciantes que le escuchan. “Dad a los pobres; sus manos son letras de cambio que nunca fallan”.
En 1607, Barthélémy Masurel
lega todos sus bienes para evitar que los ciudadanos de Lille tengan que pasar
por las exigencias de los usureros. Funda un Monte de Piedad para luchar
contra la usura, “para que Dios nuestro Creador sea más honrado y
glorificado y para que el pueblo pobre de la ciudad se vea socorrido y asistido
en sus necesidades, y también por su propia salvación”.
A pesar del afán de ganar que sienten
los campesinos de Rumegies, su párroco sabe reconocer su generosidad: “Puedo
decir en honor de los ricos de este pueblo, que nunca rechazaban a un pobre,
aunque sólo tuvieran un trozo de pan que darle”.
La reacción caritativa de las reinas
se desarrolló con la Reforma católica. Ana de Austria, María Teresa, María
Leszczinska se distinguieron por sus obras buenas. El nombre de Ana de Austria
ha quedado asociado para siempre al de San Vicente de Paúl en las obras de
caridad. Participó en muchas fundaciones de hospitales.
Lo mismo que sus compatriotas
católicos, los reformados socorren a sus fieles en apuros, atendiendo a los
enfermos, a las viudas, a los huérfanos. Las colectas realizadas durante la
celebración del culto y los testamentos alimentan la caja de los pobres.
Con ella se presta asistencia a los pobres, se pagan los gastos de un médico y se asegura el aprendizaje de los adolescentes pobres.
Con ella se presta asistencia a los pobres, se pagan los gastos de un médico y se asegura el aprendizaje de los adolescentes pobres.
El servicio de la enseñanza
Junto a las obras de asistencia
material, la enseñanza representa otra actividad dominante entre las nuevas
fundaciones que desean servir a los pobres. Se trata de distribuirles
gratuitamente una instrucción elemental que les permita ser evangelizados.
A partir de 1660, la jerarquía dirige continuamente su interés a esta cuestión, cuya urgencia había recordado el Concilio de Trento. Ya el Concilio de Letrán (1179) se había preocupado de “no apartar a los pobres, que no podrían contar con los recursos de sus padres, de toda posibilidad de estudio y de progreso” (canon 18).
A partir de 1660, la jerarquía dirige continuamente su interés a esta cuestión, cuya urgencia había recordado el Concilio de Trento. Ya el Concilio de Letrán (1179) se había preocupado de “no apartar a los pobres, que no podrían contar con los recursos de sus padres, de toda posibilidad de estudio y de progreso” (canon 18).
Lo mismo que el Concilio de Trento,
San Vicente de Paúl opinaba que para la religión era indispensable un mínimo de
instrucción. Entre las demás tareas, las Hijas de la Caridad tienen la de
formar a las niñas pobres para que sepan “rezar y leer”. La instrucción que dar
a los pobres es el aspecto espiritual de la asistencia.
Aquí igualmente esta función se sitúa
en la prolongación de la Encarnación del Hijo de Dios, que vino “a enseñar...
Vosotras continuáis lo que él comenzó”. San Vicente de Paúl y otros
reformadores quieren por tanto abrir escuelas de caridad (escuela = clase), en
donde naturalmente el libro de texto habría de ser el catecismo.
Los decretos reales y las órdenes
episcopales prohíben la apertura de escuelas mixtas. La instrucción de los
niños plantearía el problema de la formación de maestros y propiciaría la
creación de comunidades religiosas o laicas dedicadas a esta tarea.
La alfabetización de los niños pobres
La Reforma, al hacer obligatoria la lectura
de la Escritura, había hecho de la alfabetización una exigencia espiritual y de
la educación en general la doble condición de la salvación y del éxito social.
La Iglesia Católica, después del Concilio de Trento, hizo a su vez de la
escuela un elemento de su pastoral parroquial.
Los Sínodos provinciales y las visitas pastorales representaron un gran papel en el desarrollo de la enseñanza popular en los siglos XVII y XVIII. La Iglesia llegó incluso a elaborar una verdadera ideología de la escuela que los defensores del “laicismo” recogerán en el siglo XIX...
Los Sínodos provinciales y las visitas pastorales representaron un gran papel en el desarrollo de la enseñanza popular en los siglos XVII y XVIII. La Iglesia llegó incluso a elaborar una verdadera ideología de la escuela que los defensores del “laicismo” recogerán en el siglo XIX...
Se puede hablar en los siglos XVII y
XVIII de una ofensiva católica en materia de educación; pero, como bien ha
señalado Le Roy Ladurie, “la educación popular de principios del siglo XVIII se
presenta más bien como un subproducto de la Contrarreforma que como una
manifestación de las luces”.
Curar a los pobres
Nicolás Barré (1621-1686), religioso
mínimo, a partir de 1622, funda las “pequeñas escuelas” para la evangelización
de los pobres. Sienta en Rouen las bases de su obra con la convicción de que
“enseñar o hacer enseñar a los pobres, a los pecadores, a los niños las cosas
de la salvación es sin duda algo más excelente que vestir o alimentar sus
cuerpos” (Máximas espirituales).
Crea un instituto para formar a los
hermanos y hermanas dedicados a esta tarea. En sus estatutos no habla ni de
“convento”, ni de “votos”, ni de “clausura”, ni de “congregación”, sino de
“casa”, de “compromiso”, de “comunidad”, para permitir a los hermanos y
hermanas de su instituto acercarse a los pobres.
El Abate Charles Démia (1637-1689),
sostenido por la Compañía del Santísimo Sacramento, organizó en Lyon dieciséis
escuelas gratuitas de niños y de niñas para los hijos de los pobres. Se
preocupó de la formación de los maestros desde 1671 y de una formación técnica
de los alumnos, que los capacitara para encontrar trabajo.
Juan Bautista de la Salle (1651-1719),
canónigo de Reims, se encontró con un pedagogo de talento, Adrien Nyel, que
había venido a Champagne a fundar escuelas de niños. Orientó entonces su vida
hacia la enseñanza de niños pobres. Acogió en su casa a los maestros en apuros
económicos, se convirtió en su formador espiritual y en los años 1680-1682 fundó
el instituto de los Hermanos de las escuelas cristianas.
La Salle se dedicó a preservar la
estabilidad de los maestros en un empleo mal remunerado, a veces despreciado, y
en una tarea que “exige un hombre muy entero”, desde la mañana hasta la
noche... Así, pues, la Salle mantuvo a sus hermanos en el laicado, pero un
laicado religioso...
Les ofreció a los pobres una enseñanza
gratuita. La calidad pedagógica haría aumentar el número de reclutados: “Los
pobres tuvieron derecho a una instrucción y a una educación tan buenas, y a
menudo mejores, que las que disfrutaban muchos ricos; y los ricos escogieron
mezclarse libremente con los pobres para aprovecharse de ellas...” (Yves
Poutet)...
En 1709 abrieron una escuela en Roma.
En vísperas de la Revolución, estaban encargados de una o de varias escuelas en
116 ciudades del reino.
El saber leer representa para la gente
humilde una ventaja para la salud del cuerpo. En los siglos XVII y XVIII se
difunde la costumbre de publicar opúsculos de salud destinados a los pobres
para enseñarles a curarse a sí mismos y a fabricar medicamentos poco
costosos...
Fiel a la doble tradición de caridad y
de erudición de su Orden, el benedictino maurista dom Nicolas Alexandre publicó
en 1714 “La medicina y la cirugía de los pobres”.
El Abate de l’Epée (1712-1789),
obligado a atender a la educación de dos jóvenes sordas (y mudas porque no podían oír,
pero no porque no pudieran aprender a hablar, si entonces hubieran existido los
métodos oralistas de hoy), logró idear un método de comunicación para ellas.
Reunió entonces en su casa a alumnos sordos y alcanzó tanto éxito que, al
morir, su institución fue asumida por la nación.
Permanencia de la doctrina
En el siglo XVII, la doctrina de los
Padres de la Iglesia sigue estando presente en la predicación. El rico sigue
asemejándose al administrador, al simple depositario de los bienes que dice
poseer. Esta es la enseñanza de Massillon. El Padre Le Jeune multiplica los
términos para subrayar que Dios es el propietario absoluto de las riquezas de
la tierra y que nosotros no somos sino sus empleados, sus colonos, sus
repartidores, sus ecónomos, sus tesoreros.
En su panegírico de San Francisco de
Asís, Bossuet se hace eco de las páginas de San Juan Crisóstomo sobre el origen
de la riqueza y de la propiedad. Recuerda que los pobres tienen asignada su
pensión a costa de los bienes de los ricos. Y San Luis María Grignion de
Montfort lo repite en una de sus canciones:
Tiene el pobre derecho a reclamar
cualquier bien no necesario;
el rico no lo puede guardar,
aunque él crea lo contrario,
pues no es más que un mandatario
En su “Catecismo de la misión”,
destinado a la enseñanza de los niños y de las familias, San Juan Eudes
recuerda la doctrina medieval de la importancia de las obras de misericordia
espirituales y corporales; se apoya para ello en el capítulo 25 de San Mateo y
afirma que esas obras son obligatorias para todo cristiano.
En su “Memorial de la vida eclesiástica”, les pide a los sacerdotes que se pongan al servicio de los pobres, que están oprimidos, y que sean sus defensores.
En su “Memorial de la vida eclesiástica”, les pide a los sacerdotes que se pongan al servicio de los pobres, que están oprimidos, y que sean sus defensores.
El pobre conserva aún cierta aureola,
porque representa a Cristo. Esta idea aparece en todos los que hablan de la
pobreza... San Luis María Grignion de Montfort, al volver de un viaje, con un
pobre que había recogido, llama a la puerta del convento: “Abrid a Jesucristo”.
El peso del individualismo
Aunque la doctrina de los Padres de la
Iglesia sigue informando a la predicación del siglo XVII y renueva
incesantemente la acción caritativa de los cristianos, el desarrollo de la
mentalidad capitalista va fomentando un tremendo individualismo.
Subordina las
actividades humanas a la posesión del dinero, disocia la vida cristiana de las
prácticas financieras y contribuye a ocultar la enseñanza tradicional de la
Iglesia...
La fundación de la “vingt-quatrième
des pauvres” en el Delfinado atestigua a su manera el olvido de las reglas
canónicas, que reservaban la cuarta parte del producto de los diezmos para el
mantenimiento de los pobres...
Ya en 1781, el párroco de San Jorge de Vienne, Enrique Reymond, futuro Obispo constitucional, exigía la vuelta al pago del cuarto del diezmo para mantenimiento de los pobres.
Ya en 1781, el párroco de San Jorge de Vienne, Enrique Reymond, futuro Obispo constitucional, exigía la vuelta al pago del cuarto del diezmo para mantenimiento de los pobres.
Necesidad de una clase media para buen orden social
El predominio de las tendencias
moralistas se acentúa en los sermones y en las obras de espiritualidad. Este
moralismo se orienta cada vez más hacia la búsqueda de la felicidad, que
triunfará en el siglo XVIII.
Esta felicidad se situará en un estado intermedio entre la desnudez y la riqueza excesiva. El ideal recomendado no es ya la pobreza, sino la “aurea mediocritas”, recogida por la sabiduría antigua.
Esta felicidad se situará en un estado intermedio entre la desnudez y la riqueza excesiva. El ideal recomendado no es ya la pobreza, sino la “aurea mediocritas”, recogida por la sabiduría antigua.
El capuchino Ives de París propone
como ideal de vida un estado intermedio entre la riqueza y la desnudez (ya Aristóteles había afirmado
que un factor clave para la estabilidad social y económica es la existencia de
una numerosa clase media, pues cuando ésta supera en cantidad a los dos
extremos –pobres y ricos- se eliminan los peligros de tensiones y de estallidos
sociales)...
Si se puede atender a las necesidades de la vida con un trabajo moderado, se posee entonces la paz con todas las delicias que las grandes fortunas buscan sin lograr nunca alcanzar...
Si se puede atender a las necesidades de la vida con un trabajo moderado, se posee entonces la paz con todas las delicias que las grandes fortunas buscan sin lograr nunca alcanzar...
El Padre Ives de París recomienda una
condición “mediana”, en el justo medio entre las demasiadas riquezas y la
extrema pobreza. Evita el desequilibrio entre la posesión y el deseo, y los
tormentos que de ahí se derivan para los ricos y para los miserables...
Yves de París distingue tres clases de
pobreza: la pobreza impuesta por las circunstancias; la pobreza de los
filósofos, que sólo busca la adquisición de las cualidades morales, y la
pobreza evangélica, que tiene como finalidad la unión con Dios en la caridad.
La primera no es de suyo una virtud;
puede solamente fomentar la paciencia o desaparecer mediante un cambio de
condición; deja siempre la esperanza de poseer más algún día... La segunda no
es más que un fruto de la razón y no provoca el abandono de todos los bienes...
La tercera, por el contrario, la pobreza religiosa, lleva a la renuncia voluntaria a todas las cosas y para siempre, por un compromiso solemne tomado ante Dios. Por tanto, es la más perfecta.
La tercera, por el contrario, la pobreza religiosa, lleva a la renuncia voluntaria a todas las cosas y para siempre, por un compromiso solemne tomado ante Dios. Por tanto, es la más perfecta.
El Padre Ives deduce de aquí que la
renuncia absoluta de los discípulos de San Francisco de Asís les da derecho a
mendigar lo que necesitan para su existencia...
Yves de París deplora la condición del
campesino, obligado a trabajar todo el día para pagar los impuestos, sin que le
quede bastante para vivir a pan y agua. Lo ve en una situación peor que la de
los caballos a los que se les da una buena ración después del trabajo.
La honesta vida holgada
También la Iglesia propone la
“mediocritas”, la honesta vida holgada, como norma de vida cristiana, no sólo a
los laicos, sino incluso a los sacerdotes. Lucha contra el proletariado
eclesiástico, apoyándose en los cánones del Concilio de Trento. Y al mismo
tiempo combate contra la acumulación de beneficios, la ostentación y el lujo.
¿La utopía realizada?
Los jesuitas en Paraguay
En las posesiones españolas del Nuevo
Mundo, la defensa de los pobres se revela muchas veces más difícil que en la
vieja Europa, ya que el sistema de la encomienda había organizado la
explotación de los pueblos de América.
En contra de este sistema, la Compañía
de Jesús emprende, a partir de 1610, la realización de un modelo de sociedad
cristiana...
Apoyados por el gobierno de Madrid,
los jesuitas consiguen reagrupar a las tribus dispersas, después de haber
penetrado el funcionamiento de las sociedades de los indígenas guaraníes.
Los jefes de las tribus no tienen allí más misión que la de salvaguardar la igualdad y las leyes de reciprocidad entre los miembros de la comunidad; los chamanes o jefes religiosos deben apartar los peligros y alejar las fuerzas hostiles.
Pues bien, la sociedad guaraní se encontraba en crisis debido a un crecimiento demográfico excepcional y a la llegada de los españoles. Los jefes de las tribus y los chamanes, lejos de mantener su función tradicional, se encontraban enfrentados entre sí.
Los jefes de las tribus no tienen allí más misión que la de salvaguardar la igualdad y las leyes de reciprocidad entre los miembros de la comunidad; los chamanes o jefes religiosos deben apartar los peligros y alejar las fuerzas hostiles.
Pues bien, la sociedad guaraní se encontraba en crisis debido a un crecimiento demográfico excepcional y a la llegada de los españoles. Los jefes de las tribus y los chamanes, lejos de mantener su función tradicional, se encontraban enfrentados entre sí.
Los jesuitas se hacen reconocer como
los jefes legítimos, asumiendo perfectamente las dos funciones. Saben mantener
la paz y protegen a los guaraníes de la esclavitud. Garantizan la igualdad
organizando las “reducciones” como repúblicas comunitarias cristianas.
Cada reducción constituye una
república independiente, y se vive según la fórmula: “A cada uno según sus
necesidades”. Se desconoce el salario: cada familia recibe todo lo que
necesita.
Los jóvenes casados obtienen una casa para toda su vida. Los campos de labor, las plantaciones, los instrumentos agrícolas, los talleres, son propiedad común. La jornada de trabajo es de seis a ocho horas al máximo.
El domingo y el jueves se descansa. Alrededor de la plaza mayor están los edificios públicos de la reducción: la iglesia, la escuela, la casa de los Padres, así como los edificios destinados a los enfermos, alas viudas y a los forasteros.
Los jóvenes casados obtienen una casa para toda su vida. Los campos de labor, las plantaciones, los instrumentos agrícolas, los talleres, son propiedad común. La jornada de trabajo es de seis a ocho horas al máximo.
El domingo y el jueves se descansa. Alrededor de la plaza mayor están los edificios públicos de la reducción: la iglesia, la escuela, la casa de los Padres, así como los edificios destinados a los enfermos, alas viudas y a los forasteros.
Un capuchino francés, el Padre
Florentin de Bourges, constata por el año 1712: “Se ha encontrado la manera de
desterrar la indigencia en esta cristiandad; no hay aquí ni pobres ni mendigos
y todos tienen la misma abundancia de las cosas necesarias”.
En efecto, los jesuitas no quisieron crear una simple asociación a base de renuncia, sino una sociedad completa, organizada para producir y capaz de durar.
En efecto, los jesuitas no quisieron crear una simple asociación a base de renuncia, sino una sociedad completa, organizada para producir y capaz de durar.
En el apogeo del sistema, entre 1660 y
1720, habìa en 38 reducciones más de 150,000 indígenas, que formaban una
Confederación con instituciones comunes: defensa, comercio exterior,
legislaciones civil y penal. La sanción más dura era la expulsión.
Las reducciones cubrían entonces un territorio tan grande como la mitad de Francia: se extendían por el sur de Brasil, el Paraguay actual y las provincias de Corrientes y Entrerríos de Argentina.
Las reducciones cubrían entonces un territorio tan grande como la mitad de Francia: se extendían por el sur de Brasil, el Paraguay actual y las provincias de Corrientes y Entrerríos de Argentina.
Las reducciones representan un
interesante ensayo de supresión de la pobreza, una especie de utopía realizada...
La ausencia de poder federal indígena
tendría fatales consecuencias. El año 1750, por el Tratado de los Límites,
España cedía a Portugal siete reducciones. Esto acarreó la destrucción de las
reducciones.
La llamada de la pobreza: Gaston de Renty
En conflicto con su madre, que
albergaba para él grandes ambiciones terrenas, Gaston de Renty, padre de cinco
hijos, versado en literatura, en matemáticas, en ciencias y en Sagrada
Escritura, mantiene relación con las religiosas del Carmelo de Beaune.
Desea “ser pobre como los pobres, para
no tener vergüenza de estar mejor que ellos”.
Cuando escribe que quiere “seguir solo a Jesús solo por el camino pobre”, su fórmula hace pensar en el proverbio tantas veces repetido de los ermitaños del siglo XII, que intentaban vivir la pobreza integralmente: Nudus nudum Christum sequi: “seguir desnudo a Cristo desnudo”.
Cuando escribe que quiere “seguir solo a Jesús solo por el camino pobre”, su fórmula hace pensar en el proverbio tantas veces repetido de los ermitaños del siglo XII, que intentaban vivir la pobreza integralmente: Nudus nudum Christum sequi: “seguir desnudo a Cristo desnudo”.
Esta aspiración a la pobreza parece
tanto más excepcional por el hecho de que Gaston de Renty tenía numerosas
obligaciones sociales y familiares, y ese sentimiento no aparece ni mucho menos
en los espirituales más austeros de su época, ni siquiera en los de Port-Royal.
El deseo de seguir a Jesús “en su
ignominia y en su humillación” surgió especialmente en él durante la Cuaresma
de 1647. Escribe a su director espiritual: “Conocí cómo la exquisitez y las
cosas nuevas y elegantes puedan dañar, si uno no está atento a la sencillez y a
la dignidad de la humildad cristiana”.
La búsqueda de las causas de la pobreza
A partir de los años 1680 y durante el siglo
XVIII se intenta hacer un censo de los pobres. Se buscan las causas de su
miseria sin ver en ella automáticamente el resultado de su pereza. Se pone a la
pobreza en relación con la economía, las guerras y los movimientos de
población. Se instruye el proceso a la sociedad y a la monarquía.
2. La contestación de
la Ilustración
Siglo XVIII
La filosofía de la Ilustración aparece como el deseo de
construir una civilización basada en la pura razón, de la cual Dios quedaba
lejano, y la Iglesia, marginada. Esta nueva filosofía se extiende fácilmente.
Los filósofos hallan de nuevo el dinamismo
entusiasta y conquistador que había caracterizado antes al Renacimiento. El
estudio de las ciencias de la naturaleza se libera de la esfera religiosa.
El
conocimiento científico afirma su autonomía. La omnipotencia de la razón
arrastra consigo una laicización del pensamiento. Los filósofos extenderán a
los más diversos terrenos la duda metódica de Descartes y pondrán en cuestión
lo que las generaciones anteriores aceptaban sin discutir.
En el siglo XVIII, filosofar equivale muchas
veces a ejercer libremente el espíritu de examen. Nada queda libre de
sospechas, ni las costumbres, ni las instituciones, ni la religión.
La Revolución Francesa
En 1789 la crisis de la sociedad francesa culminó en el
asalto y toma de la Bastilla: empezó “la Revolución Francesa”.
La antigua Francia entró en crisis a fines del siglo
XVIII. Los reyes habían perdido autoridad o por su inmoralidad o por su
debilidad o por su desastrosa política exterior. La administración estaba en
quiebra. El costo de la vida había aumentado excesivamente. Las antiguas clases
de la nobleza y el clero se tambalearon, al aparecer la burguesía y los
campesinos.
El rey no pudo contener al pueblo amotinado, que asaltó y tomó la Bastilla, prisión considerada como símbolo de la monarquía absoluta. La Asamblea Nacional Constituyente proclamó “los derechos del hombre y del ciudadano”. Se aprobaron, además, reformas económicas.
El rey no pudo contener al pueblo amotinado, que asaltó y tomó la Bastilla, prisión considerada como símbolo de la monarquía absoluta. La Asamblea Nacional Constituyente proclamó “los derechos del hombre y del ciudadano”. Se aprobaron, además, reformas económicas.
La Iglesia francesa fue atacada. Se obligó a los
sacerdotes a jurar fidelidad a la Revolución. Y los que se negaron, tuvieron
que abandonar su parroquia. El pueblo, empujado por los más exaltados, saqueó y
destruyó los edificios religiosos y persiguió a los clérigos.
La Revolución juzgaba inútil la vida de las Órdenes
religiosas; por eso ordenó la supresión de todos los conventos. En 1789,
este reproche de inutilidad aumenta a medida que crece la ambición sobre los
bienes de los monasterios.
Unas religiosas carmelitas, cuando su monasterio fue
clausurado, se reunieron en lugares que el pueblo les prestó. Cuando las
descubrieron y arrestaron, animaron al pueblo con su ejemplo. Mientras eran
conducidas al lugar del sacrificio, cantaban e invocaban al Espíritu Santo.
La Revolución Francesa fue dominada por los exaltados,
que provocaron el terror: cualquier sospechoso era ajusticiado.
Recuperación de la pobreza
Las críticas despreciativas que se hacen de
la pobreza en general y de la religiosa en particular insinúan la duda sobre su
valor en el espíritu de los propios monjes.
No es agradable, en el siglo de las luces, verse considerado como un insulto al progreso de la humanidad, ser acusado por una sociedad que coloca a las Órdenes religiosas en la clase peligrosa de los vagabundos y parásitos...
No es agradable, en el siglo de las luces, verse considerado como un insulto al progreso de la humanidad, ser acusado por una sociedad que coloca a las Órdenes religiosas en la clase peligrosa de los vagabundos y parásitos...
Pero no había desaparecido con ello todo
espíritu de pobreza. Los antiguos religiosos, convirtiéndose en párrocos,
siguen observando sus votos. Otros redescubren la pobreza en el exilio...
El 13 de diciembre de 1795, los Obispos reunidos en París... dirigen una “Segunda carta encíclica”... Relacionan de nuevo la pobreza voluntaria con el trabajo. Ese voto sublime de los que han renunciado al mundo no es “ni mucho menos meritorio, si dispensa del trabajo”.
El 13 de diciembre de 1795, los Obispos reunidos en París... dirigen una “Segunda carta encíclica”... Relacionan de nuevo la pobreza voluntaria con el trabajo. Ese voto sublime de los que han renunciado al mundo no es “ni mucho menos meritorio, si dispensa del trabajo”.
De forma paralela, los Obispos
reunidos recuerdan a todos los cristianos la obligación de socorrer a los
pobres y a los necesitados.
Enuncian una serie de recomendaciones que se inspiran en la tradición caritativa de la Iglesia, una actividad que también había contestado el siglo de las luces.
Enuncian una serie de recomendaciones que se inspiran en la tradición caritativa de la Iglesia, una actividad que también había contestado el siglo de las luces.
El papel del Estado
El sueño de un comunismo agrario
correspondiente al estado de naturaleza se encuentra por toda Europa,
especialmente en Inglaterra y en España, entre todos los que desean ver
desaparecer el espectáculo de la mendicidad.
Pero sobre todo se abre paso un nuevo
movimiento de ideas que acepta más positivamente que el estado tiene que
sustituir a la Iglesia en la asistencia a los pobres. Es una tarea que incumbe
y que ha de traducirse esencialmente en la de proporcionar trabajo a todos.
El Estado tiene que inculcar el gusto
por el trabajo a los niños, prepararles profesionalmente y hasta obligar a los
recalcitrantes.
De hecho, aunque se admite la idea de una responsabilidad de la sociedad en la situación de los pobres, existe realmente un gran rigor frente a ellos. A algunos les gustarían penas más severas, la obligación de un pasaporte para todos los viajeros, una policía más enérgica.
De hecho, aunque se admite la idea de una responsabilidad de la sociedad en la situación de los pobres, existe realmente un gran rigor frente a ellos. A algunos les gustarían penas más severas, la obligación de un pasaporte para todos los viajeros, una policía más enérgica.
La beneficencia sólo se ejercerá con
los pobres que tengan un domicilio. Los demás representan siempre un peligro
para los propietarios, para los campesinos y los comerciantes. La crítica que
hace la “Encyclopédie” de los hospitales se basa en la idea de que lo esencial
es proporcionar trabajo a los indigentes.
En Francia, a finales del siglo XVIII,
los “depósitos de mendigos” sustituyen a los “hospitales generales” (“hospicios”). Los
financia el Estado. Su carácter represivo es mucho más acentuado. Sólo ingresan
los mendigos y los vagabundos.
En Inglaterra, una casa común a varias
parroquias (poor-house) les reserva un régimen más llevadero. En la península
Ibérica, como en Europa central, se extiende la idea de que la solución del
pauperismo pasa por la educación y el trabajo, pero los resultados son poco
elocuentes.
Por el contrario, la Austria de José II y la Prusia de Federico II desarrollan una verdadera política social, en la que el Estado asume la parte que le corresponde.
Por el contrario, la Austria de José II y la Prusia de Federico II desarrollan una verdadera política social, en la que el Estado asume la parte que le corresponde.
Los pobres son necesarios
El principio de la igualdad natural
impulsa a trabajar por la extinción del pauperismo. Pero la razón y el “buen
sentido” del siglo XVIII aportan inmediatamente un correctivo.
La desigualdad de las riquezas no es más que un mal aparente, ya que favorece la cohesión social. De la desigualdad de las condiciones nace el intercambio de servicios...
La desigualdad de las riquezas no es más que un mal aparente, ya que favorece la cohesión social. De la desigualdad de las condiciones nace el intercambio de servicios...
El siglo XVIII no cree que la pobreza
sea incompatible con la igualdad ante la felicidad.
Se desarrolla el tema de que la felicidad es subjetiva, de que es independiente de la condición social, de que está inscrita en la naturaleza, de los pobres miden sus deseos por ser las verdaderas necesidades y de que los miserables ni siquiera tienen una idea de lo que es la felicidad.
Se desarrolla el tema de que la felicidad es subjetiva, de que es independiente de la condición social, de que está inscrita en la naturaleza, de los pobres miden sus deseos por ser las verdaderas necesidades y de que los miserables ni siquiera tienen una idea de lo que es la felicidad.
La desigualdad resulta necesaria para
el orden social y para la felicidad colectiva. Al siglo de las luces le
gustaría suprimir la pobreza, pero al mismo tiempo proclama que los pobres son
necesarios.
Bibliografía
*
Paul Christophe, Para
leer la historia de la pobreza (del siglo I al siglo XX), editorial Verbo
Divino, Navarra, España, 1989
Bibliografía complementaria
- Álvarez Herrera,
M. Sp.S., J.G., La Iglesia ante el tribunal de la humanidad, Progreso,
México, 1970
- Joulin, Marc, Vida de San Juan María Vianney, El
Cura de Ars, San Pablo, Madrid, 1991
- López Ríos,
Bernardo, en Palabra, revista doctrinal e ideológica del Partido Acción
Nacional:
Para leer la historia de la pobreza (del
siglo I al siglo XI), , Año 17,
No. 70, octubre-diciembre, México, 2004, pp. 107-126
Para leer la historia de la pobreza (del
siglo XI al siglo XV), Año 18,
No. 71, enero-marzo, México, 2005, pp. 131-151
- Loza Macías,
S.J., Manuel, Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano
de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992
- La creación
de riqueza: su grandeza y su miseria, Colección “Diálogo y Autocrítica”,
No. 38, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1994
- Sheen, Fulton J., La historia que proclaman las
piedras de Notre Dame, en La vida merece vivirse (Quinta serie),
Planeta, Barcelona, 1970, pp. 183-194
- Wagner, Carlos, Los pobres en el mundo, Latinoamérica y México, en Palabra, revista doctrinal e ideológica
del Partido Acción Nacional, año 17, núm. 69, julio-septiembre, México 2004,
pp. 11-34
- Historia
Gráfica de la Iglesia, Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C., México 1990
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