Nicolás Berdiaev (1874-1948)
El rostro humano: reflejo de la existencia divina
Por Bernardo López Ríos *
* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica
El problema de la persona es el
problema fundamental de la filosofía
N. Berdiaev
Introducción
Los escritos de Berdiaev producen una
música extraña para nuestra época. En su obra se habla sin rodeos de un orden
divino del mundo, del arte como trascendencia y suprema libertad y fuerza
creadoras. Nada se encontrará allí de relativismo ni de incapacidad para todo
vuelo hacia profundidades sagradas y sutiles. Para Berdiaev sólo el arte, la
belleza y la creación de nuevos mundos le permiten al sujeto ser. El individuo
se hace real como expresión de una humanidad digna sólo cuando quiebra la
necesidad. Se trasciende lo necesario e impuesto por la libertad. Y ese estado
libre necesita de una sociedad que no niegue, explote o manipule a la persona.
Y ese estado libre es poder creador. Pero no como concepto retórico. Sólo hay
libertad cuando se cristaliza un efectivo acto de creación. La creación
transfigura al mundo. Lo rehace y permite la explosión de espacios nuevos
impregnados por fresca potencia creadora.[1]
En el marco del personalismo
existencial destaca la original, profunda y quizás podríamos decir poética
reflexión sobre el rostro humano realizada por el gran filósofo ruso Nicolás
Berdiaev, pensador cuya intensidad de vida podría compararse, si se nos
permite, con la de José Vasconcelos.
El
rostro humano
Recientemente, el Padre Pedro M.
Gasparotto, M.C.C.P., hizo la siguiente meditación filosófica sobre el rostro
humano:
“Todo habla en el hombre. Según Levinas
su rostro es una palabra riquísima, inagotable e intraducible en signos orales
y escritos. Ya Jesús, mucho antes que Sartre, había llamado la atención sobre
lo perjudicial de una “mirada” impura (Mt 5, 28). Es el gran pecado de los
“mirones”, que llenan el alma de podredumbre y pretenden ser inocentes, porque
sólo ven y no hacen. Para nuestra fortuna existe también la infinita ternura de
una sonrisa cargada de amor.
“Desde luego, no se ha explicado mucho
diciendo que la sonrisa es el producto de 42 músculos en movimiento. Hay mucho
más en su fondo y no por nada en las familias se hace fiesta cuando el niño
empieza a sonreír, así como cuando empieza a andar por sí solo o cuando empieza
a decir palabras.
“En la pantalla del rostro humano
aparece mucho más que las benditas sonrisas: hay la risa, hay la carcajada, hay
la mímica, hay la máscara, hay el beso tan polivalente, hay el cambio de color,
el temblor, el brillo de la mirada y las lágrimas.
¡Un universo de humanidad sin una sola
palabra!
“Efectivamente, se dice que el hombre
está hecho a imagen de Dios. Pero ¿a qué nivel está esta bendita imagen? En su De Trinitate San Agustín ha intentado
explorar la imagen trinitaria del alma humana. Desde luego, la hay en la
formidable actividad interior de la “ideación” universalizadora. Pero, ¿la hay
también en el rostro? ¿Por qué ciertos rostros son tan bellos sin ser bellos y
otros, son tan feos, a pesar de estar hábilmente manipulados y trucados? ¿Por
qué ciertas miradas dan paz y alegría y otras dan miedo? ¿Por qué tenemos tanto
miedo de ser mirados? ¿Por qué la mirada es insaciable y puede incluso llevar a
la perdición? ¿Por qué ciertas cosas habría sido mejor no haberlas visto
nunca?”[2]
“En latín, cosa curiosa -escribe
Berdiaev-, la palabra ‘persona’ significa máscara y se refiere a la
representación teatral. La persona es, ante todo, máscara. Por medio de la
máscara, el hombre se entreabre al mundo, pero también se protege contra la
‘distracción’ causada por el mundo. A ello se debe que la actuación, la ‘representación’,
no denoten solamente el deseo de desempeñar un papel en la vida sino también la
necesidad de preservarse del mundo circundante, de seguir siendo uno mismo en
el fuero interno.
“El instinto escénico posee una doble
significación. Por una parte, es el efecto de la condición del hombre, colocado
siempre en presencia de la muchedumbre de sus semejantes, entre los cuales la
persona aspira a desempeñar un papel, a ocupar una situación. El instinto escénico es de
esencia social. Pero se presenta también de otra manera: el yo pasa a otro
yo... la persona reviste una máscara.
“Y esto indica siempre que, en la
sociedad, en el comercio natural con los hombres, la persona no logra salir de
su soledad; en el papel que desempeña, bajo la máscara que lleva, el hombre
permanece siempre solo. En las orgías de los cultos dionisíacos la soledad solo era superada
mediante la aniquilación de la personalidad. La soledad no puede ser vencida en
la sociedad, en el seno de la muchedumbre de los hombres, en el mundo objetivado:
esa victoria se logra sólo mediante la comunión, en el mundo espiritual.
“En la comunión auténtica, la persona
no se representa más que a sí misma, se actúa a sí y no a otro, y en lugar de
encarnarse en otro yo, se une al ‘tú? Sin dejar de ser ella misma.
“En medio de la muchedumbre humana,
considerada como objeto, la persona aspira constantemente a desempeñar un papel
distinto del suyo, a encarnarse en otro: cesa de ser una persona para
convertirse en un personaje. Tener una situación en la sociedad significa
generalmente desempeñar un papel, tomar una máscara, encarnar un personaje
impuesto desde afuera.
“Pero en el plano de la existencia,
fuera de toda objetivación y socialización, la persona quiere ser ella misma,
el hombre aspira a encontrar un espejo en otro rostro humano, aunque sea único,
en un ‘tú’.
Esta
necesidad de ser reflejada verídicamente es inherente a la persona, a su
‘rostro’. El rostro busca un espejo que no sea deformante. El narcisismo es, en
cierto sentido, esencial para el rostro. Este espejo fiel es, ya lo hemos
visto, el rostro de aquel que ama. El rostro quiere una comunión verídica. Hay
algo de lamentable en la fotografía, donde el rostro no se refleja en el rostro
amante sino en un objeto indiferente, donde, en otros términos, el rostro es
objetivado y sustraído a su verdadera existencia.
“Nada en el mundo es más
significativo, nada hace más sensible el misterio de la existencia que el
rostro humano. El problema de la persona está ligado en primer lugar al
problema del rostro. El rostro se presenta siempre como algo que rompe e
interrumpe el mundo objetivado, como un rayo escapado del mundo misterioso de
la existencia humana que lleva el reflejo de la existencia divina.
“La persona entra en comunión con la
persona, antes que nada, gracias al rostro. La percepción del rostro no
se asemeja en nada a la percepción de un fenómeno físico; es una penetración en
el alma y en el espíritu. El rostro es el testimonio de que el hombre es un ser
integral, que no está desdoblado en carne y espíritu, en alma y cuerpo.
Significa la victoria del espíritu sobre la resistencia de la materia. Así es
como, según Bergson, se define el cuerpo. Esto vale, en primer término, para el
rostro.
“La expresión de los ojos no es un
objeto, no pertenece al mundo físico objetivado; es una pura manifestación de
la existencia, la aparición del espíritu bajo una forma concreta. Con un objeto
no puede hacerse otra cosa que disponer de él; con un rostro no se puede hacer
otra cosa que comulgar”.[3]
Berdiaev frente al rostro totalitario
En 1917 estalló la Revolución Rusa y
Berdiaev era amigo de Lunacharski y de otros importantes personajes del partido
comunista. Berdiaev “solía tomar la palabra en las reuniones obreras, para
defender a Jesucristo y a la Virgen en unos apasionantes diálogos con
soldados y obreros recientemente conquistada por la propaganda oficial
antirreligiosa.
“Si la atmósfera seguía siendo
respirable para los escritores, el hombre ruso experimentaba un notable cambio
psicofisiológico. Empezaba a delinearse el tipo del agit prop, del fanático frío, instrumento ciego del partido, tipo que irá
formándose poco a poco no sólo en Rusia, sino en todas partes, allí donde el
partido comunista organizaba sus cuadros y formaba sus instrumentos de trabajo.
Es el tipo que describe Raymond Abellio en su novela Los ojos de
Ezequiel están abiertos como ‘peste de alto
rendimiento’ y al que retrató en la persona del activista Pirenne.
“Según Berdiaev, inmediatamente después
de la revolución ‘... un nuevo tipo antropológico se estaba formando, en el que
no se notaba ninguna expresión de bondad: rostros de rasgos mal definidos, muy
diversos de los de los rusos, lisos, bien afeitados, cruel la expresión,
inquieta y agresiva. No había nada que pudiera hacer recordar los rostros de
los intelectuales de antaño, de los intelectuales rusos que preparaban la
revolución. El nuevo tipo antropológico provenía de la guerra, que había
también proporcionado los nuevos cuadros de los dirigentes bolcheviques. Se
trataba del nuevo tipo del militante, semejante al tipo fascista... Hombres y
pueblos pueden transformarse de manera sorprendente. En lo sucesivo, hubo
iguales metamorfosis también en Alemania, y ellas se producen quizá hoy
todavía, en Francia’. Esta metamorfosis había producido el tipo humano descrito
por Abellio, ‘el tipo nativo
del comunista y del fascista’.
“Es justo reconocer que era difícil
seguir en un camino humano en medio de una transformación que implicaba hasta
el rostro físico de los hombres. Hoy día el tipo nativo del comunista y del
fascista, tal como Berdiaev y Abellio lo han esbozado, ha desaparecido casi de
Europa y está desapareciendo en la misma Rusia, donde está siendo sustituido
por los ‘stiliagi’, los hombres que tienen un estilo, y contra los cuales se empeñan hoy el partido, la prensa y la
propaganda comunistas sin darse cuenta de que es imposible luchar en contra de
los cambios fisiológicos, consecuencias fatales del cambio psíquico-intelectual
ocurrido en el interior misterioso de la especie”.[4]
El concepto de objetivación
El principio de objetivación es uno de
los problemas centrales de Berdiaev. De este problema depende para él el
destino futuro, la posibilidad misma de la filosofía. La objetivación es, ante
todo, una forma de estar ajeno, de exteriorización de las sensaciones de un
sujeto, sus proyecciones en un mundo ajeno a él, el mundo de los objetos: “la
objetivación es el nacimiento de un no-yo exteriorizado en lugar del tú
existente interiormente. Los objetos del pensamiento son creaciones del
pensamiento mismo. Esta es la objetivación.
En el mundo que resulta de este proceso
todo está disgregado, exteriorizado, separado; la objetivación tiene el efecto
de enajenar y desunir. Sus signos están indicados, para Berdiaev, en las
siguientes características: el aislamiento del objeto respecto al sujeto;
absorbimiento de lo individual único, de lo personal en general, en lo
universal impersonal; dominio de la necesidad, de la determinación externa,
sofocamiento y opresión de la libertad; adecuación al carácter masivo del mundo
y de la Historia, al hombre medio, socialización del hombre y de sus opiniones,
hasta suprimir cada originalidad, el proceso de objetivación separa fenómeno y
noúmeno. La objetivación de las formas intelectuales empieza a vivir una vida
autónoma y engendra una no realidad.[5]
Nicolás Berdiaev
Nació el 19 de marzo de 1874 en una
aldea situada no lejos de Kiev. Su familia pertenecía a la alta nobleza. Su
padre, Alejandro, era oficial de la guardia imperial y comprometido con el
gobierno, aunque sin gusto por la carrera militar, por lo cual se acogió a un
pronto retiro, yéndose a sus posesiones y escapando apenas a la ruina. Se había
casado con una mujer de habla francesa, aunque perteneciente a la alta
aristocracia polaca. Como ésta había pasado su infancia y recibido su educación
en París, era más francesa que rusa. Aunque ortodoxa, se sentía fuertemente
atraída por el catolicismo. De su madre tenía Nicolás, además de la belleza, el
gusto por la vida mundana.
Nicolás pasó en Kiev su infancia y
adolescencia. A los 10 años de edad ingresó como externo en el Cuerpo de
cadetes. En esta escuela de preparación militar, la disciplina era muy dura.
Nicolás se sentía allí desdichado y desamparado. Se negaba a mezclarse en los
juegos y diversiones de sus camaradas. Los encontraba vulgares y necios, y
prefería la compañía de las jóvenes. Distaba mucho de ser un buen alumno. Las
matemáticas y la ortografía le rechazaban. Como la poesía no le gustaba, no
hacía ningún esfuerzo por aprender de memoria los versos. Llegó incluso a
desalentar a un repetidor que sus padres le habían contratado. Sin embargo, no
era perezoso. Niño precoz, le gustaba retirarse a su habitación, aislada del
resto del apartamento y sumirse en la lectura de novelas o de dramas. A los 14
años leía y se esforzaba por comprender a Kant, Hegel, Schopenhauer, cuyas
obras retiraba de la biblioteca de su padre.
En casa de los Branitzki, riquísimos
parientes polacos de su madre, fue donde Nicolás trabó relación con el gran mundo
feudal y aristocrático. La influencia de este mundo, unida a la de su ambiente
familiar, debió generar en él diversos sentimientos. Entre éstos, tres se
imponen por su vivacidad y tenacidad:
El primero es un sentimiento de
superioridad, el cual, cuando Nicolás. En su adolescencia, se dio cuenta de la
falta de verdadera aristocracia en la alta sociedad rusa, dejó de estar
sostenido por la vanidad de pertenecer a la clase privilegiada y pasó a estarlo
por la conciencia de formar parte de una “élite espiritual”. Esta conciencia
estuvo acompañada de un orgullo, resto de vanidad pueril, que, aunque combatido
mediante una gran humildad, nunca se desvaneció del todo.
Junto al sentimiento de superioridad,
estaba el de soledad. No era una sociedad como la de los Branitzki, más
inclinada a buscar los placeres y las distracciones que a interesarse en un
niño, la que hubiera podido disipar este sentimiento sacando a Nicolás de un
aislamiento que se le hizo todavía más difícil de soportar después de la muerte
de su institutriz, acontecida cuando el tenía catorce años.
El tercero es el sentimiento de vivir
en un mundo malvado, hostil, repugnante, donde el odio triunfa sobre el amor,
la injusticia sobre la justicia, el mal sobre el bien; donde reina el
sufrimiento, donde la felicidad no es sino una palabra desprovista de
significado.
El sentido de su existencia constituyó
una interrogación que, en el umbral de su adolescencia, salvó a Nicolás
Berdiaev. Estuvo en la raíz de “una metamorfosis vivida en el entusiasmo”. “Acababa
yo de sentir un gran arrebato espiritual. Sentía nacer y crecer en mí una
curiosa resistencia, una especie de fundamento de vida espiritual inconmovible,
no porque hubiera encontrado la verdad, el sentido de la vida, sino porque
había tomado la resolución de consagrarla a la búsqueda y al servicio de la
verdad, a la búsqueda del sentido de la vida” (Ensayo de autobiografía).
Esta búsqueda tenía inevitablemente que
llevar a Nicolás a plantearse cuestiones de orden religioso. Con la esperanza
de encontrarles una respuesta, se volvió hacia la ortodoxia tradicional, que
hasta entonces le había sido desconocida, porque sus padres nunca le habían
hecho mención de ella. Pero no puede hablarse de conversión. Se trata solamente
de una orientación tomada entre otras por un espíritu ávido de enriquecerse. En
esa época, Berdiaev se familiarizó con Tolstoi y Dostoievski, particularmente
con las extraordinarias conversaciones entre Iván y Alexei Karamazov en Los hermanos
Karamazov. Aparece ante sus ojos la profundidad
de la vida humana y decide consagrar su existencia a vivir intensamente ese
misterio. Asimismo, se apasionó por las obras de filosofía.
En el Cuerpo de Cadetes su situación se
había vuelto intolerable. Como sus profesores comprendieron que era absurdo
empeñarse en retener a un joven tan poco hecho para el oficio de las armas, lo
dejaron irse. Al sentirse entonces más libre, Nicolás, pese a su intención de
buscar un sentido a la vida, no tuvo más que una idea: defender la libertad,
contra la cual, según él, atentan todo agrupamiento social y todo vínculo. Sea
lo que fuese, el compromiso estaba tomado. Berdiaev no cesará de afirmar la
primacía de la libertad, y esto lo llevó a fundar sobre ella su Weltanschauung.
“Yo busco no la autonomía del Estado y de
la sociedad respecto de la religión, sino el fundamento y la corroboración del
Estado en la religión. Por nada del mundo quiero ser liberado de Dios; quiero
ser libre en Dios y por Dios... Dios tiene que volver nuevamente a ser el
centro de nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestro sentimiento, nuestro único
sueño, nuestra única espera, nuestra sola esperanza. Mi sed de una libertad sin
límites tiene necesidad de comprenderse como un conflicto con el mundo, no con
Dios”.[6]
La ruptura con la sociedad aristocrática
y la entrada en el mundo revolucionario, éstos son, afirmaba Berdiaev, los
hechos principales de su biografía.
Durante los pocos años que se sitúan
entre estos dos acontecimientos, ocupados en la preparación del ingreso en el
bachillerato, trabó relación con los pensadores populistas rusos, cuya entrega
a la resolución del problema de las relaciones del individuo con la sociedad no
podía dejarle de interesar en grado máximo.
Nicolás Mijailovski, fuertemente
influido por Herzen y por su amigo, el escritor revolucionario Pedro Lavrov, lo
aguijoneó hacia el personalismo, que debía convertirse en el gran tema
berdiaeviano. En contacto con ellos, nuestro joven se alejó definitivamente de
la nobleza. La indignación que le había despertado el desprecio a la plebe que
mostraban muchos miembros de esta clase cortó los últimos lazos que lo podían
retener. Por eso se volvió hacia los judíos, entre quienes estaba seguro de no
encontrar ningún noble. Hasta el comienzo de su vida universitaria buscó la
compañía de estos. Luego fue su defensor, y escribió artículos contra el
antisemitismo, cuyas causas se esforzó por encontrar.
Desde su infancia el joven Berdiaev
presenció los feroces debates que azotaban la intelligentsia rusa en el final del siglo XIX: el pensamiento de Hegel que fructificó
en los jóvenes rusos de aquello tiempos con una fuerza imparable, el socialismo
marxista planteado desde mil interpretaciones, la Ilustración rusa tras la
reforma de Pedro I, etc. Las tertulias promovidas por la aristocracia eran, en
aquellos tiempos de asfixiante falta de libertad y de aplastante presión
estatal, los únicos foros de reflexión medianamente libres, aunque sin
repercusión política. Berdiaev también se vería influido por Visen, los
místicos alemanes Boheme, Silesius y Vaan Baader.
Se matricula en Derecho, carrera que
nunca finalizó, y toma contacto con un ambiente estudiantil extremadamente
activo e inconformista. Antes de conocer directamente las corrientes
ideológicas que florecían en las aulas ya se encuentran en el joven Berdiaev
manifestaciones típicas de la intelligentsia rusa: sed de conocimiento, carácter autodidacta, formación filosófica
poco sistemática, rechazo hacia su origen aristocrático, interés por los
problemas sociales y políticos y un irreprimible deseo de cambiar las
estructuras tradicionales a favor de los más necesitados.
En 1894 descubrió
el marxismo. De inmediato, Berdiaev reprochará a los marxistas el quedarse en
el ámbito material de la vida, en el menos rico, desconociendo las profundidades
del ser humano. Aunque simpatizó con los ideales revolucionarios, no podía
contentarse con la estricta filosofía materialista, estrecha y poco comprensiva
en lo referido al arte o la religión.
En la universidad,
no tardó en entrar en relación con algunos estudiantes marxistas, entre los
cuales hay que citar a Lunacharski, futuro comisario del pueblo para la
instrucción pública. Berdiaev se puso al lado de ellos. Sus conocimientos
filosóficos y su cultura general no tardaron en distinguirlo de sus camaradas,
y su influencia sobre ellos creció día con día.
Sus primeras
conferencias las pronunció delante del comité socialdemócrata de Kiev, del que
pronto llegó a ser miembro. Se le consideraba un “líder revolucionario”. Sus
excelentes relaciones con los obreros, frente a los cuales, a pesar de la
conciencia que tenía de la propia superioridad, no adoptó jamás –contrariamente
a la mayoría de los intelectuales- una actitud altanera, consolidaron su
popularidad.
Encarcelado pro
primera vez por haber participado en una manifestación estudiantil, quedó en
libertad a los pocos días y retomó con más ahínco sus actividades
revolucionarias. Participó con frecuencia en las reuniones que se celebraban en
casa de G. Chepalnov, profesor de filosofía en la universidad de Kiev y
posteriormente uno de los fundadores del instituto de filosofía de Moscú. Las
conversaciones que allí se desarrollaban enriquecieron y agudizaron su espíritu
crítico.
Chepalnov, que
poseía el don de la persuasión, era un brillante adversario del materialismo.
Debió de tener ascendiente sobre Berdiaev, que poco a poco llegó a tomar en
cuenta solamente el aspecto idealista y pragmático del autor de El Capital
y a alejarse cada vez más del marxismo llamado ortodoxo.
Marx “había
heredado del idealismo alemán esa fe en la actividad del hombre que es, en
realidad, fe en el espíritu; es decir, que es incompatible con el materialismo.
En este aspecto, uno toca en el marxismo los elementos de una verdadera
filosofía existencial (...), que proclama el triunfo de la actividad humana
(Las fuentes y el sentido del comunismo ruso).
Carlos Castillo
Peraza señala que, sobre el
materialismo histórico Efraín González Luna “afirma que ‘si la
inteligencia rusa, no la burguesa ni menos la identificada con el zarismo, sino
la positiva y sinceramente comunista tuviera derecho al pensamiento y a la
expresión, estaría formada ya una metafísica del comunismo, rectificadora del
rígido dogmatismo impuesto por la dictadura y con vistas inéditas hacia la
religiosidad’. La influencia de Berdiaeff es obvia y el autor la hace
explícita cuando cita: ‘son las energías del alma las que el comunismo pone al
servicio de una ideología atea’”.[7]
Berdiaev se había
lanzado con ardor a la lucha por las ideas nuevas porque había comprendido que
la acción era la única posibilidad no sólo de salir de un aislamiento
insoportable, sino también de cambiar el mundo.
Pero, al alejarse
de una doctrina tal como la concebía la mayoría de sus camaradas, llegó a dudar
del proletariado, percatándose de que, en el fondo, las aspiraciones de éste,
viciadas por la venganza, tendían principalmente al establecimiento de una
nueva burguesía, detrás de la cual se perfilaba la terrible silueta de un gran
inquisidor.
Antonio Caso “indicaba que la metafísica de Marx era poco
original y reunía al materialismo y a la dialéctica de Hegel en una ‘síntesis
inconsistente, por no decir absurda’... Como bien lo había destacado el
filósofo ruso Nikolai Berdiáiev (1874-1948), observaba Caso, en Marx
había un prístino ‘mesianismo de clase’ que empujaba a desconfiar del conjunto
de sus ideas”.[8]
“La moral de Marx
no reconoce el valor de la personalidad humana; él también rompe con lo
humano y predica la dureza para con el hombre, en nombre de la
colectividad, en nombre del Estado futuro, del Estado socialista: La
colectividad substituye en Marx al Dios perdido...
“Y Marx jamás
fue un demócrata. Su tono es esencialmente antidemocrático”.[9]
Berdiaev continuó
la lucha no tanto en nombre del pueblo como en nombre de los valores culturales
y espirituales amenazados, y cuando viajó a Suiza para encontrarse con los
dirigentes socialdemócratas emigrados, uno de ellos, G. Plejanov, le dijo que
con las opiniones que expresaba no podría seguir siendo marxista. Esto sucedía
poco después del arresto y la expulsión de Berdiaev de la Universidad de Kiev,
hechos que tuvieron lugar en 1898, cuando la policía zarista logró, mediante
una redada, apoderarse de todo el comité socialdemócrata de la ciudad.
Permaneció cerca de cinco semanas en la cárcel.
Una vez dejado en
libertad, recibió la orden de no salir de Kiev y de permanecer bajo la
vigilancia de la policía, hasta que un tribunal competente se pronunciara sobre
el caso. Lo que parecía iba a ser un rápido proceso judicial se transformó en
un proceso administrativo que duró más de dos años y que finalizó sentenciando
a Berdiaev y a otros socialdemócratas a la pena de tres años de exilio en la
provincia norteña de Vologda, Siberia. Corría entonces el año 1900 y Nicolás
contaba con 26 años.
“Su exilio,
nuevamente gracias a las gestiones realizadas por su padre, es bastante menos
duro que el de sus compañeros, llegándose a ofrecer el traslado a una
residencia más meridional, que rechazó. Estaba autorizado a residir en una
posada sencilla, pero protegida contra el largo invierno, que se llamaba El
Ancla Dorada.
“En Vologda
Berdiaev sufre dos profundas transformaciones. La primera es espiritual y se
produce con la lectura de Visen y la relectura, más adulta, de Dostoievski y
Tolstoi. Alejado de revueltas estudiantiles y del clima revolucionario de la
universidad, posee un tiempo precioso para la vida interior. Pasea, siempre que
es posible, alrededor de esta pequeña villa medieval, rezando en una
pequeña capilla semiderruida. Desde ese momento lo que era un impulso personal
hacia la vida espiritual se transforma en el punto capital de su filosofía:
la primacía de los valores espirituales y de la belleza sobre las
consideraciones materiales y, sobre todo, de la persona espiritual sobre los
medios políticos o racionales.
“Se produce un
alejamiento ya irreversible respecto al marxismo. Le pareció repulsiva la
actitud del resto de exiliados consistente en decidir colectivamente cuestiones
de conciencia personal. El ambiente se le hacía irrespirable frente a la
profesión de fe ciega en el materialismo y de rechazo a toda creatividad e
independencia personal. Intenta convencerlos de que el incremento del nivel de
vida económico no podía ser un fin en sí. Influido por los últimos escritos de
Herzen y Nietzsche, consideraba toda objetivación como peligrosa, y así
intentaba mostrárselo a sus compañeros: el fin último no podía ser otro que la
conquista de la libertad y su ejercicio efectivo por todo hombre.
Incomprendido, sintió como la grieta que lo separaba de los marxistas e incluso
de los socialdemócratas se incrementaba”.[10]
“La moral de
Nietzsche no reconoce el valor de la personalidad humana; rompe con lo humano,
predica la dureza para con el hombre, en función de fines sobrehumanos, en
nombre del futuro y de lo lejano, en nombre de la sublimidad. El superhombre
reemplaza en Nietzsche al Dios perdido. No puede, no quiere mantenerse en lo
humano, en sólo lo humano. Con el individuo sobrehumano de Nietzsche perece
la imagen del hombre”.[11]
La Revolución de
Octubre no sorprende a los intelectuales rusos. Las diferentes reacciones
motivadas por la Revolución provocan una ruptura dentro de los intelectuales.
Se forman dos frentes: los partidarios del comunismo recién implantado y
quienes ven en él una tiranía irresistible. Esta fractura provocará la
separación entre Berdiaev y muchos de sus amigos.
Inmediatamenbte la
crueldad se apodera de las calles de Moscú. Durante esos días Nicolás se
involucra en multitud de altercados. El más grave tiene lugar cuando Berdiaev,
que había salido de su casa para apreciar la situación, desembocó en una plaza
donde una muchedumbre revolucionaria hacía frente a un pelotón de soldados
sobreexcitados. La descarga de fusilería era inminente. Sin escuchar otra voz
que la de su coraje, Berdiaev no vaciló en adelantarse solo, e interpelando al
comandante le pidió que no derramase la sangre de los que enfrentaban a la
tropa. El instante fue decisivo. Pero la matanza no se produjo. “Hoy sigo
considerando un milagro que Nicolás no haya sido derribado allí mismo de un
tiro por el oficial”, comenta la señora E. Rapp, testigo de esta acción, de la
cual Berdiaev nunca se jactó.
No tardó mucho en
producirse la temida detención. En cada artículo, en cada panfleto, en cada
alocución pública, Berdiaev se mostraba crítico con las actuaciones del nuevo
gobierno, y proclamaba su fe cristiana frente al materialismo ciego y vulgar
que llenaba la propaganda política. Por suerte, este primer arresto durará
poco. Ayudan a su liberación el temido Dzerzinski y su antiguo camarada, ya
Comisario del pueblo, Lunacharski.
“Con todo el
fanatismo y el exclusivismo que los bolcheviques trataban de trasladar desde el
campo político al literario, artístico y filosófico, la vida intelectual pudo
desarrollarse con bastante libertad entre 1918 y 1922. Fue aquel un periodo,
incluso, de renacimiento religioso, a pesar de las medidas que el gobierno
tomaba contra la Iglesia. El teólogo Bulgakov y el poeta V. Soloviev, sobrino
del filósofo, se ordenaron sacerdotes, y el príncipe Eugenio Trubetskoi publicó
su libro El sentido de la vida (1918) en el que defendía la moral y la
metafísica de la Iglesia ortodoxa, expresando puntos de vista optimistas con
respecto al futuro desarrollo de la religión en Rusia.
“Aparecen también
el cuarto tomo de las cartas de Vladimir Soloviev, un libro del teólogo
Florenski (matemático de cultura enciclopédica, fue detenido en 1933 e
internado en un campo de concentración al norte de Rusia,[12]
donde murió al cabo de diez años) sobre Laura de San Sergio, el Tratado
sobre Dios, el mundo, el hombre y los pecados capitales, por Karsavin, y
otros libros representando opiniones situadas fuera del campo filosófico
oficial y, muchas veces, directamente contrarias.
“Berdiaev escribe
en 1918 su Filosofía de la desigualdad, inspirada por José de Maistre,
libro curioso por más de una razón, ya que De Maistre había sido, después de la
revolución francesa, el filósofo de la Restauración y había defendido en sus
libros las instituciones tradicionales, mientras Berdiaev gozaba en los años
postrevolucionarios de la confianza del gobierno soviético.
“Había sido
nombrado profesor de la Universidad de Moscú, en 1920, dictaba un curso sobre
la ética de la palabra en un instituto del Estado, e incluso inauguraba con un
discurso la Libre Academia de la Cultura Espiritual. Sin embargo, su Filosofía
de la desigualdad era un libro en el que el filósofo cristiano trataba de
restaurar ‘los fundamentos ontológicos y religiosos de la sociedad’, en un
momento en que estos fundamentos se derrumbaban bajo los golpes violentos de la
revolución marxista.
“En su Autobiografía
espiritual (obra póstuma editada en París en 1949) hay ecos lejanos de sus
contactos con la desigualdad y con las ideas de De Maistre y que recuerdan
también a Maritain: ‘Pienso todavía que la igualdad es una palabra vacía y que
el derecho social tiene que basarse en la dignidad de la persona humana y no en
la igualdad’. Según sus ideas de 1918, Rusia había sufrido el impacto de las
potencias occidentales y que era, por consiguiente, la masonería la que, a
través del bolchevismo, se había empeñado en destruir la Iglesia rusa.
`Sustituir la Iglesia de Cristo por una pseudoiglesia de falso humanitarismo’,
era el fin del racionalismo occidental, representado por la masonería y por el
comunismo ateo, instrumento éste de aquélla”.[13]
Un día de 1920,
después de horas angustiantes pasadas en el trabajo obligatorio (“una cosa
justa pero mal organizada”), Berdiaev volvió enfermo a su casa. Se acostó
temprano, pero fue bruscamente despertado por un grupo de soldados, dirigidos
por un funcionario de la Checa, que venía a arrestarlo. El allanamiento duró
toda la noche, y al amanecer, Berdiaev fue llevado a la cárcel. Su interrogador
no lo interrumpió sino para hacerle algunas observaciones. Cuando terminó,
Dzerjinski, tocado y seducido por su franqueza, se limitó a hacerle algunas
preguntas antes de dejarlo en libertad, con la condición de que no saliera de
Moscú sin su autorización. En verdad, Berdiaev había tenido mucha suerte. La
temible Checa no dejaba escapar fácilmente a sus víctimas.
Pitrim A. Sorokin
recuerda que “entre otros cargos, (Berdiaeff) ocupó la cátedra de Economía de
la Universidad de Moscú y fue uno de los fundadores de la Sociedad
Filosófico-Religiosa Rusa. En 1922, Berdiaeff fue detenido y expulsado de Rusia
por el Gobierno soviético (en el mismo grupo en que yo he sido desterrado”.[14]
En 1922 la pena
del exilio fue un mazazo terrible para Berdiaev, que amaba su tierra natal. Las
condiciones del viaje resultaron terribles: con apenas una muda de ropa y
veinte dólares en el bolsillo, sólo la ayuda del Estado alemán hizo la llegada
a aquel país un poco más humana, infundiendo la esperanza de los comités de
acogida y de la existencia de universidades libres que harían posible la
subsistencia.
Los años que van
desde 1922 a 1924 vieron a Berdiev en Berlín, donde fue nombrado decano del
Instituto Científico Ruso, cuya existencia estaba asegurada gracias a los
fondos aportados por el gobierno alemán. Enseñó allí historia del pensamiento y
la moral rusos, consagrando sus horas de ocio a la fundación, que se hizo
posible gracias a la ayuda de la YMCA, de una Academia de Filosofía y Religión.
Ésta agrupó principalmente a los intelectuales rusos expulsados de su patria después
de la Revolución de Octubre, y no tenía simpatía ninguna por los rusos blancos.
Berdiaev mismo les reprochaba su mentalidad enteramente impregnada por la
nostalgia de los bienes perdidos, su estrechez de espíritu engendrada por la
obsesión del bolcheviquismo y, sobre todo, el hecho de haber huido de su
patria.
Las malas
relaciones que existían entre los numerosos emigrados que residían en la
capital alemana (donde Berdiaev conoció a hombres eminentes como Max Scheler,
Keyserling –quien hizo el prefacio de su libro El sentido de la historia-,
Oswald Spengler) provocaron que tomara el camino hacia París, además de que
Berdiaev prefiere la capital francesa a Berlín, rechaza las corrientes
políticas que ve germinar en Alemania y especialmente la contraposición entre
los movimientos de izquierda, el liberalismo decadente y la reacción de extrema
derecha –nuevamente se ahoga entre filosofías que le son opuestas-, y,
finalmente, París se comienza a convertir en el nuevo centro de la cultura
rusa, lo que le resulta más atractivo.
En 1926 se instala
en Clamart (París) –aunque ya llevaba casi dos años en la capital francesa-,
donde vivirá en una modesta casa, hoy museo Berdiaev. Como la Academia lo había
seguido a Francia, reinició allí sus actividades, ocupándose además de la
redacción de la revista El camino.
Su reputación no
tardó en extenderse, y su casa, acogedora y abierta para todo el mundo, se
convirtió en un verdadero centro intelectual internacional. A partir de
entonces, Berdiaev pasaría su vida meditando y escribiendo la mayor parte de su
obra, sin interrumpir el trabajo salvo para dar conferencias, responder a
invitaciones que le llegaban desde todos los países de Europa occidental o para
participar en reuniones, coloquios y distintos congresos que le permitieron
trabar conocimiento con pensadores y escritores célebres.
Entre ellos, Ch.
Du Bos, E. Wilson, el padre Laberthonnière, Gabriel Marcel, Emmanuel Mounier,
con quienes estuvo más o menos relacionado; R. Fernández, A. Gide, R. Martín du
Gard, A. Maurois, J. Schlumberger, J. Wahl, asistentes habituales todos ellos a
las Décadas de Pontigny, a las cuales Berdiaev fue frecuentemente
convidado por P. Desjardins; K. Barth, L. Lavelle, R. Le Senne, A. Malraux.
Se hicieron sus
amigos íntimos F. Lieb, al que ofreció su colaboración en los cuadernos Oriente
y Occidente; Jacques Maritain, a quien conoció por intermedio de la señora
de León Bloy; R. Rolland, M. M. Davy, E. Lampert.
La larga búsqueda
orientada a dotar de un contenido ético a la revolución social le llevó hasta
un personalismo comunitario, que pudo exponer en numerosas publicaciones
y en sus conferencias por toda Europa: Inglaterra, Alemania, Austria, Suiza,
Holanda, Bélgica, Hungría, Checoslovaquia, Letonia, Estonia...
Para un gran número
de disidentes soviéticos, Berdiaev se convirtió en un verdadero maestro del
pensamiento. A lo largo de la URSS se multiplicaron los círculos de estudio
sobre Berdiaev, perseguidos implacablemente por un régimen que no tenía sino la
fuerza bruta para oponer al resplandor de un pensamiento infinitamente más
rico, más original y más profundo que todo lo que el marxismo-leninismo pudo
ofrecer.
“Allí donde no
hay Dios, tampoco hay hombre: tal es el descubrimiento experimental de
nuestra época”.[15]
Actualmente su
influencia sobre el personalismo está fuera de toda duda. Su participación es
fundamental para la creación de la revista Esprit, estando presente en
la reunión del 24 de junio de 1931 que dio lugar a su fundación junto con
Jacques Maritain, Gabriel Marcel, Jean Hugo, Georges Izard, Déléâge, P. Van der
Meer, O. Lacombe y Emmanuel Mounier. En el primer número de la revista (octubre
de 1932), publica su estudio: Verité et mensonge du communisme, que
causa una honda impresión en la izquierda francesa.
Las reuniones, los
grupos de trabajo y las publicaciones de aquella época se ven afectadas por la
convulsión social que desencadena la Segunda Guerra Mundial. Berdiaev sufre la
ocupación de París por parte de los nazis, no queriendo aceptar ninguna de las
invitaciones que le llegaron desde América. En varias ocasiones miembros de la
GESTAPO interrogan a Berdiaev, quien había escrito, y mucho, contra Hitler, el
nacionalsocialismo y todo tipo de totalitarismo, pero nunca es arrestado.
Ante la nueva
situación política, la vigilancia a la que se veía sometido para que no
realizara ningún pronunciamiento ni publicara ningún escrito, y el peligro
nazi, Berdiaev dedica todas sus fuerzas, dentro de la asociación que había
creado para acoger a los emigrados rusos, “Acción ortodoxa”, a salvar numerosos
judíos de los campos de concentración nazis. Muchos de los dirigentes de esta
organización son conducidos a la muerte por las SS.
En 1945 su esposa
Lidia se ve afectada por una enfermedad degenerativa muy rápida, que la lleva a
la muerte, la cual le mostró a Berdiaev una fe inmensa, la de una mujer que
enfrenta a su destino con el alma serena y la confianza en Cristo.
En 1947, y
desbancando a otros candidato (nada menos que K. Barth y J. Maritain), recibirá
el único título académico que poseyó en toda su vida: el doctorado honoris
causa en Teología por la Universidad de Cambridge, merecido reconocimiento
a su labor de recuperación de la patrística oriental y, sobre todo, a sus
ingentes esfuerzos por la reunificación del cristianismo en una sola Iglesia
bajo la luz de un mismo Espíritu. En la misma época se le comunica que ha sido
propuesto para el premio Nobel.
“En el catolicismo
había una colosal actividad humana que tenía por manifestación la soberanía del
Papa, la dominación del mundo por la Iglesia católica, la creación de una
inmensa cultura medieval. Esto es lo que distingue al catolicismo de la ortodoxia
oriental. El catolicismo no sólo conducía el hombre al cielo, sino que también
suscitaba la gloria y la belleza en la tierra. He aquí su gran secreto...
“La tendencia al
cielo y a la vida eterna engendra la belleza y produce la potencia en la vida
terrestre y temporal. El ascetismo del mundo católico medieval era una
excelente preparación para obrar. Protegió, concentró las energías creadoras
del hombre. La ascética medieval era una extraordinaria escuela para el hombre;
daba a su espíritu un temple sublime.
“Y el hombre
europeo de toda la historia moderna ha vivido de lo adquirido espiritualmente
en esta escuela. Le debe todo al cristianismo. Ninguna otra escuela de
espiritualidad lo ha podido disciplinar y poner a prueba de tal forma. El
hombre europeo malgasta sus fuerzas, se ha prodigado y consumido. Y si aún
sigue espiritualmente viviente, esto se debe únicamente a los cimientos
cristianos de su alma. El cristianismo sigue viviendo en él bajo una forma
secularizada, y lo ha preservado, de esta manera, de la descomposición”.[16]
Su primer título
universitario lo recibió nueve meses antes de entregar el alma a Dios.
Berdiaev lega a la
Iglesia rusa su casa en Clamart, en la que había mandado construir,
significativamente, una capilla dedicada al Espíritu Santo.
Los cristianos
tienen que dirigir su voluntad hacia la creación de una sociedad cristiana y de
una cultura cristiana, poner por encima de todo la búsqueda del Reino de Dios y
de su verdad (Una nueva Edad
Media).
En el cementerio,
cuando llegó el momento de inhumarlo, la fosa resultó demasiado pequeña: “¿No
es esto, como alguien ha pretendido, una imagen impresionante de este hombre
genial, que rebasó todos los marcos rígidos en que el mundo quería encerrarlo?”
Las profecías de Berdiaev
El Renacimiento
ha fracasado; la Reforma ha fracasado; las “Luces” han fracasado. Fracasaron
igualmente las revoluciones inspiradas en las “Luces”; y disipadas están las
esperanzas que ellas contenían. De igual manera fracasará el socialismo en
acción.
El bolchevismo
no es una realidad ontológica independiente, no tiene entidad en sí mismo. Es
sólo una alucinación del espíritu popular enfermo. El bolchevismo corresponde
al estado moral del pueblo ruso, expresa exteriormente crisis morales internas,
el abandono de la fe, la profunda desmoralización del pueblo.
El bolchevismo
tiene que ser vencido ante todo desde el interior, es decir, espiritualmente, y
sólo luego por la política. Hay que encontrar un nuevo principio espiritual de
organización del poder y de la cultura.
Si los
bolcheviques nos sorprenden por su fuerza, ello es sólo exteriormente. Pero son
tremendamente impotentes y sus obras están marcadas de trivialidad y de tedio.
Imitan a los hombres de poder. Pero detrás de todo esto está el pueblo ruso, y
a éste no podrá impedírsele que viva y que siga siendo un gran pueblo, con
dones elevados.
Y hay algo de
positivo en que el bolchevismo dure tan largo tiempo, en que no sea derribado
desde el exterior y por la fuerza.
Habrá muchas
sorpresas. Y la liberación vendrá no de donde los hombres la esperan sino de
donde Dios haya de enviarla.
El espíritu
moral tiene siempre la prioridad sobre la política.
Tenemos
poderosas razones para creer que las potencias creadoras del hombre sólo pueden
regenerarse y su identidad reconstituirse mediante una nueva época de ascetismo
religioso. Sólo una época así, que retorne a las fuentes espirituales del
hombre, podrá centrar sus energías y evitar que su identidad se reduzca por
completo a cenizas.
Y algunos
espíritus dotados de cierta intuición se dirigirían de buena gana a la Edad
Media para preguntar nuevamente por el verdadero origen de la vida humana; en
una palabra, para volverle a preguntar por el hombre.
Nuestra época
exige ante todo obras semejantes a las de san Agustín. Necesitamos tanto la fe como la idea. La salvación
de las sociedades que actualmente están en trance de perecer provendrá de
grupos animados por la fe. Su trama es la que formará el nuevo tejido de la
sociedad, ellos consolidarán los vínculos sociales en el momento de la
decadencia de los Estados antiguos. Y los antiguos Estados se derrumban. La
historia moderna llega a su desenlace. Y nos acercamos, lo he dicho ya, a
una época análoga a lo que fue la Edad Media en sus comienzos.
El centro
espiritual, en un porvenir inminente, lo será, como lo fue en la Edad Media,
sólo la Iglesia. Y la vida de la Iglesia se desarrolla actualmente por caminos
que no son oficiales, sino invisibles desde fuera. Las fronteras de la Iglesia
no aparecen claramente, no se las puede mostrar con el dedo, como si fuera un
objeto material. La vida de la Iglesia es misteriosa, y sus vías no son
comprensibles para la razón. El espíritu sopla hacia donde quiere.
La nueva Edad Media
triunfará sobre el atomismo de la historia moderna. Este atomismo es vencido
mentirosamente por el comunismo y verazmente por la Iglesia y el espíritu
ecuménico.
(Una nueva Edad Media, obra escrita en 1924)
NOTAS
[1] Cf. Esteban Ierardo, Presentación de
Nicolás Berdiaev, http://www.temakel.com/texolvberdiaev.htm
[2] Pedro M. Gasparotto, M.C.C.P., Vías de acceso al ser, al hombre, a Dios,
Sugerencias para una meditación filosófica, en Revista La Cuestión Social, Año 5, No. 2, Verano, julio-septiembre, México,
1997, pp. 129-130
[3] Alexis Klimov, Nicolás Berdiaev,
Introducción a su vida y obra, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1979, pp. 134-136
[4] Vintila Horia, La rebeldía de los
escritores soviéticos, Libros de bolsillo, RIALP, Madrid, 1960, pp. 99-100
[5] Cf. Bruno Gelati, Lo metafísico y lo
histórico en el drama del hombre y su destino. El sentido de la historia en
Berdiaev, Tesis de licenciatura en filosofía, Universidad Pontificia de
México, 1993, p. 37
[6] Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media,
Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1979, pp. 83-84
[7] Carlos Castillo Peraza, Efraín González
Luna, precursor del documento de Puebla, en El ogro antropófago,
EPESSA, México (s.f.), p. 103
[8] José Hernández Prado, La filosofía de la
cultura de Antonio Caso, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco,
México, 1994, p. 120. Ver también el análisis de Antonio Caso a la filosofía de
la historia de Berdiaev en La persona humana y el Estado totalitario,
obra publicada por la UNAM
[9] Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media,
op. cit., pp. 29 y 137
[10] Marcelo López Cambronero, Nikolái A.
Berdiáev: la libertad creativa, en Personalismo existencial. Berdiáev,
Guardini, Marcel, colección persona, no. 20, IMDOSOC, Fundación Emmanuel
Mounier, Madrid, 2006, pp. 17-18
[11] Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media,
op. cit., p. 29
[12] Cf. Tatiana Góricheva, La fuerza de la
locura cristiana, Mis experiencias, Herder, Barcelona, 1988, p. 24
[13] Vintila Horia, op. cit., pp. 97-99
[14] Pitrim A. Sorokin, Las filosofías sociales
de nuestra época de crisis, Aguilar, Madrid, 1966, p. 178
[15] Nicolás Berdiaev, Una nueva Edad Media,
op. cit., p. 63
[16] Ibid., pp. 19-20
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