martes, 28 de enero de 2014

El trabajo humano en la Doctrina Social Cristiana

El Trabajo Humano

Las directrices de la

encíclica “Laborem Exercens”

Por Bernardo López Ríos *


* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica

Dedicaremos nuestra atención a la encíclica Laborem Exercens de S.S Juan Pablo II. Fue dada a la publicidad el 14 de septiembre de 1981.

Trata sobre un tema particularmente importante y fundamental de los que constituyen el contenido de los documentos de la enseñanza de la Iglesia en el ámbito de la cuestión social: el trabajo humano.

Se refiere al trabajo intelectual y manual, de investigación y de producción, de dirección y de operación:

de todo trabajo característico del hombre, pues la actividad de las demás creaturas “relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo”.

La Doctrina Social de la Iglesia


Como acertadamente lo señala el Dr. Manuel Loza Macías, S.J., este documento recuerda que la doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escritura, especialmente en el Evangelio y en la Tradición.

Este patrimonio tradicional ha sido heredado y desarrollado por las enseñanzas de los Romanos Pontífices desde la Rerum Novarum. (nn 1, 2 y 3)

No corresponde a la Iglesia el aspecto científico y sus consecuencias de los cambios tecnológicos, económicos y políticos de la convivencia humana.

Mira el lado moral, natural y sobrenatural, con base en sus fuentes reveladas, para bien del hombre.

De un modo especial la Iglesia se fija en los aspectos morales de la Justicia y la Paz. De ésta última siguen siendo válidas las enseñanzas de la Pacem in Terris.

Por lo que toca a la Justicia el documento señala una evolución: hasta la Quadragesimo Anno se veía el ámbito de un país, después en la Mater et Magistra, en la Populorum Progresio y en la constitución Gaudium et spes, su objeto se ha ampliado al ámbito internacional. (nn 1, 4 y 2)

En una encíclica posterior, en la Sollicitudo rei socialis, S.S. Juan Pablo II precisaría que la “doctrina social de la Iglesia no es, pues, una ‘tercera vía’ entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia.

No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial.

Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología, y especialmente de la teología moral” (Sollicitudo rei socialis n 41).

Lo nuevo de la encíclica


Lo propio de esta encíclica es “poner de relieve” que el trabajo humano es una clave, “quizá la clave esencial, de toda la cuestión social” (n 3) desde el punto de vista del bien del hombre.

Trata de que “se descubran los nuevos significados del trabajo humano y que se formulen asimismo los nuevos cometidos que en este campo se brindan a cada hombre, a cada familia, a cada nación, a todo el género humano y, finalmente, a la misma Iglesia”. (n 2)

El hombre

El documento toma como punto central de referencia al hombre.

El que la encíclica Redemptor Hominis vio que “es el camino primero y fundamental de la Iglesia” (n 1) y que “como imagen de Dios es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. (n 6)

Los primeros principios

A lo largo de la encíclica se descubre que el orden querido por Dios, a la luz del pensamiento teológico y de la ciencia socioeconómica se basa en estos principios:

1.    “Primer principio de todo el ordenamiento ético-social: el principio del uso común de los bienes” (nn 14, 18 y 19).

2.    “Como persona el hombre es sujeto del trabajo” (n 6)

3.    “El derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al  destino universal de los bienes” (n 14)

4.    El capital.- “donación por parte de la naturaleza, y en definitiva por parte del Creador” (n 12) y “el conjunto de los medios es fruto del patrimonio histórico del trabajo humano” (n 12.) – de ningún modo se puede separar del trabajo, ni contraponerse entre sí, “ni menos aún, los hombres concretos que están detrás de estos conceptos”. (n 13)

5. “El principio de la prioridad del trabajo respecto al capital es un postulado que pertenece al orden moral social”. (n 15)

Conceptos nuevos

Al esclarecimiento de estos principios contribuye la introducción de dos conceptos de trabajo y dos conceptos de empresario.

El trabajo objetivo es un instrumento o medio que el hombre tiene para dominar el mundo visible: es la dimensión objetiva del trabajo. (n 5)

Su dimensión subjetiva o trabajo subjetivo es el hombre mismo, la persona, que domina, que tiene señorío, y que por eso es “imagen de Dios”.

Por tanto, es lógico cuando se habla de la superioridad del trabajo sobre el capital en toda la encíclica se está haciendo referencia a este aspecto subjetivo, a no ser que otra cosa se indique expresamente.

El “empresario directo es la persona o la institución, con la que el trabajador estipula directamente el contrato de trabajo, según determinadas condiciones” (n 16).

Empresario indirecto es el conjunto de elementos decisivos para la vida económica en la configuración de una determinada sociedad y Estado” (n 17).

Bajo este concepto se incluyen: personas, contratos colectivos, principios de comportamiento, sistema económico, toda la sociedad, el Estado, las conexiones entre los Estados, las dependencias recíprocas entre países y empresas, como son las multinacionales o transnacionales (n 17).

En el simposio internacional de la Fundación Konrad Adenauer sobre la encíclica Laborem exercens realizado en Roma en mayo de 1983, se hicieron valiosas aportaciones sobre este punto:

Renato Poblete Barth y Jorge Rodríguez Grossi resaltan que el Papa reconoce la existencia del empresario directo, que es quien inmediatamente se relaciona con el trabajador para efectos productivos, y del empresario indirecto que es la sociedad.

Esta se expresa a través del Estado democrático en consecuencia), quien tiene la responsabilidad de velar por el Bien Común, dentro del cual el digno trato al trabajador y la remuneración justa a éste constituyen parte fundamental.

Rudolf Uertz apunta que otra peculiaridad de la encíclica es el concepto de “empresario indirecto” al que el Papa introduce, en no poca medida, para asegurar una mayor coherencia del documento...

Aunque con esto no se hace referencia exclusivamente a instituciones y personas oficiales, se subraya sin embargo la importancia del Estado y también del orden político y del ordenamiento jurídico para una política laboral justa.

Eduard Gaugler recuerda que, con sus consideraciones acerca del ‘empresario indirecto’, la encíclica Laborem exercens ha puesto claramente de manifiesto que para el cumplimiento de los requerimientos humanitarios hay fuerzas poderosas que actúan sobre el empresario.

Especialmente el Estado y los sindicatos limitan el ámbito de acción político-empresarial.

Klaus Wiegelt afirma que el empresario directo es responsable pero también lo es el “indirecto” ya que de él depende todo un “entramado de condicionamientos” que influye en el comportamiento del empresario directo.

A ello se agregan “dependencias recíprocas”, especialmente en el actual sistema de la economía mundial, de manera tal que “en cierto sentido, el conjunto de elementos decisivos para la vida económica en la configuración de una determinada sociedad y Estado” (n 17) pertenecen al concepto de empresario indirecto y constituyen su responsabilidad.

En realidad esta responsabilidad tiene que ser entendida sólo como responsabilidad política...

Desde el punto de vista cristiano, las estructuras – o como dice el Papa Juan Pablo II: “el entramado de condicionamientos” (n 17) – y la responsabilidad del hombre, es decir, su libertad, son recíprocamente inseparables.

Este es el enunciado central sobre la relación entre empresario “directo” e “indirecto”.

De aquí se sigue que las estructuras tienen que ser adecuadas al hombre tal como él es: simul iustus et peccator. En caso contrario, su dignidad no sería captada y respetada.

Para Klaus König, la encíclica Laborem exercens nos ofrece un motivo para reflexionar nuevamente con mayor intensidad, a más de los problemas de una administración democrática o hasta democratizada, que fueran muchas veces discutidos en los últimos años, acerca del “Estado trabajador”.

Y aquí hay especialmente una distinción que estimula la reflexión acerca de las funciones de formación de sistemas y de conducción del mundo en torno que cumple la administración pública, es decir, la distinción entre empresario “directo” e “indirecto”.

La administración pública es ambas cosas. En el servicio público, millones de personas encuentran sus puestos de trabajo y están vinculadas con los organismos públicos a través de una relación laboral directa.

Además, la encíclica Laborem exercens pone claramente de manifiesto que, detrás de las relaciones laborales directas, hay diferentes factores que influyen sobre ellas.

Entre estos factores se cuentan contratos colectivos de trabajo, principios de comportamiento socio-económico y, especialmente, el Estado, que es a quien le corresponde llevar a cabo una política laboral justa.

Así pues, tenemos que considerar a la administración pública por lo pronto bajo dos aspectos, es decir, en tanto empresario “directo” e “indirecto”.

Pues evidentemente lo que importa es conocer las interdependencias de ambas funciones y, además, ponerse de acuerdo acerca del cambio social al que también está sometida la vida laboral en el sector público...

Tenemos que recordar que la tradicional eficacia de la administración alemana se basa en un fundamento con elementos religiosos y en la ética laboral y profesional.

El presupuesto realmente decisivo de una administración eficiente es la herencia histórica de una ética del deber.

No podemos eliminarla sin más en el Estado y en la sociedad. La encíclica Laborem exercens contribuye a la obtención de una concepción del mundo de derechos y deberes equilibrados en la vida laboral, en el ámbito de los asuntos públicos.

Enrique Pérez Olivares concluye que la encíclica incluye al Estado en la categoría de “empresario indirecto” y por tanto le origina una “verdadera responsabilidad” ya que “determina sustancialmente” algunos aspectos de la relación de trabajo, condiciona así el comportamiento del empresario directo cuando éste concreta la relación laboral por medio del contrato de trabajo.

El texto papal, además de insistir en el tema de la política laboral justa en el ámbito del Estado, anota cómo la interdependencia internacional lleva necesariamente a plantearse el tema en el ámbito de las relaciones internacionales y de la acción de las organizaciones internacionales.

Una precisión sobre la propiedad

De acuerdo con los principios, la propiedad de los medios de producción según la doctrina social católica,

“nunca se ha entendido de modo que pueda constituir un motivo de contraste social en el trabajo” (n 14), y los bienes “no pueden ser poseídos contra el trabajo,

no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el único título legítimo para su posesión – y esto ya sea en la forma de la propiedad privada, ya sea en la de la propiedad pública o colectiva -, es que sirvan al trabajo” (n 14).

Además, “la doctrina de la Iglesia...sobre el derecho a la propiedad privada, incluso cuando se trata de los medios de producción...se aparta radicalmente del programa del colectivismo, proclamado por el marxismo y realizado en diversos países del mundo en los decenios siguientes a la época de la Encíclica (Rerum Novarum) de León XIII...

se diferencia al mismo tiempo del programa del capitalismo, practicado por el liberalismo y por los sistemas políticos, que se refieren a él” (n 14).

Una imagen coherente del proceso económico

La “imagen coherente, teológica y al mismo tiempo humanística” (n 13) del proceso económico en general sería aquella en la que se diera “la compenetración recíproca entre el trabajo y lo que estamos acostumbrados a llamar el capital” (n 13).

Y el documento da una explicación:

“El hombre, trabajando en cualquier puesto de trabajo, ya sea éste relativamente primitivo o bien ultramoderno, puede darse cuenta fácilmente de que con su trabajo entra en un doble patrimonio, es decir, en el patrimonio de lo que ha sido dado a todos los hombres con los recursos de la naturaleza y de lo que los demás ya han elaborado anteriormente sobre la base de estos recursos, ante todo desarrollando la técnica, es decir, formando un conjunto de instrumentos de trabajo, cada vez más perfectos: el hombre, trabajando, al mismo tiempo reemplaza en el trabajo a los demás” (n 13).

“El hombre es en ella el señor de las creaturas, que están puestas a su disposición en el mundo visible.

Si en el proceso del trabajo se descubre alguna dependencia, ésta es la dependencia del Dador de todos los recursos de la creación, y es a su vez la dependencia de los demás hombres, a cuyo trabajo y a cuyas iniciativas debemos las ya perfeccionadas y ampliadas posibilidades de nuestro trabajo.

De todo esto que en el proceso de producción constituye un conjunto de cosas, de los instrumentos, del capital, podemos solamente afirmar que condiciona el trabajo del hombre; no podemos, en cambio, afirmar que ello constituya casi el sujeto anónimo que hace dependiente al hombre y su trabajo” (n 13).

El conflicto entre trabajo y capital

“La antinomia entre trabajo y capital no tiene su origen en la estructura del mismo proceso de producción, y ni siquiera en la del proceso económico en general.

Tal proceso demuestra en efecto la compenetración recíproca entre el trabajo y...el capital; demuestra su vinculación indisoluble” (n 13).

“La ruptura de esta imagen coherente, en la que se salvaguarda estrechamente el principio de la primacía de la persona sobre las cosas, ha tenido lugar en la mente humana” (n 13). O sea, que el hombre es quien ha violentado este orden.

Recuerda la explotación del trabajador por los empresarios en el pasado y advierte que aún hoy se puede continuar o reaparecer esta situación con la aceptación del economismo que sólo ve en el trabajo la finalidad económica y con el materialismo que subordina lo espiritual y personal a la realidad material. Y esto a nivel nacional e internacional. (n 13)

El materialismo marxista no es solución

“Es evidente que el materialismo, incluso en su forma dialéctica, no es capaz de ofrecer a la reflexión sobre el trabajo humano bases suficientes y definitivas para que la primacía del hombre sobre el instrumento-capital, la primacía de la persona sobre las cosas, pueda encontrar en él una adecuada e irrefutable verificación y apoyo.

También en el materialismo dialéctico el hombre no es ante todo sujeto del trabajo y causa suficiente del proceso de producción, sino que es entendido y tratado como dependiente de lo que es material, como una especie de resultante de las relaciones económicas y de producción predominantes en una determinada época” (n 13).

Recuerda además Juan Pablo II que el materialismo dialéctico marxista con base en la filosofía de Marx y Engels, tiene un programa que lleva como vía única “la lucha de clases” en una revolución social para tomar el poder y establecer el socialismo cuyo primer paso será “la colectivización de los medios de producción” (n 11).

“Los grupos inspirados por la ideología marxista como partidos políticos, tienden, en función del principio de la dictadura del proletariado, y ejerciendo influjos de distinto tipo, comprendida la presión revolucionaria, al monopolio del poder en cada una de las sociedades...

Según los principales ideólogos y dirigentes de ese amplio movimiento internacional, el objetivo de ese programa de acción es el de realizar la revolución social e introducir en todo el mundo el socialismo y, en definitiva, el sistema comunista” (n 11).

La socialización en sí, no resuelve el problema


Siempre con la mira fija en resolver el conflicto entre los hombres del capital y los hombres del trabajo, de modo que el hombre sea “persona”, dice el Papa:

“la simple sustracción de esos medios de producción (el capital) de las manos de sus propietarios privados, no es suficiente para socializarlos de modo satisfactorio” (n 14).

Pues, al “pasar a ser propiedad de la sociedad organizada, quedando sometidos a la administración y al control directo de otro grupo de personas, es decir, de aquellas que, aunque no tengan su propiedad por más que ejerzan el poder dentro de la sociedad, disponen de ellos a escala de la entera economía nacional, bien de la economía local.

Este grupo dirigente y responsable puede cumplir su cometido de manera satisfactoria desde el punto de vista de la primacía del trabajo; pero puede cumplirlo mal, reivindicando para sí al mismo tiempo el monopolio de la administración y disposición de los medios de producción, y no dando marcha atrás ni siquiera ante la ofensa de los derechos fundamentales del hombre” (n 14).

Por tanto, “se puede hablar de socialización únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos” (n 14).

En búsqueda de solución

Ante todo, afirma el documento pontificio: “sigue siendo inaceptable la postura del rígido capitalismo, que defiende el derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios de producción, como un dogma intocable de la vida económica” (n 14).

Recuerda a este propósito las modificaciones propuestas por la Iglesia como “las que se refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la participación de los trabajadores en la gestión y/o en los beneficios de la empresa, al llamado accionarado del trabajo y otras semejantes” (n 14),

pero alerta sobre la precipitación en esto, pues “estas múltiples y tan deseadas reformas no pueden llevarse a cabo mediante la eliminación apriorística de la propiedad privada de los medios de producción” (n 14).

También señala el Romano Pontífice que “sigue siendo evidente que el reconocimiento de la justa posición del trabajo y del hombre del trabajo dentro del proceso productivo exige varias adaptaciones en el ámbito del mismo derecho a la propiedad de los medios de producción;

y esto teniendo en cuenta... ante todo la realidad y la problemática... en lo que concierne al llamado Tercer Mundo y a los distintos nuevos países que han surgido... en lugar de los territorios coloniales de otros tiempos” (n 14).

El deber y la dignidad del trabajador

El deber de trabajar lo deriva el documento pontificio de que el Creador lo ha ordenado, (n 25.) de lo que lo necesita el mantenimiento y desarrollo de la propia humanidad, de la familia, de la sociedad, de la nación (n 25) y de la entera familia humana.

Su dignidad proviene de que mediante su trabajo participa en la obra del Creador” (n 25.), le “imita” tanto trabajando como descansando, sirve a “sus hermanos y contribuye de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia” (n 25),

coopera con Cristo que fue trabajador, a la Redención, especialmente con lo que tiene de fatiga el trabajo pues “este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte” (n 27).

Deberes del empresario indirecto

1º. Ante el desempleo: a “otorgar las convenientes subvenciones indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias” (n 18);

“planificación global” (n 18) por el Estado pero “con una coordinación justa y racional, en cuyo marco debe ser garantizada la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo” (n 18);

“colaboración internacional” (n 18) con acuerdos y tratados; ayuda de “las organizaciones internacionales” (n 18).

2º “La continua revalorización del trabajo humano” (n 18) tanto en su aspecto objetivo como en el subjetivo.

3º “Un adecuado sistema de instrucción y educación” (n 18) que prepare al trabajo.

Deberes del empresario directo

1º “La justa remuneración por el trabajo realizado” (n 19):

a)   familiar, o sea para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro (n 19);
b)    que no obligue a la mujer a descuidar su carácter específico en su misión materna (n 19).

2º Algunas otras prestaciones: a) asistencia sanitaria; b) descanso (domingo y vacaciones); c) pensiones; d) seguro de vejez y de accidentes laborales (n 19).

3º “Ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral” (n 19)

Deberes de uno y otro empresario

Respetar el derecho a asociarse: asociaciones o uniones que tengan como finalidad la defensa de los intereses vitales de los hombres empleados en diversas profesiones” (n 20).

1º Origen de los sindicatos:

“han crecido sobre la base de la lucha de los trabajadores, del mundo del trabajo y ante todo de los trabajadores industriales para la tutela de sus justos derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de producción” (n 20)

2º Su importancia: son “un elemento indispensable de la vida social” (n 20).

3º No son uniones exclusivas de los obreros: Todos los hombres pueden tenerlos y “existen...sindicatos de los agricultores y de los trabajadores del sector intelectual, existen además las uniones de empresarios” (n 20)

4º Su espíritu: no deben ser “el exponente de la lucha de clase”, sino “un exponente de la lucha por la justicia social”, “a favor del justo bien” pero “no es una lucha contra los demás”, “por eliminar al adversario” (n 20)

5º Actividades múltiples: instrucción, educación, promoción (universidades laborales o populares; cursos y programas de formación) (n 20).

6º La huelga: “Este es un método reconocido por la doctrina social católica como legítimo en las debidas condiciones y en los justos límites”.

Es un “medio extremo” y “no se puede abusar de él”. No deben sufrir sanciones penales personales por participar en ella” los trabajadores. (n 20)

7º La Política: 

Entran en la política, “entendida ésta como una prudente solicitud por el bien común”, los sindicatos, pero “no tienen carácter de partidos políticos que luchan por el poder y no deberían ni siquiera ser sometidos a las decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado estrechos con ellos”, para no ser instrumentalizados para otras finalidades. (n 20)

Dignidad del trabajo agrícola

En especial Juan Pablo II dedica algunos párrafos a este trabajo que “reviste una importancia fundamental” (n 21).

Enumera las dificultades propias de él: esfuerzo físico, escasa estima, falta de adecuada formación profesional y de medios apropiados, individualismo sinuoso al lado de situaciones objetivamente injustas.

Particularmente en los países en vías de desarrollo se notan problemas de tierras ajenas, latifundios, carencias de tutela legal para personas y posesiones, largas jornadas, pagas miserables, abandono en tierras cultivables, desconocimiento efectivo de títulos legales de posesión.

En los países industrializados la poca participación en las opciones decisorias, desconocimiento del derecho a la libre asociación (n 21). Contra esta situación “es menester proclamar y promover la dignidad del trabajo...agrícola” (n 21).

Los discapacitados

Habiendo escrito una encíclica sobre la misericordia no era posible que el Papa olvidase en esta, del trabajo, a los discapacitados. Recuerda que estas personas son “también sujetos plenamente humanos, con sus correspondientes derechos innatos, sagrados e inviolables” (n 22).

Por tanto hay que darles trabajo adecuado, capacitarlos, no discriminarlos, promoverlos justamente, remunerarlos en justicia y quitarles los obstáculos. Deberes estos que recaen tanto en el empresario directo como sobre el indirecto. (n 22)

Los emigrantes

La emigración por el trabajo es reconocida por el Papa como un “mal necesario” (n 23), pero “el hombre tiene derecho a abandonar su país de origen”, a volver a él, “y a buscar mejores condiciones de vida en otro país” (n 23).

Hay que evitar que esto traiga mayores males morales y que el inmigrado se encuentre en desventaja con los nacionales (n 23).

La espiritualidad del trabajo

La Iglesia “ve un deber suyo particular en la formación de una espiritualidad del trabajo” (n 24).

Por eso inculca el “significado que el trabajo tiene ante los ojos de Dios, y mediante el cual entra en la obra de la salvación al igual que sus tramas y componentes ordinarios” (n 24).

Ese significado está en que “responde a la voluntad de Dios” que el hombre domine “el mundo en justicia y santidad” (n 25) y así participe “en la obra del Creador” (n 25) tanto cuando trabaja como cuando descansa, viendo al descanso como un anticipo del “descanso que el Señor reserva a sus siervos y amigos” (n 25).

En la época actual es especialmente necesario que la “espiritualidad cristiana del trabajo llegue a ser patrimonio común de todos” y que “demuestre aquella madurez, que requieren las tensiones y las inquietudes de la mente y del corazón” (n 25).

Respecto a esto el Papa recuerda las palabras de la constitución Gaudium et spes n 34: “Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio.

Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva...El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a la despreocupación del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo” (n 25).

Jesucristo santificó el trabajo pues “él mismo era hombre del trabajo” y como Dios miró “con amor al trabajo”, según varios textos del Antiguo Testamento (n 26), de las parábolas evangélicas (n 26), de la doctrina del Apóstol Pablo: “El que no quiere trabajar no coma” (n 26) y del Vat. II (n 26).

La misma penalidad del trabajo, inevitable, “señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte” (n 27).

Por ella “en el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros” (n 27).

Y por ella se prenuncia la resurrección en cuanto que recuerda que “de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo”.

Con todo “la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo” (n 27).

“Así la Laborem exercens está en línea con las dos primeras Encíclicas del actual Pontífice: la Redemptor hominis (1979) y la Dives in misericordia (1980):

Cristo, Redentor del hombre, y rico en misericordia para con él, proyecta la luz de su mensaje liberador y de su gracia divina sobre el trabajo humano, considerado por la Encíclica en sus diversos aspectos, perspectivas e implicaciones, con palabras incisivas y proposiciones resolutivas que plantean reformas urgentes y audaces”.

“Esta Encíclica está llamada a producir un impacto formidable en el mundo que mira a la frontera del año 2000.

Es un documento decisivo que señala los caminos a través de los cuales la humanidad, una “humanidad nueva”, podrá entrar gallardamente en el tercer milenio de la historia, iluminada por el mensaje del Evangelio”. (L’Osservatore Romano)

Un simposio internacional para concretar la encíclica Laborem exercens

S.S. Juan Pablo II dirigió un discurso a los participantes del Simposio Internacional de la Fundación Konrad Adenauer sobre la encíclica Laborem Exercens realizado en Roma en mayo de 1983, en el cual, entre otras cuestiones, les dijo:

Con razón, entre otras consideraciones fundamentales, se han planteado Ustedes la cuestión sobre las posibilidades concretas de realizar más ampliamente la dignidad humana, la solidaridad, la justicia y la libertad, de acuerdo con las coordenadas de este escrito social.

O dicho de otra manera:

¿Cómo se pueden mejorar las condiciones reales económicas, sociales y políticas en los diferentes países y continentes a partir de la Laborem Exercens así como los grandes documentos papales anteriores respecto a la cuestión social?

Se trata pues de concretar. Eso corresponde exactamente a las intenciones de esta Encíclica social del Magisterio Papal.

Ésta presenta los principios fundamentales, tomados de la imagen humana que comporta la fe católica. Necesariamente se queda en el ámbito de lo más general.

El Magisterio de la Iglesia tiene que ejercer esta reserva y sólo puede hacer afirmaciones de principios respecto a los temas sociales y económicos.

Sin embargo, es igualmente verdadero y necesario que haya una concretización bajo la responsabilidad de cada Iglesia particular y con la ayuda de los medios adecuados científicos y técnicos en los ámbitos de la sociología, de la política social y de la economía.

Los principios de la Encíclica piden una concretización

La ausencia de modelos concretos en la Encíclica, de ninguna manera puede llevar a eludir cómodamente su utilización concreta, amparándose en el argumento de que en realidad no muestra caminos prácticos.

Ciertamente la propuesta y ensayo de tales modelos se da también en la confrontación con las exigencias del ámbito material y concreto, como por ejemplo la eficacia económica.

Esta confrontación, normal en sí misma, sin embargo no puede ser decidida por principios y de antemano en beneficio de las así llamadas presiones de facto. Justamente eso es lo que quiere poner de manifiesto.

... considero especialmente razonable y significativo que en su asamblea se confronten la experiencia europea con la latinoamericana.

Permítanme finalmente asegurarles, que espiritualmente sigo sus deliberaciones y que incluyo en mis oraciones el buen éxito de estas jornadas. Que Dios bendiga su actividad y quiera que sea para bien de los hombres.

Bibliografía

S.S. Juan Pablo II, encíclica Laborem exercens, en L’Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, domingo 20 de septiembre, Ciudad del Vaticano, 1981

Manuel Loza Macías, S.J., La encíclica Laborem exercens, en Milicia, revista de las Congregaciones Marianas, núms. 375-376, marzo-abril, México 1982, pp. 10-14

- Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992

- Ética Social, Universidad Pontificia de México, 1998

- A propósito de la Doctrina  Social de la Iglesia, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1989

- A propósito de la encíclica Mater et Magistra, Colección Panorama, No. 9, JUS, México 1963  

Bibliografía complementaria

Once Grandes Mensajes, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1993

Bernardo López Ríos, La Doctrina Social Cristiana (tercera parte): La encíclica Laborem exercens, en Disidencias, boletín de Ciencias Políticas y Administración Pública, año 5, núms.. 34-35, marzo-abril, ENEP Acatlán, UNAM, México, 1983, pp. 12-23

La Dignidad del Trabajo, un diálogo sobre la encíclica Laborem exercens, Fundación Konrad Adenauer, Western Germany, 1985:

La concreción de la Doctrina Social, discurso de S.S. Juan Pablo II a los participantes del simposio internacional de la Fundación Konrad Adenauer sobre la encíclica Laborem Exercens, realizado en Roma del 22 al 29 de mayo de 1983, pp. 15-17

Renato Poblete Barth y Jorge Rodríguez Grossi, La encíclica Laborem exercens y los desafíos morales que presenta en una economía de mercado, pp. 207-224

Rudolf Uertz, Las ideas rectoras para un ordenamiento económico y social en la encíclica Laborem exercens, pp. 25-34

Eduard Gaugler, La empresa en el campo de tensiones de las exigencias de la economía empresarial y de los requerimientos humanitarios, pp. 69-85

Klaus Wiegelt, Equilibrio social y justicia social en diferentes ordenamientos económicos y sociales, pp. 188-206

Klaus König, El Estado Social de Derecho como “empresario directo e indirecto”: presupuestos de una administración eficiente, pp. 225-237

Enrique Pérez Olivares, La configuración del Estado Social de Derecho, pp. 238-251

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