El Trabajo Humano
Las directrices de
la
encíclica “Laborem Exercens”
Por Bernardo López Ríos *
* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las
enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa
Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica
Dedicaremos nuestra atención a la encíclica Laborem Exercens de S.S Juan Pablo II.
Fue dada a la publicidad el 14 de septiembre de 1981.
Trata sobre un tema particularmente importante y
fundamental de los que constituyen el contenido de los documentos de la
enseñanza de la Iglesia en el ámbito de la cuestión social: el trabajo humano.
Se refiere al trabajo intelectual y manual, de
investigación y de producción, de dirección y de operación:
de todo trabajo característico del hombre, pues la
actividad de las demás creaturas “relacionada con el mantenimiento de la vida,
no puede llamarse trabajo”.
La Doctrina Social de la Iglesia
Como acertadamente lo señala el Dr. Manuel Loza Macías,
S.J., este documento recuerda que la doctrina social de la Iglesia tiene su
fuente en la Sagrada Escritura, especialmente en el Evangelio y en la
Tradición.
Este patrimonio tradicional ha sido heredado y
desarrollado por las enseñanzas de los Romanos Pontífices desde la Rerum
Novarum. (nn 1, 2 y 3)
No corresponde a la Iglesia el aspecto
científico y sus consecuencias de los cambios tecnológicos, económicos y
políticos de la convivencia humana.
Mira el lado moral, natural y sobrenatural,
con base en sus fuentes reveladas, para bien del hombre.
De un modo especial la Iglesia se fija en los aspectos
morales de la Justicia y la Paz. De ésta última siguen siendo válidas las
enseñanzas de la Pacem in Terris.
Por lo que toca a la Justicia el documento señala una
evolución: hasta la Quadragesimo Anno se veía el ámbito de un país,
después en la Mater et Magistra, en la Populorum Progresio y en
la constitución Gaudium et spes, su objeto se ha ampliado al ámbito
internacional. (nn 1, 4 y 2)
En una encíclica posterior, en la Sollicitudo rei
socialis, S.S. Juan Pablo II precisaría que la “doctrina social de la
Iglesia no es, pues, una ‘tercera vía’ entre el capitalismo liberal y el
colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones
menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia.
No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa
formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas
realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional,
a la luz de la fe y de la tradición eclesial.
Su objetivo principal es interpretar esas realidades,
examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca
del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en
consecuencia la conducta cristiana.
Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino
al de la teología, y especialmente de la teología moral” (Sollicitudo
rei socialis n 41).
Lo nuevo de la encíclica
Lo propio de esta encíclica es “poner de relieve” que el
trabajo humano es una clave, “quizá la clave esencial, de toda la cuestión
social” (n 3) desde el punto de vista del bien del hombre.
Trata de que “se descubran los nuevos significados del
trabajo humano y que se formulen asimismo los nuevos cometidos que en este
campo se brindan a cada hombre, a cada familia, a cada nación, a todo el género
humano y, finalmente, a la misma Iglesia”. (n 2)
El hombre
El documento toma como punto central de
referencia al hombre.
El que la encíclica Redemptor Hominis vio que “es el camino
primero y fundamental de la Iglesia” (n 1) y que “como imagen de Dios es una
persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y
racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo.
(n 6)
Los primeros principios
A lo largo de la encíclica se
descubre que el orden querido por Dios, a la luz del pensamiento teológico y de
la ciencia socioeconómica se basa en estos principios:
1.
“Primer
principio de todo el ordenamiento ético-social: el principio del uso común de
los bienes” (nn 14, 18 y 19).
2.
“Como
persona el hombre es sujeto del trabajo” (n 6)
3.
“El
derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes” (n 14)
4.
El
capital.- “donación por parte de la naturaleza, y en definitiva por parte del
Creador” (n 12) y “el conjunto de los medios es fruto del patrimonio histórico
del trabajo humano” (n 12.) – de ningún modo se puede separar del trabajo, ni
contraponerse entre sí, “ni menos aún, los hombres concretos que están detrás
de estos conceptos”. (n 13)
5. “El
principio de la prioridad del trabajo respecto al capital es un postulado que
pertenece al orden moral social”. (n 15)
Conceptos nuevos
Al
esclarecimiento de estos principios contribuye la introducción de dos conceptos
de trabajo y dos conceptos de empresario.
El trabajo objetivo es un instrumento o medio
que el hombre tiene para dominar el mundo visible: es la dimensión objetiva del
trabajo. (n 5)
Su dimensión subjetiva o trabajo subjetivo es el hombre mismo,
la persona, que domina, que tiene señorío, y que por eso es “imagen de Dios”.
Por tanto, es lógico cuando se habla de la superioridad del trabajo
sobre el capital en toda la encíclica se está haciendo referencia a este
aspecto subjetivo, a no ser que otra cosa se indique expresamente.
El “empresario directo es la persona o la
institución, con la que el trabajador estipula directamente el contrato de
trabajo, según determinadas condiciones” (n 16).
“Empresario indirecto es el conjunto de elementos
decisivos para la vida económica en la configuración de una determinada
sociedad y Estado” (n 17).
Bajo este concepto se incluyen: personas, contratos
colectivos, principios de comportamiento, sistema económico, toda la sociedad,
el Estado, las conexiones entre los Estados, las dependencias recíprocas entre
países y empresas, como son las multinacionales o transnacionales (n 17).
En el
simposio internacional de la Fundación Konrad Adenauer sobre la encíclica Laborem
exercens realizado en Roma en mayo de 1983, se hicieron valiosas
aportaciones sobre este punto:
Renato
Poblete Barth y Jorge Rodríguez Grossi resaltan que el Papa reconoce la
existencia del empresario directo, que es quien inmediatamente se
relaciona con el trabajador para efectos productivos, y del empresario
indirecto que es la sociedad.
Esta se
expresa a través del Estado democrático en consecuencia), quien tiene la
responsabilidad de velar por el Bien Común, dentro del cual el digno trato al
trabajador y la remuneración justa a éste constituyen parte fundamental.
Rudolf Uertz
apunta que otra peculiaridad de la encíclica es el concepto de “empresario
indirecto” al que el Papa introduce, en no poca medida, para asegurar una mayor
coherencia del documento...
Aunque con
esto no se hace referencia exclusivamente a instituciones y personas oficiales,
se subraya sin embargo la importancia del Estado y también del orden político y
del ordenamiento jurídico para una política laboral justa.
Eduard
Gaugler recuerda que, con sus consideraciones acerca del ‘empresario
indirecto’, la encíclica Laborem exercens ha puesto claramente de
manifiesto que para el cumplimiento de los requerimientos humanitarios hay
fuerzas poderosas que actúan sobre el empresario.
Especialmente
el Estado y los sindicatos limitan el ámbito de acción político-empresarial.
Klaus Wiegelt
afirma que el empresario directo es responsable pero también lo es el
“indirecto” ya que de él depende todo un “entramado de condicionamientos” que
influye en el comportamiento del empresario directo.
A ello se
agregan “dependencias recíprocas”, especialmente en el actual sistema de la
economía mundial, de manera tal que “en cierto sentido, el conjunto de
elementos decisivos para la vida económica en la configuración de una
determinada sociedad y Estado” (n 17) pertenecen al concepto de empresario
indirecto y constituyen su responsabilidad.
En realidad
esta responsabilidad tiene que ser entendida sólo como responsabilidad política...
Desde el
punto de vista cristiano, las estructuras – o como dice el Papa Juan Pablo II:
“el entramado de condicionamientos” (n 17) – y la responsabilidad del hombre,
es decir, su libertad, son recíprocamente inseparables.
Este es el
enunciado central sobre la relación entre empresario “directo” e “indirecto”.
De aquí se
sigue que las estructuras tienen que ser adecuadas al hombre tal como él es:
simul iustus et peccator. En caso contrario, su dignidad no sería captada y
respetada.
Para Klaus
König, la encíclica Laborem exercens nos ofrece un motivo para
reflexionar nuevamente con mayor intensidad, a más de los problemas de una
administración democrática o hasta democratizada, que fueran muchas veces
discutidos en los últimos años, acerca del “Estado trabajador”.
Y aquí hay
especialmente una distinción que estimula la reflexión acerca de las funciones
de formación de sistemas y de conducción del mundo en torno que cumple la
administración pública, es decir, la distinción entre empresario “directo” e
“indirecto”.
La
administración pública es ambas cosas. En el servicio público, millones de
personas encuentran sus puestos de trabajo y están vinculadas con los
organismos públicos a través de una relación laboral directa.
Además, la
encíclica Laborem exercens pone claramente de manifiesto que, detrás de
las relaciones laborales directas, hay diferentes factores que influyen sobre
ellas.
Entre estos
factores se cuentan contratos colectivos de trabajo, principios de
comportamiento socio-económico y, especialmente, el Estado, que es a quien le
corresponde llevar a cabo una política laboral justa.
Así pues,
tenemos que considerar a la administración pública por lo pronto bajo dos
aspectos, es decir, en tanto empresario “directo” e “indirecto”.
Pues
evidentemente lo que importa es conocer las interdependencias de ambas
funciones y, además, ponerse de acuerdo acerca del cambio social al que también
está sometida la vida laboral en el sector público...
Tenemos que
recordar que la tradicional eficacia de la administración alemana se basa en
un fundamento con elementos religiosos y en la ética laboral y profesional.
El
presupuesto realmente decisivo de una administración eficiente es la herencia
histórica de una ética del deber.
No podemos
eliminarla sin más en el Estado y en la sociedad. La encíclica Laborem
exercens contribuye a la obtención de una concepción del mundo de derechos
y deberes equilibrados en la vida laboral, en el ámbito de los asuntos
públicos.
Enrique Pérez
Olivares concluye que la encíclica incluye al Estado en la categoría de
“empresario indirecto” y por tanto le origina una “verdadera responsabilidad”
ya que “determina sustancialmente” algunos aspectos de la relación de trabajo,
condiciona así el comportamiento del empresario directo cuando éste concreta la
relación laboral por medio del contrato de trabajo.
El texto
papal, además de insistir en el tema de la política laboral justa en el ámbito
del Estado, anota cómo la interdependencia internacional lleva necesariamente a
plantearse el tema en el ámbito de las relaciones internacionales y de la
acción de las organizaciones internacionales.
Una
precisión sobre la propiedad
De acuerdo
con los principios, la propiedad de los medios de producción según la doctrina
social católica,
“nunca se ha
entendido de modo que pueda constituir un motivo de contraste social en el
trabajo” (n 14), y los bienes “no pueden ser poseídos contra el trabajo,
no pueden ser
ni siquiera poseídos para poseer, porque el único título legítimo para su
posesión – y esto ya sea en la forma de la propiedad privada, ya sea en la de
la propiedad pública o colectiva -, es que sirvan al trabajo” (n 14).
Además, “la
doctrina de la Iglesia...sobre el derecho a la propiedad privada, incluso
cuando se trata de los medios de producción...se aparta radicalmente del
programa del colectivismo, proclamado por el marxismo y realizado en diversos
países del mundo en los decenios siguientes a la época de la Encíclica (Rerum
Novarum) de León XIII...
se diferencia
al mismo tiempo del programa del capitalismo, practicado por el liberalismo y
por los sistemas políticos, que se refieren a él” (n 14).
Una imagen
coherente del proceso económico
La “imagen
coherente, teológica y al mismo tiempo humanística” (n 13) del proceso
económico en general sería aquella en la que se diera “la compenetración
recíproca entre el trabajo y lo que estamos acostumbrados a llamar el capital”
(n 13).
Y el
documento da una explicación:
“El hombre,
trabajando en cualquier puesto de trabajo, ya sea éste relativamente primitivo
o bien ultramoderno, puede darse cuenta fácilmente de que con su trabajo entra
en un doble patrimonio, es decir, en el patrimonio de lo que ha sido dado a
todos los hombres con los recursos de la naturaleza y de lo que los demás ya
han elaborado anteriormente sobre la base de estos recursos, ante todo
desarrollando la técnica, es decir, formando un conjunto de instrumentos de
trabajo, cada vez más perfectos: el hombre, trabajando, al mismo tiempo
reemplaza en el trabajo a los demás” (n 13).
“El hombre es
en ella el señor de las creaturas, que están puestas a su disposición en el
mundo visible.
Si en el
proceso del trabajo se descubre alguna dependencia, ésta es la dependencia del
Dador de todos los recursos de la creación, y es a su vez la dependencia de los
demás hombres, a cuyo trabajo y a cuyas iniciativas debemos las ya
perfeccionadas y ampliadas posibilidades de nuestro trabajo.
De todo esto
que en el proceso de producción constituye un conjunto de cosas, de los
instrumentos, del capital, podemos solamente afirmar que condiciona el trabajo
del hombre; no podemos, en cambio, afirmar que ello constituya casi el sujeto
anónimo que hace dependiente al hombre y su trabajo” (n 13).
El
conflicto entre trabajo y capital
“La antinomia
entre trabajo y capital no tiene su origen en la estructura del mismo proceso
de producción, y ni siquiera en la del proceso económico en general.
Tal proceso
demuestra en efecto la compenetración recíproca entre el trabajo y...el
capital; demuestra su vinculación indisoluble” (n 13).
“La ruptura de esta imagen coherente, en la que se salvaguarda
estrechamente el principio de la primacía de la persona sobre las cosas, ha
tenido lugar en la mente humana” (n 13). O sea, que el hombre es quien ha
violentado este orden.
Recuerda la explotación del trabajador por los
empresarios en el pasado y advierte que aún hoy se puede continuar o reaparecer
esta situación con la aceptación del economismo que sólo ve en el trabajo la
finalidad económica y con el materialismo que subordina lo espiritual y
personal a la realidad material. Y esto a nivel nacional e internacional. (n
13)
El
materialismo marxista no es solución
“Es evidente
que el materialismo, incluso en su forma dialéctica, no es capaz de ofrecer a
la reflexión sobre el trabajo humano bases suficientes y definitivas para que
la primacía del hombre sobre el instrumento-capital, la primacía de la persona
sobre las cosas, pueda encontrar en él una adecuada e irrefutable verificación
y apoyo.
También en el
materialismo dialéctico el hombre no es ante todo sujeto del trabajo y causa
suficiente del proceso de producción, sino que es entendido y tratado como
dependiente de lo que es material, como una especie de resultante de las
relaciones económicas y de producción predominantes en una determinada época”
(n 13).
Recuerda además Juan Pablo II que el materialismo dialéctico marxista
con base en la filosofía de Marx y Engels, tiene un programa que lleva como vía
única “la lucha de clases” en una revolución social para tomar el poder y
establecer el socialismo cuyo primer paso será “la colectivización de los
medios de producción” (n 11).
“Los grupos inspirados por la ideología marxista como
partidos políticos, tienden, en función del principio de la dictadura del
proletariado, y ejerciendo influjos de distinto tipo, comprendida la presión
revolucionaria, al monopolio del poder en cada una de las sociedades...
Según los principales ideólogos y dirigentes de ese
amplio movimiento internacional, el objetivo de ese programa de acción es el de
realizar la revolución social e introducir en todo el mundo el socialismo y, en
definitiva, el sistema comunista” (n 11).
La socialización en sí, no resuelve el problema
Siempre con la mira fija en resolver el conflicto entre
los hombres del capital y los hombres del trabajo, de modo que el hombre sea
“persona”, dice el Papa:
“la simple sustracción de esos medios de producción (el
capital) de las manos de sus propietarios privados, no es suficiente para
socializarlos de modo satisfactorio” (n 14).
Pues, al “pasar a ser propiedad de la sociedad
organizada, quedando sometidos a la administración y al control directo de otro
grupo de personas, es decir, de aquellas que, aunque no tengan su propiedad por
más que ejerzan el poder dentro de la sociedad, disponen de ellos a escala de
la entera economía nacional, bien de la economía local.
Este grupo dirigente y responsable puede cumplir su
cometido de manera satisfactoria desde el punto de vista de la primacía del
trabajo; pero puede cumplirlo mal, reivindicando para sí al mismo tiempo el
monopolio de la administración y disposición de los medios de producción, y no
dando marcha atrás ni siquiera ante la ofensa de los derechos fundamentales del
hombre” (n 14).
Por tanto, “se puede hablar de socialización únicamente
cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda
persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al
mismo tiempo copropietario de esa especie de gran taller de trabajo en el que
se compromete con todos” (n 14).
En
búsqueda de solución
Ante todo,
afirma el documento pontificio: “sigue siendo inaceptable la postura del rígido
capitalismo, que defiende el derecho exclusivo a la propiedad privada de los
medios de producción, como un dogma intocable de la vida económica” (n 14).
Recuerda a
este propósito las modificaciones propuestas por la Iglesia como “las que se
refieren a la copropiedad de los medios de trabajo, a la participación de los
trabajadores en la gestión y/o en los beneficios de la empresa, al llamado
accionarado del trabajo y otras semejantes” (n 14),
pero alerta
sobre la precipitación en esto, pues “estas múltiples y tan deseadas reformas
no pueden llevarse a cabo mediante la eliminación apriorística de la propiedad
privada de los medios de producción” (n 14).
También señala el Romano Pontífice que “sigue siendo evidente que el
reconocimiento de la justa posición del trabajo y del hombre del trabajo dentro
del proceso productivo exige varias adaptaciones en el ámbito del mismo derecho
a la propiedad de los medios de producción;
y esto teniendo en cuenta... ante todo la realidad y la problemática...
en lo que concierne al llamado Tercer Mundo y a los distintos nuevos países que
han surgido... en lugar de los territorios coloniales de otros tiempos” (n 14).
El deber y la dignidad del trabajador
El deber de trabajar lo deriva el documento pontificio de que el
Creador lo ha ordenado, (n 25.) de lo que lo necesita el mantenimiento y
desarrollo de la propia humanidad, de la familia, de la sociedad, de la nación
(n 25) y de la entera familia humana.
Su dignidad proviene de que mediante su trabajo participa en la obra
del Creador” (n 25.), le “imita” tanto trabajando como descansando, sirve a
“sus hermanos y contribuye de modo personal a que se cumplan los designios de
Dios en la historia” (n 25),
coopera con Cristo que fue trabajador, a la Redención, especialmente
con lo que tiene de fatiga el trabajo pues “este dolor unido al trabajo señala
el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la
muerte” (n 27).
Deberes del empresario indirecto
1º. Ante el desempleo: a “otorgar las convenientes subvenciones
indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus
familias” (n 18);
“planificación global” (n 18) por el Estado pero “con una coordinación
justa y racional, en cuyo marco debe ser garantizada la iniciativa de las
personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo”
(n 18);
“colaboración internacional” (n 18) con acuerdos y tratados; ayuda de
“las organizaciones internacionales” (n 18).
2º “La continua revalorización del trabajo humano” (n 18) tanto en su
aspecto objetivo como en el subjetivo.
3º “Un adecuado sistema de instrucción y educación” (n 18) que prepare
al trabajo.
Deberes del empresario directo
1º “La justa remuneración por el trabajo realizado” (n 19):
a) familiar, o sea para fundar y mantener dignamente una familia y
asegurar su futuro (n 19);
b) que no obligue a la mujer a descuidar su carácter específico en su
misión materna (n 19).
2º Algunas otras prestaciones: a) asistencia sanitaria; b) descanso
(domingo y vacaciones); c) pensiones; d) seguro de vejez y de accidentes
laborales (n 19).
3º “Ambientes de trabajo y a procesos productivos que no comporten
perjuicio a la salud física de los trabajadores y no dañen su integridad moral”
(n 19)
Deberes de uno y otro empresario
Respetar el derecho a asociarse: asociaciones o uniones que tengan como
finalidad la defensa de los intereses vitales de los hombres empleados en diversas
profesiones” (n 20).
1º Origen de los sindicatos:
“han crecido sobre la base de la lucha de los trabajadores, del mundo
del trabajo y ante todo de los trabajadores industriales para la tutela de sus
justos derechos frente a los empresarios y a los propietarios de los medios de
producción” (n 20)
2º Su importancia: son “un elemento indispensable de la vida social” (n
20).
3º No son uniones exclusivas de los obreros: Todos los hombres pueden
tenerlos y “existen...sindicatos de los agricultores y de los trabajadores del
sector intelectual, existen además las uniones de empresarios” (n 20)
4º Su espíritu: no deben ser “el exponente de la lucha de clase”, sino
“un exponente de la lucha por la justicia social”, “a favor del justo bien”
pero “no es una lucha contra los demás”, “por eliminar al adversario” (n 20)
5º Actividades múltiples: instrucción, educación, promoción
(universidades laborales o populares; cursos y programas de formación) (n 20).
6º La huelga: “Este es un método reconocido por la doctrina social
católica como legítimo en las debidas condiciones y en los justos límites”.
Es un “medio extremo” y “no se puede abusar de él”. No deben sufrir
sanciones penales personales por participar en ella” los trabajadores. (n 20)
7º La Política:
Entran en la política, “entendida ésta como una
prudente solicitud por el bien común”, los sindicatos, pero “no tienen carácter
de partidos políticos que luchan por el poder y no deberían ni siquiera ser
sometidos a las decisiones de los partidos políticos o tener vínculos demasiado
estrechos con ellos”, para no ser instrumentalizados para otras finalidades. (n
20)
Dignidad del trabajo agrícola
En especial Juan Pablo II dedica algunos párrafos a este trabajo que
“reviste una importancia fundamental” (n 21).
Enumera las dificultades propias de él: esfuerzo físico, escasa estima,
falta de adecuada formación profesional y de medios apropiados, individualismo
sinuoso al lado de situaciones objetivamente injustas.
Particularmente en los países en vías de desarrollo se notan problemas
de tierras ajenas, latifundios, carencias de tutela legal para personas y
posesiones, largas jornadas, pagas miserables, abandono en tierras cultivables,
desconocimiento efectivo de títulos legales de posesión.
En los países industrializados la poca participación en las opciones
decisorias, desconocimiento del derecho a la libre asociación (n 21). Contra
esta situación “es menester proclamar y promover la dignidad del
trabajo...agrícola” (n 21).
Los discapacitados
Habiendo escrito una encíclica sobre la misericordia no era posible que
el Papa olvidase en esta, del trabajo, a los discapacitados. Recuerda que estas
personas son “también sujetos plenamente humanos, con sus correspondientes
derechos innatos, sagrados e inviolables” (n 22).
Por tanto hay que darles trabajo adecuado, capacitarlos, no
discriminarlos, promoverlos justamente, remunerarlos en justicia y quitarles
los obstáculos. Deberes estos que recaen tanto en el empresario directo como
sobre el indirecto. (n 22)
Los emigrantes
La emigración por el trabajo es reconocida por el Papa como un “mal
necesario” (n 23), pero “el hombre tiene derecho a abandonar su país de
origen”, a volver a él, “y a buscar mejores condiciones de vida en otro país”
(n 23).
Hay que evitar que esto traiga mayores males morales y que el inmigrado
se encuentre en desventaja con los nacionales (n 23).
La espiritualidad del trabajo
La Iglesia “ve un deber suyo particular en la formación de una
espiritualidad del trabajo” (n 24).
Por eso inculca el “significado que el trabajo tiene ante los ojos de
Dios, y mediante el cual entra en la obra de la salvación al igual que sus
tramas y componentes ordinarios” (n 24).
Ese significado está en que “responde a la voluntad de Dios” que el
hombre domine “el mundo en justicia y santidad” (n 25) y así participe “en la
obra del Creador” (n 25) tanto cuando trabaja como cuando descansa, viendo al
descanso como un anticipo del “descanso que el Señor reserva a sus siervos y
amigos” (n 25).
En la época actual es especialmente necesario que la “espiritualidad
cristiana del trabajo llegue a ser patrimonio común de todos” y que “demuestre
aquella madurez, que requieren las tensiones y las inquietudes de la mente y
del corazón” (n 25).
Respecto a esto el Papa recuerda las palabras de la constitución Gaudium
et spes n 34: “Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas
por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende
rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias
del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable
designio.
Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su
responsabilidad individual y colectiva...El mensaje cristiano no aparta a los
hombres de la edificación del mundo ni los lleva a la despreocupación del bien
ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo” (n 25).
Jesucristo santificó el trabajo pues “él mismo era hombre del trabajo”
y como Dios miró “con amor al trabajo”, según varios textos del Antiguo
Testamento (n 26), de las parábolas evangélicas (n 26), de la doctrina del
Apóstol Pablo: “El que no quiere trabajar no coma” (n 26) y del Vat. II (n 26).
La misma penalidad del trabajo, inevitable, “señala el camino de la
vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte” (n 27).
Por ella “en el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte
de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el
cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros” (n 27).
Y por ella se prenuncia la resurrección en cuanto que recuerda que “de
nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo”.
Con todo “la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más
bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo
de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un
vislumbre del siglo nuevo” (n 27).
“Así la Laborem exercens está
en línea con las dos primeras Encíclicas del actual Pontífice: la Redemptor
hominis (1979) y la Dives in misericordia (1980):
Cristo, Redentor del hombre, y rico en misericordia para con él,
proyecta la luz de su mensaje liberador y de su gracia divina sobre el trabajo
humano, considerado por la Encíclica en sus diversos aspectos, perspectivas e
implicaciones, con palabras incisivas y proposiciones resolutivas que plantean
reformas urgentes y audaces”.
“Esta Encíclica está llamada a producir un impacto formidable en el
mundo que mira a la frontera del año 2000.
Es un documento decisivo que señala los caminos a través de los cuales
la humanidad, una “humanidad nueva”, podrá entrar gallardamente en el tercer
milenio de la historia, iluminada por el mensaje del Evangelio”. (L’Osservatore Romano)
Un simposio internacional para concretar la encíclica Laborem
exercens
S.S. Juan Pablo II dirigió un discurso a los
participantes del Simposio Internacional de la Fundación Konrad Adenauer sobre
la encíclica Laborem Exercens realizado en Roma en mayo de 1983, en el
cual, entre otras cuestiones, les dijo:
Con razón, entre otras consideraciones fundamentales, se han planteado
Ustedes la cuestión sobre las posibilidades concretas de realizar más
ampliamente la dignidad humana, la solidaridad, la justicia y la libertad, de
acuerdo con las coordenadas de este escrito social.
O dicho de otra manera:
¿Cómo se pueden mejorar las condiciones reales económicas, sociales y
políticas en los diferentes países y continentes a partir de la Laborem
Exercens así como los grandes documentos papales anteriores respecto a la
cuestión social?
Se trata pues de concretar. Eso corresponde
exactamente a las intenciones de esta Encíclica social del Magisterio Papal.
Ésta presenta los principios fundamentales, tomados de la imagen humana
que comporta la fe católica. Necesariamente se queda en el ámbito de lo más
general.
El Magisterio de la Iglesia tiene que ejercer esta reserva y sólo puede
hacer afirmaciones de principios respecto a los temas sociales y económicos.
Sin embargo, es igualmente verdadero y necesario que haya una
concretización bajo la responsabilidad de cada Iglesia particular y con la
ayuda de los medios adecuados científicos y técnicos en los ámbitos de la
sociología, de la política social y de la economía.
Los principios de la Encíclica piden una concretización.
La ausencia de modelos concretos en la Encíclica, de ninguna manera
puede llevar a eludir cómodamente su utilización concreta, amparándose en el
argumento de que en realidad no muestra caminos prácticos.
Ciertamente la propuesta y ensayo de tales modelos se da también en la
confrontación con las exigencias del ámbito material y concreto, como por
ejemplo la eficacia económica.
Esta confrontación, normal en sí misma, sin embargo no puede ser
decidida por principios y de antemano en beneficio de las así llamadas
presiones de facto. Justamente eso es lo que quiere poner de manifiesto.
... considero especialmente razonable y significativo que en su
asamblea se confronten la experiencia europea con la latinoamericana.
Permítanme finalmente asegurarles, que espiritualmente sigo sus
deliberaciones y que incluyo en mis oraciones el buen éxito de estas jornadas.
Que Dios bendiga su actividad y quiera que sea para bien de los hombres.
Bibliografía
S.S. Juan Pablo II, encíclica Laborem exercens, en L’Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, domingo 20 de septiembre,
Ciudad del Vaticano, 1981
Manuel Loza Macías, S.J., La encíclica Laborem exercens, en Milicia,
revista de las Congregaciones Marianas, núms. 375-376, marzo-abril, México
1982, pp. 10-14
- Mensajes sociales para el mundo de hoy, Instituto Mexicano de
Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC), México 1992
- Ética Social, Universidad Pontificia de México, 1998
- A propósito de la Doctrina
Social de la Iglesia, Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristiana (IMDOSOC), México 1989
- A propósito de la encíclica Mater et Magistra, Colección
Panorama, No. 9, JUS, México 1963
Bibliografía complementaria
Once Grandes Mensajes, Biblioteca de Autores
Cristianos (BAC), Madrid, 1993
Bernardo López Ríos, La Doctrina Social Cristiana (tercera
parte): La encíclica Laborem exercens, en Disidencias, boletín de
Ciencias Políticas y Administración Pública, año 5, núms.. 34-35, marzo-abril,
ENEP Acatlán, UNAM, México, 1983, pp. 12-23
La Dignidad del Trabajo, un diálogo sobre
la encíclica Laborem exercens, Fundación Konrad Adenauer, Western Germany,
1985:
La concreción de la Doctrina Social, discurso
de S.S. Juan Pablo II a los participantes del simposio internacional de la Fundación
Konrad Adenauer sobre la encíclica Laborem Exercens, realizado en Roma
del 22 al 29 de mayo de 1983, pp. 15-17
Renato Poblete Barth y Jorge Rodríguez Grossi, La encíclica Laborem
exercens y los desafíos morales que presenta en una economía de mercado,
pp. 207-224
Rudolf Uertz, Las ideas rectoras para un ordenamiento económico y
social en la encíclica Laborem exercens, pp. 25-34
Eduard Gaugler, La empresa en el campo de tensiones de las
exigencias de la economía empresarial y de los requerimientos humanitarios,
pp. 69-85
Klaus Wiegelt, Equilibrio social y justicia social en diferentes
ordenamientos económicos y sociales, pp. 188-206
Klaus König, El Estado Social de Derecho como “empresario directo e
indirecto”: presupuestos de una administración eficiente, pp. 225-237
Enrique Pérez Olivares, La configuración del Estado Social de
Derecho, pp. 238-251